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"La lectura ya no está de moda"

Una nueva entrega del dossier de la edición en Argentina: presentamos la entrevista al español Claudio López Lamadrid, director del grupo Penguin Random House. "Antes la lectura competía con los videojuegos; ahora compite con el Candy Crush, con el teléfono, con el iPad, el iPod y ochocientas mil cosas que son bastante más sexis que la lectura", dice.

Por Patricio Zunini.

Un brevísimo resumen de la vida laboral del español Claudio López Lamadrid comienza a los 18 años, con un primer trabajo en Tusquets. Diez años estuvo en esa editorial, luego se dedicó un tiempo al trabajo freelance en Galaxia Gutenberg, y de allí a Grijalbo-Mondadori, empresa que más tarde se transformaría en Random House Mondadori y un poco más tarde en Penguin Random House. Hoy es “Director Editorial de Grupo” y como tal participó en la adquisición de los sellos de Santillana, como Alfaguara, Taurus, Aguilar, Suma de letras, Punto de lectura. Penguin Random House es hoy el grupo editorial más grande del mundo.

Cuando en marzo se entregó el Premio Alfaguara, se notaban hasta corporalmente las diferencias entre quienes venían de Random y quienes venían de Alfaguara. ¿Qué tienen que aprender unos de otros?

—Esto no fue una fusión, fue una compra. En ese sentido, Alfaguara se tiene que acostumbrar a los procesos de Random. Eso no quiere decir que no aprovechemos las bests practices de ellos; hay varias cosas que ellos hacían mejor y nosotros las adoptamos. Tenían un sistema de conferencias entre los distintos países para informarse y estar más coordinados: lo hacían mejor que nosotros y nos lo hemos apropiado. Pero en el resto, la mayoría de las cosas de los procesos de SAP, de informática, de hoja de cálculo, se tuvieron que acostumbrar a nosotros. Los primeros meses para ellos fue un poco pesado.

Random tenía un estilo más moderno y Alfaguara...

—Un poco más clásico, sí. Eso seguirá siendo así.

¿Cuáles fueron los aprendizajes de la incorporación?

—El primero es que se aprende sobre la marcha. Es un aprendizaje de prueba y error. Cuando hicimos la compra pasamos de 24 sellos a tener 32. Todo el trabajo de adecuación que veníamos realizando hubo que volver a empezarlo. Con una fusión, el trabajo no para sino que recomienza. Mientras el rol del editor sigue siendo el mismo, la estructura que te rodea va cambiando, va creciendo, y hay que ajustarla a la realidad actual.

Santillana había tomado algunas decisiones desacertadas en los últimos de los tiempos. Cuando suman los sellos al grupo Penguin Random House, ¿cómo fue la política de saneamiento?

—El grupo no compra editoriales para abducirlas o disolverlas. No solo no desguazamos Alfaguara sino que dijimos que siguiera publicando con su línea editorial, que trabajara como una editorial independiente, con los editores mismos editores que tenía. Es la forma que tenemos de trabajar en Random: cada sello trabaja como una editorial independiente, pero bajo un mismo paraguas de servicios editoriales detrás —red comercial, el marketing, el back office. De momento los editores tienen la confianza para seguir desarrollando el trabajo. Si no funciona dentro de cuatro años, bueno, igual que yo, igual que cualquier otro editor...

¿El plazo es de cuatro años?

—¡No! No hay plazo. Es una época de reestructuración; estamos muy contentos. Ten en cuenta que el back office de Alfaguara se quedó allá, no hemos tenido que despedir a nadie. Hemos traspasado a los editores. Santillana se quedó con el asunto de los libros infantiles. Tomamos la decisión de que en cada país haya un solo director editorial —en Argentina es Juan Ignacio Boido— y debajo de él está el mundo Alfaguara con sus editores y el mundo Random House con sus editores, en principio compitiendo entre ellos. Alfaguara es un sello que compite con Literatura Random House.

Los autores iban y venían. Hubo cruces.

—Por Oyola se pagó un pastón en Alfaguara, algo que evidentemente yo no quise igualar en su momento, y se fue allá. Eso ya no va a pasar. La competencia será por un nuevo libro de un nuevo autor. Si antes lo ve Glenda Vieytes o lo ve Julieta Obedman, quedará en un sello u otro. Lo que no vamos a hacer es quitarnos autores. Bruzzone o Iosi Havilio no se van a ir a Alfaguara, ni nosotros le vamos a quitar a Sacheri.

Los autores tienen menos oferta.

—Y los agentes también: no están muy contentos. Pero también pueden cambiar de editorial.

¿La pelea ahora pasa entre Penguin y Planeta?

—Están también las independientes, con muy buenos resultados.

¿Cuál es la oportunidad de las editoriales independientes frente a un mercado cada vez más tomado por los grandes grupos?

—Yo creo que tienen muchas más oportunidades que antes. Primero porque el oficio se ha hecho menos caro y más sencillo, se puede hacer de manera artesanal con un Mac en tu casa, y segundo porque las editoriales pequeñas aprovechan los intersticios que dejamos los grupos. Se puede hacer un trabajo muy fino, un trabajo de seguimiento. Es más: hoy las editoriales pequeñas pueden hacer cosas que los grandes grupos no por la exigencia de rendimiento.

¿Cuál es el criterio para contratar un título?

—El primero es la conveniencia de ese libro en tu catálogo. El libro te tiene que gustar, pero sobre todo tiene que entrar en tu catálogo. Hay muchos libros que me gustan y no los contrato porque considero que no encajan. A veces contratas libros que sabes que no van a funcionar, pero lo haces porque crees que el autor va a funcionar en el futuro o porque aportan valor al catálogo que estás trabajando.

Sería algo así como que los libros literarios no funcionan económicamente pero dan prestigio.

—Siempre se ha dicho que en la edición pierdes dinero con ocho libros, empatas con otro y ganas con el décimo. Para ser más claro: necesito un par de libros al año que funcionen muy bien para seguir publicando autores que en principio no funcionan.

¿Por qué publicarías a autores que no funcionan?

—Hay autores que no funcionan a nivel de rendimiento económico pero sí a nivel de rendimiento de catálogo. Todas las editoriales, en una medida u otra, hacen lo mismo. Si tuviera que buscar el rendimiento en cada uno de mis libros, sería difícil que publicara según qué cosas. Por ejemplo, en los libros traducidos, que son caros, puedo sacar un rendimiento a medio plazo, pero si persigo el rendimiento directo es difícil.

¿Cuál es el criterio de éxito de un libro?

—Con todos los libros haces una cuenta económica y se procura que esa cuenta no llegue a cero. El objetivo es ganar pero se intenta que por lo menos llegue al break even. No siempre se consigue. Y pocas veces se consigue tener bastantes beneficios.

¿Qué tiene que tener un autor argentino para que el grupo apueste a llevarlo a otros países?

—Tiene que entusiasmar al editor de otro país. Hay mucha autonomía editorial en cada país. Yo llevo autores a España para literatura Random House todo el rato: Fresán, Pron, Aira. Son autores que contrato yo en España.

Pron vive allá, Fresán también.

—Aira no. Son autores míos en el sentido que yo hago el contrato. Este año, publico a Samanta Schweblin de Argentina, a Diego Zúñiga de Chile, a Rodrigo Hasbún de Bolivia. Llevo los libros de Aurora Venturini que todavía no he llevado y algunos de Levrero. Llevo a Bruzzone, el último de Iosi Havilio, también el de Tomás Abraham.

Hay una retracción muy grande en el mercado de España, en los últimos cuatro años cayó el 40%. ¿A qué se debe?

—A un montón de factores. Primero: la crisis ha sido brutal, segundo: el cambio de paradigma de lectura —la gente piratea mucho—, y tercero y más importante: la lectura ya no está de moda. Antes la lectura competía con los videojuegos; ahora compite con el Candy Crush, con el teléfono, con el iPad, el iPod, y ochocientas mil cosas que son bastante más sexis que la lectura. ¿Cuánto rato pierde la gente en el WhatsApp? Son horas que le quitan a la lectura. Eso hace que caiga el libro. Aunque ya ha parado un poco. El temor a que lo digital acabara con esto no fue así, conviven bien, y el mercado intenta recuperarse. Y en América latina las cosas van bien.

¿Con América latina te referís a cada uno de los países o en general?

—A todos. Antes iba muy bien México, Argentina iba muy bien en función de las crisis que tuviera, Chile es un país pequeño pero ahora tiene mucho dinero, Colombia va estupendo.

¿Cómo ves el mercado argentino en general?

—De toda América latina, es el más parecido al español. La diferencia fundamental con el nuestro está en los depósitos en las librerías. En España las librerías están muy mal, cierran y cierran, y en Argentina aparentemente no ha empezado a pasar. Por otro lado, es un mercado más de no ficción. Me impresiona lo fuerte que es la no ficción. Claro que tienen libros de ficción que venden mucho: Florencia Bonelli vende doscientos mil ejemplares. España sería más de ficción que de no ficción. Pero Argentina, y no sólo Argentina sino todo el continente, es de no ficción.

Dos últimas preguntas. ¿Qué estrategias van a desarrollar a partir de la reapertura de las importaciones de libros?, ¿Van a traer libros impresos directamente en el extranjero? Y en relación a eso, el gobierno liberó el cepo cambiario y el dólar, que estaba a casi 10 pesos pasó a rondar los 14: ¿cómo cambia el plan de negocios con el nuevo tipo de cambio?

—La política de Penguin Random House es imprimir cuantos más títulos se pueda en los países en los que los libros se van a vender. En ese sentido, seguiremos igual que hasta ahora, imprimiendo mucho en Argentina para garantizar el mejor precio de venta posible. Lo que el cierre de fronteras imposibilitaba era la importación de pequeñas cantidades de otros títulos. Títulos más exquisitos o elitistas o sencillamente títulos más locales —entendiendo por local lo español, claro— que no ameritaban una edición argentina de mil o dos mil ejemplares pero que sí tenían trescientos o quinientos lectores potenciales. La apertura de fronteras facilitará el que en las librerías argentinas puedan volver a contar con estos títulos. El problema, y aquí conecto con tu segunda pregunta, es el cambio, claro. Los libros importados son siempre más caros que los que se producen en el país, y si además el peso cae, pues ya no te quiero ni contar. El único consuelo —escaso, ya lo sé— es que el euro también está en horas bajas con respecto al dólar, lo que puede equilibrar un poco las cosas.

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