Por Eugenia Pérez Tomas.

"Vi un montón de cosas que no sé explicar, las vi por los ruidos que tengo en la cabeza" pareciera ser que dice la protagonista de "Coches familiares". El vínculo amoroso entre las alucinaciones sensoriales y las expresiones del cuerpo es una constante. No aparece en la narración nadie que pueda explicar por qué pasan o dejan de pasar las cosas. ¿Es eso el terror contemporáneo? ¿O es acaso el terror de todos los tiempos?

Nunca fui a la selva. Con los años me voy convirtiendo en una persona que pone el cuerpo en la escena de la lectura más que en otra expedición. Sí vi alguna que otra vez un documental de Nat Geo y quedé atónita con esa voz en off que narra mundos no urbanos misteriosos. Digo selva y pienso en eso que dice Herzog en su diario sobre el rodaje de Fitzcarraldo; no me acuerdo bien qué es lo que dijo Herzog pero me viene como un pensamiento sincrónico, tal vez sea la similitud que el director de cine encuentra entre el actor Kinski y el espacio de la selva, eso de que el peligro está en lo que aparenta estar adormecido.

El peligro que está en lo que aparenta estar adormecido golpea en las orillas de la literatura de Camila. Pienso ahora en la superficie de un libro, calma, el lomo horizontal hace un pequeño gesto hacia el vértigo, pero sutil, como para tentar a la lectura, a la vez que mantiene la gravedad con el planeta. La escritura de Camila crece voraz.

Cuando en la escritura hay confianza hay espíritu. En las posibles veredas del virtuosismo, Camila se para cómoda en las dos veras. Nosotras, las lectoras, leemos y no creemos. Ella lo hizo de nuevo. ¿No tengo nada para decir, entonces? ¿Me callo (que es no escribir más)? Lo hizo de nuevo tambié es: abrió un hueco con forma de túnel e invita a ir. Contagia la confianza como un virus del bien y nos dice: hundirse en la propia lengua es una tierra posible, una pileta con agua.

Eso de las comparaciones era algo de un mundo rancio, los cuentos de Camila no se comparan. Es como el nacimiento, cotejar parece anquilosado, una flor se está abriendo. Estamos a salvo dan ganas de leer de corrido hasta el amanecer, de escribir y perder la piel seca. Después de todo soy un poco exagerada, es cierto, le pido eso a un libro.

Estamos a salvo lo da todo.

El teatro pone en juego que les personajes, para imaginar, primero dicen "sí". Para continuar adentro de la escena, dicen su "sí" otra vez. Estos cuentos fascinantes se sostienen en el aura de un coro de sí sí sí a cada fraseo. Y encima no quedan abiertos. El hacha cae, pero todavía no llego al final. Camila es la cuentista maravillosa que se mueve como un pececito en el agua, un pez grande más bien, pero con la liviandad de uno que parece chiquito. Tal vez se mueva como un delfín, esos que son los más inteligentes de la fauna marina o no, su figura se mueva con el encantamiento de las medusas. No es tanto como qué animal lo que a mí me importa, sino el dibujo que deja su andar; las señales y los atajos que al detectarlos prenden las luminarias de la noche. Como en ese poema de Chantall Maillard que dice “escribir como quien deja la luz encendida y duerme de pie sobre sí mismo, para saldar las cuentas con el miedo”. 

Me acuerdo de una fiesta en la que Camila llegó un poco más tarde que el resto. Era una época donde las personas celebraban con música y humo, y nos encerrábamos aguantando la asfixia en pos de sentir un poco de amor en los cuerpos. Ella cruzó la espesura de la pista, avanzaba en dirección indistinguible, era su fuerza la que armaba un rumbo, su convicción montaba una geografía inédita y la oscuridad del allá borroso era posible, febril, porque nos sugería con su andar por dónde. Sin titubeo se puso al mando de la música. Hacia donde va queremos ir también. A empaparnos de su fe. De alguna manera nos está diciendo: lo que falta es una elipsis, lo peor quizás ya pasó, hay un reparo, se llama movimiento.

Fue Charly García quien dijo: “Escribir una canción es fácil imposible”. Los cuentos que hoy celebramos tienen algo de canción. Tiene sentido. Todo desemboca en una fútil verdad: el oído. Fabbri usa los oídos como brújula. 

En una obra de teatro, Estamos a salvo sería el personaje de la domadora de miedos. Carga y anuncia que estamos por sufrir el último accidente. Logra que deseemos el fin con entusiasmo. Cerrar no duele, es irse a la cima despejada a contemplar la ciudad desde la altura y por fin desintegrarse. Sigue otro cuento. Son diecisiete. Cami mira de frente, abre la puerta para que pasemos, agasaja y después se aleja, cabalgando con un flow rico, envidiable. Los finales brillan. Camila narra fábulas donde animales y humanes estamos pendiendo del mismo hilo del pensamiento finito. 

El peligro adormecido que nombré en un principio refiere a que les personajes no se montan en la escena del pánico. Flotan en el misterio interno. Son cuentos que implosionan. Como en "Meteoro", cuando el taxista hace el desvío forzado y la violencia se posterga en una sucesión elongada. El marco que arma el cuadro se tuerce, se desplaza sigiloso. El movimiento de la narración va haciendo eso, provocando el alud o desmoronamiento de la mirada. Lo peor pasa en la cabeza de les personajes y en la nuestra. Sabemos, además, que la cabeza es cuerpo. 

El último verano nos pasamos un libro de Amy Hempel editado en el 89, que encontré como tesoro en algún rincón de Mercado Libre. Su fascinación con el libro prestado me hizo atender a que la escritura de Camila comparte con la autora norteamericana esa forma precisa, donde no sobra nada, que ataca directo a la central nerviosa y la carga de vitalidad. Pasamos el calor comunicadas a la distancia cultivando una nueva obsesión, fabulando hacer algo con eso en un futuro. Me lleva a resonar en lecturas inaugurales que cuentan con los nombres de Elsa Bornemann, Graciela Montes, María Elena Walsh. Terror, locura y amor.  Cuentos de terror para la infancia que todavía habita en les adultes.

Estamos a salvo, segundo libro de cuentos, es magnético. Al igual que el primero, Los accidentes, nos habla de cerca a la vez que marca una distancia. Se redobla la apuesta y los nuevos cuentos nos hablan ahora de las cosas que, mientras nos suceden, se están escapando de nuestro alcance. Y narra escenas en las cuales no desesperar es una posibilidad. Convivir aplazando el escándalo. Buscar hacer pie. Que el pánico no se lleve puestas nuestras razones para vivir.