"Como escritora, no me importa nada lo que esperen de mí"
Mariana Enríquez
Jueves 18 de mayo de 2017
Después del boom de Las cosas que perdimos en el fuego, Enríquez volvió a la bandeja de novedades con una novela: Éste es el mar. "La cuestión sobre de qué trabaja el escritor y de qué vive es una cosa de la hay que hablar. No hay que ser careta con eso", le dijo, entre otras cosas, a Luciano Lamberti. Recuperamos esta entrevista que no pierde su vigencia.
Por Luciano Lamberti.
Mariana Enríquez sorprendió a todos el año pasado con el fenómeno alrededor de un libro de cuentos, Las cosas que perdimos en el fuego, publicado por Anagrama, que fue traducido a varias lenguas y premiado en el exterior. Pero esta autora porteña, nacida en 1973, escribe y publica desde hace más de veinte años. Debutó en 1994 con la novela Bajar es lo peor, a la que le siguió Cómo desaparecer completamente, los cuentos de Los peligros de fumar en la cama, un libro de crónicas de cementerios y otro sobre Silvina Ocampo. Random House acaba de publicar una novela corta, Este es el mar, sobre la que hablamos una siesta fría, en el bar El Coleccionista, de avenida Rivadavia.
Hay un cambio significativo de los cuentos a la novela. ¿De dónde salió esta historia?
La idea se me ocurrió hace mucho pero la desarrollé en los últimos dos años, al mismo tiempo que estaba escribiendo los cuentos. Tuvo una evolución más larga, de novela, aunque sea muy breve. Tardé, cambié, etc. Para mí el cuento es como una cosa mucho más rápida. Me parece que fue un intento de salir de mi registro, para no aburrirme, para entretenerme, para contarme otra historia. Transcurre en Los Ángeles. Sí, nada que ver. Los cuentos de los dos libros son muy locales, muy argentinos, trabajo con traumas argentinos, cuando se van al fantástico recalan siempre en el horror, y no hacia esa otra cosa de mundos posibles, especulación o teología. Y a mí también me gusta eso. Soy fan de Neil Gaiman, soy muy fan de Alan Moore, de M. John Harrison, que es más oscuro pero también tiene una onda así. Trabajo más con la cosa mitológica, y está más cercano a la novela gráfica, el cómic, en espíritu. Y a dos mitologías: un poco a la mitología griega, pero muy popeada, digamos, muy adaptada al entretenimiento. Y otro poco al rock. El rock es también una mitología. El libro es un descanso mental y de entretenimiento, para mí misma, del registro de los cuentos, que está muy marcado y que no es mi universo entero como escritora.
¿Sentís que los lectores esperan de vos más de lo mismo?
No sé. Puede ser. Pero yo vengo cambiando desde que empecé. Lo que pasa que ahora tengo un poco más de visibilidad. Escribí una primera novela realista, romántica, gay, ponele. Escribí crónicas de viajes, el libro de Silvina Ocampo, cuentos de terror. Si querés eso es lo que más llamó la atención a partir de edición de Anagrama. Así que dentro de un cúmulo de obsesiones voy cambiando. Supongo que sí esperan, pero a mí no me importa. A mí, como escritora, no me importa nada lo que esperen de mí. No me sale. Si no, no le encuentro mucho sentido. Me empieza a parecer todo igual.
¿Hay una presión editorial por pasar del cuento a la novela?
Siempre. Sí. Este caso sin embargo fue casi un proyecto paralelo. Yo lo pensaba como un cuento largo y terminó siendo una novela por estructura. Por un desarrollo más novelístico que de cuento. Pero sí. Es medio raro, porque al cuento en realidad le está yendo muy bien, hay un montón de escritores que conocí en estos viajes que escriben excelentes libros de cuentos, como Emiliano Monge. Por algo las editoriales ceden, también. Algún lector tiene que haber para eso. Un poco de presión hay, pero más del tipo ¿cómo vas? ¿cuándo terminás? ¿Falta mucho? ¿Será en el verano, será en el invierno? Yo no soy naturalmente cuentista. Hay gente que sí, pero yo empecé escribiendo novelas. Yo siento la presión de la novela, más que nada.
¿Y cómo fue esa gira literaria por el libro de cuentos?
Te cansa bastante. Estuve en Perú, en Francia, en Barcelona, Italia, Bogotá, Nueva York, Londres y Edimburgo. Y se acabó, por este año. Está bueno, porque aparte de viajar por ahí tenés experiencias como conocer a un escritor que te interesa. Yo, si me llevo un escritor o dos de un festival, me sobra. Porque además en situación de festival te tienen que caer bien. Con leerlo ya está, pero encima conocés a las personas. No ves mucho de los lugares, como te invitan las editoriales son medio tus dueños y básicamente te hacen laburar. Lo que sí tiene es que te aleja un poco de la escritura. La única variante para escribir no sé qué sería, avión, o a la noche antes de dormir. Estás como en otra movida en esos viajes. Está bueno porque es la primera vez que me pasa y quiero aprovecharlo, pero no es un tipo de vida que podés hacer si tu intención es escribir.
¿Y vos cómo escribís?
Necesito estar sola, con mi compu. A la mañana porque es el único momento que me queda, pero no es porque sea el momento que me copa. Pasa que trabajo a la tarde. Trabajo entre las seis y las diez de la noche. Necesito algún tipo de espacio. Tampoco es que me siento y escribo. Necesito un poco la huevada. Boludear, ves si hay alguna cosa en algún libro que pueda usar, necesito mis instrumentos alrededor. En un viaje estás muy despojado, necesitás tener la idea en la cabeza. Yo no me arreglo solo con internet.
Y con respecto a la repecursión de tus libros, ¿esperabas algo así cuando empezaste a escribir?
Ni sabía que existía. Yo empecé a los 20 años. Fue como muy natural. Leía mucho, tenía una historia en la cabeza y la escribí. Fue así. Esa fue la novela que se publicó.
¿Cómo fue ese proceso de publicar tu primer libro?
Salió en Espasa Calpe. En esos momentos ellos estaban armando una colección de libros para jóvenes pero no tenían literatura. No tenían ficción ni escritores jóvenes. Tenían un libro de Syms, un libro de Páez. En ese momento yo vivía en la plata, y mi mejor amiga era Andrea Cerrutti, que es la hermana de Gabriela Cerrutti. En ese momento era la biógrafa de Mnem, había sacado el libro El Jefe y estaba en contacto con la editorial. Y Andrea le había contado que yo había escrito una novela. Me la pidió para ver qué onda. No sé si le gustó, creo que no. Pero se lo llevó a Juan Forn en ese momento. Y a Juan le gustó. No así como estaba, trabajamos un poco. Era súper buen editor. Me dejó trabajar mucho. Me marcó cosas bastante grandes pero dejó que las hiciera yo. El problema principal es que la novela tenía como inserts en primera persona del personaje. Lo tuve que hacer todo en 3ª. Tampoco era una locura. Y después el editing normal de cualquier editor.
¿Tuviste algún maestro en ese sentido?
No. Fue una cuestión solitaria. Nunca hice taller. No es mi manera. Con Juan fue como un aprendizaje relámpago, muy profesional.
¿Creés realmente en la existencia de lo sobrenatural? ¿Tuviste alguna experiencia que no podés explicar racionalmente?
Una vez vi, entre grandes comillas, un fantasma. Fue en la casa de mi abuela. Estaba en la cama, me había llevado un libro. La casa de mi abuela era una casa chorizo, donde se pasaba de habitación en habitación. Mi abuela no sé dónde puta estaba. Mi papá estaba en la otra habitación. Yo vi pasar un tipo que iba al baño (el baño quedaba para ese lado). Había la suficiente luz para que yo pudiera distinguir algo más que la sombra de un tipo, pero era un tipo. Alto y pelado. Y no era mi papá, que es bajito y tiene pelo. Yo tenía casi treinta años. Y nada, no me dio miedo. Al final me quedé dormida. Pero no creo en estas cosas. Tengo una parte de mi familia que es muy supersticiosa y cree en esas cosas, y me fascina, pero no me engancho mucho. Me gustaría que sí, en realidad.
Sobre la novela en particular, ¿es un poco una despedida del lugar que había ocupado el rock, que fue tomado por el pop?
Bueno, Cobain fue la última de esas grandes estrellas. Y también el guitarrista de Manic Street Peachers, que desaparece en el 95. Es probable que se haya matado. Estaba en un hotel, se iban a ir para Estados Unidos para hacer una gira y él se fue en un auto para el sur, como para Gales, apareció el auto y nunca más nada. Tenía 27 años. Yo creo que hace 20 años que el rock existe como música pero no como fenómeno devocional. Creo que existe como cultura, incluso, pero mucho más pequeña. Fue una cultura popular, algo nacido de la cultura popular, y ahora lo sigue siendo pero dentro de un montón de culturas juveniles. En un momento fue “la” cultura juvenil, me parece. Me parece que se lo comieron el pop y el hip hop. Esas músicas contestarías en otro sentido. O para mí súper reaccionarias, como el regaetton, que a mí me parece horrible. Visualmente es: dinero, las minas, los autos, esa estética muy narco, muy Miami, millonario dudoso. Va desde ahí hasta Rápido y Furioso. Es una derivación más hacia el hampa del capitalismo.
¿Y el rock sería una manifestación más genuina?
No, pero era la mía. Coincidió la desaparición de esa cultura juvenil con la desaparición de mi juventud. Yo en el 95 tenía veintipico de años. Los dos mil lo mataron, Beyonce, Lana del Rey. Ojo que a mí me gustan. Lo que veo es una atomización de la difusión, ahora. En mi época nadie podía ignorar quiénes eran los Beatles. Ahora muchos pueden ignorar quién es Taylor Swift, pero tiene cien millones de seguidores en Instagram. Por eso te digo que las condiciones cambiaron. Las redes de promoción pueden no ser los canales habituales. Los tipos se pueden promocionar por Spotify, o lo que se utilizaba antes que era una discográfica, básicamente. Eso cambió. Lo que quise mostrar ahí fue eso, la disolución en algo más chico de una cultura juvenil masiva, al mismo tiempo que en mi propia juventud se convierte como en el pasado.
¿Hay una pulsión autodestructiva en el rock, que no hay en el pop?
Yo creo que hay más en el pop. Pensá en Whitney Houston, Michael Jackson.
¿Qué estás escribiendo ahora?
Va a ser una novela larga. El ideal es que transcurra en varios momentos históricos, no muy lejanos. Fines de los setenta, los ochenta entrados, fines de los noventa y una parte de los sesenta. Y una misma familia que está involucrada con cuestiones de magia, lo que termina siendo una cosa muy oscura, lo que termina siendo una especie de, creo, reflexión sobre la identidad. A muchos miembros de la familia se les oculta esto, la familia también recluta gente que tiene capacidades para servirlos, chicos que sacan de sus familias. Transcurre todo acá, una parte en Europa y otra en Misiones, y tiene bastante de política, cruzada. No es una Argentina abstracta, es la que Argentina que es. Y la historia de la impunidad del poder está ahí.
¿En qué momento sabés el tema de lo que estás escribiendo?
Entrado. En ésta me doy cuenta de que algo se empieza a revelar. La identidad es algo que surgió de la trama. Los personajes se preguntan quiénes son, qué significa tener esos poderes, etcétera. Algunos les quieren negar el poder, otros tratan de formarlos. Muchos personajes tenían ese problema. También quiero que sea entretenida. Los personajes se pelean por ser, es un tema que los atraviesa, y que los mueve. Y es una novela de acción, también, muy física, muy violenta.
¿Te pensás como una escritora profesional, que puede dejar el trabajo y dedicarse a esto?
Me encantaría, pero todavía no tengo la plata suficiente. Para mí, la cuestión sobre de qué trabaja el escritor y de qué vive es una cosa de la hay qué hablar. No hay que ser careta con eso. Yo vivo del periodismo y de dar clases en la facultad. Hay impresiones falsas desde afuera, al libro le va súper bien y entonces le entró un montón de plata. No. Un Rolón puede, ponele. Tampoco mi libro es un hit tan grande. Yo no tengo casa propia. Hay un montón de pasos previos. Y lo que no me interesa, ni ahora ni nunca, es la vida del escritor de becas. Es una cosa que a mi edad, cuando ya no lo hiciste, es un poco mucho. Lo que escribo está emocionalmente pegado a Buenos Aires. No podría escribir lo mismo en otra parte. La vida del escritor nómade, despegado de su cultura, no es algo que me interese. Y es cierto que cuando llegás a una edad estás demasiado viejo para hacerlo.