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Poesía

"Los pronombres, vistos desde lejos, son manchas"

Última entrega de Mara Pastor

Cindy Jiménez Vera es la última poeta joven de Puerto Rico que presenta la autora de Poemas para fomentar el turismo: "En su poesía se combinan el humor, la sorpresa y la sapiencia, pues Cindy es también bibliotecóloga de profesión", dice Mara Pastor.

Por Mara Pastor.

A continuación les presento poemas de Islandia, tercer poemario de Cindy Jiménez Vera (1978), oriunda del pueblo de San Sebastián, al suroeste de Puerto Rico. Conocí a Cindy en la Feria del Libro de La Habana, en el 2015. Compartimos un apartamento en El Vedado junto a otros escritores boricuas durante los días que duró el Festival. La primera vez que conocí algo de su trabajo fue escuchándola recitar poemas de sus primeros dos libros, Tegucigalpa y 400 nuevos soles, en las lecturas de la casa Dulce María Loynaz. Sus poemas saben dosificar grandes sumas de humor negro y es común escuchar carcajadas de la audiencia mientras lee. Esto es un gran acierto para una poeta que tampoco escatima en mostrar heterotopías y curiosas asociaciones. En su poesía se combinan el humor, la sorpresa y la sapiencia, pues Cindy es también bibliotecóloga de profesión por lo que pudo haber dicho, como dijo la escritora española Gloria Fuertes, "Dios me hizo poeta, y yo me hice bibliotecaria"—citada por Cindy con motivo de una edición conmemorativa que prepara actualmente en su editorial Aguadulce por el centenario de la poeta—con la salvedad de que Cindy es atea, un tema que emerge en varios poemas de Islandia por lo que signó este hecho durante el proceso de escritura del libro.
Islandia se une a la tradición de los libros que piensan la enfermedad y la poesía, con textos como On being ill, de Virginia Woolf o, más recientemente, el poemario Neurología 211 de la mexicana Rocío González, un libro que busca reconstruir desde el lenguaje poético la experiencia de recibir un tratamiento médico por un tumor a partir de una memoria fragmentada que amenaza la existencia misma del lenguaje como herramienta de comunicación. En el libro de Cindy, este proceso se da desde el testimonio de una hija que atraviesa la difícil tarea de cuidar a la madre enferma de cáncer.
En esa reflexión, este libro me llevó a pensar en las vanguardias caribeñas. Mientras los pintores europeos encontraban en los trópicos paisajes exóticos que contrarrestaran de alguna manera la impronta bélica de la Primera Guerra Mundial, en el Caribe, algunos de los poetas vanguardistas escribían poemas nórdicos, con paisajes álgidos que ofrecían un nuevo lenguaje que también enfrentaba la orquestación de los cuerpos en las trincheras. Aquí también está el deseo de contrarrestar una violencia inconmensurable al escoger como leitmotiv a Islandia que, aunque comparte el océano Atlántico con las islas del Caribe, poco parece tener en común con estos trópicos. Los espacios del poemario son formas que de algún modo se renuevan para dar pie a la ternura y para anticipar la pérdida.
El libro comienza con una cita de Leonard Cohen que dice “If your life is burning well, poetry is just the ash”, pero el giro que le da Cindy a estas palabras es sólo uno de los hallazgos de su lectura. El humor de Islandia no es el humor de los “chistes crueles”, como los llama Lilliana Ramos Collado, presente en sus otros libros. Islandia es el lugar en el que la pérdida de lo materno se vuelve una posibilidad concreta, un espacio de autoexilio en el que las temperaturas pierden referencialidad, que obliga a entrar en arquitecturas y lugares que son la antípoda de lo que hasta entonces se entendía por conocido y en donde, a pesar de todo, el poema es “una reflexión hidrográfica”. El libro consigue esto siendo también un homenaje a la memoria del ser amado, dejando el poema como cenizas de que algo, entre tanta nieve, ha quemado bien.

 

La adultez

A veces busco pretextos
para entrar en las oficinas
y en los centros comerciales
para coger un poco
de aire acondicionado.
Al principio da placer
hacer trampa.
La cara no suda.
Incluso, los dedos
de los pies en las sandalias
agradecen el gesto
y hasta se ven limpios
inmaculados.
Pero es mucho el sentimiento
de culpa que dan la burocracia
y el consumo.
Salgo rápido de esos lugares.
Afuera, el frío es otro.
No porque baje la temperatura
fuera de las alcaldías y
los supermercados.
Cualquiera queda frío
cuando siente hambre
—o ya ha comido—
y quiere ir a llorar
a la falda de su madre
y sólo nos queda eso
su falda.

 

Guantes

Le puse la bufanda azul
el abrigo de invierno
los guantes negros
y el gorro que le tejió su nieta.
Lloré para que no se fuera
porque llovía.
Construí una barrera
entre la puerta y la lluvia.
Lloré mientras mi hermano
la sacaba y la llevaba a comprar
hojas de plátano que podía
arrancar en el patio de su casa
si estuviésemos en la isla.
Quise esconderla
en veinte bóvedas chinas.
Quise abrigarla
como si se fuese
a Islandia.

 

Apéndice XXI sobre geología

Dicen que las islas se mueven. No sólo sus habitantes emigran de un lado a otro, también se mueven las islas. Eso, por el movimiento de las placas tectónicas. Antes estábamos todos pegados, como los granos del arroz que se quema al final de la olla, y se saca con un cucharón y toma forma de bola. En cambio, se cree que la pangea tenía forma de U o de C. Si me dan a escoger, yo escogería la primera, puramente por su sonoridad. Imagino vivir en un continente gigante en forma de la última vocal. Lo digo en voz alta y se me pone la boca así, en U. ¿Cómo serían las reformas migratorias de los países desarrollados en U? ¿Habría países en vías de desarrollo? Habría hambre? ¿Personas sin techo? Pero si ninguna de estas palabras se escribe con U, no tiene sentido que escoja esa forma meramente por la sonoridad. Habría que pensar en ese continente único, en el que habitan humanos, y no ciudadanos de primero o tercer mundo. Pensar en la unidad más allá de un enorme espacio geográfico, y que esa unidad se vuelva un túnel enorme por el que crucemos de un lado al otro para comer, dormir, reproducirnos y morir. Irremediablemente, pensar en la geografía me hace pensar en Sísifo. No importa cuánto tiempo le tome cargar la piedra, y llevarla de un lado al otro, al próximo día volverá a estar en el punto inicial. El movimiento de la pangea parece no afectar nuestra condición humana. Podemos estar más lejos los unos de los otros, podemos incluso compartir el Océano Atlántico. Quizás debí haber escogido la forma de la C.

 

Encontrar a Eyjafirdi y otros cementerios

Una página web asegura que ayuda
a encontrar el cementerio islandés
donde está enterrada tu madre.
El día que enterramos a mi madre
(lo sé porque yo cargué
el lado izquierdo
de la parte posterior del ataúd
desde la entrada del cementerio
hasta la tumba)
hacía un sol terrible.
Era fácil dar con su ubicación
no sólo por la luz solar
si no porque su tumba está
a la derecha de la entrada.
Lo que nunca se encuentra
en una página web
es el teléfono directo
del enterrador
—porque dirige la llamada
al municipio
a la oficina del alcalde
a su secretaria
a la recepcionista de otra oficina municipal
quien suelta el auricular
y le grita a algún funcionario
que no debía aparecer en este poema
y le pide el número de extensión
del cementerio—
para poder preguntar
el horario de visitas
y llevar flores.

 

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