Geografías de la lengua
Viernes 16 de agosto de 2013
A partir de la publicación El camino de ida, la nueva novela de Ricardo Piglia (Anagrama), le propusimos a dos colaboradores habituales del blog un artículo a cuatro manos. A continuación el intercambio que se mueve entre la reseña, la crítica y el diálogo.
Por Martín Líbster y Facundo Barisani. Foto: Vito Rivelli.
Martín Líbster: El camino de ida es mucho mejor que Blanco Nocturno y mucho peor que cualquier otra novela de Ricardo Piglia. Se le nota demasiado el truco; hay párrafos enteros que son una mera excusa para poner una frase inteligente. El ojo capta inmediatamente el núcleo y olvida todo lo demás.
El tema de la novela, evidentemente, es la desterritorialización: Renzi, ese alter ego de Piglia y protagonista de tantas novelas, en EEUU; Hudson en Argentina; Conrad en Inglaterra (o, mejor dicho, en la lengua inglesa).
Facundo Barisani: El cambio no es tanto de geografía como de lengua.
Martín Líbster: El estilo hiperporteño de Renzi aparece, entonces, contaminado con un montón de palabras en inglés que, a mi juicio, son innecesarias y forzadas. Conrad, polaco, se sentía a sus anchas en la lengua inglesa (de hecho, es uno de los más grandes estilistas ingleses de todos los tiempos); a Renzi el inglés le queda muy incómodo.
Facundo Barisani: Se puede pensar que, al igual que en Respiración artificial, donde el gesto de Piglia es inscribir su literatura como punto de encuentro entre los linajes de Borges y Arlt; en El camino de ida intenta introducir su obra dentro del camino propuesto por Hudson y Conrad. En la escritura de ambos autores se encuentra lengua y territorio en constante tensión.
La primera persona de Renzi, generalizando, varía entre dos voces marcadamente distintas (no concuerdo con la contratapa que dice que "pasa naturalmente" de la autobiografía al registro policial). Por un lado tenemos la prosa más reconocida en obras anteriores de Piglia, en aquellos pasajes donde se ahonda en asuntos teóricos y reflexiones sobre literatura; y por otro lado nos encontramos con procedimientos manifiestos del género negro norteamericano. Son tan marcados estos procedimientos que dan el efecto de estar leyendo un texto escrito en inglés y luego traducido. Es a través de este conflicto, puesto en abismo por el mismo Renzi, que Piglia aprovecha para inscribirse dentro de la tradición de Hudson y Conrad: un argentino instalado en Norteamérica, presentando su prosa como escrita en español dentro del inglés o viceversa.
Coincido en que las palabras en inglés son forzadas, pero encuentran un sentido en la totalidad de la novela. No son innecesarias porque a partir de esta tensión entre lenguas y el juego con el estilo del noir que Piglia introduce a otro escritor, esta vez no dicho, que también tiene una doble nacionalidad: Raymond Chandler (quien vivió su juventud y estudios en Inglaterra) y que rondará implícitamente por toda la obra. La propuesta de Piglia no varía y nos encontramos con pistas que justifican la introducción de Chandler como una sombra que recorre el relato (por ejemplo se escucha su nombre en el del detective, Ralph Parker) y tiene un lugar muy importante el personaje de Conrad: Marlow (sin mucha hermenéutica mediante llegamos a Philip Marlowe).
Martín Líbster: Como todas las novelas de Piglia, se pone demasiado énfasis en la literatura y en la reflexión sobre la literatura en detrimento de la trama. Esto no es necesariamente un defecto sino una marca de estilo. Las partes más interesantes de la novela son las "teóricas"; sus comentarios sobre el estilo de Hudson, de Tolstoi, las reflexiones sobre el carácter intrínsecamente religioso de la lengua rusa e incluso el comentario sociológico sobre la sociedad norteamericana. Las mejores partes narrativas son, aquellas en que narra la vida del terrorista.
Facundo Barisani: No estoy de acuerdo con que sea en detrimento de la trama, aunque sí resulta ser lo más interesante. Siguiendo la lectura de la novela como policial, creo que podemos ver cómo los diferentes personajes y actores de la historia van representando las figuras de los diferentes modos del género. El lugar del Estado norteamericano y sus servicios de inteligencia tienen una gran importancia en tanto coartan la posibilidad del género como lo conocemos. No hay nada que pueda investigar ni Renzi ni el detective que no haya caído antes bajo la lupa de un FBI. A Renzi, quien intenta ponerse el disfraz del detective de los policiales de enigma sólo le queda elucubrar sobre sus hipótesis y regodearse en charlas intelectuales; el detective ya no es aquel del hard-boiled norteamericano que se ensucia las manos, sino que vive detrás de las investigaciones del FBI.
El aparato represor del Estado aparece, entonces, como un estorbo para narrar el género. No permite ninguna de sus formas y quizás este sea otro de los grandes temas de la novela. Ni siquiera Ida, el personaje femenino, se identifica completamente con la femme fatale del noir ni con la victima inocente de las novelas de Poe o Conan Doyle; se ubica en un lugar vago entre ambas que no se resuelve al terminar la lectura.
Martín Líbster: Por supuesto, la figura del lector-detective tiene su continuación (patológica) en la figura del celoso. Piglia se burla de esto a través del personaje de Renzi, quien a un tiempo cela a Ida y a su ex mujer (aunque hay que decir en su defensa que en ambos casos tiene buenos motivos para hacerlo). Son modalidades de lo que Piglia denominó la ficción paranoica: por un lado, la amenaza externa, estatal; por el otro, la amenaza interna, emocional. No por nada uno de los alumnos de Renzi, John III, plantea que cualquier utopía política puede ser desestabilizada por las pulsiones. Se trata de la famosa idea foucaultiana de la relación entre orden político y orden sexual.
Facundo Barisani: La literatura se presenta explícitamente y en toda lectura de la novela como el único espacio donde se puede resolver, mediante la configuración de mundos posibles, aquellos conflictos que resultan irreductibles a la mirada del Estado. La experiencia del capitalismo más exacerbado no sólo arruina cualquier trama policial: también asola toda posibilidad de una acción política revolucionaria. Al Estado ya no se lo puede combatir con las formas tradicionales, como tampoco se puede narrar al género según sus convenciones. Ricardo Piglia en una de sus novelas más políticas entrecruza literatura y política. El resultado es un tanto riesgoso.
La literatura se ubica por encima y se sienta en un sillón cómodo y repleto de mitos. Por su parte, la política aparece como espejo de la ética en el Tractatus de Wittgestein y se escucha: de aquello de lo que no se puede hablar, mejor callar.