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Poesía

Fortaleza y Debilidad II  

Segunda entrega de la selección de poesía de Daiana Henderson. En esta oportunidad presenta poemas de Mariela Gouiric.

Selección y comentarios de Daiana Henderson.

Antes que nada, una advertencia: No es fácil entrar ni salir de los poemas de Mariela. El lector que se adentra en ellos de manera desprejuiciada pasa a ser de inmediato un cómplice de lo que sucede ahí adentro, los versos depositan en nosotros mucha confianza. En el tono general de sus textos se intuye algo de misticismo pagano, medio gualichero, que hace que sus poemas se conviertan en oraciones religiosas, en estampitas, en mantras para ser dichos en el rito iniciático del amor por el que toda nena tiene que pasar para convertirse en señorita: el del corazón roto.

 

La Siesta

Benditos los piojos
que te acercan a mí y hacen que me toques.

Aunque sean tus caricias
para sacarme la menor de las pestes
no dejan de ser
caricias.

Para librarme del grito de los pibes:
—¡Ahí va la piojosa!
¡La que no la cuidan! ¡La sucia que nadie quiere!

No deja de ser ese movimiento delicado
—en el que me separás los pelos con la uña
como si abrieras el pasto seco—:
una caricia. Una excusa
para que estés conmigo.
Para que me toques.
Como a solas en el ventanal cálido
de las tres de la tarde.

Quietita. Que nada te distraiga.
Arrodillada en el piso
con la cabeza apoyada entre tus piernas.
Tu respiración caliente sobre mi nuca
como un descanso.

La niñez aparece a lo largo de los poemas como una etapa fundamental en la formación sentimental. Los sentimientos: esa cosa que nunca termina de comprenderse con la razón y por lo cual el lenguaje incurre en infinitos intentos, conscientemente fallidos, de encontrar el modo correcto de pronunciarlos. Es que no hay modo correcto de pronunciar el abandono, la resignación de toda una vida, el intensísimo amor o desamor adolescentes. Pareciera que la única manera de llegar a su centro es equivocándose. Queda, por momentos, el chapuceo verbal, como el del niño al que las palabras se le atolondran en la boca para contar el episodio extraordinario que acaba de atestiguar. Esa figura: la del niño que repiquetea en su sitio (a lo Chavo del ocho) cuando la emoción toma posesión del cuerpo entero y genera un tartamudeo, una sintaxis torpe. Mariela pareciera esforzarse en entender una vez más aquello que aprendió a los golpes durante su crecimiento, como si los acontecimientos triviales nos escondieran su sentido oscuro.

Si la figura del niño ha sido tipificada por el imaginario común como la del germen humano puro, ingenuo y bondadoso, dueño de una sabiduría simple, un corazón impoluto y una inocencia irrecuperable, en los poemas de Mariela que aluden a la infancia nos sentimos, de repente, incomodados por un ambiente tenso que hace que comencemos a dudar de esa ingenuidad:

Mariano tiene miedo de saltar al río desde el árbol.
Quiero hacerlo. Demostrar que
puedo ser valiente como un hombre pero no me
dejan. Y lo veo a mi hermano trepar por el viril tronco con
sus piernas que tiemblan,
llegar a la cima, los cachetes colorados y mi papá:
—Saltá, no seas maricón. Salta
y el agua le camufla las lágrimas cuando el aire
saca a flote sus 25 kilos, sus 8 años, sus incontables rulos.
Todo mojado.
Con la Griselda nos reímos
acompañamos las risas de papá.
Decimos es más cagón es.
De ese día tengo una foto con el Matías subidos a un inflable,
con los ojos cerrados por el sol,
él con un chaleco salvavidas regalo de
reyes. A mí me tapa la desnudez
una malla que me hizo mamá en sus días de
creativa resistencia.
Estamos juntos
y nos empuja el arroyo a cualquier parte.

(en “A mi hermano lo metieron preso”, de Tramontina)

 

Los poemas son rítmicos, musicales, a base de encabalgamientos de versos (“No se entiende por qué salió así si somos gente / buena. Tiene auto. Tiene / una linda novia. Tiene / suerte, de todo. Tiene.”) y el juego de rimas internas y externas (“Quierome quedar com voce: falando, danzando. / El funky practicando.”). Predomina una sintaxis atolondrada, oraciones extensas, que responden más a un registro oral, nutrido de las jergas locales o barriales, y una estructura verbal que se complejiza mientras uno se va —paralelamente— familiarizando con ese tono  particular, con “la voz” de Mariela.

La autora encuentra en sus poemas un método para conservar intacto aquello que quisiera atesorar, reguardándolo de la capa de polvo que el tiempo aplica sobre todo lo que se abandona en la memoria. Como esa foto con “el Matías” sobre un inflable, y todo lo que esa imagen connota en su biografía sentimental. Los poemas no buscan jamás encontrarle un sentido reflexivo y trascendental a lo anecdótico. Más bien los episodios de una vida son dibujados con sumo detalle, en cualquier servilleta, cuaderno o reverso de un folleto para que no se agrise, para que no pierda su color particular.

Imagino que estos poemas bien podrían formar parte de una acumulación de objetos a los que Mariela les encuentra un valor sagrado. Un cofre que se abre y nos muestra poemas en papelitos de colores, chapitas de cerveza, pulseritas hechas con caracoles, ositos de peluche, cassettes con mix cumbieros, cartas de amor en hojitas perfumadas, objetos simbolizando promesas que brillan por sí mismas aunque jamás se cumplan.

Pensaba que no había un paisaje pero

Hay un paisaje:
En el vientre de mi hermana se gesta un niño.
También podría decir que
en la panza de mi hermana crece Blas,
como un poroto en un frasco de dulce,
entre algodones húmedos. Pero:
—en el vientre de mi hermana se gesta un niño—
suena más milagroso. Más medallita.
Y que te crezca alguien nuevo,
como el brote de un poroto entre algodones húmedos,
es un milagro. Algo extraño. Magia blanca.
Una brujería que algunas mujeres deciden ejercer.

Ahora la internaron,
y le pusieron suero para frenarlo a Blas,
que quiere nacer sin pulmones.
Si la llamás por teléfono te
cuelga antes de que te
despidas.
Para quedarse llorando
sin que puedas verla.

Me pregunto por qué Blas,
que ni siquiera tiene pulmones,
angustia a su madre antes de tiempo.
¿Qué será de ella entonces,
cuando él pueda llenárselos de humo?

Con mi carita de buena, cuando salí
también le hice angustia a la mía
y presión en un ojo hasta que
dejó de ver.
Tuvieron que separarnos el partero y las enfermeras
que la asistían.

Del asunto las dos salimos malheridas:
Ella con un ojo ciego
y yo con un soplo en el corazón.
Cuando lo cuento y me dicen: —Qué bajón—
Me gusta responder:
—No tanto, siempre quise tener
una
mamá
pirata.

—Un soplo—
me decía ella
—es tener aire en el corazón.
Como un vientito—.
En esa explicación nos reconciliábamos.
Mariana, una nena vecina
me porfiaba que un soplito es
un agujerito en el corazón que te sangra.

Al soplo le echaban la culpa
de que me la pasara llorando como un chancho.
Un chancho chiquitito, rosado, agradable, me imagino.
De esos que no vale la pena carnear.
De esos que cualquiera adoptaría
una tarde
en el parque,
sin pensarlo mucho.

Pero en vez de llevarme al parque
me sacaban bajo un árbol
para que solita se me quitara la maña de llorar.
Y funcionó.

Hay chanchos que si les acaricias la panza
no pueden evitar quedarse dormidos.
Qué bestia hermosa.

Por eso Blas, a vos te digo:
que de este lado se la pasa bastante bien.

Te tocó mamá maestra, papá taxista.
De hermana una gordita piola.
Viven frente a la plaza, rodeados de terreno
y les dieron el Procrear para un baño más, un agrandar la cocina
y hacer una pieza donde
pasarás como 18 años por lo menos.
Así que tranquilo: Hay tiempo.

De este lado se la pasa bastante bien
pero tranquilo, disfrutalo.
Porque por las noches, cuando esté oscuro,
y zumbe por la ventana lo que anda en la calle
y tu cuerpo esté echado entre almohadones,
o abrazado a la espalda caliente de una mujer
o de un hombre
o de los dos,
descubrirás:
aquello que te mantiene despierto ya no interrumpe el sueño de nadie.
Una sensación fundante volverá a vos,
y extrañarás algo
que te hará arrepentirte de haberte apurado tanto.

*

Mariela Gouiric nació en Bahía Blanca en 1985. Además de poeta es artista plástica y profesora de Artes Visuales, de profesión y vocación. Da clases en distintas escuelas públicas de la ciudad de Buenos Aires y en la escuela de arte “Belleza y Felicidad” en Villa Fiorito. Lleva publicados, a la fecha, dos libros de poesía —Tramontina (Vox, 2012) y Botafogo (Eloísa Cartonera, 2014) — y dos plaquetas editadas por Belleza y Felicidad: Pensaba que no había un paisaje pero y Decime qué se siente. Se siente hermoso, ambos en 2014. Forma parte de la antología 30.30 poesía argentina del siglo XXI, publicado por la Editorial Municipal de Rosario en 2013.

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