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Flaubert más allá de Flaubert

Por Leonardo Sabbatella

Barthes, Borges y Saer, reunidos en esta nota por Leonardo Sabbatella para pensar al autor de Madame Bovary. "Antes que preguntar por el lugar que ocupa Flaubert en la literatura habría que preguntarse si acaso sus libros no han trastocado en cierta forma el estatuto de la literatura como se la conocía hasta entonces".

Por Leonardo Sabbatella.

 

¿Se puede hablar de Flaubert sin hablar de Madame Bovary, sin caer en las referencias clásicas, en las lecturas de manual? Quizás la mejor forma de abordar a Flaubert sea dejando a un lado Madame Bovary y concentrarse en dos obras a menudo menos referidas pero aún más potentes, cuyos efectos todavía siguen en expansión: Tres cuentos y Bouvard y Pecuchet: libros antagónicos que parecen tensar los dos polos de la escritura de Flaubert. En el primer caso, el retrato de la burguesía, el trabajo con la tristeza y la crueldad, el regreso a las leyendas como forma de leer la época; maquetas de las preocupaciones más frecuentes de Flaubert. En el otro, la ausencia de peripecias, la repetición inconducente, la puesta en crisis del sentido, el puro estilo puesto en abismo y la pregunta por las formas de hacer literatura.

No es casual que Roland Barthes para analizar el efecto de realidad haya recurrido a Flaubert y uno de sus Tres cuentos. Para Barthes los detalles (las anotaciones que suelen llamarse “superfluas”) constituyen indicios de carácter o de atmósfera. Anudan el sentido. Barthes detecta en Flaubert un modo de ver, una construcción a partir de la descripción de la escena que no es, valga la paradoja, meramente descriptiva. En la enumeración y caracterización de objetos (“Alineadas contra la pared, pintadas de blanco, ocho sillas de caoba. Un piano viejo soportaba, bajo un barómetro, una pirámide de cajas y carpetas. A uno y otro lado de la chimenea, de mármol amarillo y de estilo Luis XV, dos butacas tapizadas”) Flaubert termina narrando el modo de habitar un lugar. La sala donde se encuentra madame Aubain nos dice más sobre ella y su forma de vida que los momentos en los que, por ejemplo, se refiere su historia familiar.

Flaubert no acumula detalles, sino que los utiliza en momentos puntuales para lograr un efecto doble, dotar de sentido a la anécdota y generar un efecto de realismo. La descripción flaubertiana nunca deja de estar orientada a los fines de la estructura narrativa. En el principio de Un corazón simple está reservada a caracterizar el espacio en el que se mueve la nueva empleadora de Felicité. Y, al mismo tiempo, tampoco deja de estar ligada de forma indivisible al efecto de realidad, de referencialidad. Pareciera que Flaubert cuando describe proyecta un espacio, como si fuera una anticipación del objetivismo y de las anotaciones más obsesivas de los guiones cinematográficos.

 

 

"Lo que me parece bello, lo que quisiera escribir, es un libro sobre nada. Un libro sin atadura exterior, que se sostenga solo por la fuerza interna del estilo… o que al menos el tema sea casi invisible, si algo así existe. Las obras más bellas son las que tienen menos materia", escribe en una carta Flaubert a Louise Colet. No solo parece precursor de Kafka y Beckett sino que el propio Flaubert ensayó una versión posible en Bouvard y Pecuchet. ¿Cuál es el tema de esa novela? ¿La repetición, el fracaso, el sin sentido, la rutina, la enciclopedia, el conocimiento, el hastío? Todas las respuestas parecen correctas y ninguna termina de serlo.

Borges, en Vindicación de Bouvard y Pécuchet, hace un repaso por los argumentos que denostan y elogian este trabajo de Flaubert sobre el que parecía no haber posturas intermedias ni lectores indiferentes. Borges, como el nombre del texto señala, pone en valor el libro. Una novela donde nada ocurre que parece ocurrir fuera del tiempo (no hay viajes ni muertes, no hay conflictos que motoricen la narración), quizás como un efecto de la repetición, del trabajo que esta pareja de Faustos termina retomando en los pupitres de copista. Borges llega a arriesgar que “la historia universal es la historia de Bouvard y de Pécuchet, todo lo que la integra es ridículo y deleznable”.

Bouvard y Pécuchet es una novela del siglo XX en el siglo XIX. No hace falta esperar a las vanguardias de la década de 1920 para empezar a hablar de una literatura moderna o de novelas de lenguaje. Flaubert ya inaugura esa tradición con Bouvard y Pécuchet como novela de autor, como novela de estilo, como novela insustancial.

Juan José Saer en “Borges novelista” arma un arco histórico de la novela donde marca el inicio con Don Quijote en siglo XXVII y que termina, precisamente, con Bouvard y Pécuchet hacia fines del siglo XIX. Punto de contacto, si se quiere, con otra idea que propone Borges en el texto publicado en Discusión cuando anota que “las negligencias o desdenes o libertades del último Flaubert han desconcertado a los críticos; yo creo ver en ellas un símbolo. El hombre que con Madame Bovary forjó la novela realista fue también el primero en romperla”. Es decir que se trata del punto de pasaje a otras formas de la narración y la producción de sentido en la escritura.

Antes que preguntar por el lugar que ocupa Flaubert en la literatura habría que preguntarse si acaso sus libros no han trastocado en cierta forma el estatuto de la literatura como se la conocía hasta entonces.

 

 

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