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Cómo abandonar un libro y no morir (de culpa) en el intento

Sacrificios de biblioteca

¿Este libro es para mí? ¿Este libro es para mí, ahora? ¿Este libro, que retrasa la llegada de aquél otro, es el más urgente de los dos? Responden escritores, periodistas, promotores del libro y editores: lectores de distintos tipos para una misma pregunta sin fondo. ¿Cómo dejar un libro de lado? ¿Qué hace que tomemos esa decisión?

Por Valeria Tentoni.

“Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros”, exigía Franz Kafka ante las bibliotecas. “A consecuencia de más de sesenta años de lectura indiscriminada, ahora deseo leer cada vez menos. (¡Propósito difícil de cumplir!) Todos los días el cartero me trae una tanda no solicitada de libros, la mayoría de los cuales nunca miro. Si hubiera sido lo bastante sensato para seguir el ejemplo que me dio un amigo de mi juventud, tal vez hoy tendría mejor vista, mejor físico y una inteligencia más penetrante”, escribía Henry Miller para después recomendar antes la lectura de los libros malos que la de los libros mediocres: los primeros le parecían estimulantes, los segundos criminales. La sentencia alrededor de la calidad de un libro pocas veces queda firme, pero hay otras sentencias, personalísimas, a las que se puede atender mejor. ¿Este libro es para mí? ¿Este libro es para mí, ahora? ¿Este libro, que retrasa la llegada de aquél otro, es el más urgente de los dos?

“Cuanto más se lee, menos huellas quedan en la mente de lo que se ha leído: la mente es un tablero en el que hay escritas muchas cosas, unas sobre otras. Así no se llega a rumiar, y tan sólo rumiando se asimila lo que se ha leído”, latigueaba Schopenhauer.

En ninguno de los tres casos, por supuesto, se trataba de desalentar la lectura, sino de apostar por un tipo de disposición menos superficial y cándida ante el acto de abrir un libro y comenzar su viaje. En sentido similar, en este mismo blog, el escritor Rodrigo Fresán diagnosticaba que “ahora, paradójicamente, lo que está acabando con la lectura es la lectura”. Más allá del acuerdo o del desacuerdo con esta hipótesis, algo es insoslayable: por estos días, el tiempo dura poco. Y los lectores son, por definición, personas que quieren seguir leyendo, que quieren leer más. Para pasar de un libro al otro, a veces, el puente no es otro que el abandono. ¿Cómo dejar un libro de lado? ¿Qué hace que tomemos esa decisión?

“Trato de darle a los libros más oportunidades de lo que le doy a cualquier otra actividad en mi vida. Si después de cierta cantidad de páginas no me engancho, le doy una nueva cantidad de páginas. Lo hago porque cargo durante mucho tiempo la culpa de abandonar un libro. Cargo con las lecturas y cargo también con las lecturas abandonadas. Por eso insisto. Insisto para liberarme”, dice la dramaturga y escritora Cynthia Edul. “La literatura me ha dado lecciones también. Cuando empecé a leer Austerlitz de W. G. Sebald, alguien me dijo: ‘tenés que darle cincuenta páginas’. Pero fueron más de cincuenta páginas. Necesité cien páginas para llegar el punto en el que el libro hacía la inflexión en el que todo cobraba sentido”.

Hay un único motivo que la hace abandonar un libro a la autora de La sucesión: la redundancia. “Pero tiene que ser muy insistente en su redundancia para ganarme la partida”, dice, antes de señalar al libro que más le costó abandonar. “Viaje de invierno de Amélie Nothomb. No pude acompañar el fluir de la conciencia del personaje, justamente porque su justificación me resultaba insoportable. Pero al mismo tiempo adoro tanto a Amélie Nothomb que abandonar un libro suyo me implicaba una traición. Todavía lo tengo en la mesita de luz”.

Denis Fernández, autor de Monstruos geométricos (17 Grises) y editor en Marciana, lee cruzando placer y trabajo. En ambos casos se permite abandonar libros sin culpa: “De alguna manera, eso me permite pasar a otro libro, y así organizar el tiempo que le dedico a la lectura. Antes sí me daba culpa no terminarlos, y aunque el libro no me estuviese encandilando, lo leía hasta el final”, dice. “Necesito que el contenido de un libro complemente mi trabajo de edición y de escritura. Si ese libro no responde a los cuestionamientos que tengo sobe la literatura, en un acto de egoísmo, con el autor y con el texto, lo dejo. Tiene que tocarme un nervio para poder seguirlo. En este momento estoy buscando un camino estético particular para terminar de formatear mis propios textos. Pero también tiene mucho que ver con el tiempo del que dispongo entre mi trabajo y el ocio. Si siento que pierdo el tiempo, paso a otro título. Y así van quedando acumulados muchos libros por la mitad”.

No debe ser el primero que abandonó 2666, el ladrillo de Roberto Bolaño. “Es enorme, e inacabado. Es difícil de trasladar, de meter en una mochila. Cuando lo empecé a leer, hace un par de años, sentí que me estaba metiendo en una aventura eterna, y lo dejé. Lo miro en la biblioteca y me babeo, pero creo que va a estar ahí quieto un buen rato. Me costó porque amo a Bolaño. Y me siento en falta con su obra, pero algún día lo voy a terminar”.

Sebastián Lidijover es, además de lector (y a causa de serlo) promotor de libros y responsable de prensa de distintos sellos. Antes de eso trabajó como librero y puede que alguno de ustedes haya visto pasar sus fotos locas en Riverside Agency y ahora en La gente anda leyendo. “Si es una lectura por placer, no suelo abandonarlo. En general, si comencé a leer un libro es porque tenía algún interés y aunque al principio no pueda engancharme nunca se sabe qué va a pasar al final. Hay libros en que los paso muy mal leyéndolo, pero terminan en la pila mental de libros que me gustaron, porque ese lugar incómodo en que te ponen como lector puede ser totalmente compatible con el disfrute una vez terminado”.

Entre los motivos que lo hacen abandonar un libro rankea primero la falta de tiempo. “Pero en el sentido más amplio: el tiempo para ese libro. Quizás lo agarré en un momento que no era el ideal. Hay libros que son latitas de Coca Cola, podés leerlos en cualquier momento y son siempre refrescantes. Pero hay otros que son una copa de vino y tratar de disfrutarlo en un subte ensardinado de gente no es lo mejor”.

A su lista negra de abandonados se apunta En busca del tiempo perdido, de Proust. “Lo abandoné sin ningún tipo de culpa (en parte porque pasé la parte de las magdalenas, lo que me habilita para hablar de Proust en reuniones sociales). Pero sí tuvo un costo dejarlo: el precio de haberlo dejado es que quizás ya se me haya pasado el momento para leerlo”.

Natalia Porta López, desde Resistencia, Chaco ―donde cada año, con la Fundación Mempo Giardinelli, organizan un foro internacional de fomento del libro y la lectura al que asisten miles de personas― es clara: “No hay tiempo que perder para leer cosas buenas”. Hay libros, sin embargo, que le costó dejar: “Me costó mucho dejar algunos libros de Umberto Eco, a quien quiero tanto. Siempre deseo que lo que escribe me guste”.

“Hasta hace unos años abandonaba con culpa, ahora ya se me pasó. Abandono cuando el libro no fluye, cuando tengo que releer cuatro o cinco veces un párrafo o un capítulo para entender lo que está diciendo. Digamos que alrededor de la quinta vez ya me doy cuenta de que el problema no es mío. Suelo dar una segunda oportunidad unos meses más adelante, porque a veces depende de cierta disposición que puede variar con el tiempo”, concluye.

Conocemos a la autora de 40 libros que adoro y que no podés dejar de leer, Flavia Pitella, por los libros que sí terminó de leer y recomienda acá y allá, sobre todo en radio, ¿pero qué pasa con los que abandona? “Cuando un libro no me atrapa (lo que significa que pienso en él cuando no estoy leyendo, que quiero seguir, que el tiempo pasa y no me doy cuenta, etc.), en general, lo dejo, porque me olvido que estaba ahí. Muchas veces abro un libro que ya está marcado ―la punta de la página doblada, o con un señalador o un lápiz― y no recuerdo haberlo leído. Entonces vuelvo a empezar. Si me pasa lo mismo, ya no lo leo. Pero hubo sorpresas. A veces les tenemos que dar, y nos tenemos que dar, una segunda oportunidad. La lectura es un refugio, incluso cuando es árida o difícil de transitar”. Con los que abandona no siente culpa: “No tengo mucho tiempo que perder”.

¿Y qué hace que decida abandonar un libro? “Cuando le veo el andamiaje. No sé cómo explicarlo. Los hilos, la ruta. Me aburren sobremanera los libros pomposos que se presentan como verdades reveladas y no son otra cosa que la necesidad narcisista del escritor. A mí me gusta que me cuenten historias”.

¿Casualidad? También ella habla de En búsqueda del tiempo perdido, de Proust, como su más grande abandonado. Pero tiene un plan: “Me parece un espanto no poder terminarlo sola. Ahora lo estoy intentando en francés y con alguien que me guíe. Hay libros que necesitan manos amigas que los hayan transitado para guiarnos en su lectura. El Ulises de Joyce, por ejemplo. Son lecturas apasionantes y muy complejas y a veces te falta que alguien te diga 'por acá' así no te sentís tan desolado. En general, los clásicos son más complejos y la vorágine va en contra de sus lecturas porque requieren un tiempo y un espacio mental que no siempre podemos darles”.

Abandonar un libro, a veces, no significa otra cosa que ponerlo en pausa o que pasárselo a alguien que sí pueda disfrutarlo. 

 

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