Desventuras de una secta
Martes 19 de julio de 2011
Quintín elige un libro que le recomendaría a un amigo: Poeta Ciego de Mario Bellatin (Mansalva, 2010).
Por Quintín.
Aunque su edición en la Argentina es reciente, Poeta Ciego no es exactamente nuevo: se publicó por primera vez en México en 1998. Pero cuando uno se ha convertido en lector de Bellatin, cada libro suyo aumenta la estima hacia un escritor que aspira a fugarse de la literatura convencional. “No puedo imaginarme a mí mismo urdiendo tramas, esbozando finales o construyendo perfiles de personajes” dice Bellatin en Underwood portátil. Modelo 1915, un texto de 2005.
Pero, ¿cómo se escapa de la literatura haciendo literatura? Es la pregunta histórica de las vanguardias y la respuesta de Bellatin es triple. Por un lado, hay una fuga progresiva hacia otras disciplinas: Bellatin incluye fotografías en sus libros pero también hace performances, dirige obras de teatro virtuales, organiza congresos literarios apócrifos, crea talleres de escritura en los que no se escribe. Por otro, practica una serie de religiones más o menos privadas: el sufismo, los perros, las enfermedades. Por último, mientras exteriormente se dedica a esas formas de dandismo, de estrella de un circuito más o menos de culto o marginal, cada uno de sus libros confirma y al mismo tiempo desmiente al personaje.
En la obra de Bellatin aparecen los rasgos de esa vida que sus lectores conocen casi de inmediato (Bellatin tiene perros, es manco de nacimiento, etc.) y sus libros combinan cada vez más elementos autobiográficos con el reciclado de ficciones previas (la Biografía ilustrada de Mishima es el mejor ejemplo de la dirección hacia la que parece orientarse su escritura). Pero hay una contracara, algo que rompe ese narcisismo tan marcado del dandi que es Bellatin: el dolor. Es imposible leerlo sin advertir que hay allí una existencia en carne viva de lo más perturbadora, una contagiosa mezcla de atracción y rechazo por el sufrimiento, por el erotismo perverso y por la muerte. En un pasaje de Underwood portátil referido a Efecto invernadero, dice Bellatin que el protagonista “trata de establecer en su vida un estética y una moral propias, en que se demuestra que la belleza y la muerte deben ser las guías para todo ser humano superior”.
De los seres superiores, de la belleza y de la muerte se ocupa Poeta ciego, que es la historia de una secta religiosa o revolucionaria en la que sus protagonistas (el Poeta Ciego, la Doctora Virginia, el Pedagogo Boris, la Extranjera Ana) se aman, se traicionan y se matan como en una tragedia enrarecida y barrial de Shakespeare mientras las pulsiones colectivas oscilan entre el ascetismo y el lujo, el celibato y la promiscuidad, el autismo y la comunión, la libertad y la sumisión absoluta. Poeta Ciego es un libro corto, siniestro y divertido, con algunos toques excéntricos en la forma (tales como la arbitraria distribución de las comas) como casi todo lo que escribe Bellatin, cuya obra completa se lee en un fin de semana intenso. Pero esas horas en su compañía son imborrables, adictivas. Por otra parte, no hace falta mucho más que Poeta Ciego para convencerse de que en una época de escritores latinoamericanos intrascendentes y esmerados, Bellatin está entre los pocos diferentes.