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No Ficción

Tres días en la vida de Saccomanno lector

Tomados de Los días Trakl

La novedad de Editorial Las Cuarenta y La Flor Azul es un diario de lectura del escritor argentino, autor de libros como Cámara Gessel, Cuando temblamos o El oficinista. De allí tomamos los extractos que siguen a modo de avance.

Por Guillermo Saccomanno. Foto de Fernanda García Lao.

 

 

 

Agosto, lunes

Ayer con Lao, en un festival de poesía en San Telmo, lecturas de cierre. Looks y elegancias demodés. Los perfumes no logran aplacar la naftalina. ¿Por qué estos jóvenes y no tanto necesitan tunearse de artistas? ¿Por qué leer poesía puede envenenar de afectación? Cuando leen sus textos, declaman: remembranza de los acentos radiales de mi infancia: Pedro López Lagar, Berta Singerman, Lola Membrives. Hay un poeta ampuloso, melena de pelo negro largo, bigotes y barba, camisa entreabierta y exhibición de colgante. Camina sacando pecho, arrogante. Se exalta con sus propios versos. Están los poetas del vino y las poetas de la melancolía prestada. Escriben para mostrarse. Por otro lado, quienes tienen algo interesante que decir, leen calmos, menos presuntuosos, también menos esperanzados y, por tanto, más sinceros. Un flaquito de anteojos lee unos poemas entre existenciales y domésticos, en su sencillez hay una búsqueda ajena a los espasmos de sus compañeros de mesa. La sinceridad no es siempre un valor poético: está visto, no es lo único, tampoco alcanza. Infaltable: una poeta veterana con boina roja, rouge corrido, un saquito de cordero sobre tricota verde, intercepta desprevenidos con sus ediciones de autora. También están las adolescentes enclenques de expresión sensible. La palidez, como la flacura es otro valor a considerar. Patetismo, afectación. Celan se aparta de todos, camina hacia el Riachuelo y se tira.

Blanchot sobre Baudelaire: Sabemos que el tópico artista en “el porte y la conducta” le pareció siempre despreciable. “Querría que se creara un neologismo” dice Baudelaire, “que se fabricase una palabra destinada a manchar esa clase de tópico. ¿No han notado que nada le parece más perfecto al burgués que el artista de genio concentrado?”

En una librería de San Telmo, Trakl. Sebastian en el sueño. Bilingüe, Ediciones Abend, Traducción y notas de Pablo Ascierto. Inexorable, mordiste o te mordió T. Desde anoche a hoy, esta otra noche, la de ahora. Hace un rato, en youtube, Oskar Werner leyendo a T. Lo lee con una voz joven, sufriente y melodiosa. A pesar de tu ignorancia del alemán, Werner te transmite el angst, se lo respira en cada inflexión, en su forma de pautar los silencios, in crescendo hacia la desesperación. Pensar lo que puede conectar a T con tu lectura reciente de Steiner: La poesía del pensamiento.

Escribe Steiner: Tras terminar su tesis doctoral sobre Heidegger, Ingeborg Bachmann se volvió hacia Wittgenstein. Ya en los años cincuenta un halo de leyenda rodea al autor del “Tractatus-logicophilosophicus”. Bachman intuye lo que tal vez unía a Wittgenstein con Kierkegaard. No es el lenguaje con sus reglas trilladas, preordenadas (esos “juegos del lenguaje”) sino la rutina del pensamiento mismo. Bachmann imagina a Wittgenstein experimentando una epifanía negativa. Al convertirse en un cómplice de la creación, el Wittgenstein de la autora viene a darse cuenta de que no puede haber un intercambio comunicativo con Dios, de que no puede haber ningún orden mundial purificado, moralmente aceptable, sin un nuevo lenguaje. Kafka está muy cerca.

 

 

Miércoles

Lao con una bronquitis severa. Hice un bolso con libros y cuadernos, dejé el departamento en el Bajo y me instalé en su casa en Olivos. En la mañana, trámite en una sucursal bancaria, entre el gentío que reclama contra la crisis, la burocracia, nerviosismo de viejos. Entro al bar de la esquina de Maipú y Gutiérrez, frente a la Municipalidad. Realidad alternativa y/o paralela. Leés a T, marcás los azules, añiles, cementerios y sombras y, al estar en su paraje (Heidegger dixit), la lectura te blinda.

El mundo de T, como el de Kafka y Wittgenstein. La Primera Guerra, la vida sangrante, mutilada.

Leo, leo y releo, junto libros. Busco data en la web. Leo advirtiendo en este acto una compulsión, una voracidad, síntoma de encontrarme en una postrimería (querer saberlo todo antes, antes de qué), exigiéndome una explicación que sólo puede proporcionarme la palabra poética, explicación que será otra pregunta, porque una explicación es una pregunta.

 

 

Viernes

Vuelvo al depto. Recupero la traducción de Aldo Pellegrini (la edición de los 70 de Corregidor, conservada desde entonces: ¿quién era yo cuándo leía a T, cuántos años tenía, qué leía en lo que leía?) y la comparo con la traducción de Ascierto. Comparo. No sé alemán. Sin embargo, me atrevo a reconstruir el sentido de un poema en lengua extraña cuando lo siento mío, es decir, que me expresa más acá de la traducción. Le atenúo los énfasis al traductor y me la apropio. Los traductores y sus señales de vialidad. Cada lector, a su vez, traduce lo traducido por otro. Si pesca un sentido, no es sólo mérito del traductor que tendió el puente, como del poeta, su lenguaje original, capaz de burlar fronteras de una percepción normativizada. También mérito del lector, la sensibilidad para escuchar esas palabras que le vienen de otra parte, le dicen. Me pregunto sobre el sentido de estas exploraciones. Pruebo con Hospital. Busco desretorizarlo. Lo vuelvo más ascético. T traspasa las barreras de las lenguas que lo adaptan. Y vuelve retóricos a quienes escriben sobre él. Heidegger, inclusive.

Hospital

Anochecen / fantasmas del miedo // El viento trae olor de basura, / tiemblan los vidrios// En el hospital / gritan los enfermos // La lluvia / en los techos

Lo que hay de Wittgenstein en T. Lo que hay de T en Wittgenstein. En Olivos la mañana lluviosa, los sonidos de la casa, un secreteo de lo doméstico. Con los poemas de T pasa lo mismo que con los epigramas de Wittgenstein. Tal su poder, lo fijan a uno. Impiden que uno se aleje de un centro que está en ninguna parte, excepto en uno. Entonces, las preguntas: no por qué nos pasa lo que nos pasa sino cómo vinimos a dar a este lugar. Irracionalidad, el absurdo, la existencia, etc. T habla de los nonatos, los no nacidos, estado de pureza. Según Wittgenstein: Nos hacemos figuras de los hechos. La gran apuesta del zen: Mostrame tu rostro antes de nacer. Tus propios rasgos originales incluso antes de nacer de tus padres.

 

 

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