"Comienzo de cero todo el tiempo"
Gentileza Filbita
Mandana Sadat
Viernes 28 de octubre de 2016
Autora de libros como Trompa con trompita, Mi león o El jardín de Babaï, la ilustradora y autora de libros infantiles francesa visitará Argentina por primera vez para participar del Filbita, en unos días, donde también dará un taller gratuito. Antes, concedió esta entrevista.
Por Valeria Tentoni.
Mandana Sadat, francesa de origen iraní nacida en 1971, trabaja en un gran estudio con ventanal a un patio, en una ciudad a unos 30 minutos de París. “Este es el lugar en el que crecí. Mi papá se dedica a la ciencia, y aquí vive y trabaja una gran comunidad de científicos. Yo fui a la universidad en Estrasburgo, una ciudad cerca de Alemania, y luego volví para este lado y viví unos seis años en París. Pero quería tener un jardín. Me gustan los árboles y los pájaros. Me gusta ver cómo cambian las estaciones. Quería vivir en un lugar verde. ¿Y por qué no cerca de mis papás, de paso?”, explica, cuando se le pregunta. Ellos viven no demasiado lejos del lugar en el que Mandana ahora responde “Au revoir!” cuando suena, desde algún lugar de la casa, “Au revoir!” en una voz pequeña.
Ahora es mamá, pero en algún momento fue solo hija. Y su mamá una maestra nacida en Bélgica. Sus papás se conocieron en Bruselas, después viajaron a París, luego pasaron cuatro años en Irán. Y luego volvieron a París. “Por la revolución, mi papá prefirió que nos quedásemos acá”. De esa infancia nómade se quedó con paletas de colores, animales, imaginarios. Y con esa añoranza indeleble de lo vegetal que la atrajo de nuevo hacia ese pequeño lugar al que llegaron ni bien salieron de Teherán -que recuerda como a un terreno seco y polvoriento.
Su primer libro, Del otro lado del árbol, se publicó cuando ella era todavía una estudiante de Artes Decorativas en la Universidad de Estrasburgo. Le siguieron títulos como Mi león, El jardín de Babaï y El otro Pablo. Entre los últimos se cuentan Trompa con trompita (Capital Intelectual), con texto del argentino Jorge Luján –con quien ya habían publicado Tarde de invierno–. Sus obras han sido premiados en diversas oportunidades y circulan por todo el mundo: Taiwán, México, Polonia, Brasil, Japón e Italia son solamente algunos de los destinos que tuvieron sus libros álbumes, sus producciones en colaboración con autores a los que a veces conoce recién después de publicado el volumen, y sus propias historias. En unos días visitará, por primera vez, Argentina, para participar del 6º Filbita internacional, donde además dará un taller gratuito.
Cada vez que menciona un libro, en esta entrevista, se pone de pie, rodea su mesa de trabajo (un tablón con dos caballetes, atestado de pinceles, acuarelas, potes de colores, tijeras) y se achica en la pantalla del Skype. El punto de fuga es su biblioteca, un mueble blanco que está, a su vez, detrás de otro escritorio sobre el que levita una manzana mordida, blanca y luminosa. Madana regresa con el hallazgo de turno en la mano, de frente a la cámara. Tarda poco en encontrar lo que busca, como todo aquel que usa mucho lo que necesita.
—Cuando era chica y leía historias con ilustraciones me resultaba muy natural imaginar cosas. Yo pensé que quizás me podría dedicar a eso, de grande, pero después lo olvidé. Y cuando estudié en Estrasburgo, la universidad tenía muchas orientaciones y yo dudé mucho porque me interesaban todas. Me apasionaba todo, la pintura y todo lo demás. No me sentía, de hecho, del todo cómoda con la orientación ilustración, que es la que finalmente terminé. ¡Y los profesores tampoco estaba muy segura con respecto a mí! Me permitieron intentarlo pero me advirtieron que tenía una año de prueba, y que si no lo lograba iba a tener que irme. Yo tendría unos veintiún años, por entonces. Tenían algo de razón; yo iba más por el lado del arte, y la ilustración tiene que ver más con la comunicación, en general. No es arte por el arte, es arte orientado a un fin. Pero no sé por qué yo estaba interesada en la dificultad, así que elegí esa orientación igual, con sus dificultades, y después comencé a aprender y a valorarlo.
—¿Recordás los primeros libros de tu vida, tus primeras lecturas?
—No es el primero pero es el primero que se me viene a la mente; un libro muy viejo de Astrid Lindgren. Está escrito en persa. De hecho era un libro de mi hermano mayor, en ese momento estábamos viviendo en Irán. Creo que mi hermano solía leerlo, y descubrí más tarde que era de esa autora porque ya no leo en persa.
—¿No podés leer más en esa lengua?
—No. Es una lástima. Ya no puedo, porque reemplacé una lengua por otra. Tenía cuatro años y en dos meses comencé a hablar francés y me olvidé por completo de la lengua iraní. Todavía es una frustración que tengo.
—¿Has intentado reaprenderlo?
—Sí, varias veces, siempre he querido recuperarlo. Era una prioridad cuando comencé a estudiar, pero a veces la vida no te da los puentes hacia las cosas en el momento correcto. Tuve una oportunidad por entonces, pero era en un centro cultural en París y el profesor era muy estricto y encaraba la clase de modo demasiado religioso. Y yo no quería estar en eso. Así que abandoné. Siempre he creído que voy a encontrar un modo de estudiarlo, pero tuve un bebé, y después tuve otro bebé, y la vida corrió y me alejó de ese puente, de esa oportunidad. Quizás alguna vez pueda encontrar el modo, porque estoy segura de que esa lengua está alojada en algún lugar de mi mente que puede ser despertado. Y sería hermoso.
—En tus libros hay paisajes, colores y personajes que parecerían provenir de tu memoria de esos años. Intuyo que cada uno de los lugares en los que viviste te proveyó de algun color.
—Sí. Cuando estaba en Teherán era seco, recuerdo todo como muy seco. Y cuando vinimos a Francia fue un shock para mí. Ver el lugar que mi papá señaló cuando nos dijo: “Acá vamos a vivir”. ¡Era un gran cuadrado de pasto verde! Era como el paraíso para mí. Me impresionó mucho el color verde. París no es tan verde, pero esto es muy muy verde, ¡es un ballet verde!
—Y en tus libros hay muchos animales, ¿de dónde sale esa predilección por ellos como personajes?
—No sé de dónde viene ese amor tan grande por los animales que tengo, la verdad, porque a mis papás les gustan los animales como a cualquiera. Pero yo los amo. Los amo sin ninguna condición, es algo muy misterioso. Recuerdo cuando era chiquita y le pregunté a mi mamá qué era la carne, eso que tanto me gustaba comer, y escuché la respuesta: “Son animales”. Fue tremendo para mí. “¡Qué mundo tan primitivo, comemos animales!”, pensé. Me conmocionó mucho. No soy vegetariana, pero es algo que está en el aire, en Francia al menos todo el mundo habla de eso, se está tomando conciencia de que comemos demasiada carne, de que deberíamos ser más razonables y sensibles. Y yo estoy de acuerdo. Debería ser vegana, pero no lo logro, es difícil.
—¿Y por qué creés que los chicos y las chicas ingresan de un modo tan natural en las historias de animales?
—Creo que el animal es el Otro: no es un monstruo, pero es un tipo de criatura misteriosa. Y les produce curiosidad porque no tienen filtro, se mantienen muy abiertos al mundo animal y al mundo en general. Cuando sos chico, pienso, sos como un ángel filosófico, de una sabiduría verdadera. Es un momento de puros encuentros; a esa edad, tu primer ejercicio es el descubrimiento. Minuto a minuto estás descubriendo cosas, todo el tiempo. Descubrir un pequeño insecto es tan importante como descubrir un león.
—Todos tus libros son para chicos, ¿verdad? ¿O tenés alguno para adultos?
—No escribo para adultos, no, porque me gusta quedarme en un árbol. Tengo tantas cosas que descubrir todavía, y tanto progreso por hacer, todavía, que no puedo pasarme a otro árbol. Me gustaría escribir para adultos, pero he tomado un camino y me quiero quedar en ese árbol que elegí. Pero sí es cierto que tengo un libro que no está publicado aun y que es sobre la inmortalidad, un libro que mis editores no saben cómo catalogar y que quizás sea para adultos. Es una mirada crítica acerca de nuestra imposibilidad de negociar con la muerte, el deseo de ser inmortales. Y la conclusión apunta a alcanzar el tiempo presente, se pregunta si la inmortalidad no será otra cosa que el tiempo presente, al final. Porque el flujo de vida está en el momento. Y es un poco difícil. Era para chicos... ¡Es para chicos! Pero, no sé, a los editores no están seguros de que lo sea. Sin embargo lo he leído para algunos chicos y me dicen: “Ah, suena interesante, pero no entendí todo”. Lo que pasa es que tenés que tener un poco de experiencia vital para comprender esa noción. O quizas sea que los chicos ya dominan esa noción, están ellos mismos inmersos en el tiempo presente, y no tengo que enseñarles eso justamente a ellos. Así que es un libro extraño, ¡porque no sé exactamente para quién es!
—Has trabajado libros con el argentino Jorge Luján, como Trompa con trompita, ¿cómo fue ese encuentro?
—Es un encuentro en mi vida que me da mucha felicidad se haya dado. Normalmente tenés un editor que te propone un texto y vos trabajás, hacés las ilustraciones, pero por lo general no conocés al autor. Y es extraño trabajar así, debo decir. Pero con Jorge fue distinto; nos conocimos porque a él le gustó uno de mis libros que llegó a Argentina, me escribió un mail, se presentó, y me hizo llegar su texto. Y me fascinó porque es un hombre muy apasionado, positivo y sensible. Cuando me mandó el texto tuvimos muchos intercambios hasta entendernos, hasta quedar seguros de estar entendiéndonos bien. Es una lástima, pero yo elegí alemán en la escuela en vez de español, así que no hablo español. Pero bueno, nos comunicamos en inglés. No es perfecto, pero logramos entendernos, y así hicimos el libro Una tarde de invierno. Nos conocimos en la Feria del Libro Infantil de de Bolonia y mientras estabamos almorzando juntos, en un restaurante dentro de la feria, pusimos el libro en el centro de la mesa. Y en eso vino una mujer francesa, una editora, y dijo “¡Quiero este libro! ¡Quiero este libro!” Fue muy extraño, como si se tratara de un lugar mágico donde todo era posible. Es que cada libro tiene un camino distinto.
—¿Y cómo fue con el primero, Del otro lado del árbol?
—Mis dibujos fueron seleccionados en la Feria de Bolonia, yo todavía era estudiante. Fui con mi proyecto, se lo mostré a varios editores, y uno dijo sí. Y yo no lo podía creer. Fue como un sueño. Así comenzó la cosa.
—¿Y qué te pasó al ver tu primer libro publicado?
—Fue muy fuerte. Mientras lo estaba haciendo tuve algo así como una epifanía. Estaba dibujando al personaje de la bruja, en mi departamento, el lugar en el que vivía mientras estudiaba en Estrasburgo, y la vi. Dije: “Sí, es ella”. Tuve un sentimiento muy extraño, difícil de describir con palabras sin sonar como una loca, pero sentí algo cuando la vi. Y luego el libro tuvo un largo largo camino, muchas personas de todos lados del mundo leyéndolo. Jorge Luján, por ejemplo, me contactó por ese libro. ¡Ese libro viajó mucho, hasta China! Y las personas me hacen llegar mensajes tan conmovedores. Me sentí muy feliz al recibirlo, ni bien salió, y también me ayudó a decidirme por tomar este camino profesional. Me dije: “Debo continuar por acá”. Fue como la primera piedra para mí de este camino.
—¿Cómo es el proceso para vos cuando solo ilustrás? ¿Cuán distinta es la cosa de cuando además de las ilustraciones la historia es de tu autoría?
—Para mí es completamente distinto, si bien me gustan las dos cosas con la misma intensidad. Cuando solo ilustro, siento que tengo que cargar el mundo de alguien más, mezclarlo con el mío, y tenemos que generar algo coherente, algo orgánico, hecho de los dos. Es muy interesante, porque me enriquezco del mundo del otro. Y busco dejar que el mundo del otro quede intacto, entender bien de qué se trata, qué significa. Es un gran trabajo. Y cuando trabajo sola es difícil también. Me siento libre; a veces viene el texto primero, a veces primero las imágenes, a veces llegan juntos, a veces son meses y meses y meses de trabajo. No hay una receta, en verdad. Intento no repetirme, y mi problema está más bien ahí. Como siempre estoy cambiando, como individuo y como persona, también siempre estoy queriendo probar nuevas técnicas y responder al mensaje que quiero dar. Así que siempre estoy experimentando, y eso es un problema… Porque soy muy lenta. Comienzo de cero todo el tiempo, como si no hubiese hecho nada antes jamás. Es terrible y no quiero seguir así, quiero ser más profesional.
—¡Pero eso es quizás justamente lo que te identifica!
—Sí, ¡pero estoy cansada! Jorge me dice que soy una tortuga, por lo lenta y porque todo el tiempo quiero más tiempo, ¡necesito tiempo! También lo dice de modo elogioso porque cree que es sabio, de algún modo, tomarse tiempo para las cosas, así que al menos hay algún punto a favor.
—Has probado collages, otras técnicas, ¿con qué estás ahora, experimentando?
—Ahora estoy trabajando con la técnica del frotagge. Max Ernst la usaba mucho, es una técnica muy conocida que mucha gente usa, pero yo la descubrí de casualidad. Casi siempre es así conmigo, ¡y ese es el problema! Porque cuando comienzo a usar una técnica no lo hago de modo convencional, no sigo reglas. En Francia hay una cultura de reglas fuertes, cosas muy bellas hechas de modo minucioso, preciosista, y se llega muy lejos en ese sentido. Es algo que me encanta y lo admiro, pero yo soy todo lo contrario, una loca, estoy buscando cosas todo el tiempo, no es muy convencional. La bruja de mi primer libro, por ejemplo, está coloreada con betún.
—Se nota también que experimentás con las paletas de colores. En este último libro, Trompa con trompita, usás mucho un color que en la literatura infantil a veces da la impresión está de algún modo prohibido: el negro.
—Sí, es cierto eso con el color negro. Fue un problema, de hecho. Me siento muy inmersa, en este momento, por la pregunta de qué es el color. Y tuve que hacer este libro casi sin color porque ponía tres o cuatro colores juntos y nada me gustaba, me parecía que no funcionaba. Me gusta ir hacia un límite y volver. Lo que estoy haciendo ahora entonces es muy colorido. Eso por un lado, y por el otro, hay una fotógrafa, Tana Hoban, que hizo dos libros álbum para bebés en blanco y negro. Uno con figuras negras sobre blanco y otro a la inversa, blanco sobre negro. Ella explicaba que a los chicos les gusta mucho el contraste, lo aman. Y que para ellos no es una desconexión o algo triste, sino que es algo muy preciso y concreto. Mi deseo era el de crear ternura con el negro. ¿Es posible? Eso es lo que me pregunté. Así fue la elección de ese libro.
Acá podés ver las actividades en las que participará en su visita a Argentina.