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"Editar es un modo de intervenir en los debates"

Continuando el dossier de edición en la Argentina, presentamos a Leonora Djament, directora de Eterna Cadencia Editora: “El catálogo es el contexto que da la mayor parte de las respuestas”, dice.

Por Patricio Zunini. Foto: Gustavo Pascaner.

En pocos días, Eterna Cadencia cumple diez años. La librería abrió las puertas el 20 de diciembre de 2005. Hoy el nombre desborda la casa de Honduras y Fitz Roy y se asocia además con los proyectos que se fueron gestando a lo largo de esta década: la editorial —con más de 150 títulos publicados—, el blog y también la Fundación Filba, con la que están unidas a través de los festivales de literatura.

Leonora Djament es la responsable de llevar adelante Eterna Cadencia Editora. Llegó a fines de 2007, luego de tres años en Alfaguara (primero en Prensa, luego en Edición) y nueve en Norma. En Norma la contrató Fernando Fagnani, quien a los seis meses se mudó a Edhasa y le dejó su puesto en la Dirección Editorial. “Norma fue una especie de MBA”, dice Djament: “Aprendí cómo administrar una editorial. Aprendí que si uno no maneja los números y las letras, los números los manejan los financieros y terminan armando la editorial que ellos quieren.”

Continuando con el dossier sobre el estado de la edición en la Argentina, hoy presentamos la entrevista a Leonora Djament.

¿La decisión de dejar Norma fue por un sensación de fin de ciclo?

—Estaba por cumplir nueve años en Norma. Había renunciado el director colombiano y habían cambiado al gerente en Argentina. Querían hacer una editorial más parecida a Planeta, más comercial, de alto impacto y alta rotación, prestando menos atención a los libros más literarios, y todo eso sin tener el respaldo económico suficiente para hacerlo. Yo estaba muy descontenta con el mundo corporativo en el que se estaba convirtiendo Norma y pensé en un cambio. Ahí nos cruzamos con Pablo Braun, nos pusimos de acuerdo en la editorial que queríamos armar y nos lanzamos a hacerla. Puro agradecimiento a él.

El lugar común dice que una editorial grande publica bestsellers con los que gana el dinero que le permite publicar los libros de calidad literaria. En una editorial chica no tenés esos bestsellers.

—Esa lógica nunca me gustó porque los libros, entre comillas, literarios o de culto quedan como hijos bobos que necesitan del espaldarazo de los bestsellers. Entonces uno termina por no trabajar bien los libros de nicho porque igual están subvencionados por los otros. En una editorial independiente, tenés que trabajar libro a libro, que cada libro tenga su propia ecuación y que la ecuación de todo el catálogo resulte.

¿Libro a libro o autor por autor? Porque sé que hay algunos libros con los que no estás del todo convencida pero los publicás porque te interesa que el autor se quede en la editorial.

—Hay muchísimos ejes que atraviesan un libro, muchas decisiones que se toman a la hora de elegir cada libro. Y tenés que pensar en todos simultáneamente. Sí: por un lado la decisión es libro a libro, porque si hacés una catástrofe tenés que cerrar. No hay mucho margen para equivocarse. Eso es algo diferente a los grandes grupos: ahí podés contratar a un autor con un anticipo de muchísima plata y si te sale mal, bueno, qué barbaridad, seguís adelante. En una editorial chica el margen de error es milimétrico. Entonces sí, es libro a libro. Pero también están los otros ejes o consideraciones: ¿quiero tener una política de autor?, ¿quiero publicar este libro porque en realidad me conduce a este otro?, ¿cómo funciona este libro en el catálogo? Es un campo de tensiones donde estás pensando al mismo tiempo en todas esas variables.

¿Qué pasa cuando una editorial grande se lleva a un autor con el que vos habías apostado? ¿Es algo malo porque te roban un autor, es algo bueno porque le da nueva vida a un libro que publicaste hace unos años, te es indiferente?

—Indiferente no. Da mucha pena, sobre todo si la editorial invirtió mucho tiempo y mucho afecto. De todos modos, es algo bueno si a la larga es bueno para el autor, porque queremos que les vaya bien a los escritores y porque si a ese otro libro le va muy bien también le va a ir bien a los tuyos. Pero habría que pensar si siempre es bueno el paso de una editorial chica a una grande. Eso es lo que hay que discutir. Yo creo que no siempre es así. Un mayor anticipo o una mayor tirada inicial, si fuera el caso, no son necesariamente mejores a largo plazo.

En el catálogo de ficción de Eterna Cadencia Editora no hay muchos autores que publiquen en otras editoriales. ¿Esa exclusividad es algo natural?

—Creo que se dio tácitamente. Nunca se lo pedimos expresamente a los autores. Tiene sus ventajas quedarte en una misma editorial. Está la operación de Aira, que es toda una política literaria y editorial, pero otros autores trataron de hacer algo parecido y no les ha salido tan bien. El trabajo a largo plazo en una editorial es sumamente provechoso porque además del mercado local, podés trabajar en otros países, podés promover traducciones, etc.

Hay autores que te siguen, publicaban con vos en Norma y ahora se pasaron a Eterna. ¿Cómo se dio? ¿Si mañana te fueras a otra editorial harías que te acompañen?

—No tengo respuestas para esto. Te digo varias cosas. Cuando armamos Eterna Cadencia con Pablo dijimos “No repitamos el catálogo de Norma”. Porque era muy fácil de hacer y porque no tenía gracia, no había apuesta. Yo me fui a fines de 2007, Norma cerró más o menos tres años después. Hacer exactamente lo mismo no era un crecimiento para mí y yo tenía claro que podía seguir creciendo y aprendiendo en una editorial más chica. Aun así me parece que en la manera de editar, de pensar los libros, de poner a conversar los libros con otros libros en un mismo catálogo o de otros catálogos, hay autores que sienten afinidad.

¿Cómo hacés para decirle a un autor “Este libro sí pero este no”? ¿Sucede que recibís un libro “lado b” que otra editorial más grande lo habría rechazado?

—Tiene que ver con lo que decíamos antes, hay diferentes vectores en tensión. Cada tanto hay escritores que acercan un libro —¿cómo dijiste?— “lado b”. En realidad, lo que habría que pensar es que no hay respuestas esencialistas sobre literatura y sobre qué editar. Lo que para alguien puede ser “lado b”, para otra persona o, mejor dicho, en otro catálogo, puede funcionar como “lado a”. El catálogo es el contexto que da la mayor parte de las respuestas.

¿Podés señalar la identidad de Eterna Cadencia?

—Creo que cada uno puede encontrar ciertas continuidades de acuerdo a sus intereses y me resultaría muy interesante que algunos lectores escribieran qué ven en Eterna. Con que respondan ya me sentiría feliz porque hablaría de una identidad creada; podría no haberla. Siempre me acuerdo que antes de entrar al mundo de la edición uno no sabía que los libros amarillos eran de Anagrama: eran amarillos y punto, no sé si uno le prestaba atención al nombre de la editorial. De ahí a que un lector tenga clara la identidad de un catálogo, no lo sé. Me interesa que los libreros y los periodistas tengan una lectura sobre nuestro catálogo, que podamos compartir con ellos qué estamos haciendo. Para mí construimos una identidad que es bastante parecida a la que habíamos pensado en un inicio y que obviamente se fue transformando con las contrataciones que hicimos. Pero no sé si hay una única identidad: hay una búsqueda clara en ficción, en ensayo, hay temas que nos interesa más y otros menos, hay escrituras que nos interesan más y otras menos, y hay lo que yo llamo conversaciones dentro del catálogo, que cada vez las veo más claras. Cada nuevo libro crea una conversación o se integra en otra que ya está dando vueltas. Y hay libros que se integran en conversaciones que pasan afuera en simultáneo: La habitación del presidente, de Ricardo Romero, habla con Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, y Pequeña flor, de Iosi Havilio. Pasó algo en estos últimos meses que hay que leerlo en serie y que atraviesa más de una editorial.

¿Qué tipo de autores te interesan? Arranquemos por la ficción.

—Nos importan los autores que en primera instancia trabajen con la lengua. La trama no es lo primero en lo que prestamos atención.

Aunque pueda llegar a tener un montón de trama.

—Totalmente, pero no define. Si te cuento Historia de Roque Rey...

La trama de Sangre en el ojo es como una excusa.

—O no es una excusa pero no se puede pensar sin un modo particular de escribir. Hay una sintaxis muy específica en Sangre el ojo que está hiriendo, que está haciendo una incisión en la lengua que hablamos todos, y que es tan importante como aquello que está diciendo. En Roque Rey se da una tensión entre una novela decimonónica que quiere contarlo todo pero que sabe que no puede, porque está escrita en el siglo XXI y ya no son posibles esas grandes totalidades, y el personaje se da la cabeza contra la pared porque no hay posibilidad de reconstruir la totalidad del sentido. Esas son las maneras en que la trama trabaja a la par que la escritura, que el estilo, que la sintaxis. Ni hablar de Gabriela Cabezón Cámara con el trabajo con la métrica. Otra cosa que diría es que nos importa que tenga algún tipo de actualidad. Aunque la novela transcurra en el siglo XIX, que tenga conexión con el presente y que uno pueda pensar algo en relación con el presente en el que vivimos. No novelas de época sino novelas que están hablando de ese momento pero que no dejan de tener un pie en el presente.

En la parte de ensayos hay textos literarios, de filosofía, de estética, de crítica literaria. ¿Todos son ensayos políticos a través de la crítica literaria?

—De una u otra manera, todos son ensayos teóricos en el sentido que la teoría es un modo de interrogación sobre modos de leer: cómo se lee en una sociedad, cómo se lee un autor, y qué hay por detrás de esos modos de leer —que eso es lo que trabaja tan bien Ludmer en Aquí América latina. Son libros que se preguntan sobre el estatuto de la literatura: ¿existe la literatura?, ¿qué puede hacer la literatura en una sociedad?, ¿tiene un valor político?

Eterna Cadencia publica alrededor de veinte libros al año; empezó con dos libros por mes. Con ese arranque se necesita un presupuesto inicial alto y un trabajo continuo. ¿En qué momento se cruza el umbral, cuándo una editorial independiente deja de ser una quijotada?

—Quijotada es siempre. El sector editorial como industria es de los más raros que existen… Pero bueno, deja de ser una quijotada cuando el número de abajo en el estado de resultados te saca una sonrisa. Y, por suerte, eso sucede en algún momento. A nosotros nos llevó un poco más de tiempo que el que habíamos proyectado al comienzo porque armamos el proyecto en noviembre de 2007 y a los pocos meses vino la crisis internacional del 2008, así que el escenario cambió completamente. Quiero decir, España, que en nuestras proyecciones iba a ser una pata interesante de repente entró en una crisis tremenda, y todo fue un poquito más lento. Pero llegamos a ese momento en que deja de ser una quijotada. Y al revés, todo el tiempo es una quijotada. Armar y sostener una editorial es una quijotada diaria. Si uno se preguntara todos los días si tiene que seguir con esto adelante, yo creo que cerraría todos los días. Es muy difícil, dado cómo funciona el sector, sumado a las crisis cíclicas políticas y económicas de toda la región: si no es España es Argentina y si no es Argentina es México...

Si el proyecto editorial se mueve al compás de la economía, ¿por qué no cambiar el proyecto?

—Porque somos editores con una concepción muy particular sobre el libro. En Eterna creemos —y yo personalmente creo— que editar es un modo de intervenir en los debates. Lo creemos de verdad, por eso lo repetimos cada vez. No es solución ponerse a editar bestsellers porque no te funcionaron los libros más nicho o de venta a largo plazo. Hay que encontrarle la vuelta a la edición independiente. A la edición que implica participar en la cultura, en la política de una sociedad. En ese sentido hay que seguir trabajando en relación con el Estado, con las librerías independientes, con los colegas, con las ferias, para armar un tejido que haga que esto tenga un futuro a mediano plazo.

¿Cuáles son las estrategias para que Eterna Cadencia Editora sea un negocio rentable?

—Cuando armamos la editorial nos pusimos de acuerdo en una serie de cosas. Sabíamos que veinte libros por año era el número de novedades que necesitábamos para tener una facturación determinada, que obviamente iba a ir creciendo a lo largo de los años, y que teníamos que exportar un porcentaje determinado. Había un plan de negocios, que después resultó más o menos, y que hubo que ajustarlo en el tiempo.

Los libros de Eterna Cadencia Editora se publican con tiradas variables de 1200, 1500, 2000 ejemplares, a veces más. ¿Cómo se llega a ese número?

—Con lo que creemos que puede vender el libro por experiencia, de acuerdo a otros libros del mismo autor, libros similares, etc. Sumado a eso un análisis económico en relación a los costos del libro, plazos de pagos y cobros, expectativas varias, estrategias comerciales. Hay que pensar cómo hacer la promoción de ese libro…. Con ese tipo de ecuación decidimos cuántos ejemplares hacer. Siempre hay una cuota de azar porque vivimos arrepintiéndonos (“tendríamos que haber hecho más”, “tendríamos que haber hecho menos”) con cierta habitualidad. Pero claro, con el diario del lunes todo es más fácil.

Hoy Eterna Cadencia tiene un capital simbólico importante que arrastra a cualquier libro nuevo. Pero, por ejemplo, ¿hubieras publicado en 2008 una primera novela como Una muchacha muy bella, de Julián López?

—¡Totalmente! Si querés comparalo con La virgen cabeza. Sí, totalmente lo hubiéramos publicado. Es una novela de la que nos enamoramos todos de entrada. Lo que tiene de bueno la pregunta es que hay libros que publicamos en aquel momento porque estábamos empezando y en el momento en que empezás no tenés todos los libros a disposición, no te conocen, no saben quién sos, no confían, y publicamos libros que tal vez hoy no publicaríamos, pero creo que no a la inversa. Si no los publicamos antes fue porque no tuvimos la posibilidad.

¿Cuál es la estrategia para América latina y España?

—Exportamos desde acá y desde el comienzo, como decía, la idea fue llegar a la mayor cantidad de países posibles de América latina y España.

¿Con cuántos ejemplares?

—Depende muchísimo del país. No es lo mismo lo que podés mandar a Bolivia, Uruguay o España. Antes hablábamos de la crisis española: eso nos obligó a redefinir mucho la estrategia en España. Lo seguimos replanteando mes a mes. Y también planteamos con quiénes trabajar, porque lamentablemente por la situación tan frágil de América latina hay distribuidores que cierran, librerías que quiebran y no te pagan. En algunos países hemos cambiado más de una vez de distribuidor o de librería y eso hace que todo sea un poco más dificultoso, un poco más cuesta arriba y que estés recalculando cuántos libros mandar. Antes teníamos muchas expectativas en un país y finalmente, después de que se hayan quedado dos veces los libros y con la plata, al nuevo distribuidor le decís que le vas a mandar lo mínimo que puedas. [Se ríe]

¿Qué porcentaje de la tirada se exporta?

—Depende del libro. Diría que entre un 20% y un 35%.

Argentina es el mercado principal.

Todavía. Todavía, porque somos argentinos. Ojalá en algún momento hayamos podido crecer tanto y estabilizarnos mejor en otros países. Siempre va a pesar más Argentina, pero ojalá que México, España, Chile, y otros países sean más importante que ahora. Ojalá que cuando un lector colombiano agarre un libro de Eterna Cadencia no tenga la sensación de que es un libro extranjero o importado, que sólo si se fija en el pie de imprenta se dé cuenta de que es argentino. Al mismo tiempo, es cierto que hay libros que son de interés sobre todo para Argentina y no por eso dejamos de publicarlo. Se me vienen dos casos: El país de la guerra, de Martín Kohan, que si bien es un libro que se puede leer afuera, claramente está leyendo la guerra y los modos de pensar la guerra en textos argentinos; y luego el libro de Dardo Scavino, Narraciones de la independencia. Como editorial queremos ser absolutamente latinoamericanos o hispanoparlantes, que todos los países pesen mucho, y al mismo tiempo es cierto que somos argentinos y hay libros que privilegian las temáticas argentinas: en esa tensión se construye la cosa. No hay que hacer desaparecer esa tensión.

Tanto Pablo Braun como vos viajan con frecuencia al extranjero, a festivales, a ferias. ¿Cómo influye esa retroalimentación en la editorial?

—Es fundamental. Obviamente que uno viaja si puede, depende de la economía. Cada año se puede viajar más o menos. Y también con Skype, WhatsApp, internet, todo es más sencillo. Pero las relaciones personales cara a cara siguen siendo muy valiosas y en una charla relajada uno puede descubrir una afinidad que en un intercambio de mails más protocolar no surge. En ese sentido, las ferias son importantísimas. En el caso de Frankfurt por la compra y venta de derechos, pero también para explicar el proyecto, generar vínculos, descubrir libros. En otras ferias, más que la compra y venta de derechos, es importante el contacto con editores latinoamericanos y europeos. Intercambios de proyectos a futuro, estrechar relaciones con libreros y distribuidores como pasa en Guadalajara. Es importantísimo. Es pensar en resonancia con el mundo.

¿Qué beneficios te da la reunión con otras editoriales como Adriana Hidalgo, Katz, Mardulce, etc., en el colectivo “Los siete logos”?

—Estamos trabajando juntos en ferias del interior, en Guadalajara, en Santiago de chile. Por ahora los proyectos son esos, pero estamos con ganas de hacer mucho más juntos. No limitarnos a ferias. Somos todas editoriales chicas, en ese sentido la asociatividad y armar colectivos facilita cosas. Ninguno de nosotros podría estar en la Feria de Buenos Aires en un lugar tan grande si no estuviéramos juntos. Nuestras escalas son muy pequeñas, hay cosas que si las hacemos juntos podemos mirar un poquito más para adelante. Además es más divertido estar en compañía y tener colegas en quienes respaldarte, con quiénes hablar y pensar en voz alta.

¿Eterna Cadencia Editor siempre tuvo un distribuidor? ¿En algún momento pensaste en la autodistribución?

—De entrada no tenía sentido armar un mínimo equipo comercial de distribución, teníamos claro que queríamos que nos distribuyeran. Por el momento estamos bien así, la distribución es un métier muy específico. En nuestro caso, nos distribuye Jorge Waldhuter y estamos muy contentos con él. Además tenemos una relación muy estrecha, no sentimos que la distribución esté tercerizada y nos desentendemos de nuestros libros. Hay un trabajo casi de socios, a la par, de retroalimentación permanente que es muy eficaz.

¿Qué ventajas tiene una editorial grande respecto de una chica? ¿Es sólo económica?

—Está buenísimo tener un departamento de prensa, un departamento de ventas. Acá todos hacemos todos, que también creo que tiene sus beneficios, pero contar más gente siempre está bien. Contar con más capacidad financiera… Los grandes grupos han pensado mucho el negocio del libro, hay que aprender del modo en que han pensado. Cuando te decía que Norma fue una maestría en administración de empresas es porque yo aprendí en una empresa grande. No sé si lo hubiera aprendido en una empresa chica. Es un modo de pensar los negocios para que tomes lo que quieras. Así como una editorial grande te va a pedir una rentabilidad propia de otros negocios, uno puede decir que el libro no puede dar esa rentabilidad y que simplemente se necesita dar punto de equilibrio para subsistir.

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