“Es un milagro que se sigan editando libros”
Horacio González
Lunes 15 de abril de 2019
Acaba de ser designado como nuevo director del Fondo de Cultura en Argentina y Gonzalo León conversó con él al respecto: "El FCE es una editora que debe recuperarse del momento de mayor dificultad que está atravesando", dijo. Además, un diagnóstico del campo editorial en este contexto de crisis: "Las editoras jóvenes son las que están editando las cosas más interesantes en Argentina".
Por Gonzalo León. Fuente foto: Carta Abierta
Horacio González (1944), ex director de la Biblioteca Nacional y uno de los intelectuales más relevantes del mundo cultural argentino, fue designado como director de la filial argentina del Fondo de Cultura Económica (FCE), que es una institución estatal mexicana instalada en casi todos los países de lengua castellana; es un sello y una librería, pero la nueva dirección de Paco Ignacio Taibo, nombrado por el presidente de México Andrés Manuel López Obrador, quiere darle el carácter de espacio de discusión y debate. Y como en Argentina la librería del fondo (Arnaldo Orfila Reynal, en homenaje a otro argentino que dirigió la institución) es además un centro cultural, las condiciones se prestan para ello. La otra intención es acercar al libro a la gente a través de precios bajos o de una colección popular, que por el momento González tiene en estudio, a la espera de más conversaciones con Taibo.
Desde su fundación los libros del FCE formaron a una serie de intelectuales latinoamericanos, porque traducían textos imprescindibles o porque publicaban a autores de lengua castellana de alcance continental. Entre esos intelectuales está Horacio González, quien antes de empezar la charla en su casa ofrece un mate. En esta entrevista González no sólo habla de su designación y de los tres desafíos que le planteó Taibo para su gestión, sino de su paso por la Biblioteca, de algunos títulos que podrían reeditarse en el Fondo y de lo que ha cambiado el mundo editorial desde que dirigía la colección Puñaladas de editorial Colihue.
¿En primer lugar, cómo recibiste la noticia de la designación al frente del FCE y las elogiosas palabras que te brindó en ese video Paco Ignacio Taibo?
Siempre que sucede una situación de esa índole uno siente cierta sorpresa, pero conviene que se disipe rápido; además siempre es agradable ser considerado en situaciones donde no se trate de algún organismo fiscal que te viene a cobrar una deuda. En este caso a Paco, a quien conocía de haberlo leído, pero no personalmente, y con el cual tenemos amigos en común, me invitó a ser el director de la filial argentina en condiciones de una editora que está pasando una situación de tránsito, porque está desocupando el edificio donde está actualmente, en calle El Salvador, y muy próximamente instalará todas sus actividades en la librería de calle Costa Rica. Mi conversación con Paco fue muy rápida, y es una conversación que todavía está en funcionamiento en la medida en que es sobre las actividades del Fondo en Argentina y después en términos generales de la historia del Fondo en América Latina y cuál es la perspectiva en cuanto a la presencia del libro como nexo, índice y símbolo cultural, y ahí viene una perspectiva de discusión o debate en relación a cómo sería la expresión argentina de la política que Paco está llevando en México de relacionar el acervo del Fondo, que es un acervo vinculado a las grandes tradiciones clásicas europeas como latinoamericanas, y en esa perspectiva el libro popular, ya no los famosos breviarios sino libros más baratos y que tuvieran un formato parecido al del folleto.
Hay tres ejes que planteó Taibo en el video de anuncio de tu designación: el primero es que el fondo se transforme en un espacio de discusión y debate del progresismo, el segundo es bajar el precio de los libros del fondo para vaciar la bodega y el último es un cambio editorial.
No sabría poner en orden de prioridades cualquiera de esos tres temas, me parecen en todo caso bien definidos. Comencé por la apuesta del libro popular, porque esa sí tiene cierta novedad para el FCE, aunque no conozco completa la historia del Fondo. Lo que sí conozco es lo que hizo el FCE conmigo como lector a lo largo de varias décadas.
¿Cómo fue esa experiencia?
En la vida de un lector las editoras en general pasan de una manera bastante fugaz, pero el FCE fue de esa editoras memorables, como Losada, Centro Editor o Eudeba, puedo recordar algunas más, pero años de vida universitaria y de lector en general el FCE es un sello que está estampado en la tapa de lo que recuerdo como lector de grandes libros, algunos de los cuales los sigo hojeando o leyendo, como La rama dorada, de James Frazer, que es uno de los grandes libros del Fondo. Es decir hacer una editorial mexicana fundada por de alguna manera una de las estribaciones posibles de la revolución mexicana, veinte años después del momento culminante de esa revolución y quince años después de la reforma universitaria argentina, digo esto por la participación que tuvo Arnaldo Orfila en la consolidación del FCE, que había ido a México en una especie de proyecto de relación entre reformistas argentinos de Córdoba y la reforma mexicana en la época de José Vasconcelos, o sea están intercaladas ahí distintas imágenes que deben estar bien historiadas por algún historiador, pero en la memoria del fondo y en sus actuales empleados eso existe todavía, de hecho la librería se llama Arnaldo Orfila. Entonces cargando esa raíz y al mismo tiempo publicando a Frantz Fanon y Lévi-Strauss y hoy a Hans Blumenberg sigue siendo la editora de contacto con las grandes editoras mundiales, las ediciones son muy buenas y cuidadas y al mismo tiempo al ser una editora estatal vive con cierto distanciamiento de las vicisitudes de la política mexicana.
¿Cómo ves el estilo que le quiere dar Paco Taibo al FCE?
Con la presencia de López Obrador más el estilo de Paco, que es un estilo de escritor vinculado con las novelas policiales por un lado, a la estima por parte del acceso de lectura más plural por parte de las nuevas generaciones que puedan iniciarse por la historieta, por cualquier tipo de lectura que tenga menos exigencia literaria y más pretensiones de ser el primer umbral de lectura. Evidentemente esto lo lleva a pensar en México como un lugar apto para empezar la experiencia del libro popular en una editora que se caracterizó por tener una íntima vinculación con el ensayo clásico. Ya he visto los libros que él publicó, conversamos trasladar esa experiencia a la Argentina que implica seguir con la línea tradicional del fondo y adjuntar una experiencia de libro popular. Acá es un poquito más difícil, porque eso ha quedado más a cargo de los medios de comunicación y por lo general es lectura de kiosco; en décadas anteriores hubo ensayos de lectura popular como los de Centro Editor de América Latina, o sea aquí estuvo Boris Spivacow, el fundador del Centro, en México parece que no hubo algo parecido. Hay editoriales que hacen libros populares de kiosco y que sólo hacen eso, lo que Paco ha publicado hasta ahora en México me parece que es muy digno, son dos crónicas históricas, dos episodios narrados por cronistas de la época, por lo tanto si uno llama lectura popular aquello que facilita aquí en Argentina y que supone dispositivos posteriores de lectura, eso no es así allá. Lectura popular se llama a ciertos temas de la historia olvidada. Y después hay un cuento de Elena Poniatowska, lo acabo de leer y es un cuento gracioso, de lectura no necesariamente lo computaríamos como lo popular, entonces lo popular queda reducido al diseño, al modo en que se presenta como folleto y al precio, y el precio está estampado en la tapa en forma visible. Supongo que todo eso es motivo de discusión: en México, Paco resolvió esa línea y aquí yo estoy tratando de ver cómo se puede trasladar, empecé con un ejemplo equivalente acá, con el nivel de lectura argentino y cómo se leen libros en escuelas primarias y secundarias, y llegué a un cuento de Arlt, otro de Lugones y otro de Quiroga, que están fuera de derechos, para que tenga posibilidades de abaratarse, eso sería un equivalente de lo que se podría hacer acá con una situación adicional, que es que si se pueden abaratar los libros es porque es una editora estatal, eso en México, pero aquí no sé por qué mecanismos se podría abaratar, porque aquí es una filial y el abaratamiento es posible porque se cargan al presupuesto estatal. Son todos dilemas que no veo inconveniente que se puedan resolver, pero no sin conversaciones y no sin lo que aún falta hacer: conversaciones con el FCE acá con los editores argentinos.
Si se trata de bajar costos, ahí hay una discusión de dónde van a imprimir, ¿o eso está zanjado?
Hasta el momento se imprimía en distintas partes, pero el Fondo tiene una gran imprenta y también así como con una situación económica más favorable para todos los países latinoamericanos no habría problema en llevar los libros a otro país y traerlos todos impresos esto hoy se hace un poco más dificultoso; las trabas económicas de la Argentina están presentes también en el Fondo de acá, y es evidente que están presentes en todas las editoras argentinas en la medida en que el libro bajó más de un 30% en sus ventas, quizá bastante más: a pesar de todo, es un milagro que se sigan editando grandes libros. Entonces la filial está en medio de un mar agitado y en medio de la mudanza del edificio de administración a la librería, esa es una medida que se toma debido al momento económico que Argentina está atravesando, pero también puede producir un efecto de reanimación en la administración y en la librería, que es una gran librería, diseñada por Clorindo Testa.
No sé si a muchos les ocurra que pasen de un edificio diseñado por Clorindo Testa, como la Biblioteca Nacional, a otro diseñado por el mismo arquitecto. ¿Sientes algo especial con eso?
Llegué a tener una amistad con Clorindo, él estaba enamorado de su edificio de la biblioteca y sabía de las críticas que había, también hay críticas sobre esta librería, que la hacen otros arquitectos, en general hay un polvillo fino que rodea la obra de Clorindo, que no todos se animan a decirlo, porque él es un personaje estimable y todo el mundo le reconoce su veta arquitectónica-artística. Pero ese polvillo indiscernible se resume en que no son funcionales.
¿En qué momento está el sello FCE?
Las ediciones están detenidas, pero van a volver en el corto plazo y no sólo con libros nuevos sino también rediciones, porque por ejemplo, La razón populista, de Ernesto Laclau, es un libro del cual se sigue hablando y discutiendo, que es lo que hizo Laclau premeditadamente, un libro provocativo; sacar la palabra “populista” del ámbito peyorativo y ponerla como una palabra en el mismo orden de concepto de deconstrucción o del ser ahí.
Y ahora han salido varios libros con títulos vinculados al populismo, Contra la tentación populista, de Zizek, y en el ámbito local ¿Por qué funciona el populismo?, de María Esperanza Casullo.
Claro, porque como digo, el de Laclau es un libro agotado, entonces hay una sensación de discordancia entre lo que cualquier editor haría, que es reditar enseguida. A mi juicio habría que reditar todos los grandes clásicos rápidamente, me refiero a los libros que se editaron durante setenta años y que no han perdido actualidad. La rama dorada, por ejemplo, lo editó el Fondo en los 40, y cuando Coppola hace Apocalypse Now se inspira en La rama dorada, a su vez La tierra baldía, de Eliot, entiendo que también es una inspiración de La rama dorada. O sea que es un libro atemporal. ¿De dónde creés que salen esas alegorías inspiradas de Daniel Santoro, el pintor…? Salen de la lectura de La rama dorada. Es muy encantador ese libro. Pero este es un ejemplo, creo que el FCE es una editora que debe recuperarse del momento de mayor dificultad que está atravesando, que en gran medida se debe a la crisis económica argentina y al hecho de que el fondo tiene muchas librerías en México y sucursales en casi toda América Latina y en Madrid, de modo que eso debe ser un desafío administrativo para un Estado.
La reestructuración que está viviendo el Fondo parece que es total, porque también se nombró nuevo director en Chile. La apuesta de Paco Taibo es alta, ¿concuerdas con eso?
Bueno, Paco dice "una editorial guevarista", es difícil suponer lo que sería una editorial guevarista, pero si uno lo piensa, sería una editorial que participara de los procesos de alfabetización; si pensamos al Guevara en Cuba como ministro de Industria, pondría al libro como una industria posible y al mismo tiempo sus textos y sus contenidos serían para favorecer el nivel de la lectura popular. Esto lo digo porque estoy leyendo el libro que me trajo Paco, acá nunca lo había visto, es una biografía sobre Guevara y me pareció muy buena, la verdad es que ha logrado encontrar varias voces simultáneas: el propio Guevara, sus escritos, sus compañeros, testimonios de diverso origen que la hacen una investigación muy exhaustiva, un acervo fotográfico que yo no lo conocía. Es en definitiva una indagación profunda y una elaboración de una vida política con contornos trágicos, y al mismo tiempo de firmeza de carácter. Ahí me enteré que Guevara fue corredor de libros del FCE, por eso el ser una editorial guevarista podría querer decirles algo a los corredores de libros del Fondo. Sin embargo, Guevara no duró mucho tiempo porque se terminó peleando con Orfila Reynal. ¿Y por qué razón se pelearía? Bueno, porque quizá lo consideró un burgués fuera de lugar en el horizonte de la revolución. El Fondo también tiene un corredor de libros llamado Ernesto Guevara, entonces esa historia editorial es importante como la historia de un libro y tiene que convivir adecuadamente con las editoras jóvenes, hechas por dos o tres personas, que hoy quizá son las que están editando las cosas más interesantes en Argentina y con una actividad cultural que sea también en relación con las demás librerías que hacen actividades culturales, las más pequeñas que están en la calle Corrientes. Esa es la ambición que tengo yo pensando en los futuros pasos, y una actividad cultural que no sea meramente un adorno, una presentación del libro, sino un campo de debate y de cruce de ideas.
Dirigiste la colección Puñaladas en Editorial Colihue, donde se publicaron entre otros los ensayos de Néstor Perlongher (Prosa plebeya, bajo el cuidado de Osvaldo Baigorria y Christian Ferrer)...
Bueno, lo de Colihue se interrumpió un poco y ahora sólo se publican mis libros en esa colección, soy el único director que publica sólo sus libros (ríe). Sí, pero ahora han surgido otras editoriales que publican ese tipo de libros.
¿Qué tanto ha cambiado la industria editorial de la época de Puñaladas y la de ahora, pasando por la experiencia editorial de la Biblioteca, que durante tu mandato también publicó libros?
Bueno, en la Biblioteca Nacional había cierta continuidad en la medida en que se privilegiaba cierto estilo ensayístico que pertenece a lo que llamaríamos una suerte de continuidad en la Argentina a partir del modo en que todo el mundo se refiere al Facundo, libro propio de la folletería ensayística; pero en la Biblioteca optamos por editar todo lo que no estaba a disposición del público del memorial argentino, así que lo que se editó fueron muchos libros del siglo XIX: un libro de Eduarda Mansilla por ejemplo, que no estaba en el mercado, y de algún modo se convirtió no en el FCE, porque Argentina nunca tuvo una editora estatal.
¿Había presiones en la Biblioteca para publicar tal o cual cosa?
En la Biblioteca no estábamos sujetos a presiones de ningún tipo, porque de entrada lo que se eligió publicar fueron vacíos en la literatura argentina, de libros que en algún momento habían tenido gran acogida: un libro de Eduardo Wilde de cuyo título no me acuerdo, El idioma nacional de los argentinos, de Luciano Abeille, antecedente de El idioma de los argentinos, de Borges, él no dice nacional. Y después publicamos a Martínez Estrada durante un gobierno vinculado al peronismo, y en eso también había un intento por aflojar las líneas de alambre electrificado que había, por muchas razones, no sólo por el nivel de escritura, sino porque uno de los temas absorbentes de Martínez Estrada era escribir sobre el peronismo, y escribe absolutamente en contra del peronismo, pero esa pasión contradictoria hacia el peronismo lo hace escribir las páginas más importantes sobre análisis de la trama interna del peronismo. Entonces todo eso que permite una lectura profunda, que estés leyendo en varios planos, o el armazón interno de la escritura puede ser lo contrario a lo que está en la superficie.
¿Fue una buena experiencia entonces la de la Biblioteca?
Publicamos casi ochenta libros, que no son muchos, porque también esa fue una gran polémica durante los años que estuve, y es que no era una editora, no era una sala de exposiciones. Hoy la administración actual de la Biblioteca Nacional que es parca en todo eso y lo anuló, dejándola como una biblioteca pelada, sólo con tecnología bibliotecológica: hay exposiciones y todo lo demás, pero no como algo que forma parte del balance general de lo que ocurre cotidianamente ahí. Entonces hoy se nota que eso era necesario. Se nota que una biblioteca nacional tiene que intervenir activamente en la discusión cultural argentina.
Parece ser que el director de la Biblioteca en Argentina, a diferencia de otros países, encarna la época política y cultural que vive el país. Sucedió con Paul Groussac, con Martínez Zuviría, con Borges, contigo y también con los que han seguido.
Me parece que los ciclos políticos en Argentina coinciden y tienen un sistema de correspondencia: en el caso de Groussac era el gran orden conservador y a la vez que era un zar de la cultura y un hombre de la política, del partido de Carlos Pellegrini, que era un conservador ilustrado, pero además nunca perdió la nacionalidad francesa e hizo tres grandes libros de historia, uno de ellos sobre Virrey Liniers. Pero el conservadurismo de Groussac era un conservadurismo enojado, porque él caminaba con mucha fuerza sobre los jóvenes escritores que vivían con pretensiones tomadas de empréstito de otras experiencias; cumplió un papel complejísimo en la política argentina.
Y laico.
Absolutamente laico, pero recogía vetas esotéricas, de hecho tenía cierto interés por la hipnosis, o sea no era un personaje de una sola veta. Y Borges lo estimaba mucho, a tal punto que uno de los grandes artículos de Borges de los años 30 es una necrológica a Groussac, que no parece una necrológica, se llama "El arte de injuriar", lo tomaba como una escuela de la estética literaria: cómo injuriar sin que el injuriado lo note, estaba tan bien elaborada la línea ofensiva, tenía tanto recurso retórico que el injuriado no sabía qué estaba pasando. Entonces Borges pone varios ejemplos de procedimientos de Groussac para la injuria. Él además era un fuerte enemigo de Víctor Hugo, tiene unas páginas tremendas de su visita a Víctor Hugo, ya envejecido y decrépito, no le perdona nada. Y Martínez Zuviría es un personaje complejo también, vinculado a la ultraderecha católica y de algún modo al nazismo.
O antisemita al menos.
No, era un antisemita muy extremo. Era un combatiente del antisemitismo en nombre de la Iglesia. Ahí siempre hubo un problema con el nombre de una de las salas, se llamaba Martínez Zuviría, y yo tomé la decisión de cambiarlo y ponerle Martínez Estrada.
Un pequeño cambio en los Martínez, pero muy efectivo…
Sí, y que molestó al arzobispado de La Plata, en fin, un poco inspirado en la época del kirchnerismo y el cambio de símbolos; pero si no se hacía ahí, no se hacía nunca más. De todas maneras no es fácil sacar un cuadro, sea de quien sea, a no ser que haya de por medio un atentado contra el género humano. En Martínez Zuviría está su elemento antisemita y no sólo de las organizaciones argentinas, sino mundiales, vinculadas a la crítica al antisemitismo que me han visitado para pedir bajar su nombre, y eso se hizo porque había un clima propicio. Antes se había intentado con el director anterior, pero se había opuesto el arzobispado de La Plata. Como no pudo cambiarle el nombre le puso a otra sala el de su peor enemigo, César Tiempo, que era un gran gaucho judío, digamos, y que su nombre era Israel Zeitlin.
Que era del Grupo Boedo.
Claro, que era un gran poeta, un gran crítico y después el director del suplemento literario de La Prensa, expropiado por el peronismo; él escribió un folleto contra Martínez Zuviría. Entonces se compensó, algo típico de la política argentina, poniéndole su nombre a otra sala.
Finalmente, y a riesgo de ser reiterativo, ¿qué sientes por tu designación en el FCE de Argentina?
Felicidad por un lado y temor por el otro, son dos sentimientos que suelen conjugarse, porque el fondo es también una empresa, porque es la filial de una gran editora mexicana, porque tiene una historia de la lectura latinoamericana de la que el fondo participa en primera línea, y verlo en este momento en condiciones de recuperarse exige no sólo una conducción de carácter cultural, sino alguien que esté vinculado a los problemas económicos que están a la vista, y en ese caso quiero destacar a los empleados del fondo. En ese sentido mi presencia no digo que sea simbólica pero es la de alguien que se informa de los problemas a través de los compañeros de trabajo que conocen muy bien su oficio. Esa es una situación interesante porque viene alguien de afuera que lo nombran director y qué hacen los que están hace veinte años, se preguntan quién será éste…
Se ponen inquietos.
Necesariamente. También la inquietud del que viene es que no se pongan inquietos. Yo creo que hemos logrado una muy buena relación y creo que hay una tarea común que todos concebimos que sólo se realiza si la tomamos con el mismo empeño y la misma pasión.