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Parecidas pero diferentes

Pedro Mairal
Pedro Mairal

Después de 10 años, el autor de Una noche con Sabrina Love vuelve a la novela y entrega un libro de esos que reclaman lectura de una sola sentada. Con las costas y las calles montevideanas de fondo, La uruguaya es la historia de alguien encerrado en un día: el día de su fascinación.

Entrevista Valeria Tentoni. Foto Xavier Martin.

Parecidas pero diferentes: así son las cosas en ese limbo de confusión amable -engañosamente amable, en ocasiones- que provocan, en los argentinos, las escapadas de fin de semana al Uruguay. En un estado similar al de los primeros empellones de una borrachera, pero incluso antes de tomar el primer trago, se mueve Lucas Pereyra, el narrador del libro nuevo de Pedro Mairal.

Podríamos decir que hace más de diez años que el autor de Hoy temprano no saca una novela. Salvatierra, que se publicó en 2008, había sido escrita tiempo antes; aunque hay que decir también que a El gran surubí, de 2013, se le refiere como a “una novela escrita en sonetos”: “Estuve mucho tiempo sin escribir en el género porque me dediqué a columnas, escribí para revistas. De ese laburo de artículos salió Maniobras de evasión, en Chile. También escribí cuentos, poesía. Tenía una agente que me reclamaba la novela”, cuenta Mairal, en pleno centro porteño. Córdoba y Callao: no se puede estar más lejos de una playa que en esa esquina. 

 

—En cierta oportunidad dejaste en claro que estabas, por decirlo de algún modo, en contra de darle el gusto a esos reclamos de agentes literarios.

—Sí, pero no por la agente, sino por el mercado. El mercado quiere que saques la novela. Y yo, la verdad, no funciono así. Tal vez debería, pero no puedo ponerme a escribir una novela por cuestión de carrera, o porque la novela va a empujar a mis otros libros. Hasta que no tengo una historia fuerte que me tire para adelante no me siento a escribir. No puedo. Tengo que encontrar algo, como Una noche con Sabrina Love: un chico se gana una noche con una actriz porno. O: un tipo encuentra un rollo del cuadro del padre, como Salvatierra. O esto: un tipo que viaja en el día a Uruguay a buscar guita y a encontrarse con una chica. Hasta que no encuentro algo así, que me suene muy fuerte en la cabeza, no me siento a escribir. Me parece que hasta me juega en contra el reclamo. Lo siento externo, entonces no me impulsa a escribir. Pero en este tiempo sí escribí, muchas otras cosas, que para el mundo del mercado literario son como muy alternativas.

—Contaste que una vez, en cierta feria, una agente te pidió que dijeras estabas escribiendo una novela aunque eso no era cierto.

—Sí, en Frankfurt. La agente, en ese momento —ahora cambié de agente—, me dijo: “Pedro, tu estás escribiendo una novela”. Le dije que no, que no estaba escribiendo una novela. “Sí, tu estás escribiendo una novela”, insistió. Entonces, a cada uno que me preguntaba qué estás escribiendo yo le decía: “Bueno, estoy escribiendo una novela...”, y le inventaba algo distinto. Era patético pero, a la vez, ese libro era Maniobras de evasión, sin ese titulo todavía. Es como una especie de autobiografía involuntaria, atomizada, pero hay como una novela ahí: es un tipo que viaja en congresos literarios y se emborracha y escribe artículos. Ese es el libro, básicamente. Aparecen cosas de la adolescencia, de la infancia, la enfermedad de mi madre. Entonces yo mentía a medias: “Tiene que ver con el lado B del escritor”, decía, y era verdad. Pero no era una novela.

—Lo trabajaste con Leila Guerriero, ¿cómo fue ese proceso?

Fue un lujo total. Yo al libro no lo terminaba de ver, se desarmaba para todos lados. Venía trabajando desde hacía dos años; le agregaba cosas, le sacaba cosas. En un momento hasta le metí algunos pornosonetos...

—¿Se viene una edición de los Pornosonetos, no?

Sí, sí, eso va a salir probablemente el año que viene, por Emecé. Entonces, como te contaba, Leila me llamó para pedirme algo para la editorial de la Universidad Diego Portales y le mandé un conglomerado, por usar una palabra, de textos. Ella empezó a recortar: esto no, esto no, esto no. Sin piedad. Y lo bien que hizo, porque descubrió el libro adentro de todos esos textos. Me hizo redactar cosas nuevas para conectar otras. Eso, la verdad, me hizo volver a escribir. El rigor de Leila. A veces, con un libro de muchos textos te podés quedar ahogado dentro. No tenés perspectiva, estás metido ahí. Ella me mostró cómo era el libro, digamos. Hasta el título es suyo. 

—En La uruguaya, el narrador también hace maniobras de evasión. Desde irse, que sería la más concreta, hasta no resolver la gran duda del final, me refiero a la actitud con la que lo encontramos cuando regresa del viaje.

¿A vos te parece que, entonces, fue ella? Yo no estoy tan seguro.

—Lo que sí es seguro es que él no busca esa respuesta. Esa sería una evasión.

Claro, le da el beneficio de la duda. Porque, al fin y al cabo, ella termina existiendo más en un plano imaginario. Él la sueña durante un año y después se encuentran, y lo que ocurre es que la sigue durante su día. Hay una cosa de negación, sí, como un ejercicio mental. A mí me interesaba armar el personaje de un tipo que queda medio como en el Día de la marmota: fijado en un solo día, tratando de reconstruir qué pasó ese día, incluso buscando información de cosas que no vio en ese momento. Por qué calle fue, y cómo eran esas calles, los billetes con los que pagó, tratando de volver a ese momento como para entender un poco eso que pasa tan rápido. Si pusiéramos una lupa sobre cada cosa que ocurre en un día, bueno, termina siendo monstruoso, el Ulises de Joyce.

—¿Y cuándo apareció la idea de esta novela?

Hubo un viaje a Valizas, fuimos invitados con Cucurto, y después algún viaje a Montevideo, ahí empezó una idea. Me interesaba mostrar ese parecido con la Argentina, un sí pero no. Tiene algo del otro lado del espejo: Montevideo me produce, todo el tiempo, un extrañamiento. La sensación de que es familiar pero no; como en los sueños, donde la gente es pero no es quien es. Estás caminando y parece una parte de Buenos Aires pero, a la vez, las marcas son otras o, de golpe, de fondo en la calle se ve el agua. Ese tipo de cosas me fascinan. 

—Aparece un personaje que tienta identificar con Elvio Gandolfo.

Bueno, tiene un aire de él. A veces, cuando voy a Uruguay, lo veo, y él viene y nos vemos. Pero no es él: para empezar nunca me pidió guita, ¡al contrario! Quizás le deba guita yo... Pero me gustaba el personaje atorrante que, después de la situación que pasa ese tipo, encima le pide guita. Y la idea de un maestro medio gurú.

—¿Tuviste algún maestro?

Sí. Hay un poco de Félix della Paolera en ese personaje también. Murió hace años, era un tipo muy genial, muy genial. Había sido amigo de Borges, y era una especie de jipi austero. Tenía un departamento, libros y discos, y daba su taller ahí desde los 70. Yo caí en los 90. Debe haber sido en el 91. Difícil describirlo. Era muy generoso, muy inteligente y no competía, porque él no escribía. Escribió un libro sobre Borges, sí, pero no escribóa ficción y eso lo ponía en un plano distinto. Me enseñó muchas cosas, y además te dejaba equivocarte. No era matemática, digamos. Te dejaba hacer, ir explorando, crecer en tu propia voz. Así que el personaje ese, sí, le robé algunas cositas a él, y a Elvio, sin permiso. Lo quiero mucho a Elvio, espero que no se enoje. 

—De todos modos, la pregunta es con error: identifica la voz narradora con la tuya.

—Claro, es casi un poco lo mismo. Lucas Pereyra tiene un montón de cosas mías, pero hay un montón de cosas inventadas. Siempre hay una construcción de personaje.

—¿Cómo te llevás con eso? Con estos equívocos que una y otra vez se producen en entrevistas, en los lectores.

Es distinto publicar ficción que publicar no ficción pero, de todas maneras, hay una cosa muy interesante que es que el lector siempre infiere al autor. Se lo inventa un poco. Cada uno se inventa al autor: el Camus que se imaginaba mi mamá es distinto al mío, entonces hay una cosa voyeurista del lector que se pregunta ¿esto le pasó o no le pasó? Sabés cosas de la biografía, intuís, proyectás sobre el autor. Por otro lado, de parte del autor hay una cosa de mi parte, por lo menos, medio histérica, también. Muestro un poquito pero no te digo qué es cierto, cuándo soy yo. Creo que, francamente, si yo le paso un resaltador al libro diciendo qué me pasó y qué no lo mato, al libro. Entonces, es una especie de juego de escondidas, de voyeurismo y exhibición.

—El libro se está leyendo: atravesando esa nube están los lectores. ¿Cómo lo vivís?

Me gusta mucho que me digan que están leyendo el libro o que lo leyeron, sentir que la palabra llegó y atravesó todo ese mar de otros discursos. Que llegó a esa persona, y que se tomó el tiempo, tres, cuatro horas de su vida leyendo un libro mío, eso siempre me parece sorprendente. Me encanta. Después sí, leo las reseñas, trato de no hacerme mala sangre si a alguien no le gustó el libro, de no tomármelo personal.

—¿Cómo fue el proceso de escritura de La uruguaya?

Casi todo el libro lo escribí despertándome a las 6 de la mañana y escribiendo hasta las 8, más o menos, cuando se despertaba mi hija chiquita y ahí medo que el día se me llena de cosas. 

—¿Son horas robadas al sueño? 

No, trataba de dormirme temprano. Yo siempre fui muy noctámbulo, pero ya no puedo escribir de noche porque si lo hago me quedan las rotativas sintácticas girando y no me duermo más. Entonces trato de dormirme temprano y adaptarme un poco al ritmo de mi hija. Así que me despertaba un poquito antes y laburaba. Por eso digo: hasta que no encuetro una historia que me hace apartar las cosas, como en este caso, no me siento a trabajar en un libro largo. Tengo paciencia para textos cortos, tengo el ritmo del poema, pero sentarte a escribir un libro largo implica un trabajo de muchas horas de escritorio. Igual, no fueron tantos meses, habran sido tres meses, cuatro, y lo hice filtrar con algunos amigos que me hicieron marcas.

—¿Quiénes son?

Mi mujer, por ejemplo, es una gran gran lectora. Me dijo un montón de cosas del libro. Igual este, particularmente, estaba bastante redondito, a comparación por ejemplo de El año del desierto, que lo laburé un montón con Damián Ríos, o Salvatierra que me requirió lecturas de amigos también. Esta novela la leyeron, sobre todo, amigos uruguayos. Me decían: esa calle no se llama así, las golosinas que pusiste en la escena no están acá, a eso se le dice de otra manera. 

—Una especie de traducción.

Sí, porque al fin y al cabo hay diferencias de lenguaje. Son muy sutiles, pero están y el libro está plagado de esas cosas; los “championes” en vez de las zapatillas, el “cerquillo” en vez de flequillo, el “bo”. Traté de no exagerar, pero hay muchas apariciones así.  

—Una, antes de terminar: ¿a qué viene lo que se presenta en el cielo? [“Era como un enorme rombo que parecía vibrar, o brillar, elevado sobre la superficie, mar adentro”.]

¡Ah, eso! Parece el momento Aira, ¿no? A mí me gusta que haya algunas cosas que no se entiendan en el libro, cuando leo. Ademas, así es la vida: ayer se cayó no se sabe qué cosa arriba de Pinamar, hablan de un bólido. Hubo una especie de gran explosión en el cielo. Por eso digo, hay cosas que no se sabe qué son. 

—La aparición de lo inconducente es un modo del riesgo.

En realidad, vos comprás el diario y todo el tiempo hay fenómenos así. Son parte de la vida cotidiana. Cumple una función, no sé del todo bien cuál. Es algo, como en la música, que provoca otras cosas, es una combinación de elementos. Me parece que ese tipo de imágenes, que son oníricas, pueden provocar un contrabalanceo. Es puramente intuitiva esa inclusión, a eso me refiero: no lo pensé. Una vez le preguntaron a Borges por qué había puesto, en “La escritura de Dios”, un sueño en particular  el tipo sueña que la cárcel se llena de arena y él no sabía por qué. Dijo: me pareció que quedaba bien. 

 

Bonus track

La novela está regada de canciones de ese paisito capaz de sacarse, como un volcán del centro de la tierra, lavas como las de Alfredo Zitarrosa, Eduardo Mateo, Fernando Cabrera, Rubén Rada, Martín Buscaglia, Leo Maslíah, Ana Prada, los hermanos Fattoruso.

Esta es una de las canciones de Mairal logró con su ukelele:

 

Esta es una de las canciones que más se cantan en la novela:

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