“Soy un recolector de espigas detrás de las cosechadoras”
Entrevista a Erri de Luca
Lunes 14 de marzo de 2016
Antes de su visita a Buenos Aires, invitado por la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF —el miércoles 16 participa de una charla con María Negroni—, el autor de Los peces no cierran los ojos y El día antes de la felicidad, entre otros títulos, habla de sus intereses, la manera que entiende la literatura y de dónde surgen las historias.
Por Patricio Zunini.
La historia de Erri de Luca (1950) es tan interesante como sus libros. Obrero metalúrgico y activista de izquierda, entró a la literatura casi a los cuarenta años, cuando una amiga le pidió el original de Aquí no, ahora no para presentarlo Feltrinelli. Y aunque desde entonces publicó con regularidad y se fue haciendo cada vez más famoso, continuó trabajando en la fábrica durante otros siete años. «Estuve en el trabajo más antiguo del mundo», dice en ese libro, «No en la prostitución, sino en el equivalente masculino, fui obrero, que vende su cuerpo como fuerza de trabajo».
Con alrededor de 50 títulos publicados —en el “Corriere de la Sera” lo definieron como el autor más importante de la década 2000-2010—, De Luca es escritor de obras breves que son como fragmentos de luz poética sobre el Nápoles de su infancia como en Los peces no cierran los ojos (Emecé) o Montedidio (Akal). Incluso en ensayos como Las santas del escándalo (Ed. Sígueme), en donde pone la mirada sobre las cinco mujeres que constituyen la genealogía de Jesús, no se olvida de su tierra natal. «Jesús era un meridional», dice: un sureño como él y como los personajes que pueblan sus novelas.
Anticipando su visita a Buenos Aires, el miércoles 16 participa en una charla pública con María Negroni en el marco de la Maestría de Escritura Creativa de la UNTREF, hablamos con De Luca sobre sus búsquedas e intenciones en la ficción.
—Usted es un activista importante, sin embargo, en sus novelas la cuestión política aparece en los personajes, en el contexto, incluso como fatalidad, pero nunca en primer plano: ¿por qué elige esa manera para relacionar política y novela?
—El siglo XX, mi siglo, fue enorme y abrumador. Hizo pesar a la Historia con mayúscula por sobre las historias individuales, separando al marido de la mujer, al padre de los hijos, a pueblos enteros de su lugar de origen. Yo cuento, por lo tanto, historias menores que tienen a la Historia mayor como ruido de fondo, como un gruñido subterráneo. Son historias de pequeñas resistencias individuales, la fuerza de los arbustos en medio de la tempestad.
—Uno de los personajes de Montedidio dice que su patria es antes Nápoles que Italia. Recuerdo una bandera en el Mundial 90 (¿Le gusta el fútbol?) que decía “Maradona: Napoli te ama, pero Italia es nuestra patria”. ¿Cuál es el significado de patria para usted?
—La patria no es una bandera, no es un himno ni un equipo de fútbol. La patria, para mí, es el idioma: el italiano que hablaba mi padre y que nos enseñó a sus hijos, que teníamos al napolitano como lengua materna. La patria son las palabras, algunas canciones, un par de libros. De esta patria no me pueden exiliar. Yo no vivo en ella; ella vive en mí.
—¿Por qué tiene tantas historias sobre niños?
—En la infancia hay momentos en que el tiempo corre más deprisa, con eventos y cambios que aceleran la formación de una personalidad. Son puntos panorámicos imprevistos que muestran la propia vida y dan cuenta del futuro. Y luego se olvidan. Yo recupero estos momentos, las experiencias que determinan un carácter y lo ponen a prueba.
—La construcción de Nápoles en La amiga estupenda, la primera novela de Elena Ferrante, es similar a la suya: se parece a un conjunto de pequeñas aldeas. Pero mientras que en sus novelas hay más melancolía, en la de ella hay una violencia latente. ¿Pudo leer la novela de Ferrante? ¿Qué le pareció?
—No la he leído. En mi caso, no reconozco ni melancolía ni nostalgia. Soy libre: no deseo regresar a ninguna estación anterior. El pasado es el telón de fondo de cada uno. A mi edad se convierte en la punta del iceberg, la décima parte de un tiempo transcurrido y sumergido.
—Llama la atención la manera en que se relaciona con sus personajes, cómo los acompaña. ¿Cuánto tiempo le dedica a interpretarlos? ¿Comienza a escribir ya conociéndolos o los va descubriendo a medida que avanza?
—Para mí son personas, no necesito inventar, me aprovecho de las vueltas de la vida y de los encuentros. Incluso conozco las historias de antemano y no tengo que construir tramas. Soy el editor de historias fabricadas a partir de la realidad, no el autor. Soy un recolector de espigas que va detrás del paso de las cosechadoras.
—¿De dónde surge su pasión por los idiomas? (Es muy gracioso que en Las santas del escándalo dice que habla “menos de diez”).
—Estudié griego y latín en la escuela primaria, y luego aprendí las otras por necesidad, por curiosidad, por amor a la literatura. Muchos músicos saben tocar varios instrumentos, lo mismo vale para los idiomas. Se pasa de un instrumento de viento a otro.
—¿Por qué los estadounidenses son figuras importantes en las novelas? Pienso en el papá del protagonista de Los peces no cierran los ojos que se fue “a hacer la América”, pero también en lo relevante que son para los personajes de Montedidio. ¿Y qué piensa de la carrera presidencial de Donald Trump?
—La relación con Estados Unidos proviene de una abuela estadounidense que llegó a Italia a principios de 1900 y se casó con un señor napolitano. Sobre la elección presidencial en Estados Unidos este año, creo que los republicanos no han tenido un candidato a la altura de las circunstancias y esto ha dado lugar al primer Rico McPato como político improvisado. La credibilidad de un candidato se evalúa tanto por su equipo como por su persona. En ambos casos, su insuficiencia frente a los candidatos demócratas es catastrófica.
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