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Entrevistas

"Confío enormemente en la imaginación del lector"

Conversamos con la escritora finlandesa Riikka Pelo, quien visitó Buenos Aires y presentó La portadora del cielo, primera traducción al español de sus trabajos por Fiordo.

Por Valeria Tentoni.

Tras su paso por la Feria Internacional del Libro en Santiago de Chile —que tuvo como invitada especial a la literatura nórdica este año—, la premiada finlandesa Riikka Pelo (Helsinki, 1972) visitó Buenos Aires para presentar La portadora del cielo. Es su primera novela, salida originalmente en 2006, y la edición de Fiordo es a su vez la primera traducción, a cargo de Luisa Gutiérrez Ruiz. Una al inglés se licuó en el camino, “pero a través de eso Fiordo encontró mi libro y la traducción salió en español, lo cual me pone muy feliz; que el libro haya hecho su propio y extraño camino”, dice, con una mirada dulce, bajo la gran manta rubia de su pelo, mientras su voz grave y determinada va y viene, un radar que busca señal en inglés.

No es su lengua materna pero la maneja, y puede leerla: así ha conseguido acercarse a autores que todavía no están traducidos en su totalidad al finlandés, aunque en esos blancos de lleva y trae entre continentes y agencias literarias se pierdan cosas. De las damas del gótico sureño estadounidense, por caso, apenas se tradujo alguna de las novelas breves de Flannery O’Connor. Así que Pelo no leyó, por ejemplo, su cuento “El río”, que dialoga de modo tan directo con la trama de La portadora del cielo. Se emparenta con su novela no solo en el plot (la infancia y la religión tensando los hilos), en el modo en que procesa las voces de los personajes del pueblo en las líneas de diálogo, sino también en cuanto al tratamiento pictórico de los escenarios, al uso de la luz —y de las paletas de colores que dispara su presencia y su ausencia, como melodías de encantamiento—. Pero sí leyó a Faulkner, a McCarthy. Y a Rulfo, Fuentes, Cortázar, entre muchos otros que menciona: Pelo es una lectora ávida. Se interesa por las escritoras latinoamericanas contemporáneas, por ejemplo, y dice que quiere conocer más. Y señala, con delicadeza y con razón: “Nosotros tenemos nuestras propias tradiciones”. Por caso, Marja-Liisa Vartio, que imagina podría participar de esa nebulosa y de la que nosotros, aquí, casi nada sabemos.

La portadora del cielo fue definida por su autora como una “balada de un día”: cuenta la historia de Vendla, una niña de seis años a cargo de su abuela Mirjami, a merced del fanatismo religioso y, también, de su propia imaginación. La suya es una máquina poderosa capaz de dar nombres nuevos a las cosas, dimensiones nuevas a los objetos y a los animales, fantasmas recientes para acompañar a los fantasmas que le siembran en la mente. Pelo publicó este libro después de sus 30, pero las primeras notas para su confección fueron escritas a sus 18. En medio de eso estudió. Mucho. Algunas de las cosas que aprendió, elementos de teoría literaria, por caso, tardó bastante en lograr no diluyeran esa voz personalísima que ya aparecía en esos primeros extractos. La suya es una prosa exuberante, espesa, que se derrite en la música y gotea; sus preocupaciones, cuando las lista, parecen más bien la de una poeta. Pero no se define como una, dice que le tiene demasiado respeto al término. Sí podemos decir que es dramaturga, ensayista y guionista, y que trabajó como editora en Otava, uno de los sellos más importantes del país. Todas estas cosas, explica, colaboraron para que encuentre su propia escritura, que también invirtió en su segunda novela, Nuestra vida cotidiana. “Son libros escritos con lentitud, y así también son lentos para moverse. A mis libros les lleva mucho tiempo madurar”, define:

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—¿Cómo fue tu formación?

Estudié literatura y escritura creativa, en la universidad estudié guión. Siempre estuve interesada en la escritura, digamos, pero necesitaba transitar un camino paralelo: estudié narrativa interactiva, dramaturgia, artes mediales. De hecho, estuve involucrada en un proyecto sobre narrativa y artes mediales, hice un máster en nuevos medios; pensé que debía salir de todo ese mundo puramente literario que había creado alrededor de mí. Estaba enfocada en explorar las narrativas experimentales. Todas estas cosas, entendí, pueden ser usadas de algún modo para escribir prosa. Cuando empecé a estudiar la nueva narrativa empecé a interesarme, a su vez, por las raíces de las ideas narrativas y dramáticas, por el drama griego y el drama moderno, la disrupción entre forma y experiencia. Quise encontrar qué tenían para decirle a un escritor que trabaja con problemas muy prácticos, correrme un poco de la idea de plot o de estructura de la trama, que son muy dominantes. Me pregunté qué podría ser pensado en viceversa, atendiendo al ritmo, al de los personajes o del ethos; qué si esa fuera la fuerza líder y no el plot por sí mismo, sino que el plot fuese detrás de esa fuerza. El ritmo era un tema significativo ya en los griegos, pero luego lo hemos dejado a un costado y pensado como algo más intuitivo. El dominio de las ideas rítmicas es algo que estaba ya fuertemente en mi escritura de prosa, y el método fue ese en La portadora del cielo. Sin embargo, yo no era muy consciente de eso. Lo que hice ahí fue seguir el ritmo del personaje, tenerlo por fuerza dominante, y hacer que la trama lo secunde.

—¿Cómo empezaste a pensarte como escritora? ¿Desde chica?

—Sí, estaba en la escuela cuando tuve esta revelación, la de que quería ser escritora: supe que eso era lo mío, que ese era mi material. Mi abuela me leía mucho, yo quería ser escritora como Louisa May Alcott o Lucy Maud Montgomery. Eso permaneció con fuerza en mí, en la escuela siempre era “la escritora”. Cuando cumplí 16 elegí la orientación dramática, me fui a Helsinki, porque tenían un programa de escritura creativa. Vivía sola, tenía mi propio departamentito, y ahí empecé mi vida bohemia. Pero me llevó mucho tiempo lograr escribir una novela del modo en que quería hacerlo. Pude recién a los 30, cuando salió La portadora del cielo. Pero creo que tenía que aprender muchas cosas para ser realmente honesta con mis propias ideas sobre el lenguaje y la narrativa, y no tomar el camino fácil.

—¿Y cómo supiste que tenías que esperar para conseguir tu propia voz?

—En realidad, a los 16 o 17 ya tenía una voz muy fuerte, o personal, pero después continué estudiando literatura y teoría literaria, y toda mi escritura se volvió muy teórica. Perdí mi voz, y la tuve que encontrar de nuevo. En ese momento escribí cuentos, pero los considero borradores, entrenamientos; no son del todo mi estilo. Nunca quedé satisfecha con ellos, con el lenguaje y la forma, y es por eso que no los publiqué. Participé en algunos concursos y logré premios, escribía todo el tiempo… Pero pensaba: esta no soy todavía yo. Me tomó tiempo lograr escribir esta idea, entrar en la complejidad de una novela y mantener la densidad del lenguaje poético. Escribí, e hice muchas muchas cosas, pero todo colaboró, pienso, a mi profesión como escritora de prosa y novelista.

—¿Escribís cuentos, además de novelas?

—Esos que menciono, pero no más. Por ahora no he sido capaz de escribir en géneros cortos. Es un desafío para mí. Creo que necesito la complejidad del género novela para mostrar cómo se relacionan cosas invisibles, satelitales... Necesito toda esta estructura alrededor.

—¿Cómo te llegan las ideas, cómo las bajás?

Uso todo tipo de métodos literarios. Con el libro que estoy escribiendo ahora, por ejemplo, era algo que estaba haciendo al costado de otros trabajos. No planeaba escribir eso, pero decidí escuchar a los personajes y criaturas de esa historia. Lo hago cuando mientras salgo a caminar o a correr. Estuve haciendo, además, mucha escritura de diario de sueños, explorando el Tibetan Dream Yoga para sacar material del subconsciente. Con este texto nuevo, la verdad es que pensé que iba a ser un cuento tradicional, pero cuando apareció la narradora se apropió de todo, ella me está llevando a escribir más bien una novela.

—¿Escribís poesía?

No me considero a mí misma como una poeta. Le tengo mucho respeto al concepto “poeta”. Creo que soy una prosista, pero mi relación con el lenguaje es más bien la de una poeta. Pero no sería una buena poeta, me parece que mi escritura necesita de estas formas más amplias, épicas, para que yo consiga articular las ideas que tengo. Así y todo, en mi segundo libro, de hecho, hay una parte que podría ser pensada así. De algún modo, ocurrió en secreto hasta para mí, porque no estaba intentando escribir poesía. El contexto era demasiado desafiante, porque Nuestra vida cotidiana es un libro sobre una poeta extraordinaria, como es Marina Tsvetáyeva. Y por supuesto no iba a escribir poesía en un libro sobre una poeta como ella, arreisgarme a que pudiese ser comparada con la suya. Pero en ese libro escribí la historia de su hija. Me interesaba pensar cómo nació su lenguaje a la sombra del de su madre, y apareció un tipo de poesía distinto. Ese fue el rol que tomé, y aparece algo, en la poesía de la hija.

—Entonces el binomio madre-hija, que ya aparece en La portadora del cielo, regresa en tu segunda novela.

Sí, y de modo muy fuerte. Pero aquí, en cambio, la madre está muy presente mientras que en la primera, ausente. Es muy fuerte y narcisista, muy demandante para con su hija. A la vez son muy simbióticas, hay una unión fuerte. La novela avanza sobre cómo entra ese vínculo en disrupción y cómo vuelven a encontrar ese lazo, cómo lo recuperan. Esa es la historia. Madre e hija estaban escribiendo un libro juntas, pero quedó trunco. Y empecé a inventarlo, quería saber qué le había pasado al libro. En esta historia potencial, ficcional, creé el libro, lo escribí, basada en algunas experiencias de infancia, en unas memorias de Alja, así se llamaba la hija. Al vínculo entre ellas lo pienso como una cinta de Möbius, aunque de repente se corte, porque hay niveles indivisibles inciertos.

—¿Y por qué creés que esta dupla convoca tu atención? ¿Qué ritmo encontrás ahí?

Creo que estos elementos primarios, estas relaciones primarias, forman tanto nuestra personalidad, dicen tanto acerca de quiénes somos y en qué vamos a convertirnos, que nuestras lenguas vienen de eso. Pienso en las ideas de Julia Kristeva... Me interesa investigar las relaciones familiares, también trabajar desde el punto de vista de las experiencias de las mujeres, que no han sido tan contadas aun. Me parece que hay mucho que explorar ahí todavía, encontrar el nivel verbal que queda en lo profundo de nosotros, inconsciente.

—Podemos pensar en la idea de la “lengua materna”, también es la madre quien acuna al hijo y le canta, primero, ya que te interesa el ritmo.

—Claro, bueno ese es, justamente, el lugar donde comienza mi segundo libro. El momento en que una mamá le enseña a hablar a su hija, una escena en que la hija está sentada en su falda y están respirando, inhalando y exalando. Están creando una suerte de "Canción de la respiración", un lazo de respiración entre las dos. Lo que intento es adentrarme en esa capa.

—¿Te preocupaba especialmente el lugar del narrador, cuidar que no invada al lector? 

En La portadora del cielo quería acercarme lo más posible a la experiencia íntima del personaje, mantener sus ojos como una cámara a través de la que se observa. Cuando escribo, uso mucho la técnica del flujo de conciencia. Intento percibir, habitar las experiencias y pensar a través del personaje, y saco textos muy ilegibles. Luego comienzo a adaptar el material, poco a poco, construyendo la narratividad en una tercera persona pero tratando de no perder las preguntas y el lenguaje del personaje. Eso es, para mí, capturar el ritmo, el fraseo interno de los personajes, si bien pienso que, para lograr dar lugar al lector, cierta distancia es necesaria, y un tipo de guía. Creo que el narrador es eso, más bien un guía que camina junto al lector. Hace los cortes necesarios y, especialmente en estos dos libros, no está ahí para comentar o para hacer emitir juicios morales, no está ahí para cerrar el sentido del todo. Me interesa darle mucho lugar al lector, confiar en él. El lector, a su vez, puede o no confiar en el personaje y seguir su marea. Soy consciente de que si no te dejás ir con el lenguaje del personaje, entonces quizás no entiendas cómo se relacionan todas esas cosas entre sí. Pero si confiás, los personajes te dirán qué es importante y comenzarás a entender. Propongo entrar en ese trance. Soy muy requirente con quien lee, le pido mucho. Confio enormemente en la imaginación del lector.

—Mencionás el flujo de conciencia, has mencionado a Woolf y a Joyce como autores que tienen mucho que ver con tu manera de escribir. Esta idea de la “balada de un día” también podría llevarnos al Ulises, no solo al Finnegans Wake.

Fueron de mucha influencia para mí. Cuando estudiaba literatura pasé un año con Joyce y especialmente con Finnegans Wake, que todavía no estaba traducido al finlandés. No lo hice con tanta conciencia aunque, por supuesto, en algún lado, en el fondo, estaba a la idea de empezar a escribir una novela con flujo de conciencia. Es un modo más de conseguir la materia bruta y hacer que el material salga de mí, y después empiezo a darle forma con otras técnicas. Creo que este modo, la tercera persona indirecta, permite combinar y tener una perspectiva más ancha y a la vez muy cerca del personaje. Así y todo, sí, hay varias referencias escondidas en el libro a Joyce y al Finnegans Wake, pero no las voy a revelar.

La portadora del cielo ocurre en un pequeño pueblo, ¿es real ese lugar?

Sí, es un pequeño pueblo cerca de una ciudad pequeña. Tiene referencias a un lugar real, pero se vuelve imaginario. No es tal cual el lugar de referencia, pero los nombres y los escenarios vienen de ahí. Algunos de los hechos trágicos de la novela recuerdan a la historia del lugar pero, de nuevo, lo he distanciado de la realidad.

—¿Los nombres de los ríos son reales? ¡Esos nombres cósmicos!

De hecho, sí, aunque la protagonista renombra a algunos. Hay nombres cósmicos, hay lugares que existen y se llaman así. Siempre mezclo algunas cosas reales, juego con las palabras y las ideas e intento llevarlas más lejos, crear un universo imaginario.

—También es cierto que de chica conociste personas que estaban en sectas, movimientos religiosos parecidos a los de la novela, ¿no?

Viví cerca de esa secta; mi familia paterna estaba involucrada fuertemente en ella. Pero luego mi padre y nosotros, mi familia, estábamos fuera, así que de algún modo lo vi de chica. Pero luego la historia es ficcional. No vivía tan cerca de ellos ya cuando era adulta, me dio curiosidad. Muchos miembros empezaron a hablar de estas experiencias traumáticas y se formaron foros y empecé a seguirlos, hasta entonces no tenían permitido hablar de eso. Esta secta es fuerte en Finlandia, en el pueblo del que viene mi papá la mitad está dominada por esta y la restante por otra, se reparten el dominio del lugar. Se volvieron muy fuertes después de la guerra, supongo que las personas buscaban seguridad de nuevo. Es una secta de fines del Siglo XIX, empezó como un movimiento y se desparramó hacia el sur. Son bastante grandes e influyentes ahora, diría que están en crecimiento. Tienen un fuerte dogmatismo en cuanto a la planificación familiar, al rol de la mujer. Son muy patriarcales, y por eso han sido fuertemente criticados en los últimos años. Cuando salió mi libro, en Finlandia no fue realmente reconocido que su tema es el de la violencia religiosa, los usos religiosos del poder y sus manipulaciones.

—¿Por qué creés que no lo vieron?

Es muy raro, porque ahora que estoy acá veo que lo han reconocido, lo han leído profundamente, de modo muy concienzudo. Allá no fue entendido en todas sus capas, con todas sus referencias. Creo que tenemos una tradición tan fuerte de narrativa realista, todavía era mayoritaria en el momento en que se publicó, quizás por eso. Ahora ha cambiado, creo que tenemos una literatura más polifónica, y que las escritoras mujeres han encontrado modos de expresarse, de recrear el lenguaje en la prosa. Son capaces de hablar de cosas muy graves, de  encarar problemas complejos aunque el lenguaje suyo sea muy hermoso y ofrezca alegorías; aun con toda esa belleza están negociando con problemas políticos muy profundos de la historia.

—¿Qué lugar ha ocupado la mujer escritora en tu país?

—Tenemos una tradición fuerte de escritoras mujeres en Finlandia. Especialmente poetas, creo que nuestras mayores poetas son mujeres. Ahora realmente hemos conseguido una voz, una posición fuerte. De algún modo, nos alentamos unas a otras, tenemos coraje para hablar abiertamente de problemas que estuvieron silenciados por mucho mucho tiempo. Queremos darle voz a esas experiencias que no han sido, en el fondo, reconocidas hasta hoy. En lo que concierne a la escritura de novelas históricas, por ejemplo, durante mucho tiempo sus autoras no eran tomadas muy en serio, sino leídas como entretenimiento, catalogadas sus obras como "novela romántica". Hay muy buenas novelas históricas escritas, pero no eran realmente consideradas como cosa seria. Ahora eso ha cambiado, lo han podido ver. Si bien en los 80 hubo una situación de respuesta violenta, de backlash, la nueva generación de periodistas y críticos literarios entiende que no podemos juzgar más a nadie por su género. Pero veamos qué pasa ahora con la nueva situación de nuestro gobierno siendo prácticamente por completo masculino. En el último año, en política, ha habido un cambio drástico. De todos modos en el área cultural muchas mujeres están en posiciones importantes, aunque en lo industrial, empresarial, es difícil para una mujer conseguir posición líder. El campo cultural es distinto, en muchos sentidos.

—¿Te definirías como una feminista?

Soy una feminista, sí. No estoy tan involucrada en el activismo, pero creo que mi manera de ser feminista es esta, tratar de escuchar la experiencia femenina y articularla en palabras. Eso es lo que me interesa.

—Dijiste entonces que estás ya escribiendo algo nuevo, una tercera novela...

Sí, será algo muy distinto a lo que ya hice. Estoy investigando todavía, intentando escuchar qué quiere decirme la narradora, que llegó a mí por sorpresa; quiere contar una historia diferente de la que originalmente planeaba escribir. Es una alegoría ubicada en algún mundo distópico del que no sé mucho todavía.

 

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