El producto fue agregado correctamente
Blog > Entrevistas > Silvina en la bruma
Entrevistas

Silvina en la bruma

Mariana Enriquez habla de La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo (Ediciones UDP).

Por Patricio Zunini.

Después de escribir el perfil de Alejandra Pizarnik para la antología Los malditos, Mariana Enriquez recibió la propuesta de abordar la figura siempre enigmática, misteriosa y atractiva de Silvina Ocampo. Así fue como durante más de un año y medio se embarcó en un trabajo de investigación, lecturas disímiles y entrevistas con personajes inesperados, que dio como resultado el exquisito La hermana menor, el “retrato” —palabra clave ya que la autora se niega, como dirá en esta entrevista, a referir el texto como biografía— de la Ocampo, que acaba de publicar Ediciones Universidad Diego Portales.

 

En varias entrevistas lo has dicho: con frecuencia empezás a escribir a partir de las propuestas de otros.

—Si la propuesta me gusta yo me engancho. En general, la gente que me hace propuestas sabe de mis intereses. Y a mí siempre me había interesado Silvina. No era muy fan, pero siempre me gustó. La leía de muy chica —creo que el libro que estaba en mi casa era El pecado original— y no la entendía. Los escritores que me gustan mucho son aquellos que empecé a leer con total curiosidad y con la sensación de que me encantaban pero que no los comprendía. Acepté escribir sobre Silvina por ese primer recuerdo misterioso de la infancia, pero también porque hay mucho escrito académicamente sobre ella, pero no tanto como un perfil más accesible, y eso me daba un poco de ganas.

Silvina Ocampo se ocupó de estar en la segunda línea. Durante años fue “la hermana de Victoria” o “la mujer de Bioy”. Fue traducida casi al final de su vida, participaba en pocos festivales y casi no viajaba (a Europa, por ejemplo, iba siempre en barco). Con la luz apuntando a otro, Silvina se movía con más libertad. «Silvina es secreta», dice Enriquez en la primera página del libro y los muchos testimonios que recoge la señalan como una persona misteriosa. De hecho, los amigos de Silvina dieron menos precisiones que las que cabría esperar porque, según cuenta Enriquez, “ella les pidió que mantengan el secreto y lo siguen manteniendo”.

—Le pusimos como subtítulo “un retrato de” —explica Enriquez— porque el material necesario para escribir una biografía con más densidad lo tiene el albacea, Ernesto Montequin. Él fue muy generoso al contarme lo que tenía y permitirme entrevistarlo, pero no tuve acceso a los materiales. Supongo que los reserva para hacer una biografía que escribirá él o que decidirá él quien la escriba.

En el libro trabajás bastante el matrimonio Bioy-Ocampo, en esa relación que da la sensación de ser muy fría de parte de Bioy. Pero Montequin te habla de unas cartas entre ellos...

—[Interrumpe] Me dijo que eran súper apasionadas. Yo tenía la curiosidad porque en los diarios de Bioy no hay referencias románticas hacia Silvina. Hay muchas de otras mujeres, pero casi no hay de Silvina. Eso es bastante curioso; no sé si está expurgado o no.

Silvina Ocampo murió en diciembre de 1993: ¿cómo se plantea el trabajo sobre una persona que murió hace tantos años?

—Pude trabajar con los amigos, porque a pesar de que murió hace mucho y ya anciana, tenía amigos muy jóvenes. Además a Silvina la entrevistaron bastante y todo el mundo tiene una anécdota con ella. Trabajé con eso, trabajé con la obra y trabajé con jirones de biografía que hay por todas partes. Incluso en los libros académicos hay introducciones con una pequeña referencia biográfica. Hay muchísima curiosidad por su vida. Y también trabajé con chismes.

Vos en el libro hablás de “mitos”.

—Sí: mitos. Y, como no pude acceder a los materiales más reveladores porque los tiene el albacea, no tuve mucho interés en develarlos. Preferí dejar sentado el mito, lo que me parece más interesante porque no es una investigación policial. Me cerraba más que ir desesperadamente detrás de los hechos para saber qué era cierto.

Entre los mitos está la llamada que hace Alejandra Pizarnik antes de matarse cuando dicen que Silvina no quiere atenderla, pero también se dice que aquel día Silvina había salido de viaje.

—Hay una diferencia en las reconstrucciones, pudo haber sido un día antes o después. Con respecto a la relación que tuvo Silvina con Alejandra Pizarnik hay varias versiones también. Ernesto Montequin dice que tiene cartas donde se da cuenta de que Alejandra estaba totalmente enamorada pero que no era correspondida, y hasta insinúa que Alejandra tenía un interés que iba más allá de lo romántico: que quería trepar. Pero en la entrevista con Teddy Paz Leston, amigo de Silvina, él dice que se querían. Tampoco quiso mostrarme las cartas porque “siempre les va a guardar el secreto”. Están las cartas de Alejandra que se conocen, que son evidentemente románticas, y también hay un cuaderno de Silvina que publicó Montequin que está dedicado a Alejandra. Silvina no dedicaba mucho. Las dedicatorias son bastante significativas.

Lo curioso es que los chismes más jugosos vienen por el lado de Bioy: ¡es un libro sobre Silvina, pero uno conoce todas las amantes de Bioy!

—A todos los que entrevisté les pregunté por novios o novias de Silvina. No tuve más nombres más que Enrique Pezzoni, que además era gay, y Alejandra. Todos dicen que ella era muy discreta. Teddy Paz la acompañaba a la casa y ella le dicía “Me está esperando una persona”. Era súper discreta. No llevaba diario, con lo cual no hay un texto donde vaya a aparecer. Y en su obra casi no hay referencia a algo por el estilo. Y los que saben dijeron claramente que no van a hablar; es lindo que mantiengan el secreto. Incluso creo que lo mantienen como reacción hacia Bioy, que contó todo y fue bastante pornográfico.

¿Silvina no podría ser, como Alejandra Pizarnik, una “maldita”?

—Yo creo que era más gótica que maldita. Más gótica, más encerrada. La rebelde hacia adentro de una familia aristocrática. Muy misteriosa. Yo creo que nadie la había terminado de entender.

Te lo decía porque pensaba en qué momento Silvina se podría convertir en un personaje tuyo. ¿Qué buscabas en Silvina?

—La armé desgajada, por los diferentes aspectos de su personalidad y de su literatura. Hay varias cosas que la convertían en un personaje mío: la idea de la aristocracia decadente, por un lado, la mujer encerrada (a pesar de que tenía amigos no era muy sociable), la cuestión de ser bruja, la cuestión de la sexualidad muy “fluida” que no la ocultaba demasiado, lo cual para una mujer de su clase en esa época es rarísimo. Y además sus cuentos son de una perversidad total. ¡Deben ser los cuentos más perversos de la literatura argentina! Debe tener cientos de niños asesinos. Eso también, de alguna manera, la convierte en un personaje mío: más que escribir sobre niños, que sea una de esas niñas amorales.

¿Por esa cuestión de la niñez el libro está planteado cronológicamente?

—La cuestión de la infancia era tan fuerte que narrativamente había que sacarla desde la infancia, porque si no iba a volver constantemente hacia atrás, iba a ir como en flashbacks. Lo que sí me planteé en la estructura fue poner entrevistas enteras. En un momento me dije que tenía que dejar de meterme, dejar de meter los materiales y hacer que hablaran los amigos sin mi mediación: me parecía que la retrataban mejor. Ninguno fue condescendiente y además me permitían decir cosas a través de ellos que de otra manera yo no habría podido.

Es habitual en una biografía tratar de entender la obra a partir de la vida. ¿Con Silvina Ocampo se puede?

—Yo creo que no mucho. Varias veces dijo que su vida no tenía nada que ver con lo que escribía. Yo, sin compararme, como escritora la entiendo. Algún hecho que la sugestionaba o la soprendía, ella lo llevaba a su mundo imaginativo y de lenguaje, que era sumamente retorcido. Donde tal vez se acerca más a su vida es en la poesía. En la poesía era muy distinta, mucho más rígida, mucho más aburrida. Es más autorreferencial, quiero decir. Hay cosas que ella misma decía que eran autorreferenciales, como el cuento del empleado de la casa que abusa de ella. (Ella lo cuenta de otra manera: como un despertar sexual; el abuso se lo ponemos nosotros cien años después del hecho). Hay también un poema en prosa, Invenciones del recuerdo, que ella misma decía que era autobiográfico —o vagamente autobiográfico, ella lo definia así—. Pero la mayoría de lo autobiográfico es sobre la infancia. Es el territorio que más cartografió. El resto de su vida, excepto algunos poemas de amor y celos que tienen que ver con su experiencia, aparece asombrosamente muy poco.

Tu lectura sobre sus libros no está adentro de la historia, la ponés en capítulos separados: ¿por qué?

—Ella insistía muchas veces con el tema de la imaginación, con la literatura alejada de la experiencia. Y yo decidí respetárselo como escritora. No tengo por qué sobreinterpretar algo que ella decía que no había que interpretado de esa manera, no tengo por qué no creérselo.

Artículos relacionados

Martes 22 de marzo de 2016
Pies para qué los quiero...
Paula Bombara, Sandra Contreras y Mario Méndez participaron de un panel moderado por Larisa Chausovsky en el que abordaron las preguntas sobre por qué leer, para qué leer, cómo leer.
Segundo encuentro en la librería
Martes 22 de marzo de 2016
Juego de velocidades

“Pienso en la belleza como algo que necesitamos urgentemente y me encargo de buscarla en lugares donde creo que no se la había encontrado”, responde el chileno Enrique Winter en esta entrevista sobre Las bolsas de basura, su primera novela, y sobre la escritura en general.

Entrevista a Enrique Winter

Viernes 25 de marzo de 2016
El mal de la moral

La nueva novela de Martín Kohan, Fuera de lugar (Anagrama), tiene a la pornografía infantil como tema central. “Me interesa cómo la perversión mana del moralismo”, dice.

Entrevista a Martín Kohan
Lunes 28 de marzo de 2016
Tras los pasos malditos

Se acaba de reeditar Barón Biza. El inmoralista (Sudamericana), de Christian Ferrer, un libro que, sin la intención de ser una biografía, recorre la vida de Raúl Barón Biza al tiempo que mira la historia del país. "Era un hombre agresivo, violento, desagradable, de vida recia, nada fácil, prepotente, pero que pretendía decir una verdad donde se cruzaban tres lubricantes: el sexo, la política y el dinero", dice.

Entrevista a Christian Ferrer
Miércoles 24 de julio de 2019
La sabiduría del gato

El texto de apertura de El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo): "La edad acorrala a cada uno de nosotros entre una fecha de nacimiento de la que, al menos en Occidente, estamos seguros y un vencimiento que, por regla general, desearíamos diferir".

Por Marc Augé

Viernes 01 de abril de 2016
Las tres vanguardias
El seminario que cambió la forma de leer la literatura argentina del siglo XX por primera vez en librerías. Este volumen reúne las once clases del seminario que dictó Ricardo Piglia en la Universidad de Buenos Aires en 1990.
Un ensayo de Ricardo Piglia
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar