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Tengo los muertos todos aquí

Mariana Enriquez habla de Alguien camina sobre tu tumba, el nuevo libro de crónicas de viajes y visitas a cementerios (Ed. Galerna): “Los cementerios son máquinas de contar historias”, dice.

Por Patricio Zunini. Foto: Lucio Ramírez.

mariana enríquez

Dice Mariana Enriquez que desde hace más de veinte años, cada vez que llega a una ciudad tiene como paseo obligado la visita al cementerio. Así arrastra al marido o amigos, aunque muchas veces va sola. Se pierde por las calles intramuros con la cámara de fotos, compara monumentos, habla con los cuidadores, averigua el devenir de los muertos y sus leyendas. En el anecdotario queda una sacerdotisa vudú estadounidense que se enamora de un argentino y se aterra cuando él le dice que “la quiere comer toda”, las cruces de la isla Martín García con la idea paranoica de muertos vampiros, un desencanto amoroso y el hueso robado de un cementerio francés. Entre otras cosas. Los cementerios, dice, la fascinan.

 

Esa suerte de obsesión por coleccionar cementerios dio por resultado un libro alegremente atroz: Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes por los cementerios, que acaba de salir por la Editorial Galerna. Este libro llega junto con la esperadísima reedición de Bajar es lo peor, primera novela de Enriquez, escrita a los veinte, y que ahora trae un prólogo encantador. Pero esa es otra historia de exhumaciones. Y aquí estamos hablando de tumbas.

—Los cementerios me parecen máquinas de contar historias —dice Enriquez—. A un nivel muy primario, cuando voy quiero saber qué pasó acá, dónde estuvo primero, dónde después, cuándo fue trasladado, qué tipos de muertos hubo, dónde están los muertos ricos y dónde los pobres. El cementerio de Chile, que no está incluido en el libro, es impresionante: está dividido al medio, parece que fuera otro barrio. Es como la Recoleta y la Villa 31. Tiene de los monumentos más fabulosos y después hay una arcada y entrás al barrio pobre. La Chacarita es parecido al conurbano; algunos tienen configuraciones parecidas a las ciudades.

Leer este libro es también saber de vos.

—Hay un poco de diario, sí. No sé quién me dijo el otro día que era un poco epistolar. Puede ser. Hay también un poco de ficción; no mucha, pero siempre que reconstruís algo en lo recordás algo hay un poco de acomodamiento. Es más un diario de viaje.

No le encontré un orden demasiado explícito: hay crónicas relacionadas, pero no reconocí un orden evidente.

—Los únicos que yo tenía en claro eran el primero y el último. El cementerio de Génova era el primero cronológicamente; no fue el primero que recorrí pero sí el primero que cronológicamente me impactó mucho. Yo era muy chica, fue un viaje iniciático, entre comillas. Es un cementerio muy romántico, las esculturas son eróticas. La relación entre Tánatos y Eros es una visión muy distinta a la actual. Y el último texto quería que fuera el entierro de los huesos de la madre de Marta Dillon, que es mi amiga. Que fuera el cierre. No es una explicación a todos los demás, pero sí es una pequeña coda. Quería que a los pequeños análisis, a las referencias, a cuestiones políticas y cuestiones históricas que están metidas en los otros viajes, de alguna manera este último les diera un sentido, sin ser un subrayado.

En ese último decís «qué hermosos son los cementerios» y decís que los epitafios son como «una voz que dice: estuve, fui». Como un reconocimiento de la existencia con el cuerpo.

—Yo noto que en todo lo que escribo tengo una obsesión por el cuerpo y no quiero reducir eso a mí pasión por recorrer cementerios. Es muy tranquilizador saber que ahí hay un cuerpo que tiene un nombre, que tiene un lugar. No lo relaciono nada con lo morboso —me divierte, por supuesto— pero personalmente no es esa mi fascinación. No me dan miedo, no me pasa nada de eso. Ahora mismo cuando venía había una mujer en el subte que decía “Yo quiero que me cremen, que de mí no quede nada”. ¡Qué espanto! Es como esos cementerios “campos de golf”, ese tipo de desaparición me parece muy deprimente. Estos cementerios no me parecen deprimentes, me parecen que hay algo del orden del amor, aunque después se abandonen, pero no importa.

¿Por qué no escribiste sobre Recoleta y Chacarita?

—Por un lado no tenía algo que los cerrara personalmente para un relato que a mí me gustara. Y después hay demasiado hecho; estaba abrumada de referencias. Si en un libro hay un capítulo de Recoleta lo salto. Ya sé todo: Eva Perón, Rufina Cambaceres, la dama de blanco. Me aburro de pensarlo. Chacarita es más interesante porque es enorme, pero casi es un libro entero. Además, a la Recoleta puedo ir todos los días si quiero, pero en estas visitas hay cierta velocidad. Eso también quería que fuera así. No son cementerios que tengo a mano: fui, estuve un rato, capté lo que pude captar y volví. Quería que fuera más impresionista. Y hay lugares a los que nunca pude ir, no me puedo solventar todo. Me gustaba también eso del turismo pobre, que estuviera claro que en estos cinco días que estaba en cada lugar me iba corriendo al cementerio. Esa onda.

¿Por eso Borges quedó afuera?

—¿Ginebra? No, no iría. No se me ocurriría ir. Trato de no buscar mucha tumba de famoso. La única tumba a la que haría una peregrinación es la de Rimbaud, que esta en Charleville, y todavía no la conozco. Pero no soy coleccionista de famosos. Me gusta el cementerio como lugar, tratar de rastrear qué significó en la ciudad, qué hacen con él. Me interesa mucho más eso que el famoso; una vez que estoy ahí busco al famoso, obviamente, pero no es lo que me motiva.

Me gusta que decís que ojalá nadie se lleve a Cortázar de Montparnasse.

—Totalmente, está divino ahí. La tumba es preciosa. En general me parece mal que muevan a cualquiera de cualquier lugar de donde esté. Todo el mundo le deja cosas. La de César Vallejo es más impresionante: ¡le ponen hasta botellas de Inca Kola! Cortázar tiene muchas cartitas y piedritas para la rayuela.

El último capítulo, “Los cementerios que quiero conocer antes de morir”, ¿es como una invitación a la segunda parte?

—Sí. Totalmente. Además es en serio. Hace muchos años que los tengo marcados.

 

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