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Rosa Luxemburgo: reforma o revolución
Feminismos para la revolución
Miércoles 25 de agosto de 2021
Leé uno de los textos de Feminismos para la revolución, antología de 14 mujeres que desafiaron los límites de las izquierdas (Siglo XXI Editores), a cargo de Laura Fernández Cordero. El elegido fue publicado en Berlín en 1899 y sigue resonando hasta hoy.
Por Rosa Luxemburgo.
Es en la teoría de Eduard Bernstein, expuesta en sus artículos acerca de “problemas del socialismo”, [publicados en] Die Neue Zeit [entre 1897 y 1898], y en su libro Die Voraussetzungen des Sozialismus und die Aufgaben der Sozialdemokratie [Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia] donde encontramos por primera vez la oposición de estos dos factores en el movimiento obrero. Su teoría tiende a aconsejarnos que renunciemos a la transformación social, objetivo final de la socialdemocracia, y hagamos de la reforma social, el medio de la lucha de clases, su fin último. El propio Bernstein lo ha dicho claramente y en su estilo habitual: “El objetivo final, sea cual fuere, es nada; el movimiento es todo”.
Sin embargo, dado que el objetivo final del socialismo es el único factor decisivo que diferencia al movimiento socialdemócrata de la democracia y el radicalismo burgueses, el único factor que transforma la movilización obrera de conjunto de vano esfuerzo por reformar el orden capitalista en lucha de clases contra ese orden, para suprimir ese orden, la pregunta “reforma o revolución”, tal como la plantea Bernstein es, para la socialdemocracia, el “ser o no ser”. En la controversia con Bernstein y sus correligionarios, todo el partido debe comprender claramente que no se trata de tal o cual método de lucha, del empleo de tal o cual táctica, sino de la existencia misma del movimiento socialdemócrata.
Un vistazo superficial a la teoría de Bernstein puede provocar la impresión de que todo esto es una exageración. ¿Acaso él no menciona constantemente a la socialdemocracia y sus objetivos? ¿Acaso pierde ocasión de repetir, en lenguaje muy explícito, que él también lucha por el objetivo final del socialismo, pero de otra manera?
¿Acaso no destaca especialmente que aprueba en todo el accionar actual de la socialdemocracia?
Esperar que desde el comienzo una oposición al socialismo científico exprese con toda claridad, íntegramente y hasta sus últimas consecuencias su verdadero contenido; esperar que niegue abierta y categóricamente el fundamento teórico de la socialdemocracia: esto equivale a subestimar el poder del socialismo científico. Quien desee hacerse pasar por socialista y, a la vez, declarar la guerra contra la doctrina marxista, el producto más extraordinario de la mente humana de este siglo, debe iniciar con una estima involuntaria por Marx. Debe reconocerse discípulo suyo, buscando en las enseñanzas de Marx los puntos de apoyo para lanzar un ataque contra este, a la vez que califica a su ataque como desarrollo de la doctrina marxista. Por eso debemos desechar las formas externas de la teoría de Bernstein, para llegar al meollo que esconden. Se trata de una necesidad apremiante para las amplias capas del proletariado industrial que militan en nuestro partido.
No se puede arrojar contra los obreros insulto más grosero ni calumnia más indigna que la frase “las polémicas teóricas son solo para los académicos”. Hace un tiempo Lassalle dijo: “Recién cuando la ciencia y los obreros, polos opuestos de la sociedad, lleguen a ser uno, triturarán con sus brazos de acero todos los obstáculos contra la cultura”. Toda la fuerza del movimiento obrero moderno reposa sobre el conocimiento científico.
Pero en este caso específico dicho conocimiento es doblemente importante para los obreros, porque lo que está en juego aquí son los obreros y su influencia en el partido. Es su pellejo lo que está en juego. La teoría oportunista del partido, la teoría formulada por Bernstein, no es sino el intento inconsciente de garantizar la supremacía de los elementos pequeñoburgueses que han ingresado al partido, de torcer el rumbo de la política y objetivos de nuestro partido en esa dirección.
El problema de reforma o revolución, de objetivo final y movimiento es, fundamentalmente, bajo otra forma, el problema del carácter pequeñoburgués o proletario del movimiento obrero.
Berlín, 18 de abril de 1899