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¿Qué puede hacer la ficción con la historia?

Sobre El orden del día, la novela de Eric Vuillard 

"La escritura de Vuillard es una respuesta posible: acá la literatura no es una mera correa de transmisión de realidad histórica sino que propone un prisma a través del cual observar un tema mil veces analizado, un tema mil veces bastardeado", escribe Leonardo Sabbatella sobre la novela que acaba de publicar Tusquets alrededor del nazismo.

Por Leonardo Sabbatella.

 

El orden del día, la novela de Eric Vuillard (Tusquets) sobre el ascenso del nazismo, trae una pregunta oculta, solapada: ¿qué puede hacer la ficción con la historia? Es decir, qué mecanismos narrativos y qué representaciones sociales pone en funcionamiento, qué espacios de pensamiento habilita, qué puntos ciegos señala, qué conceptos preestablecidos pone en crisis. Y la escritura de Vuillard es una respuesta posible, acá la literatura no es una mera correa de transmisión de realidad histórica sino que propone un prisma a través del cual observar un tema mil veces analizado, un tema mil veces bastardeado, un tema que pareciera inagotable, casi un fetiche, de la cultura contemporánea.

Vuillard toma un punto de vista menor y previo a lo que podríamos denominar los grandes acontecimientos para desencadenar una serie de variaciones sobre el nazismo, la colaboración civil, las relaciones internacionales, las reuniones privadas, los encuentros secretos y hasta la ropa que usaban los oficiales nazis. Bien vista, esta especie de novela histórica, podría ser un ensayo narrativo sobre la trastienda y los pormenores con los que el Adolf Hitler empezó a acumular poder.  Vuillard cuenta el momento en el que un grupo de veinticuatro industriales se reúnen a puertas cerradas con Hitler quien les exige que financien su inminente campaña electoral. Acto seguido, empieza a narrarse la anexión que el nazismo hace de Austria. La serie de hechos es casi propia de un thriller político.

El orden del día, novela ganadora del premio Goncourt en 2017, se compone de capítulos breves cuya conexión es más por proximidad que por tensión narrativa y donde el trabajo del autor francés pareciera asemejarse al de un divulgador, un compilador de datos y escenas menores, un articulador de imágenes y frases. La ficción como teatro de operaciones políticas, el lugar simbólico donde los hechos toman otra dimensión (más extraña y, a la vez, más pudorosa), el espacio de representación del devenir histórico pero puesto del reverso, mostrando las costuras que a menudo no se mencionan o se hacen a un lado. La ficción se ciñe a la investigación y se convierte en una estrategia para darle un orden o, mejor dicho, una forma a lo que permanece deshilachado, disgregado, inarticulado; a lo que la historia con mayúscula a decidido descartar.

Vuillard otorga a la relación entre historia y literatura un lugar central en las escrituras de la actualidad, como si en cierta manera se hubiera modificado el estatuto de la novela histórica y hoy, quizás, esté más cerca de ser parte de la denominada no-ficción que de ser un género tradicional de la narrativa. “El papel de la ficción cambia en función del momento político en que nos encontremos. Por ejemplo, cuando se vive en un periodo de fuerte autoridad, la ficción puede ser una manera de escapar a la censura. Hoy no nos encontramos en esa situación. Recurrir a la ficción puede ser engañoso. Como lector, me siento cada vez más ávido de realidad, de obtener claves de comprensión”, analiza Vuillard quien pareciera estar citando de memoria o, al menos coincidir en el diagnostico, con David Shields quien ha escrito un libro (casi un manifiesto de la apropiación y el arte de la cita) llamado Hambre de realidad en el que hace un elogio de la no-ficción  y donde replantea la veracidad, pero también la relevancia, de la novela hoy en día. Es cierto, siguiendo tanto a Vuillard como a Shields, que la cultura contemporánea parece obsesionada con todo lo que sea “basado en hechos reales”, tal vez, precisamente, por la carencia de experiencias en la que vive hoy la sociedad actual. Y en esa encrucijada no se trata de la oposición entre novelas históricas versus novelas ficcionales, sino de la literatura hoy disputando contra el lenguaje de la época.

 

 

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