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"Tenés que escribir solo, tener fe y confiar"

Leo Oyola

Después de diez años, al fin se pudo editar Chamamé en Argentina, la novela que el autor de Kryptonita escribió de noche, en un cyber, robándole horas al sueño, y lo catapultó hacia la galaxia de los lectores. A un mes de salir, ya agotó la primera edición. "Yo acompaño al libro a donde me lleve", dice ahora, mientras termina su próximo título, Ultratumba.

Por Valeria Tentoni.

Hace un mes que Random House publicó Chamamé en Argentina y ya agotó la primera edición. Sin embargo la novela, protagonizada por dos piratas del asfalto, no es nueva: hace diez años había salido originalmente en España, convirtiendo a Leonardo Oyola en ganador del Premio Dashiell Hammett al mejor policial durante la Semana Negra de Gijón.

Muchas cosas pasaron durante esos diez años en la carrera de este escritor nacido en el Oeste del Gran Buenos Aires que se formó en el taller de Alberto Laiseca y publicó libros como Siete & el Tigre Harapiento o Gólgota. Entre ellas, se animó al infantil con Sopapo y su novela Kryptonita fue llevada al cine por Nicanor Loreti y a la pantalla chica en una serie por Space. Este año, además, nos dejó otro libro: Nunca corrí, siempre cobré, de relatos autobiográficos que entregó a Evaristo editorial, nuevo sello que armaron unos alumnos suyos.

Hace semanas que se bajó de Facebook para poder terminar Ultratumba, una novela que lo tiene tomado por completo y tuvo que pausar para encarar la película. Lo que necesita cualquier escritor es tiempo, mucho tiempo, y el pac man de likes no le estaba dejando ni los huesos. Afuera llueve, y mucho, pero Oyola no se quejará del clima ni siquiera para iniciar la conversación. Estrenando ánimo analógico, cruzará la puerta del Café Tolón en la esquina de Santa Fe y Coronel Díaz, justo frente al departamento de Charly García. El "Tigre", como lo llaman, por estos días también se dedica a la música: además de escritor de policiales es "DJ de asalto", y musicaliza con su melancolía ochentosa, entre otras cosas, presentaciones de libros.

 

 

Cuando salió en España, Chamamé te abrió muchas puertas, ¿no?

Sí, porque ganó el Hammet, y además la realidad es que la primera charla que di como escritor no la di acá, la di en Ibiza. Muy loco. Había un festival, la Trobada Internacional de Literatura, y los editores se habían movido y al comité le gustó Chamamé y me llevaron para hablar del argot carcelario y de policiales. Y para leer, porque habían visto fotos en blogs y fotolog de esa época, me habían visto leyendo. Era la primera vez que tomaba un avión, y cómo será del cagazo que tenía y la negación que no me avivé que cambiaba la estación. Cuando llegué a Barajas me morí de frío mal. Aguanté esas casi tres horas hata la conexión con Ibiza, y cuando fuimos para Madrid un amigo, Carlos Salem, me prestó bastante pilcha. Yo venía del verano. Fue una locura eso, los únicos dos argentinos que estábamos ahí éramos Juan Gelman y yo. Chamamé me dio muchas oportunidades.

¿Cómo te sentiste en ese rol de escritor por primera vez?

Tuve mucha suerte, me sentía muy contenido por mi pareja y por el resto de los discípulos de [Alberto] Laiseca. De hecho, Ale [Alejandra Zina] me corrigió Chamamé. Ella iba a otro grupo que el mío, con Selva Almada, Sebastián Pandolfelli, Gabi Cabezón Cámara, y un par que también eran requete buenos pero no se animaban o no quisieron mostrar lo suyo. Los chicos me re alentaban, hablábamos mucho, entonces eso me daba alas como para decir "soy escritor". Cuando me tuve que hacer el pasaporte me acuerdo que me preguntaban profesión, y yo hacía dos años que me estaba dedicando solo a escribir. Puse: "Escritor". Y una de las señoras de la oficina me preguntó, o me dijo algo como: "Ah, sos escritor, qué bien". Pero la otra, que sellaba, puso una cara como diciendo: "Bueno, otro vago..."

¿Y antes qué hacías?

Laburé mucho tiempo en una escuela, hacía de todo. Iba muy detrás del mango. No era para nada feliz.

¿Cómo empezaste vos a leer?

La verdad es que era un poco vago y me llevé literatura a marzo y tenía que preparar unos cuentos de Crónicas marcianas, de Ray Bradbury. Fue justo el verano del 88 al 89, que hubo una crisis de energía tremenda. Había cortes programados de luz y eran rotativos. Yo no podía escuchar música ni mirar televisión, un bajón. Se empezaron a organizar campeonatos de fútbol para pasar el rato, pero me dejaron afuera: yo era malísimo. Hasta ese momento yo tenía el chip en la cabeza de que iba a ser el nuevo Caniggia. Llegué re enojado a la pieza y estaba el libro ahí, esperándome. Lo agarré y me re enganché. Me gustó un montón. Y ahí fui en bicicleta a la casa de un compañerito mio que leía, yo lo había visto que leía. Le pedí libros prestados y le dije que si se enteraba alguien, lo fajaba. Y empecé a leer un montón. El compraba toda la colección Minotauro y me prestaba todo eso. Un día me dijo de venir a Capital. Fue la primera vez que me colé en el tren y vinimos al Parque Rivadavia. Y ahi la re flashee con los policiales.

¿Y cuándo supiste que querías escribir? ¿Empezaste de chiquito?

No, no, empecé a escribir ficción con Laiseca, en el 2003. Antes de eso leía mucho, aunque empecé a leer tarde, de adolescente. Me gustaba muchísimo leer y yo escribía sobre cine. Tenía un amigo que me había dicho que mis críticas eran muy literarias, que por qué no me animaba a hacer taller. En realidad él quería hacer un taller y no se animaba a ir solo, entonces me entró a quemar el coco para que fuéramos juntos. Una vez lo vimos a Laiseca contando cuentos en una librería en Palermo, y ahí le fuimos a preguntar. Lai nos dio el teléfono de la casa y fuimos a la casa. Y estoy re contento, porque caí donde tenía que caer. Por ahí, una mala experiencia en un taller te aleja de esto.

¿Y qué recordás de ese primer día en lo de Laiseca?

Yo había leído de él Beber en rojo, que me la prestaron. Después leí La hija de Kheops y La mujer en la muralla y ahí ya quedé hechizado. Cuando llegamos al taller él estaba terminando Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati y nos leía cositas de ahí. Y me fascinó eso, escucharlo, que escribiera a mano, su letra. Darme cuenta de que se dedicaba solo a eso. Me encantaba. Yo iba los jueves a la noche con él. Me acuerdo que un año y medio después de arrancar me llamó un lunes al mediodía al trabajo. Yo pensé que le pasaba algo, que necesitaba algo. Y no, era para decirme que había estado pensando en que un caballo que había en una historia mía, que iba desde La Boca hasta Matadero, no aguantaría al ritmo que yo lo había escrito, con una persecución. "Se va a morir. Tiene que hacer una escala. Eso le quería decir. Lo espero el jueves". Y cortó. Para sus novelas era muy importante el verosímil. Yo me quería morir, quería llorar, primero de agradecimiento, él tenía un montón de talleres y había estado rumiando eso... Pero también porque era lunes, y me quedaba medio día de laburo todavía; yo salía re tarde, y en ese momento podía nada más escribir domingos todo el día y los miércoles a la tarde. Eran los dos días que me podía dedicar a eso, y corregía a escondidas en el trabajo los jueves antes de ir. Así que quería irme a escribir y no podía. La verdad es que para escribir necesitás entrar en un estado de escritura, estar conectado. A mí me pasa cada vez más que tengo unos momentos voraces. Después entro a corregir, sigo investigando, pero es ahí cuando lo disfruto. Ni siquiera es que te obligás, te obligás a otra cosa: a ir a comer, a salir y a dar una vuelta porque estuviste encerrado un par de días. Pero yo, en días como estos, dejo prendida la computadora. Me voy a acostar y de repente me doy cuenta de algo y me levanto a escribir.

La novela debe ser algo que te toma, ¿no?

Ni hablar. Pero también es muy cómodo estar en la ficción. Por ejemplo, para mí, estando en la mala, era un bálsamo escribir Chamamé. Y por otra parte, romper todo ahí en la novela y no afuera. Todos tenemos nuestro ego, está re bueno tenerlo controlado acá. El ego es necesario para la escritura, pero después en la vida hay que tenerlo controlado.

¿Cómo te encontró todo lo que pasó con Kryptonita?

A los editores les funcionó bien Hacé que la noche venga, entonces me hicieron un contrato abierto pero querían aunque sea un poco de información sobre en qué estaba laburando. Y en verdad yo no estaba laburando en nada, pero habíamos estado charlando con Juan Sasturain de los elseworlds y les dije: un bebé que estaba destinado a ser Superman pero cae en La Matanza y se cría donde me crié yo. "Buenísimo", me dijeron. Hicimos el contrato. Me pagaron. Hice mierda la plata. Y, claro, no salía. Se me volvía una parodia, y yo no había leído tanto sobre Superman. Después sí me volví muy lector de cómics, pero no antes. Hasta que salió.

¿Qué te pasó cuando viste a los personajes como actores, personas moviéndose?

Fue un flash. Me invitaron al set: se fimaba de noche, el primer turno era hasta la medianoche y después seguías. Cuando llegamos, ya era impactante eso porque lo primero que se filmó fue la llegada de Nafta Súper al hospital. Y que tus personajes te vengan de frente... Esa escena la sigo viendo hoy y me emociona. Yo ya los había visto a los actores en los ensayos, pero verlos caracterizados fue muy loco. Y cuando fuimos todos a cenar, yo había ido con Ale y era re flashero estar comiendo con todos ellos, con todos tus personajes. En un momento le tuve que preguntar: "Ale, decime que no estoy hablando solo". Pensé que se me había ido el carro. Terminamos a las cuatro de la mañana, y esa primera noche yo creo que hasta las once de la mañana no me dormí. Sentía la vida, lo que estaban haciendo ellos. Lo que pasa es que vos tenés que escribir solo, tener fe y confiar. Cuando yo entregué Kryptonita, el informe de lectores en Mondadori no fue bueno. No fue bueno, porque ellos estaban esperando algo con la crudeza de Chamamé. Y me re bancó mi editora. "Se nota que estás corriendo un riesgo", me dijo. Yo sentí que la historia iba para ese lado. Terminó siendo mi libro más popular. No sé si voy a tener otro libro que se así, y si pienso en escribir un libro que esté a la altura cagamos, no voy a escribir más. Sos consciente de entrada de eso, pero hasta que podés sentarte de vuelta con esa libertad que necesita la escritura, cuesta.

Ahora acabás de sacar Nunca corrí, siempre cobré, y está llegando de Uruguay Sultanes del ritmo.

El asunto es así, Sultanes del ritmo se publicó hace cuatro años en Uruguay, pero con todo el tema de las importaciones no estaba disponible en Buenos Aires. Yo ahora tengo un contrato con Mondadori por todo lo nuevo y con las novelas cuando se me van venciendo los derechos para reeditarla, quieren tener mi obra completa ahí. No así con los cuentos. Una de las editoras de Hum me quería publicar allá y ella seleccionó cuentos policiales para meterlos en su colección de Cosecha Roja. Yo sugerí un orden y escribí los agradecimientos. Y con el otro, el año pasado ex alumnos míos del taller pusieron la editorial y necesitaban un libro que les vendiera entonces hicimos también una selección, pero esta vuelta tuve más injerencia en la selección.

Los textos de Siempre corrí, nunca cobré son más autobiográficos, bastante distintos al resto de tus libros.

Sí, porque son textos que salieron en diarios, revistas y antologías. Nunca los pensé como libro de cuentos. Tengo una idea para más adelante con cuentos, pero más loca y todo; me di cuenta de que le debo mucho a Enrique Iglesias, entonces quiero hacer toda una serie de cuentos, que ya tengo escrito y publicado el primero en un Verano/12; sacarle algún verso de alguna canción a Enrique y que eso vaya al título, con diferentes géneros y tonos.

Los cortes de párrafo en tus textos a veces parecen responder más a la lógica de corte de verso poético, ¿no?

Yo leo mucha poesía, pero no te voy a escribir un poema ni a palos. Me parece que por lo que tengo para transmitir o contar necesito más, más caracteres. Hubo un par de intentos míos en lo de Laiseca y fueron muy bochornosos. Pero creo que esos cortes tienen que ver también con la oralidad. Me doy cuenta de que mi propuesta va hacia lo oral. Yo me divierto con eso.

¿De dónde dateaste todo lo que es experiencia carcelaria, tanpresente en tus historias?

Es una actividad que no la hice pública por respeto a la gente privada de su libertad, pero sobre todo también por ser hechos que están cumpliendo condena. Ya con la saga de la Víbora Blanca empecé a ir a unidades penitenciarias. Talleristas y profes daban textos míos y entonces me invitaron a hablar con sus estudiantes, y ahí se empezó a dar, después se empezó a aceitar. Yo, obviamente, por esas actividades no cobro ni pido nada. Sacando las unidades penitenciarias a las que fui al interior del pais, más que me banquen el micro y después algunos me han bancado hotel y otros he estado en las casas de los coordinadores. Pero bueno, yo tengo esa costumbre, yo acompaño al libro a donde me lleve. Así como voy a una escuela primaria, secundaria, voy a la universidad o a una cárcel. Y ahí empezó a nacer Ultratumba, que ocurre en una unidad penitenciaria femenina. Empecé a finales de 2012 a escribirla, pero paré todo cuando salió lo de Kryptonita, empecé a estar muy metido en eso y era una enrgía y un mundo muy diferente al de Ultratumba. Ahora retomé y por ahí la semana que viene ya la termino.

¿Escribís siempre a la noche?

Sí. Lo de escribir a la noche empezó más que nada con Chamamé, porque la mayor parte lo escribí en un locutorio. Iba a la noche porque era otra tarifa. Era otro mundo, también. En esa época, me hacían precio y me cobraban 50 centavos la hora. Me había separado y no tenía lugar donde escribir. Y Chamamé la terminé de escribir en lo de Selva Almada; se fueron de vacaciones y me dejaron la casa para que pudiera terminar la novela ahí. Escribí en varias casas.

¿El cuento es un género menos cómodo para vos que la novela?

Sí, es re difícil. Jamás entregué un cuento sin sufrir y entregué siempre el cuento por el deadline, porque si no seguía ahí. Un cuento me puede llevar entre seis y nueve meses, pero una novela cuando yo me siento... Santería la escribí en cuarenta días, por ejemplo. Aunque en realidad ese es el momento que te sentaste, pero en realidad antes ya estás escribiendo, macerando.

¿Te armás cuadros o cómo te organizás para que no se te despelote la cosa en la novela?

Para mí es muy importante el índice, te ayuda para no dispersarte. Yo sé que hay un par de novelas mías que podrían haber tolerado un par de capítulos más y otras que tienen dos flashbacks que los sacás y funcionan igual. Pero a mí me sirvió siempre para ordenarme, visualizar el índice. Y recién me animé con Chamamé a agarrar canciones, el índice termina formando la letra de una canción. En Chamamé, por ejemplo, es Llamarada de gloria, de Jon Bon Jovi. Ahora con Ultratumba estoy con una canción de Queen. Lo que pasa es que las canciones, sobre todo las canciones pop, tienen una estructura similar a la de la novela clásica en tres actos. Yo creo que la canción pop es como la forma más perfecta y más acabada de una historia, porque te podés acordar de quién es el autor o intérprete, pero después la puede cantar cualquiera y la historia sigue.

¿Necesitás silencio para escribir o te ponés música?

Escucho música antes de escribir. Me armo una banda de sonido por novela y la escucho todo el tiempo. Por cábala, treinta canciones. Las voy escuchando durante esos meses. Ahora venía escuchando Sorry de Justin Bieber.

¿Por qué creés que funciona la historia de Chamamé?

A mí lo que siempre me llamó la atención del género policial, y lo exploté ahí, es la pregunta de por qué tenés empatía con esos tipos, con los protagonistas de estas historias. Si hacés los titulares, son piratas del asfalto, asesinos, traicioneros, hiper machistas. Pero tenés empatía con ellos porque rompen reglas. Rompen normas, que es lo que uno todo el tiempo quisiera hacer. ¿O por qué todos se enganchan en las comedias románticas con los triángulos amorosos? Y me parece que en el policial, con este tipo de personajes, el lector en el fondo quiere que les salga bien la cosa porque vos nunca te animarías a hacerlo.

¿Por qué tardó tanto en salir en Argentina Chamamé?

A los editores españoles les voy a estar siempre agradecido, pero en su momento firmé un contrato muy duro. A mí lo que me interesaba era sacar el libro y ni hablar el dinero que me pagaban ellos; para nosotros era mucho, para un autor en Europa no, pero a mí me ayudaba en la situación bastante precaria en la que estaba. Prácticamente estaba terminando la novela cuando me llamaron los españoles; ellos querían comprar Siete & el Tigre Harapiento, pero acá la editorial les pidió mucha plata y entonces ellos ahí me preguntaron si yo tenía otra cosa. Les entregué Hacé que la noche venga pero ellos sabían que yo estaba terminando una novela nueva, y un lector que tenían ellos en la editorial, Gonzalo Torrente Malvido, cuando leyó Chamamé les empezó a romper las pelotas de que esa era la novela que tenían que publicar, que ese era como mi "salto". Y bueno, la pegó. Necesitás alguien de afuera que tenga esa visión. Los editores querían ponerle un glosario, llenarla de notas al pie, y él insistió en que no, en que se iba a entender por contexto. Así que fue muy bueno todo eso cuando pasó, y después fue duro porque ellos no me querían ceder los derechos acá en Argentina. Finalmente se venció el contrato, que para mí era la manera, más allá de lo amargo, más sencilla para que no entraran mediadores ni nada del estilo. Me volvieron los derechos a mí, pero ahora ya firmé con Mondadori y no me pertenecen. Igual, con Mondadori no me puedo quejar. La editorial grande tiene una estructura y unas reglas del juego que son bastante claras. Para mí es importante cobrar la plata, que vendan mis libros, poca o mucha, porque yo me dedico solo a escribir. Y ni hablar que es lindo que el libro esté disponible en mi país. Lo que pasa es que todos tenemos una ansiedad que tiene que ver con publicar, y sobre todo con los primeros libros: ni medís las cosas que hacés.

 

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