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Qué leen los que escriben

En nuestra sección semanal de qué leen los que escriben, hoy proponemos la lectura que Ricardo Piglia hizo de Irse, novela de Sergio Waisman durante su presentación. Se ha intentado mantener el tono coloquial de Piglia, modificando ligeramente lo dicho en aquellos momentos que se perdía legibilidad.

Por Ricardo Piglia (desgrabación: D.D.).

ricardo piglia

Irse, de Sergio Waisman. Una novela que he leído primero en inglés, como fue escrita, y luego he leído la traducción del propio Sergio. Me gusta más la versión en castellano, me parece que esa relación entre las dos lenguas es un signo muy contemporáneo de la literatura actual. Es muy común en Estados Unidos que escritores de origen latino -como se dice en Estados Unidos- escriban en inglés, quizá el caso más conocido sea el de Junot Díaz, un escritor de la República Dominicana. El caso de Sergio es más particular, más argentino diría yo, porque por un lado él mismo traduce su novela -lo cual siempre supone la tentación de corregir lo escrito- y, al mismo tiempo, porque Sergio conecta con algunas pequeñas señales de la cultura argentina. Hay algunos escritores norteamericanos que están viviendo acá, como Anna Kazumi Stahl que es una escritora nacida en Estados Unidos y que escribe en castellano, tomando una decisión a contra mano de lo que habitualmente se supone. El inglés, desde luego, es una lengua de difusión garantizada, mientras que el castellano circula de otro modo, con más lentitud. De modo que Sergio está en un cruce, en una discusión interesantísima.

 

Los escritores de mi generación siempre hemos estado atentos a la escritura norteamericana. (Cuando digo mi generación pienso en Saer, en Miguel Briante, en Jorge Di Paola). Era nuestra manera de discutir el peso de la tradición inglesa que venía vía Borges, al que sólo le interesaba de la literatura americana del siglo XIX, y también el peso de la traducción francesa que era, desde luego, un peso histórico. La literatura norteamericana nos permitía discutir o debatir con tradiciones muy dominantes en Argentina. Un poco lo que pasó con la literatura rusa para el grupo de los escritores de Boedo, que la veían como el modo de construir una tradición que mantuviera un diálogo con una literatura escrita en otra lengua.

La cuestión de la colocación de Sergio es una cuestión incómoda y siempre es bueno que en literatura haya algo incómodo de ubicar, que haya cierta incertidumbre sobre orígenes y tradiciones. Es interesante porque el libro se hace cargo de esta cuestión, el libro también narra esa vacilación. Se asienta en una estructura narrativa clásica como es la tradición del relato familiar. La familia -las familias- son una maquina de narrar, una maquina de contar historias: todos tenemos, mal o bien, una familia y en esas familias siempre hay historias que circulan. Historias que son contadas como mitos, con ciertos héroes, figuras que están allí, siempre fijas: el tío tarambana, la muchacha que se quedó soltera... En todas las familias hay personajes clásicos a los cuales se regresa en las historias, en los relatos.

Eso está presente en la novela de Sergio: es una novela sobre los relatos familiares. El tiene buen oído para escuchar esas narraciones, y al mismo tiempo esos relatos familiares, que son el sostén de la estructura del libro, están acompañados por una pluralidad de lenguas que circulan en la novela y se supone -o un puede imaginar- también en la experiencia del narrador. Aparece el idish, el inglés. Aparece el francés en la infancia del narrador que sucede en Francia. Es muy divertida la historia porque el chico aprende francés, como los chicos que inmediatamente aprenden las lenguas, pero luego cuando llega aquí habla castellano con acento francés. Circula, en la historia familiar, un juego de relación con las lenguas que parece el elemento central del libro y de nuestra cultura. Estamos entre las lenguas y entre las naciones y circulamos allí.

La otra pregunta del texto implícita es ¿cuál es la lengua natal? ¿Cuál es la lengua materna? ¿Dónde está esa lengua materna? Construida con qué restos, con qué relatos. La novela circula en torno a esa cuestión, que es una cuestión que nos interesa a todos. La lengua materna es, en cierto sentido, una lengua de elección, es la lengua de los afectos. No necesariamente es una lengua real.

Los escritores trabajamos con la ilusión de inventar una lengua propia. Por su puesto que es una ilusión imposible, pero siempre está la ilusión de dejar una marca. La lengua tiene una virtud: sabemos que no hay propiedad privada en el lenguaje. Vivimos en una sociedad en la que todo está marcado por la propiedad privada, pero el lenguaje es de todos. Uno lo usa y luego lo deja seguir. Pero pareciera que, por momentos, los escritores tendemos a dejar alguna marca que permita pensar que hemos conseguido hacer de esa lengua una lengua propia. Para poner un caso que siempre sirve de ejemplo, Borges tenía  palabras que parecían ser de él: uno no podía decir laberintos, no podía decir que alguien había fatigado los desiertos, uno ya no podía decir que conjetura algo. Hay que esperar una generación o dos para que alguien pueda empezar a decir de nuevo que conjetura; parece que esa palabra fuera efectivamente de Borges.

[En la novela de Waismann] está la cuestión de las relaciones de familia, una relación que está cruzada por distintas generaciones, por experiencias del lenguaje -de los lenguajes-. Hay escenas donde los abuelos hablan una lengua, los hijos hablan otra, los nietos hablan una tercera; la circulación de esos relatos está cruzada por la tensión entre esas lenguas distintas y, a la vez, tenemos la experiencia de ese movimiento entre las lenguas.

El otro gran tema de la novela, junto con los relatos familiares y esta situación de las lenguas -que circulan, se aprenden, se olvidan, se aprenden mal, se hablan más o menos, se entienden a medias- es la idea de movimiento: de viaje, del cruce de las fronteras. Un territorio que es siempre incierto, el territorio propio es siempre un territorio móvil. La novela cuenta un largo viaje para instalarse en un lugar y los objetos que se llevan para que ese nuevo lugar sea un lugar que uno pueda pensar como familiar. Ahí se toca con la gran tradición de la literatura judía, la cultura judía: la idea de ¿dónde estamos? El territorio como un campo de significación, de anclaje.

En ese sentido he hablado con Sergio sobre la importancia y el peso que tiene la construcción -la invención podríamos decir- de una tradición judía en la narrativa norteamericana. La tradición de Bashevis Singer, Bernard Malamud -un gran escritor relativamente olvidado aquí, pero un cuentista extraordinario-, desde luego Bellow, Philip Roth, muchos otros escritores de origen judío. Me parece que hay algunos escritores que hacen de esa tradición un tema. Toman esa tradición, el hecho de formar parte de una cultura menor dentro de la cultura norteamericana, como uno de los ejes temáticos.

Algo de eso se encuentra en la novela de Sergio. Uno podría pensar que en la novela de Sergio está condensada lo que en esa tradición aparece en escalas. Uno puede pensar que Singer es el inmigrante directo, que escribe todavía en idish -cuyo primer cuento "Gimpel the fool" es un cuento traducido por Bellow-; luego Bellow y Malamud que reconocen el  hecho de ser hijo de  inmigrantes, por lo tanto son escritores cuyos padres hablan mal el inglés; y luego Philip Roth que ya está insertado en una tradición que tiene dos generaciones.

Me parece que ahí nosotros escuchamos ciertos ecos de Roberto Arlt, que es el primero que se hace cargo del hecho de ser hijos de inmigrantes, y escribe en una lengua que se opone a la lengua tradicional establecida, que es lo que decía Bellow. Bellow, que escribió dos primeras novelas muy a lo Henry James, dijo que en un momento dado se dio cuenta que era hijo de inmigrantes judíos polacos y que, por lo tanto, no tenía por qué escribir con los estándar literarios de los gentiles blancos de tradición norteamericana. En el caso de Arlt no es tan deliberado, pero es eso: es un escritor que logra construir extraordinaria literatura en un camino completamente ajeno, paralelo, a la tradición central de los viejos criollos, Borges, Lugones, lo que han sido hasta ese momento las grandes tradiciones de la cultura  argentina.

El libro de Sergio nos convoca a este tipo de cuestiones. Además de la intensidad narrativa que tiene y el tono, en el castellano que usa persiste una leve extrañeza en el lenguaje, un efecto  difícil de lograr. Proust decía que un escritor escribe siempre en una lengua extranjera. Esto quiere decir que tiene con esa lengua una relación que intenta ser al mismo tiempo interna - muy privada, muy personal- y externa a ella. Uno escribe en la lengua de todos, pero también se retira un poco de esa lengua para ver si puede construir un lugar propio.

En ese punto aparece la cuestión de la traducción. Sergio que ha reflexionado mucho sobre la traducción, tiene un libro lindísimo sobre Borges como traductor, ha realizado varias traducciones muy buenas. Además ha realizado la experiencia de traducir este libro y eso es un ejercicio complejo por la tentación de reescribir. Todo traductor tiene la tentación de reescribir, pero pareciera que quien se traduce a sí mismo tiene la garantía o la legitimidad de poder volver a escribir ese libro que escribió en otra lengua y que por lo tanto puede considerarlo un libro que está en otro lado, en otra lengua y puede permitirse modificaciones.

Me han llamado mucho la atención las notas al pie que hay en el libro. Sabemos que el traductor que pone notas al pie está en problemas: se dice que los bueno traductores no tiene que poner  notas al pie, que cuanto mejor es un traductor menos notas al pie pone. Es decir: es capaz de resolver el problema sin explicarlo con una nota al pie. Son muy interesantes las notas al pie que pone Sergio, porque primero uno se pregunta quién es este sujeto que aparece. Entre el original en inglés y el texto traducido al castellano aparece un sujeto nuevo, que dice "bueno, esto se puede decir de esta manera, pero vamos a decirlo de esta y siempre se pierde alguna significación".

Leyendo esa nota al pie pensaba que eran como puestos de frontera -puestos de frontera que es uno de los temas de libro- y pensaba que las notas al pie me hacían acordar a una muy linda historia que se cuenta varias veces en el libro. El padre del narrador le había enseñado que cuando se cruza una frontera hay que ponerse en una posición muy rígida,  firme, escupir  y decir merde. Ese es el modo de cruzar una frontera y enfrentar lo que viene del otro lado, con la idea de que nos espera el buen destino, la suerte, etc. Me parece que las notas al pie tienen ese lugar de merde, el lugar de alguien que escupe. Son una frontera que se está cruzando.

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