"Necesito ser muy ermitaña para escribir"
© Paloma Palomino
Paulina Flores
Lunes 24 de octubre de 2016
Qué verguenza (Seix Barral), el primer libro de la escritora chilena, lleva el nombre del relato que le hizo ganar el Premio Roberto Bolaño. "Espero que deje de ser una novedad que las mujeres escribimos y que escribimos bien", dice, desde el otro lado de la cordillera.
Por Valeria Tentoni.
Paulina Flores (Santiago de Chile, 1988) se conecta para la entrevista en un recreo entre clase y clase de las que da en un colegio dos por uno, que en Argentina conocemos como escuela para adultos o nocturna. Allá, sin embargo, es mediodía, y los alumnos van y vienen por los pasillos. Por su parte, Flores terminó el secundario sin sentirse del todo alineada con el entorno. Alcanzaría una sensación de ese orden recién en la universidad, donde estudió Literatura: una carrera a la que se inscribió siguiendo poco más que una intuición. Ahora el Círculo de Críticos de Arte chileno la reconoce como una de las mejores escritoras noveles de su camada.
La autora de Qué vergüenza —su primer libro de relatos, cuyo título proviene de una pieza ganadora del Premio Roberto Bolaño, publicado primero por Hueders y ahora por Seix Barral— responde preguntas acerca de la composición de sus personajes, sus procesos de corrección, sus búsquedas temáticas, el lugar de la mujer en el ecosistema literario chileno o la fundación de su biblioteca personal. Hay palabras que quiere decir tanto que las dice tres veces, de corrido, donde alcanzaría con una. Dice también otras que, para el lector local, quizás necesiten versión: “fome”, por aburrido; “harto”, por mucho. A sus espaldas, mientras tanto, raíces cuadradas y logaritmos toman un pizarrón blanco como si se tratara de plantas trepadoras.
—¿Das clases de Literatura?
—No, de Lenguaje y Comunicación. Igual les doy de leer harto. Tienen entre 15 y 21, 22 años; son chicos que llegan acá porque tuvueron problemas en otros colegios, o problemas familiares…
—¿Y qué les das de leer?
—Cosas que me gustan a mí y que pienso a ellos también les pueden gustar. Hemos leído desde a Hemingway hasta a Zambra, Bolaño, cosas así. De todo, de todo. Les gusta, se maravillan un poco, es buena experiencia en ese sentido.
—Contaste en una entrevista que en tu caso empezaste a leer de grande, ¿es así?
—Sí, yo leía ya en el colegio pero muy poco; o sea, leía un poco más de lo que leían mis compañeros, pero no era un colegio humanista ni nada de eso. Así que no leía mucho. Después, cuando entré en la carrera, ahí sí empecé a leer mucho, mucho, mucho. Y a encantarme completamente. Cuando entré a estudiar tenía una especie de intuición; era lo que más me convencía, pero pensé en un momento también en estudiar historia, por entonces estaba metida en el rollo político. Pero me di cuenta de que me gustaba la ficción y, en el fondo, la alegoría más que la historia real. Eso terminó por convencerme. Pero fue un descubrimiento entrar a la carrera. Llegué a la universidad y me sentí genial. En el colegio siempre me sentí… No recuerdo esa etapa como un buen paso. Sentía que no era mi lugar. Y cuando llegué a la universidad me sentí bien, pensaba: "¡Todos alucinan como lo que yo alucino!"
—¿Dónde creciste?
—En Santiago. En una comuna que se llama Conchalí, del sector norte, de clase media, media baja. De ahí para abajo hay de todo, mezclado.
—¿Y a qué se dedicaban tus papás?
—Servicios. Mi mamá siempre fue cajera y mi papá trabajaba en lo que podía, desde guardia hasta lo que pudiera encontrar.
—¿En tu casa había libros? ¿Cómo empezaste a vincularte con ellos?
—Había libros, pero de forma transitoria. Mi mamá leía, le gustaba leer. Isabel Allende, libros un poco más best seller. Pero no estaba eso de comprar tanto libro. Había pocos libros. Porque son caros, en primer lugar. Los libros que leía para el colegio yo, cuando era chica, mi mamá compraba uno en la feria, después devolvía ese a la feria, le pasaba 500 pesos más al vendedor, y así. Ya cuando empecé a ser más grande era socia de una biblioteca, entonces siempre fue como que el libro no estaba en la casa sino en otro lugar. Cuando entré en la universidad fue muy fuerte el golpe de ver que en las casas de mis compañeros sí había grandes bibliotecas. O que habían leído los grandes clásicos desde muy niños. En mi casa no había una biblioteca como uno entiende —la biblioteca es algo que se forma, que uno le da un cariño, los ordena a los libros y qué se yo; tener una biblioteca es más que tener libros. Eso nunca existió.
—¿Te acordás de cuáles fueron los primeros libros con los que te quisiste quedar, los primeros libros que te conseguiste?
—El primero fue Albert Camus, creo. Cuando leí El extranjero me voló la cabeza. Fue un verano en que me fui a veranear con una amiga y su mamá. En realidad no me importaba casi nada de lo que pasara alrededor, yo no estaba ahí. La vida me pasaba un poco. Y ahí lo empecé a leer mucho, mucho, mucho. Depsués leí La peste, Calígula, El primer hombre... Y esos fueron los primeros libros que tuve. Kafka, El proceso, me acuerdo también que me maravilló y después leí La metamorfosis. Esos libros tenía. Crimen y castigo, de Dostoievski, pero alguien me lo prestó y solo me prestó la primera parte, así que por mucho tiempo solo tuve leída esa, cuando iba al colegio. Después cuando entré a la universidad ya empecé a comprarme libros. Unos Gredos que salían en los quioscos cada 15 días, todo Sófocles, todo Esquilo, buenas traducciones, libros grandes. Y así empecé a formar mi biblioteca. También fue muy importante mi primer viaje a Buenos Aires, enloquecer con los precios de los libros. Es algo que ocurre bastante transversalmente en mi generación, o quizás en todas. Como los libros son muy caros en Chile, recuerdo que la primera vez que viajé para allá dediqué cada mañana de las "vacaciones" para recorrer librería o ferias. Realmente enloquecí y no quiero dar detalles vergonzosos, pero me traje una maleta llena de libros. Todos ellos pasaron a ser, junto con los Gredos, los pilares de la que sería mi biblioteca en el futuro.
—En Chile tienen una política de estímulos a los jóvenes escritores, hay varias becas, tengo entendido que, al igual que uno de los personajes de los relatos de Qué vergüenza, recibiste una. ¿Cómo fue esa experiencia, qué te permitió escribir?
—Hay una beca de creación literaria que, cuando yo postulé, daba dos millones de pesos (chilenos). Yo estudiaba y trabajaba, vivía con unos amigos. En el fondo la beca era la posiblidad de tener un año o más sin trabajar: había una necesidad artística pero también habia una necesidad material, porque trabajando y con la universidad no tenía tiempo de escribir nada, nada, nada. Durante mucho tiempo fue escribir lo necesario para la beca, y lo mandé apostando no mucho porque era muy chica, tenía veinte años. Y un poco igual la gente te tira para abajo. Tenía amigos que me decían que me iba a ir mal, otros amigos me decían que solo me iba a ir bien porque era mujer, y en esa época había una ley de cuotas que las mujeres tenían que ganar. Pero tampoco fue así al final, porque conté el número de mujeres y éramos 15... Bueno, postulé y fue maravilloso, porque entonces pude dedicarme a escribir y no trabajar, y fue genial.
—¿Cómo ves el lugar de la mujer que escribe en Chile, ahora? ¿Cómo recibís respuestas como esa (“te lo van a dar porque sos mujer y hay un cupo que cubrir”)?
—Creo que acá, en general, algo que pasa a todas las mujeres —no solamente a las que escribimos literatura, sino a nivel de trabajo, cualquier cosa— es que una mujer, como para que la pesquen, para que la tomen en consideración, en cuenta, tiene que esforzarse demasiado, presentar algo muy muy bueno. Tiene que destacar mucho. Yo creo que por eso hay tan buenas mujeres escribiendo ahora, me parece muy lógico. Porque en el fondo, esforzarnos tanto como para que no nos miraran así, produjo esto. Para mí era muy difícil dar ese primer paso, cuando dije: “Ya, quiero ser escritora, quiero escribir”, pensé “¿Para qué? ¡Si es tan difícil!” El mundo te mostraba que no había muchas autoras. Y ya después de la publicación vienen este tipo de cosas: “¡Sorpresa, mujeres escribiendo!”. O no sé, a mí me pasó en dos casos de entrevistas que hicieran alusiones a mi físico, y fue muy molesto. Los periodistas me pidieron disculpas después, por mail, pero de todas formas es difícil. No sé, en general es difícil ser mujer, es algo con lo que una se enfrenta día a día y la literatura es algo más de eso difícil que es ser mujer. Pero también es difícil caminar por la calle de noche, estar en cualquier trabajo, entonces tampoco es algo que me sorprenda. Es más bien la cotidianeidad de una mujer. Claro que una esperaría que en ambientes más progresistas fuera distinto, pero de hecho no es así y a veces es mucho más conservador. Yo espero que deje de ser una novedad que las mujeres escribimos y que escribimos bien. Está muy bien que nos agrupen y que nosotras mismas nos agrupemos, porque en el fondo formamos una fuerza, pero que pasado un tiempo deje de ser una novedad. No es algo especial, es natural. Me gusta mucho pensar que las mujeres estamos escribiendo muy bien. El otro día vino Coetzee a Santiago, que da un premio en la Universidad Católica para escritores muy chicos, como de colegio. Yo estaba ahí para que me firmara unos libros y vi toda la premiación. Fue mucha alegría porque había varios lugares ocupados por chicos —tercer lugar, cuarto lugar, segundo lugar, mención honrosa, todos eran hombres— y yo pensaba: "Ya, pero obvio que el primer lugar es para una mujer". ¡Y fue así! Me hacía mucho sentido. Siento que, de cierta forma, esto de que nos hayan mantenido en la vida privada tanto tiempo terminó en que domináramos muy bien las historias. Esto que conversemos tanto entre amigas, que exterioricemos, que comentemos: eso es saber contar una historia. Eso ahora nos da el talento de manejar bien las palabras. Al final las mujeres sacamos un buen provecho hasta de la represión en la que nos tuvieron.
—¿Fuiste al taller de Zambra? ¿Qué escritores y escritoras de tu generación, de Chile, conocíste ahí, o cuáles recomendarías? ¿De quiénes te sentís cerca?
—Sí, y ahí conocí a Romina Reyes, que es una gran escritora. Ella partió con un libro de cuentos también. Es muy inspiradora para mí, ahora ella está viviendo en Argentina, de hecho, escribiendo su novela. De generaciones próximas, Bruno Lloret, que escribió un libro muy raro pero muy bello. Hay mucho movimiento, y hay muchas mujeres ecsribiendo y publicando. Yo no puedo a veces leerlo todo porque soy muy obsesiva y siempre estoy leyendo las cosas que pienso que me van a servir a mí particularmente. Y releo mucho, los mismos libros los vuelvo a leer una y otra vez.
—¿Como cuáles?
—Ahora estaba leyendo de nuevo Luz de agosto y Las palmeras salvajes, de Faulkner. He leído como tres veces No es país para viejos de McCarthy. Estaba leyendo Al pie de la escalera, de Lorrie Moore... Estoy en esa etapa fome de releer pero que me sirve mucho, porque en el fondo estoy buscando en mis propios referentes. Por suerte ahora empecé a leer un libro muy bueno, nuevo, que se llama Las chicas, de Emma Cline, y me tiene muy feliz y me ha dado nuevos aires. Me inspiró mucho, también. Es como un tratado feminista al final; ella repasa cómo, desde chicas, somos educadas para ser amadas, para buscar ser amadas.
—En Qué vergüenza, casi todos los personajes que narrás en infancia tienen madres muy fuertes, casi siempre la madre es fuerte y el padre está desocupado, deprimido, en situación de debilidad. ¿Cómo los delineaste?
—Es que me sale natural. Para mí no hay débiles y no hay fuertes ligados a género. Yo no concibo que un hombre sea fuerte. Si leés la Ilíada, Aquiles es un gran guerrero pero el tipo está con un berrinche que no quería pelear. O, no sé, tenés a Raskolnikov y es un neurótico, se acusa a sí mismo. Y al final yo no entiendo las cosas hombres-fuertes, mujeres-débiles, entonces no entiendo que a la gente le llame la atención que pueda haber un hombre acongojado. Y claro, de todas formas, durante mucho tiempo hubo una literatura muy masculinizante, en los poetas sobre todo. Pero para mí es algo natural. Veo Mad Men y me hace sentido que Don Draper llore todos los capítulos; es así, somos complejidades, y más allá de lo que proyectemos, de lo que los personajes masculinos intentan proyectar en algún punto, en la vida privada no es así. No me detuve a pensar: "Ya, voy a armar un hombre débil para hacer la revolución feminista". Sino que fue: "Bueno, así son también". Y no está mal. De cierta forma, quizás ellos exteriorizan el hecho de que no pueden controlar las cosas, nomás. Eso que quizás sus mismos padres les dijeron no es verdad. Pero para mí no es algo sorpresivo, es algo que solo está ahí. Y también hay algunos hombres muy fuertes en el libro, y mujeres que son más débiles; pero claro, no lucen tanto, porque uno está esperando otra cosa. Pero en realidad es así siempre, si uno se pone a ver la literatura... Hamlet, ¡ser o no ser! ¡Ni siquiera podía tomar una decisión! Siempre siempre ha sido así, lo que pasa es que tenían coronas o tenían armaduras o, qué se yo, eran estudiantes de derecho.
—El conjunto de relatos podría pensarse como un barrio, hay una respiración común, ¿para dónde te dirirgís ahora, a partir de acá?
—Me gusta que se cierre el conjunto con ese cuento largo, que creo que a pesar de que tiene un mismo tono que el resto de los relatos, tira hacia otro lado. Pienso que hay un ambiente, un aire que se respira en todos los cuentos que es similar, pero igual en cada cuento traté de probar cosas distintas. Distintos narradores, distintas voces, jugar un poco más con los formatos. En el futuro no sé, es lo mismo: quiero seguir probando. Quiero escribir una novela, y estoy pensando en una novela muy de personaje y muy de voces, de voces distintas. Que cada capítulo esté narrado por una voz diferente y que eso se vea con claridad. Un poco salir quizás de la infancia, crecer un poco más en ese sentido, en edad. Y jugar, arriesgarme. Esa es la parte más entretenida. Ponerse en un lugar no cómodo; de hecho, al principio quería escribir ciencia ficción, quería irme a otro lado completamente distinto. Y después bueno, esa historia no porque me dio miedo sino porque no cuajó bien, la dejé. Estoy tratando mucho temas como el partir, el abandonar. Irse, intentarlo de nuevo. Empezar de cero. Dejar la tierra atrás. Eso me llama mucho, y por otro lado la fraternidad; esos puntos de encuentro en donde alguien cuida a otro, y ese otro de repente no es nadie y lo cuida de todas formas. Y así.
—Hay algo que quizás reuna los relatos y es el tratamiento de lo vincular. El relato que abre el conjunto y le da nombre se resuelve con el ingreso a algo así como una conciencia del otro, como si la revelación fuese eso, justamente. El quiebre está cuando un personaje observa al fin a otro de frente.
—Y también de repente ese otro trae como un consuelo, ¿no? En "Qué vergüenza" todo el mundo siempre me dice ¡pero qué cuento más triste! Y yo siempre pienso que no es triste, porque en el fondo la hermana mayor se da cuenta de que no puede llorar porque hay una menor, y ella ni siquiera entiende qué está pasando. Y esa es una fortaleza, y la fortaleza viene justamente del vínculo. No siempre se ve tan claramente, pero para mí siempre está ahí.
—Es tu primer libro de relatos: salió en Hueders antes de pasar al sello en que está ahora, y contaste que tuvo dos o tres intentos y fue rechazado allí, ¿no?
—No fueron tantos, no, yo lo mandé a Hueders, y me dijeron que no la primera vez. Lo mandé a otras editoriales y me decían que sí pero en dos años, cosas así. De todas formas para mí fue un golpe duro, porque los años anteriores había estado completamente metida en el libro, pensando que había sacrificado mi vida profesional y también personal en pos de escribir. Porque es fundamental tener tiempo para escribir. Y tenía trabajos que no me gustaban, ganaba poco y no vivía muy bien, no podia darme lujos, no sé, pero hacía esta otra cosa. Entonces cuando me dijeron que no sentí que había apostado todo y había perdido el juego; también fue mucho tiempo de no ganar nada, no ganar concursos, frustrarme. Después lo seguí intentando; mejoré los cuentos, los volví a enviar al siguiente año, y ya ahí sí.
—¿Y cómo fue el paso de Hueders a Seix Barral?
—Me llegó un correo en un momento mostrando interés y después me llegó otro, diciéndome que les había encantado el libro, queriendo publicarlo. Pero fue difícil para mí, no fue una decisión que tomé rápido. No dije que sí al tiro. Lo conversé con hartos amigos, escritores y no escritores, lo conversé con mi propia editorial, con el editor, no era fácil. En primer lugar era una decisión salir de Chile. La editorial es transnacional y, si bien me han tratado muy bien, yo tiendo a desconfiar de las grandes empresas en general, a pesar de que sean de libros. De las cosas que me dejaron tranquilas justamente eso, que les gustó el libro y así me lo hicieron ver y confiaron de primer término en el y todo ha sido muy cómodo, yo tenía mucho miedo de que el trato fuera más impersonal o de que no sé, esas cosas que uno se imagina con las editoriales grandes, y hasta el momento no ha sido así. Me gusta también porque son puras mujeres; mi editora es mujer, la niña de prensa es mujer, todas son mujeres. Las entrevistas que me han hecho en España fueron solo mujeres, contigo mujer... ¡Es como si el mundo fuera de Chile fueran solo mujeres! Es muy gracioso. Así que me gusta también estar ahi, me siento cómoda, veo en el fondo su lucha también por ocupar lugares que antes eran solo de hombres. Pero no fue una decisión facil para mí, sino pensada. Me costó harto. Pero lo decidí y yo creo que hasta el momento fue una buena decisión. Saldrá en España, Argentina, México y Colombia. Igual me pasa ahora que también quiero concentrarme en el siguiente libro, que ya lo comencé a escribir y necesito focalizarme. Necesito ser muy ermitaña para escribir. Para hacerlo, tengo que estr concentrada en una sola cosa; no soy muy malabarista en ese sentido.
—Una última: cuando dijiste recién "mejoré los cuentos", ¿qué es lo que hiciste exactamente?
—Escribí hartos cuentos más, como cuatro o cinco, otros los descarté. Talcahuano lo mandé y ese está más o menos igual en la primera y en la segunda versión, pero no todos. Las historias sí. Yo nunca cambio las historias, lo que voy haciendo es mejorar la escritura. No soy de sacar, ese no es mi tipo de edición; me propongo tratar de mejorar lo que quiero transmitir. Un poco esa es la “autoedición” que me hago en general, casi como agregar más que recortar. Está ese criterio de cortar, cortar, cortar, sacar lo que es innecesario, y yo no pienso así. Me parece que lo innecesario es lo que tiene que quedar, como que rebalse. Cosas que tu crees que son innecesarias en un cuento, quizás ahí está todo el cuento. Justo en ese detalle que pensaste que no servía, quizás ahí está todo. Al editar no soy una persona que corte o que saque cosas, sino una que revisa y que agrega más cosas, de hecho. Más de complementar. En el fondo, cuando algo no me funciona literariamente no es que deje de confiar en esa idea sino que creo que tengo que transmitirla mejor.