Una novela epistolar-amarillista

Martes 22 de marzo de 2011
El autor de El tridente recomienda leer a Rodolfo Wilcock.
Por Diego Sasturain.
Los dos indios alegres, de Juan Rodolfo Wilcock (originalmente: I due allegri indiani, 1973, Adelphi, Milano), es un texto maravilloso. Lo editó en castellano Sudamericana en 2001 con traducción de Ernesto Montequin y me di el gusto de regalarlo más de una vez, por lo que ahora se me hace muy fácil recomendar su lectura. Se lo considera una novela, lo que le hace justicia dada su naturaleza, porque de novela no tiene más que la extensión y la continuidad de algunos nombres que se repiten a lo largo de sus casi trescientas páginas: Vincenzo Frollo, alias Farolito de Cola (y variantes) el señor Pedotto y la revista de temas hípicos El picadero, donde se publica la novela por entregas Los dos indios alegres, escrita por De Cola. El libro está compuesto por las treinta entregas que narra las aventuras de dos indios: Caballo Alto y Ciervo Rojo y la correspondencia entre el autor, el editor y algunos personajes secundarios. Es una novela epistolar-amarillista. Mientras realiza sus entregas, de Cola, alias también Zepelín, va deambulando por toda clase de residencias precarias con una pierna gangrenada, enfermedad que avanza hasta ocasionar su muerte al final de la novela. Sus fieles protectoras son dos travestis: Marilyn Monroe y Golda Meir, que se ocupan de trasladarlo y velan por él. Hasta aquí el entramado de relaciones que sirve de procedimiento para desarrollar lo que realmente importa: la proliferación del caos.
Farolito, en sus entregas para Los dos indios alegres, incluye todo tipo de textos, que tienen escasa o nula vinculación entre sí y que constituyen el cuerpo de la novela, y redacta además otras secciones de El Picadero, como Indian´s Corner, organiza concursos y escribe variedades o "sueltos", además de reproducir el correo de lectores. De Cola es un grafómano, polígrafo, impostor y plagiario que incluye en su novela fragmentos de todo tipo y género (romántica, de aventuras, psicológicas, erótica, artículos científicos, crónica policial, relatos cosmogónicos, etc.). La continuidad sólo se sostiene por el título y los nombres de los protagonistas, que reaparecen nominalmente en situaciones totalmente desconectadas entre sí. Es una novela de nombres, y de categorías completamente laxas. El término "indio", por ejemplo, significa casi cualquier cosa: desde verdaderos aborígenes, animales domésticos, habitantes de cualquier país o, si es necesario, de la India. Tienen nombres como Salmón Delgado, Aceite de Oliva, Fabrica Flechas o Zorro Tremendo. Es un texto de nombres, como "novela" es un nombre.
El procedimiento de recoger textos extraños es el del propio Wilcock, que produjo con este método su primer libro en Italia, Fatti inquietanti -Hechos inquietantes-, publicado también por Sudamericana. Por lo que, si uno fuera ingenuo, podría creer que tras De cola se esconde Wilcock. Pero no, juega con la noción de autor y aparece aquí como un manipulador de nombres y significados, dotado de un gran sentido del humor, que cultiva con placer el sinsentido y el absurdo. Podría pensarse que la novela está armada para realizar en libro las preocupaciones de Michel Foucault por esos años, que incluye las palabras, las cosas y el autor. Toda taxonomía es tergiversada, todo orden subvertido con alegría y el autor finalmente muere literalmente. Dos años después de Los dos indios alegres, Wilcock publicó el libro de cuentos El caos, con un acápite de Erwin Schroedinger: "La tendencia natural de las cosas es el desorden". Ese desorden es sin dudas, un alegre trastabillar del absurdo, que se despliega gozoso en estas páginas, mientras la vida -la lucecita del farol de cola de un tren que pasa- ocurre, Wilcock, clasificador escéptico y arbitrario, escribe y, por vía negativa, deja un baúl lleno de vidrios de colores para disfrute de los indios lectores.