Las Meditaciones de Marco Aurelio
Clásicos
Miércoles 02 de junio de 2021
Con edición de Javier Recas Bayón y publicadas por Biblioteca Nueva, compartimos algunas líneas de esta versión de un clásico que resiste el paso de los siglos: soliloquios y pensamientos morales desde la Roma del siglo segundo después de Cristo.
Edición de Javier Recas Bayón.
El emperador de la nación más poderosa del mundo tenía como libro de cabecera el Enquiridión, las reflexiones filosóficas de un esclavo liberto llamado Epicteto, al que admiraba; y redactó sus Meditaciones, una obra de exquisita introspección y espiritualidad, en el fragor de las campañas contra los marcomanos en el frente norte del Imperio. No fue Marco Aurelio, desde luego, un emperador ni un hombre corriente.
Marco Annio Vero Catilio Severo nació el 26 de abril de 121 d.C. en una de esas villas de la colina del Celio donde solía asentarse la aristocracia romana por su cercanía al palacio de los Césares.
Compartimos algunas meditaciones, de su libro segundo:
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Por la mañana no dejes de decirte a ti mismo: Tropezaré hoy con algún curioso, con algún ingrato, con algún provocativo, con otro doloso, con otro envidioso, con otro intratable; todo esto le viene a ellos de la ignorancia del bien y del mal. Pero yo, que por una parte tengo bien visto y meditado que la naturaleza del bien, totalmente consiste en lo «honesto»; la del mal, en lo vergonzoso, y que por otra conozco a fondo ser tal la condición del que peca, que no deja de ser mi pariente, no por un vínculo común de una misma sangre o prosapia, sino porque participamos de una misma mente y partícula o porción divina; bien sé que ninguno de éstos puede perjudicarme (puesto que ningún otro, no queriendo yo, puede complicarme en su infamia); ni debo enojarme contra quien es mi pariente, ni concebir odio contra su persona. Porque los hombres hemos nacido para ayudarnos mutuamente como lo hacen los pies, las manos, los párpados, los dos órdenes de dientes, el superior e inferior; por tanto, es cosa contra la naturaleza que unos a otros nos ofendamos, como sin duda lo hace el que se estomaga con otros y les es contrario.
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Todo mi ser consiste en una porción de carne, con un soplo y un principio director.
Déjate ya, pues, de libros; no te distraigas por más tiempo. ¿No tienes en tu mano hacer cuanto te digo? Tú, como quien en breve ha de morir, desprecia tu cuerpo, que es tan solo sangre, unos huesecillos y un tejidillo de nervios, de pequeñas venas y de arterias. Mira qué cosa viene a ser tu espíritu: viento es, ni siempre un mismo viento; antes bien, de un instante a otro renovado; entrando y saliendo. Quédate, pues, en tercer lugar la mente, parte principal. Hazte así la cuenta: viejo eres, no permitas más que se esclavice, ni que sea agita- da a manera de títere con el ímpetu de las pasiones contrarias a la sociedad; no te desazonen las presentes disposiciones del hado ni las futuras te asusten.
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Las obras de los dioses están llenas de providencia. Las de la fortuna, o tienen su origen en la misma naturaleza o no suceden sin concierto y conexión con aquellos efectos a los cuales rige y preside la Providencia, de la cual todo dimana. Además de que así la necesidad, como la utilidad del universo, del cual tú eres una parte, pide de suyo que las cosas tengan este curso que vemos. Y podemos decir que es bien de cada una de las partes de la naturaleza aquello mismo que la condición del universo lleva consigo, y aquello también que de suyo se ordena a la conservación del mismo.
Igualmente la mutación de los elementos y de los compuestos conservan en su ser al mundo. Esto te baste; éstos sean para ti tus dogmas perpetuos; echa, pues, de ti esa sed de leer para que no mueras con repugnancia, antes bien, con resignación verdadera y agradecido de corazón a los dioses.
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Acuérdate cuánto tiempo hace ya que dilatas la ejecución de estas máximas y cuántas veces, habiéndote los dioses concedido aquel plazo que te habías prefijado, con todo, no te has aprovechado de él. Es menester, pues, que ahora, por fin, conozcas de cuál mundo eres una parte y de cuál gobernador del mundo has salido como un destello; que tienes predefinido el término de tu vida en un tiempo acotado del cual si no te aprovechares, serenando tus apetitos y pasiones, él se te pasará y tú pasarás con él y otra vez no volverá.
