Ipanema radioactiva
Miércoles 25 de enero de 2012
El autor de Silvia recomienda Marcola, un poema de Mariano Dupont que partió de un texto "real", de una entrevista. Dupont "roba la entrevista y la pule hasta abogar como afilador de la lengua del diablo", dice Cristiani.
Por Aquiles Cristiani.
Marcola de Mariano Dupont articula al menos tres características que lo alejan de la mayoría de los libros de poemas. La primera es que hace reír, la segunda que se lee de un tirón –el libro entero tiene veinte páginas– y la tercera que introduce un persistente residuo mnémico, una especie de antígeno que expande las visiones miserables que en el texto ocupaban una línea, delimitando en el recuerdo un espacio de novela.
Tal vez esta última característica responda a una cuarta: cualquier persona podría no sólo leer Marcola sino también contarlo a modo de anécdota o preocupación, digamos, coloquialmente; el tono con que está escrito es muy directo.
Marcola, Marcos Willians Herbas Camacho, es uno de los líderes carcelarios más interesantes de la historia del crimen. Vive en una prisión en San Pablo, su despacho, la torre de marfil donde asegura haber leído tres mil libros. Marcola, el poema de Dupont, es una diatriba biliar que confronta la perspectiva del mundo pensado “desde lo social” y la mirada anómala de un sujeto a punto de variar la especie. Un engendro nacido del riñón de una cultura asesina.
Seguramente fue necesario idear un laboratorio para dar vida al monstruo. Marcos Camacho, jefe del Primer Comando de la Capital(PCC) es un “nuevo bicho”. Seduce por la vía panóptica, es una especie de guante invertido de Michel Foucault, un Comandante Marcos que agita una G36 airsoft gun mientras dirime una revolución que queda por fuera de lo que pueda ver o aceptar el bienpensante (los “¡Burgueses! ¡Culones! ¡Progres! ¡Pitufos!”). Por su decisión, el 12 de mayo de 2006, se inició la mayor ola de violencia en la historia reciente del estado de San Pablo con un resultado de, por lo menos, cuarenta y cinco muertos: veintitrés agentes de la policía militar, siete policías civiles, tres guardias municipales, ocho agentes penitenciarios y cuatro civiles. Como respuesta, la policía mató a ciento siete personas consideradas sospechosas de participar en los ataques. Marcos Camacho en una entrevista que brindó al diario O Globo, declaró: “Ya surgió un nuevo lenguaje. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad”.
En lugar de la colina colorida de la bossa nova, imagina una Ipanema radioactiva. A Marcola no se le ocurre mejor idea que “soltar una bomba atómica en cada favela de Río, de San Pablo”. Atacar las cúpulas políticas es una misión imposible. Dupont sumerge este seamonky en un vaso de agua para que crezca. Roba la entrevista y la pule hasta abogar como afilador de la lengua del diablo. Lo argentiniza, y de esa forma, de paso, se burla del verdadero Marcola. Habrá quien sostenga que es un texto reciclado, reescrito a partir de una entrevista, y quienes caratulen el hecho de robo.
Me inclino por la segunda alternativa. “Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social. ¿Vio? Yo soy culto. Leo al Dante en la prisión.”, son palabras textuales de Marcola. “¿Me seguís zapallo? –continúa Dupont en el poema– ¿No son ustedes, acaso, intelectuales con cuarenta palancas de retardo, los que alzan la voz, indignados o llorando, para hablar de la pobreza, la marginalidad, la injusticia social?”
Las palabras del Marcola original no logran trasmitir el peso de la cuestión. Marcos Camacho no deja de ser un patotero con un par de buenas y cruentas bases: el dinero del narcotráfico supera en muchas oportunidades el capital que disponen los Estados, descontando que están mejor armados que las fuerzas públicas y no temen morir.
Después de leer la entrevista es sencillo desmantelar la opresión con un par de argumentos que forcejean en favor del paulatino y sufrido progreso de la humanidad. En cambio, en el universo del Marcola de Dupont no hay lugar para que algo al menos parezca otra cosa. El monismo de cada sentencia es devastador. Lo que provoca la risa, y no me refiero a la mueca de una sonrisa sino a la carcajada, es el despreció cristalino para con toda moral renegatoria. Como si dijera: si no te estuvieras riendo, te paralizaría el miedo.
Marcola le habla a esa porción de la población mundial que todavía con algún viejo autoengaño sostiene el aspecto saludable del sistema, y en ese sentido, habría que discutir en qué medida este poema derrumba o no con toda la crítica “progre”, es decir, si ya nada puede hacer la caja de herramientas de la academia frente a la tecnología criminal del narcotráfico. Marcola es un poema robado en buena ley, a lo Robin Hood. La contrariedad sería nuestra si denunciáramos el hurto, Dupont no importa, escapa con el botín, se disuelve en lo insoluble, en esa tercera cosa que brota desde del barro y no teme a la muerte. Una escoria bellísima que factura más que Microsoft.