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La última entrevista de Abelardo Castillo

“La literatura no es lo que yo hago, es lo que yo soy”

Con la excusa de su nueva recopilación de cuentos, Del mundo que conocimos (Alfaguara), pero con la vocación de recorrer toda su biografía, Luciano Lamberti conversó con el ayer fallecido Abelardo Castillo en su casa de Once, el pasado Viernes Santo, en la que sería su última entrevista.  

Por Luciano Lamberti.

Fui a ver a Castillo a su casa de Once el Viernes Santo de este año. En el medio, habíamos intercambiado emails en los que me explicó que por las mañanas dormía, que tenía que ser por la tarde, y entre una cosa y la otra terminamos quedando para ese día. Vivía en una casa de techos altos, hermosamente decorada y con escaleras, que subí acompañado por Sylvia Iparraguirre. La entrevista tuvo lugar en el living, frente a un tablero de ajedrez. En algún momento la sobrina nieta se asomó por la puerta, me miró, volvió a esconderse. Tomé un café y Castillo un té. Hablamos por casi una hora y media, incluso con el grabador apagado, y al final la conversación derivó en la paranoia de Castillo acerca de la madre de todas las bombas y del clima “guerra fría” que se estaba volviendo a instalar en el imaginario colectivo. Lo vi bien: tenía puesta una faja pero no presentaba dificultades al caminar y mucho menos al pensar. En algún punto me dijo (lo que ahora me pone la piel de gallina) que si supiera que se estaba por morir iría a trabajar en la segunda parte de sus diarios, de pronta publicación. Por momentos sentí que estaba entrevistando a uno de los Grandes, uno de esos escritores (como Cortázar o Borges) que pueden hablar sobre todo, la vieja escuela. Castillo me explicó que había dormido poco y que sus ideas estaban algo confusas, por lo que querría revisar el crudo de la entrevista antes de ser publicado. Cosa que no hago nunca, pero en su caso pensé que sería una buena excepción. Se lo mandé hace unos días y no recibí respuesta. Le volví a escribir anteayer, tampoco. Ya comenzando a irritarme cuando me enteré que había muerto a causa de una infección intestinal.

 

Quería comenzar hablando de esta nueva recopilación de cuentos, Del mundo que conocimos. Usted se opone en el prólogo a la palabra antología.

No, no me opongo. Es que no es una antología. Es una selección. Uno no puede ser su propio antólogo. Sería como decir, secretamente, “esto que yo hice es bueno, y esto también, y esto también”. Las antologías literarias se basan en la selección de textos que se supone son lo mejor de determinado autor, y eso no lo puede decidir nunca el propio autor. Yo puedo elegir por gusto personal un cuento de Cortázar, un cuento de Borges, uno de Buzzati o de Cheever. Pero honradamente no puedo elegir mis propios cuentos, porque estaría diciendo que esos cuentos son buenos. Es una opinión sobre tu propia obra que es la que debe dar el crítico, no el autor. ¿Qué significa cuando un pintor dice “este es mi mejor cuadro”? Es una expresión de deseo. ¿Qué sabe el pintor realmente sobre sus cuadros? Es más, los pintores y los artistas no saben muy bien lo que han hecho. Calculá que Rodin no podía soportar “El beso”, su famosa escultura. La iban a visitar y él decía: "No sé por qué vienen a ver esta chuchería". Virgilio quería quemar La Eneida. Kafka aborrecía de La metamorfosis.

¿Y entonces con qué criterios los seleccionó?

Con el criterio de que es una especie de mapa personal, que significa una cantidad de cosas que no siempre puedo compartir con el lector. Es él el que tendrá que decir qué es lo bueno, qué es lo malo y qué es lo regular. Hay cuentos que están porque yo quiero que estén, por encima de su valor. Por ejemplo: “Los ritos” que es un cuento que realmente me gusta, y que tal vez sea un buen cuento, yo no lo puse en el libro por razones estéticas, sino porque cuando lo escribí me permitió continuar con la novela Crónica de un iniciado que estaba escribiendo hacía ya tres o cuatro años y que había llegado a una especie de punto de inmovilidad que no podía superar, y la escritura de “Los ritos” logré romper con el molde de mi prosa. A eso no se lo puedo explicar a un lector, ni le importa, tampoco. Y otra porque tiene relación con mi propia vida, que no es lo más importante. Pero ya te digo, a la antología la arma en general un editor. Misteriosamente el libro anduvo muy bien, acaba de salir la segunda edición, y no era una edición chica la primera. Vale decir que al lector le pareció que era correcta la selección.

¿Y volvió a revisar los cuentos?

Yo corrijo permanentemente, aunque el cuento esté publicado. A eso lo aprendí de Borges, que corrigió sus poemas hasta prácticamente el día de su muerte. La antología poética de Borges, que es una propia selección de sus poemas, tiene cambios muy considerables respecto de la edición primera, y la última, los poemas de Borges que están en sus obras completas, difiere incluso de esa selección. Yo creo que un texto no está terminado nunca. Una vez le preguntaron a un gran pintor cuándo un cuadro está terminado, cómo sabe que está terminado, y él le respondió: "Cuando el autor quiere". Lo que es cierto es que en realidad no está terminada nunca, siempre puede ser (siempre es) una versión penúltima. A veces uno lo publica por cansancio pero no porque esté de acuerdo. Yo creo que nadie que sea honrado puede estar de acuerdo con algo que ha hecho, a menos que tenga una enorme vanidad o esté muy convencido de que su prosa o su poesía es irreprochable. Y vuelvo al ejemplo: si Virgilio consideraba que La Eneida era imperfecta y la quería quemar (sus amigos la salvaron) creo que debemos pensar seriamente en qué pasa con lo que escribimos nosotros.

¿Uno sigue escribiendo para buscar el libro perfecto?

Supongo, esa es una de las razones. Hay cientos de razones por las que se sigue escribiendo. Hay personas que de pronto deja de escribir. Rulfo, por ejemplo, que escribió dos libros memorables y después nunca más. No se sabe si realmente escribió la novela esa La montaña, de la que se habló durante mucho tiempo. O Rimbaud, que a los diecinueve años dio por terminada su obra y no quería ni oír hablar de la poesía. Las razones por las que un escritor escribe o deja de escribir son siempre personales.

Me pareció que algo que tenían en común los cuentos era la cuestión moral. Sé que usted tuvo un pasado religioso, católico, y quería preguntarle si no hay una relación con la religión como la que tenía Joyce con los jesuitas.

Es muy probable que sí. Aunque yo estudié con los Salesianos. En el mismo colegio en el que hizo la primaria el Papa, David Viñas, Haroldo Conti. Es el Wilfrid Barón de los Santos Ángeles en Ramos Mejía. Mi relación siempre fue muy profunda con ese colegio. Alguna vez dije que si yo tuviera que ir a buscar mi infancia lo haría en sus claustros. Pero yo diría que mi relación no es con el catolicismo sino con el cristianismo. Por supuesto que me eduqué en una religión que lleva el nombre de católica, que quiere decir universal, por otra parte. Pero mi relación es con el cristianismo. Yo creo incluso que se puede ser cristiano siendo ateo, porque no exige la creencia en un dios la conducta, o (para llevarlo a otro género de vocabulario) la “praxis” cristiana. Un ateo puede cumplir con los preceptos cristianos porque es un modo social de comportarse con el mundo, o en el mundo, y con el resto de los hombres, y ahí entra lo que tal vez vos has advertido en mis textos. La ética. El cristianismo es una forma ética de comportarse.

Un humanismo.

No sé qué es el humanismo. Esos títulos me ponen inseguro. Porque después de haber leído El existencialismo es un humanismo, de Sartre (de quien soy devoto) nunca entendí bien porque defendía el humanismo del existencialismo. En realidad el existencialismo no es un humanismo, es una filosofía que a veces está bastante distante de eso, metida adentro del marxismo. Y tampoco sé bien cuál es la palabra adecuada. Hay versiones que son cenicientas y hasta te diría cursis de esa palabra. Lo que sé es que es una ética. Tengo una fuerte predisposición a ver las cosas desde el punto de vista ético, más que religioso, más que político y más, o tanto, como filosófico. Y eso es todo.

¿La mujer en estos cuentos es como una puerta hacia lo fantástico?

Las mujeres aparecen en todos los cuentos, como la puerta hacia algo que no es precisamente lo fantástico. En “Patrón” es una madre que termina matando a su hijo, o dejándolo morir que no es lo mismo, por razones que se explican en el cuento. Y en otros como “El tiempo de Milena” o “Carpe Diem”, la mujer es un vehículo hacia lo fantástico. En general la mujer siempre es un vehículo hacia otra cosa, que puede ser fantástica, ética, religiosa. No te olvides que me crié en una religión donde el personaje principal, se puede decir, es una mujer. Insisto en que cuando uso la palabra religión la uso en el sentido que le da Tillich, el teólogo protestante, como una relación entre hombres que no tiene nada que ver ni con la revelación ni con la teología, es una cosa completamente distinta. Más cerca de la ética que de lo religioso que yo pondría entre comillas. Hay pensamientos religiosos enteros como el budismo o el taoísmo que apuntan en esa dirección.

¿En El evangelio según Van Huten trabaja esa idea, también?

Claro, sí. Se supone que Van Huten es cristiano, pero niega ser teólogo y su catolicismo asombra al narrador. Es herético, por decirlo así. Se declara católico pero no cree ni en la divinidad de Jesús, ni que sea hijo de Dios.

Es un Jesús más político.

No. La reflexión pasa por la ética, por la posibilidad de los cristianos para cambiar el mundo. Debajo de toda gran idea liberadora, hay una idea ética. Quiero cambiar el mundo para qué, ¿para hacerlo peor? No, para hacerlo mejor, más justo. Eso no tiene nada que ver con la política, es una cuestión moral.

¿Sigue dando talleres? ¿Qué porcentaje de la escritura se puede enseñar en un taller?

Con muy pocos alumnos, elegidos. Ayer estuve dando, y estoy cansado porque terminan muy tarde, quedo sobregirado y a veces no me duermo hasta las siete, las ocho de la mañana. Y sobre el porcentaje: nada. No se puede enseñar nada. Si yo enseño algo, enseño a aprender. Es tan sencilla la ecuación. ¿A qué taller literario fue Borges, Cortázar, Mujica Láinez, Marechal, Roberto Arlt? ¿Thomas Mann, Herman Hesse? Los talleres literarios son un invento argentino.

Como el psicoanálisis.

Algo parecido. Un psicoanálisis para uso de argentinos, porque hay un psicoanálisis en serio, también. Se puede aprender a escribir. Todo escritor aprende a escribir. Se aprende de los que están alrededor tuyo, no del profesor. El que aprende algo de mí solo aprende lo que me sirve a mí. Lo que yo tal vez puedo enseñar es a aprender. Qué libros debería leer esa persona de acuerdo con sus características, el tono de su prosa o los problemas que le preocupan, o cuáles en contra de esas características. En cuanto a aprender, se aprende solo. No me voy a poner a explicarle donde va una coma o sugerirle una historia. Vengan o no al taller, escribir es una operación de la soledad. Lo primero que digo acá cuando viene al taller es: si lo que te importa es publicar, te equivocaste de lugar. Si lo que te importa es buscar una aprobación, también te equivocaste de lugar. Si alguien aprende algo, está referido al acto de escribir, no de ser famoso ni publicar. Yo ni siquiera sé cómo se publica. Porque gané un concurso y eso implicaba la publicación del libro. Eso ocurrió cuando yo tenía 22 años. Y al poco tiempo gané el Casa de las Américas y también implicaba la publicación. Después de eso, se me hizo más sencillo publicar. Pero yo no sé tratar con los editores. Lo que pasa es que a cierta altura de tu vida ya no tenés problemas para publicar. Lo que sí sé es que cuando algo alguien necesita publicar, esa necesidad tiene que ser espiritual, no por vanidad, para estar en las vidrieras de las librerías. Necesita comunicar algo, por eso publica. Cuando aparece la necesidad de comunicar, eso es literatura. Lo otro es pura expresión. La literatura no está hecha por el acto de escribir ni por el acto de leer, está hecha por el acto conjunto de que alguien escribe, desde su libertad, y alguien lee, también desde su libertad, cuando esas dos libertades se cruzan, ahí tenés el hecho estético.

Hay una frase del prólogo que dice “Creo en la literatura como testimonio, creo en la literatura como arte”. ¿Cómo reconcilia esos dos términos?

Yo nunca creí en esa dicotomía. Desde el primer número de “El grillo de papel”, que yo fundé cuando tenía veinticuatro, veinticinco años, sostuve que lo fundamental de un texto literario es que pertenezca al arte literario. El fundamento de la literatura es estético. Si una novela pretende ser el testimonio de algo, tiene que ser un objeto que pertenezca a la estética. Lo que define a lo bello, como todos sabemos. No importa que el tema sea horrendo. El viaje al fin de la noche o las novelas casi autobiográficas de Miller catalogadas superficialmente como obras bellas, pertenecen a la belleza. Eso lo decía Gauguin: hasta lo feo puede ser hermoso. La belleza en un cuadro no pasa por el asunto. Los fusilamientos de Goya, por ejemplo, no son un asunto lindo de ver, pero los cuadros son hermosos. Ahí empieza el trabajo del artista. El arte, si puede, debe ser comprometido y testimonial, pero para poder serlo tiene que ser una novela, un cuento o una obra de teatro. A mí no me interesa lo que dice Hamlet, me interesa cómo funciona arriba de un escenario. El monólogo famoso de Hamlet no está en lo que él piensa. ¿Quién no sabe que el problema es ser o no ser? Es como estar entre la vida y la muerte, o el ser y la nada, eso hasta mi abuela lo sabía. ¿Por qué lo recordamos? Por los versos de Shakespeare. Por eso tiene sentido. Cortázar decía que una verdad mal dicha da la impresión de que no debió haber sido una verdad, de que no debió ser dicha. Por eso creo en la literatura como testimonio pero también como arte, como hecho estético. Y te diría que primero como hecho estético. Porque se lo proponga o no esa literatura va a ser testimonial. A veces un escritor no sabe exactamente lo que está diciendo con su obra. El caso típico en la literatura universal es Balzac, que dice, en el prólogo a la Comedia Humana, que escribe a la luz de dos verdades eternas, la religión y la monarquía. La afrenta más grande que se haya escrito en lengua francesa en contra de la religión y de la monarquía es la obra de Balzac. No importa lo que el escritor dice, sino lo que hace. Por eso tiendo a eludir la palabra compromiso, es deliberado, y en literatura vos no podés comprometer un texto si ese texto no viene comprometido desde su nacimiento, porque el contenido de una obra no es nunca lo que el autor pone en ella, es lo que el autor es. Y que va a salir solo en la obra, escriba sobre las rosas, sobre el amor, sobre fantasmas, sobre mujeres que resucitan o sobre los obreros fusilados.

¿En ese sentido se vive para escribir?

Para mí no hay ninguna diferencia. La literatura no es lo que yo hago, es lo que yo soy. Te cuento una anécdota que la conté miles de veces. Cuando juegan el match por el campeonato del mundo Boby Fisher y Spassky, yo era fanático de este último, me parecía un jugador más completo, desde sus aperturas hasta el medio juego hasta su capacidad para resolver finales complejos. Y Fisher era en ese sentido más precario. Le hicieron una entrevista a los dos, y entre las preguntas había una que era “qué es el ajedrez para usted”. Spassky contestó “el ajedrez es como la vida” y Fisher contestó: “el ajedrez es la vida”. Ahí sentí que ganaba Fisher. Un hombre que siente que el ajedrez no es como la vida, sino “la vida”, seguro gana. La literatura no es como nada, es lo que el hombre es. Referirla a algo es quitarle el sentido. Para un artista el arte es lo que él es, no algo que viene de afuera. Mi mano sin el yo que la constituye no existe. La literatura es más bien como la mano, la cabeza, la pierna, etcétera. Es mi ser, no los puedo separar de mí. Y esto no tiene que ver con que escriba o no escriba un escritor, puede pasar años sin escribir.

Lo que dice me recuerda esa frase de Borges acerca de que los lectores son “cisnes aún más tenebrosos que los buenos escritores”.

Seguramente, sí. Una vez me encuentro con Borges y le digo mi versión de “El Aleph” y Borges se asombró. El sostenía que, salvo “Ulrica” él nunca había escrito un cuento de amor. Muchos poemas de amor pero no en sus cuentos. Y yo le dije: sin embargo “El Aleph” es un cuento de amor. Porque lo encuentra en último término el personaje narrador son las cartas que Beatriz Viterbo le escribía a su primo, cartas que son obscenas. Vale decir que Beatriz Viterbo andaba con su primo. Y es evidente que el narrador estaba enamorado de Beatriz. Y es por esa razón que el personaje dice que no vio el Aleph, cuando Carlos Argentino Daneri le pregunta. Dice que no vio nada. Lo desencanta al otro como una especie de venganza. Un cuento de amor y de celos. Y Borges, que no tenía mucha tendencia a estar de acuerdo con los demás, me dijo: "Es cierto. Usted tiene razón".

Es como Dante Alighieri escribiendo La divina comedia para ver una vez más a Beatriz.

Lo que pasa es que en La divina comedia es deliberado. Acá el personaje encuentra por casualidad a Beatriz en el Aleph. Pero en lugar de encontrar la versión divinizada de Beatriz encuentra la versión horrenda de Beatriz. Las cartas son atroces, y ahí se entera que andaba con ese mamarracho. Terrible cuento de amor. Y cuando se lo dije a Borges se terminó generando una especie de intimidad entre nosotros, y terminó haciendo cosas inesperadas, como cantar el Martín Fierro imitándolo a Guiraldes por ejemplo, y a decir muchas malas palabras, era muy malhablado Borges en la intimidad. Pero toda esa parte suya divertida empezó después de que hablamos de “El Aleph”. Es como si hubiera sentido que pudiera otorgarme una parcela, aunque sea mínima, de su intimidad.

¿Y cómo empezó a escribir? ¿Qué fue primero, su diario o la literatura?

Mi diario empieza a los dieciocho, diecinueve años. Como se ve en el diario yo ya escribía, versos, que aún escribo. Yo empecé a escribir como todo el mundo desde muy chico, a los trece o catorce años. Cosas horrendas, por supuesto. No puedo poner una fecha. El diario que se publicó es la continuación de mi verdadero diario, porque lo empecé en San Pedro como varios cuadernos que se perdieron. Pero yo ya escribía. Creo que descubrí la literatura como algo que me pertenecía alrededor de los dieciséis, diecisiete años. Hay tres libros que a mí me marcaron fundamentalmente, que son Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke, El lobo estepario, de Hesse y Los cuadernos de André Walter, de Gide. Y creo que ahí sentí que yo estaba destinado a la literatura. Pero eso no me impedía escribir de manera indecorosa, digamos, muy mal. A los veintidós empieza ya mi relación inapelable con la literatura cuando escribo El último Judas, lo mando a un concurso, gano ese premio y todos a mi alrededor empiezan a considerarme escritor. Entonces ese momento yo me decía, caramba, entonces no basta con una sola obra, hay que seguir escribiendo. Y a los veinticuatro estaba sacando “El grillo de papel”, así empecé. Pero mis comienzos son anteriores, como siempre. Mi relación con la lectura es previa en muchos años a la escritura, yo aprendí a leer solo a los cinco, nadie supo cómo y porqué. Yo recuerdo versos que he leído a los seis o siete años. Versos en broma, para chicos. A los nueve años empecé a leer Robinson Crusoe, el verdadero, no el adaptado para chicos. Lo recuerdo porque en el colegio salesiano me lo prohibieron. Y tampoco sé cómo caían esos libros en mis manos.

¿Usted venía de una familia intelectual?

No, no. En mi casa no había libros. Pero yo quería tener una biblioteca. Los primeros libros que yo encontré en mi familia fueron en San Pedro, en la casa de mi abuela materna. Tenía Ana Karenina, a Dostoviesky.

¿Cómo escribe?

Escribo a mano. Muy pocas veces escribo directamente en la computadora. Primero a mano. Pero no te olvides de que yo soy de la época de la máquina mecánica. Recién a los 20 tuve una máquina mecánica. Utilizaba la del servicio militar, en caballería, en Olavarría, y ahí empecé a pasar todos mis cuentos y poemas. Ahí ya había escrito La casa de ceniza, que se publicó muchos años después.

¿Y ahora está preparando algo?

Ahora estoy trabajando de nuevo, y bastante abrumado, en mis diarios, en la segunda parte. No estaba en mi idea primitiva publicarlos pero firmé el contrato por las dos partes. Y hay cosas que quiero quitar. Los que están publicados son textual a los cuadernos escritos a mano. Como esta parte del diario están escritos en la máquina, no quiero cambiar cosas, pero sí he eliminado una cantidad de cosas que no tiene sentido publicar. Tuvieron sentido en su momento, pero ahora no. Como es tan fácil escribir en la computadora, no tenía el rigor que tenía en la escritura manuscrita.

Una última, ¿qué consejo le daría a alguien que está empezando a escribir?

Una dije en broma “Que desista”, que la va a pasar mucho mejor. Después, si ya no tiene remedio, que se acuerde un consejo de Rilke, en La carta a un joven poeta, “en la hora más serena de tu noche, pregúntate ¿debo escribir? Si la respuesta es sí, que nada te lo impida”. Es una pregunta que hay que contestarla en serio. Yo nunca estuve de acuerdo del todo con Camus, cuando plantea en el libro de Sísifo que la pregunta esencial de la filosofía es si la vida tiene un sentido. Yo no estoy de acuerdo en eso por el giro, “la” vida. Yo creo que nadie puede juzgar por el sentido de “la” vida. No puedo juzgar por el sentido de la vida de mi gato, mucho menos de los seres que quiero o de un árbol en la calle. ¿Quién soy yo para juzgar? Puedo juzgar sobre mi vida. La pregunta sería ¿mi vida tiene sentido? ¿Debo vivir yo? Con esa seriedad hay que preguntarse ¿Debo escribir yo? Cuando uno se hace ese tipo de preguntas, si es sincero, con la vida, creo que el planeta quedaría reducido a una docena y media de personas. ¿Siento la necesidad esencial y tiene sentido, no solo para mí, que yo escriba? ¿O también quiero tener hijos, ganar plata, tener auto? Es la pregunta esencial de cualquier artista. Cuando la respuesta es sí, se terminó el problema. Ahora si además querés comer todos los días, querés tener muchas minas, querés tener un Volvo cero kilómetro, ya la cosa cambia, pero entonces respondiste mal a la pregunta.

 

 

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