El rojo según Alexander Theroux
Ideas
Miércoles 24 de febrero de 2021
Es el color del crepúsculo, de la sangre, de la capa en las corridas de toros y de los vestidos de novia chinos. Un fragmento de Colores primarios, de Alexander Theroux (La Bestia Equilátera).
Por Alexander Theroux.
El rojo es el más audaz de todos los colores. Representa la caridad y el sacrificio, el infierno, el amor, la juventud, el fervor, la vanagloria, el pecado y la expiación. Es el color más popular, particularmente entre las mujeres. Es el primer color del recién nacido y el último que se ve en el lecho de muerte. Es el color del azufre en la alquimia, la fuerza en la Cábala, el color hebreo de Dios. Mahoma juró por “lo rojo del cielo en el crepúsculo”. Simboliza el día para los indios americanos, el este para los chippewa, la dirección oeste en el Tíbet y Marte como regente de Aries y Escorpio en el zodíaco antiguo. Es el color de la Navidad, la sangre, el setter irlandés, la carne, las señales de salida, San Juan, la salsa Tabasco, los rubíes, las viejas butacas y alfombras de teatro, las balizas de emergencia, el celo, los autobuses de Londres, los yunques calientes (el rojo en los metales es representado por el acero, el metal de la guerra), el rubio rojizo, el fez, el dragón apocalíptico, el whisky barato, la parra virgen, las tarjetas de San Valentín, los guantes de box, los caballos de Zacarías, un fuego intenso, las manchas en el planeta Júpiter, la páprika, las antorchas nupciales, la pelota de goma de algún niño, el chorizo, las marcas de nacimiento y los cardenales de la Iglesia Católica Romana. Es, no obstante, con toda su intensidad, un color de gran ambivalencia. Eugene Field escribió sobre los efectos del rojo:
Algo en el rojo calienta la sangre
y desde dentro al hombre acelera,
torna en veloz y perfecto capullo
el germen del pecado original.
El amor es rojo. También la muerte, su contraparte. Es el color del fuego y de la llama. En China, el vestido de novia es rojo. También el botón en el gorro de un mandarín. El rojo significa felicidad, en China, donde la gente prospera si su tejado es de ese color. Cuando se producían nacimientos, en la antigua China, los vecinos enviaban mensajeros con huevos de color rojo para los flamantes padres, en el ritual del pao-hsi, “Llevar felicidad”, y en los ritos matrimoniales la novia china solía vestir de rojo e ir en procesión sobre una silla de mano roja y, avanzando sobre una alfombra roja hasta la ceremonia, encontraba al novio, que, al recibirla, le alzaba el velo de seda roja. Los días en letra roja son días de recreo, festivos, no feriales, y en los almanaques están impresos con tinta roja. Cuando salimos de parranda, “we paint the town red”, pintamos el pueblo de rojo, y no de otro color. Con solo ver el color rojo, se supone que la tasa metabólica del ser humano se incrementa en un 13,4 por ciento. Cuando los sujetos en un experimento veían una luz roja —era una medición de la fuerza manual—, su fuerza aumentaba en casi un veinte por ciento. Red, el perfume exótico de Giorgio, tiene una fragancia tan potente que, según se informa, en algunos lugares ha matado en las personas el apetito por la comida, y hay ciertos restaurantes en el área de Los Ángeles que efectivamente prohíben la entrada a las mujeres que lo usan. Podría decirse que su pasión como color no tiene igual. Uno de mis discos favoritos de jazz, que poseo en un viejo, por Harry Clinton y su Orquesta, se llama A Study in Red. ¿No fue el propio Kandinsky quien dijo que el rojo evocaba el sonido de trompetas?
Es una idea generalmente aceptada que, de todos los colores, el rojo tiene la mayor intensidad y el más alto poder de atracción. Es al mismo tiempo positivo, agresivo y excitante. Es fuerte, simple, primario. El rojo fue el primer color en ser designado por un nombre en prácticamente todas las lenguas primitivas —el nombre de Adán, el primer hombre, significa, de acuerdo con una antigua tradición hebrea, tanto “vivo” como “rojo”—, y también el color más usado en el arte primitivo y en el arte clásico. Ha habido mucha especulación acerca de las razones para este particular fenómeno, aunque a mi entender nadie lo explicó de manera más contundente que Maitland Graves en The Art of Colour and Design (1941), donde escribe:
El arte primitivo, así como el arte clásico, fue en esencia un arte de exteriores; esto es, tenía que ver fundamentalmente
con la decoración de fachadas, estatuas pintadas y tótems, galeras de guerra, cuadrigas y cosas así. El fondo para este arte lo proveían el cielo azul y la vegetación verde. Por lo tanto, el uso de los colores cálidos, en particular el rojo, redundaba en un contraste más eficaz contra esa clase de fondos, allí donde el azul y el verde resultarían aplastados y se perderían…El mismo predominio de los rojos y amarillos puede notarse en la decoración de exteriores de hoy, y lo ejemplifican cosas tales como los muebles de playa y de jardín y los carteles publicitarios.
Hay en la naturaleza una oculta paleta de rojos: arcilla, plantas, bayas, cortezas, flores, hierbas, minerales. Se lo encuentra en los suelos de todas partes, desde el barro rojizo del oeste de Connecticut hasta los “ultisoles” de la costa noreste de Australia, pasando por la tierra ferruginosa del sur de Brasil y por el polvo rojo oscuro que levanta en Sudán el viento jamsín. El rojo de las pinturas rupestres de la cueva de Lascaux, en el sur de Francia, provenía del intenso mineral de hierro que era molido mediante el uso de piedras o de morteros de hueso, hasta convertirlo en polvo, luego mezclado con sangre de animales, o grasa, y jugos de plantas. En la cueva de Altamira, en España, se puede ver al peludo bisonte rojo, al caballo y al venado salvaje pintados en el techo por el hombre de Cromañón, con estos colores oscuros, entre quince mil y ocho mil años atrás. En Jericó, en los niveles precerámicos del neolítico que datan de alrededor del año 6000 antes de Cristo, se encontró una cantidad de máscaras de marga caliza, engarzadas con conchas marinas a modo de ojos, retocadas con pintura roja. Y en las más antiguas pinturas de pared, exhumadas en las ruinas de Teleilat el Ghassul, un pueblo de chozas de adobe calcolíticas (circa 3500 antes de Cristo), los artistas dejaron dibujos en pigmentos minerales de ocre rojo y amarillo. Durante aquellas épocas remotas, se descubrió que un cierto tipo de arcilla viraba a un intenso color rojo ladrillo cuando era cocida. La cerámica roja, una artesanía que llegaría a dominarse en Egipto y el Asia Menor, muy pronto se traficó por todo el Oriente Próximo.
La alfarería en arcilla roja, dicho sea de paso, se hace con la misma arcilla ordinaria que se utilizaba para fabricar los ladrillos comunes. Hoy, las macetas son algo así como los únicos objetos que todavía se hacen de arcilla roja, pero en el siglo xviii y comienzos del xix se la utilizaba para muchas cosas, incluyendo fuentes para tartas, jarras robustas, canicas, etcétera. Era tierra de color óxido de hierro, en realidad, lo que los kikuyu, los nardi y muchas otras tribus primitivas se frotaban, desde tiempos remotos, para adquirir el rojo esplendor del cobre. De hecho, los semicamíticos nardi se hacen llamar “rojos” y utilizan con desdeñosa displicencia la palabra “negro” para cualquier persona sin colorear o que no modifique el color de su piel. El color puede ser algo subjetivo. Mientras que los negros de los Estados Unidos llaman con sorna a los blancos “grises”, insólitamente, en Trinidad la expresión “es rojo” significa que un hombre es ya sea medio chino o medio portugués.
El clima cálido y seco, dicho sea de paso, favorece el crecimiento de líquenes, cuyos excrementos, dice el geomicrobiólogo alemán Wolfgang Krumbein, producen una pátina rojiza. Curiosamente, su reflejo puede verse en casi todas las pinturas y “vistas” decimonónicas de la antigua Acrópolis de Atenas, de un rojo rosáceo, mientras que, más tarde, las algas y hongos que crecen rápidamente en nuestro clima más fresco y aguafiestas están volviendo este monumento histórico de un extraño verde negruzco.
Los indios americanos apreciaban el rojo en las prendas de piel y especialmente en los mocasines de hombre, cuyo tono, una suerte de rojo parduzco, se utiliza todavía hoy. Los crow y los shoshoni usualmente añadían abalorios al tejido rojo que comerciaban y del que hacían sus cobertores, pero, como usaban el tejido mismo como fondo, tendían a evitar los abalorios rojos simplemente porque se fundían con el color del tejido y no podían ser vistos. Para teñir la gamuza, cortaban y hervían las raíces de cierto tipo de caoba de montaña (cercocarpus montanus), y esparcían el líquido sobre la piel. Luego, solían diseminar sobre ella trocitos secos de corteza de aliso, para ayudar a que penetrara, después de lo cual la piel era plegada. Por la mañana, el lado tratado había tomado un persistente tinte rojo. Los indios ojibwa, de la región de los Grandes Lagos de Canadá y de los Estados Unidos, utilizaban la corteza interior del cedro rojo para preparar una tintura roja, empleada principalmente en la coloración de esteras. El carmín, la brillante tintura carmesí utilizada en medicina, en cosmética y en la preparación de caramelos, se obtiene de los cuerpos desecados y pulverizados de la cochinilla dactylopius coccus, que vive en las plantas de cactus en lugares como México y Perú, pero que también se encuentra en algunos robles. La escama de este insecto es una cubierta corporal que de alguna manera protege sus huevos después de que el insecto muere.
Yo creo que los cielos y las cortinas del Tabernáculo (Éxodo 26:1-35, 36:1-38) también habían sido teñidas de escarlata con el jugo que se obtiene al machacar estos insectos, igualmente llamados granas. Y sabemos que ese costoso púrpura de Tiro o púrpura imperial de las ropas rojas y púrpuras de los nobles de tiempos bíblicos (Jueces 8:26, Proverbios 31:32; Lucas 16:19, Revelación 18:12) se preparaba a partir de moluscos (murex brandaris, cañadilla, mollusca púrpura, etcétera) encontrados en las costas del Mediterráneo: claramente es la misma tintura utilizada por el renombrado artesano de las Escrituras Hiram de Tiro, cuya habilidad “para trabajar en tela púrpura, escarlata y azul” (2, Crónicas 2:7) el mismísimo rey Salomón no solamente admiraba mucho, sino que también codiciaba.
En los tótems de los indios haida y tlingit del norte de la Columbia Británica y el sudeste de Alaska, el color rojo —obtenido de la hematita pulverizada con huevos de salmón masticados y saliva empleada como aglutinante— se usa, iconográficamente, en los labios, narinas y en ocasiones en los cuerpos de las criaturas de la columna, y como elemento secundario, para crear formas lineales dentro de áreas bidimensionales. El azul se usa para las cuencas de los ojos y en áreas dibujadas en dos dimensiones.
Cabe señalar de paso que “rojos” es, al menos en términos generales, la descripción preferida de sí mismos —warn (Women of All Red Nations, organización de las “mujeres de todas las naciones rojas”) es ejemplo de esto— para los nativos de Norteamérica. “Oklahoma”, del choctaw okla homma, significa, de hecho, “gente roja”. ¿Recuerdan la primera línea de Viñas de ira de John Steinbeck? “Las últimas lluvias cayeron con suavidad sobre los campos rojos y parte de los campos grises de Oklahoma, y no hendieron la tierra llena de cicatrices”. Y es interesante saber que Sacagawea, la india shoshoni que acompañó la expedición de Lewis y Clark desde el río Missouri pasando la División Continental hasta la costa del Pacífico en 1805, instruyó a aquellos exploradores para que llevaran consigo pintura roja a fin de pintar las mejillas de las personas con las que se encontraran: una señal de intenciones pacíficas.
Alexander Theroux nació en Massachusetts, los Estados Unidos, en 1939. Ha enseñado en Harvard, MIT y en la Universidad de Virginia, donde obtuvo su doctorado en 1968. Es el autor de novelas admirables: Three Wogs (1972), Darconville’s Cat (1981), An Adultery (1987), Laura Warholic or, The sexual intellectual (2007) y de libros de viajes, ensayos y poesía. The Strange Case of Edward Gorey (2010), el libro que narra su relación de amistad con el genial ilustrador, ha sido elogiado por escritores de la talla de Cormac McCarthy. Su último libro publicado es The Grammar of Rock (2013).