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Salvador Biedma: “Todos tenemos fantasías oscuras”

Una entrevista con el autor de Siempre empuja todo

Librero en Colastiné, poeta y editor, Salvador Biedma acaba de publicar su segunda novela, Siempre empuja todo, por Eterna Cadencia Editora. Luciano Lamberti lo entrevistó acerca de esa historia, la de un hombre mayor en un balneario desolado. "Es el espacio el que me da la idea", le dijo, entre otras cosas.

Por Luciano Lamberti.

 

Salvador Biedma nació en 1979. Junto a Alejandro Larre llevó adelante las revistas La mala palabra y Mil Mamuts. Trabajó como periodista, como corrector, como editor. Actualmente es el dueño de la librería Colastiné, en Belgrano. Hablamos una mañana de sábado, el único momento libre de la librería, en un bar frente al parque Rivadavia. La excusa fue la novela Siempre empuja todo, que acaba de salir por Eterna Cadencia: la historia de un hombre mayor en un balneario desolado. 

 

¿Cómo fue que terminaste teniendo una librería?

Yo trabajé hasta el 2014 en Galerna como editor, hasta había estado como asistente editorial en La Compañía, la editorial que dirige Eduardo Berti. Ahora tiene un nuevo período con otros dueños. En el 2014 me quedé sin laburo, hice algunas cosas de periodismo. Y bueno, ¿viste que mucha gente te dice “el sueño de mi vida es tener una librería”? Yo nunca tuve ese sueño. Tenía un amigo, Alejandro Larre, con el que habíamos hecho la revista La Mala Palabra y Mil Mamuts. A él se le ocurrió en realidad lo de la librería, yo quería hacer algo más ligado a lo editorial. Ahora desde marzo él se abrió del proyecto. 

¿Por qué Colastiné?

Sobre todo por Saer. El hecho de que sea una localidad y de que sea un río también es importante. Con Alejandro somos muy fanáticos de la pesca. Y que sea un nombre aborigen, de una tribu de la que casi no se sabe nada, también es importante. Esas resonancias me pareció que estaban buenas. 

¿Venís de una familia lectora?

Mis viejos tienen campo. Yo soy de Buenos Aires, pero todos los fines de semana nos íbamos al campo, y todas las vacaciones también. Y me encantaba. Mis viejos son lectores. Tengo cinco hermanos, uno fallecido, todos mucho más grandes que yo. Y había una costumbre de que cada vez que salía un libro de Fontanarrosa, mi viejo nos leía en voz alta un cuento a todos. Mi viejo empezó igual a leer a Saer a partir de que yo le pasé algún libro. Según la mitología familiar yo no lo leía nada de chico. Sí me acuerdo mucho de una vez que estaba enfermo y él me regaló un libro. Era sobre una mona que llegaba a la gran ciudad y no sabía leer. Entonces todos los conflictos por eso. En el secundario tenía un muy buen profesor que nos daba Borges, Kafka, Cortázar. 

¿Cómo fue el proceso de escritura de esta novela?

¿Sabés lo que pasa? Me termino olvidando. Además el tiempo transcurre en un pueblo, en una zona rural de la provincia de Buenos Aires. Y la idea de esta fue retratar la playa. Primero fue el lugar. Es el espacio el que me da la idea. Al principio fue muy distinto, una pareja, en un hotel, en la playa. Eso fue lo primero. Escribí ponele, cinco páginas, cuando estaba todavía con la novela anterior, las dejé ahí y después retomé. Yo soy muy lento para todo pero para escribir también. En una novela me parece que es imprescindible la regularidad. Me siento todos los días y la escribo. El tiempo de escritura habrá durado tres, cuatro meses, pero después dejarlo, leerlo. No tengo apuntes ni un capítulo para después meter en otro lado, soy muy lineal. El espacio me dijo cuál podía ser el conflicto. Y hay un punto en el que el personaje, si ya está más o menos armado, tiene una lógica según la cual actúa sin que uno decida mucho. Ya tiene un modo de reaccionar para eso. 

A la vez pasan cosas, que no se pueden contar para no spoliar.

Leonora (Djament) me dijo: “Esto es algo que empieza con mucha descripción, muy saeriano, y de pronto se va enrareciendo. Y pasan otras cosas, que no imaginaba cuando arranqué". Creo que es lo que me pasa a mí en el proceso de escritura, también. Algo se va desarrollando que no te esperás. Y después está la cosa rarísima que te da cuando te empiezan a leer, cuando empieza a circular algo que leíste. La otra vez Federico Gori, que es amigo, posteó algo sobre la novela, la leyó al toque. Hablaba del sol, de la presencia del sol. Para mí era algo que estuvo muy presente durante la escritura, como los juegos de colores. Pero digo, se pueden tomar o no. Me gustó porque cuando leí las galeras estaba apurado y la verdad es que lo del sol no lo veía. 

Vas dejando detalles en el camino. ¿Hay una especie de construcción musical interna en el libro?

Para mí tiene más que ver con cuestiones simbólicas. El sol un poco como la potencia de lo supuestamente viril, por ejemplo. El verde y el rojo como lo permitido y lo prohibido. Las dos novelas tienen cuatro partes, cada una dura un día. Hay una estructura fuerte. Si eso es musical o no, no lo sé. La música aparece más como tema. 

Estás trabajando la cuestión del deseo sexual en los viejos, que tampoco se ve demasiado. 

Bueno, la música está vinculada al deseo. Creo que a todos les ocurre. Incluso por alguna charla que he tenido, se incrementa el deseo a la vez que se puede cada vez menos. La impotencia, valga la palabra. 

¿Por eso sueña con matar a la adolescente? ¿Por impotencia?

Yo creo que hay algo de lo contrario en esa fantasía. Es una fantasía de violencia, de violarla y de matarla. Da la impresión por momentos de que podría hacer eso. Eso es algo como mucho más complicado. ¿Cómo es la cabeza de alguien que fantasea con una violación? Más allá de que eso se puede tomar como índice de otra cosa, de cómo todos tenemos fantasías oscuras con lo que sea. No sé, comer pizza durante el resto de tu vida. Hay algo con eso, con la fantasía, y el tipo por momentos se rescata. No sé si la fantasía del violador es siempre “como no te puedo garchar te violo”. Es un tema súper espinoso. 

Es un personaje muy triste.

Más bien está enojado. Está solo, el hijo no fue al viaje porque está lejos y muy ocupado con el trabajo. También el hecho de que el narrador esté muy pegado a él no te deja ver si eso es así o una fantasía suya, una paranoia. En un momento habla de que él había pensado que él hijo no iba a ir cuando la madre estuviera enferma, y al final va. 

Me sorprendió un poco que hayas elegido un viejo a contramano de las tendencias más contemporáneas. 

Había algunas cosas sueltas que me sirvieron de modelo. Viste que hay algo con la comida que le sirven. Algo de eso me quedó resonando de Unos días en el Brasil de Bioy Casares, que es el diario que él hace de un viaje en 1960 y que se pasa puteando la comida que le sirven en los hoteles. Lo hace a un congreso de escritores. Es en Brasilia en el año 60, lo acaban de declarar capital pero todavía está en construcción. Y lo construyen aborígenes. Está todo eso contado. Cuando viaja para ahí se cruza con una chica muy chica que él dice que se desmayó de amor por él.

O sea que algo de esa sensibilidad viene de ahí.

Sí, me gustaría ver qué pasa cuando la lea gente mayor. Hay algo que se le mezcla al protagonista entre la realidad y el deseo. Algo de los problemas de la edad con respecto a la memoria y a lo cognitivo. Y acá está mezclado con algo que claramente es una fantasía de él, y por momentos parece que se cumple y por momentos no. Se cruzan esas dos cosas. También la cuestión de que si vos o yo nos olvidamos de algo, bueno, me olvidé, pero para alguien de cierta edad ya causa otra serie de preocupaciones. Y este es un tipo que está solo, además. Hay una red de contención que no está. Varias veces dice “Yo no hubiera hecho esto si estuviera acá con la pareja de amigos y con mi hijo”. Hay algo que yo percibo más desde el proceso de escritura que es no contar todo lineal sino meter recuerdos, meter cosas. Y algo de esa confusión también está en el hecho de que no se marquen los diálogos y estén en indirecto libre. Es más realista esa confusión que algo donde se sepa todo. 

Hay un trabajo muy preciso con el detalle, ¿de dónde viene eso?

Viene de Saer, obvio, es una influencia indudable y también peligrosa, es muy fácil que trates de escribir como él. Es muy fácil que te den ganas de escribir así, es un tono que te queda sonando un poco. Pero no sé si está tanto en el tono sino más en la cuestión de la percepción. Y sobre la vejez: yo creo que surgió buscando una trama para el lugar. Tiene un nombre que no existe, y como en El tiempo… es una mezcla de lugares que conozco y existen. Estoy escribiendo una trilogía acerca de provincia de Buenos Aires. Y la idea es que los títulos se continúen: “Además el tiempo siempre empuja todo”. 

¿Y tenés idea de cómo va a ser la próxima?

La idea no es repetir personajes pero sí el clima y la idea de que alguien llega a un lugar que no es el suyo. 

La idea de Piglia, de que toda la literatura habla de un viaje.

A mí esas grandes afirmaciones… Pueden ser divertidas, pueden llevarte a pensar, pero así también se puede decir prácticamente cualquier cosa. Pero en este caso se da de que sí, alguien llega a un lugar y la comunidad lo percibe como fuera de ese lugar. Para mí en un punto son personajes que hay en todos lados. El loco del pueblo. En Castelli, donde está el campo de mis viejos, está el loco del pueblo. Y creo que así en muchos. Y hay muchas cosas para contar en lugares de la provincia de Buenos Aires. Por ahí ahora se volvió como algo muy transitado. Villa Epecuén, por ejemplo. Un pueblo que queda bajo el agua. Josefina Licitra escribió un libro entero sobre eso. Mariana Enríquez escribió una crónica que está incluida en Alguien camina sobre mi tumba. O Salamone, ya es algo que está bastante transitado. Hay una historias loquísimas en cada lugar. Me da la impresión de que todo tiene una escala más humana, por un lado. Supongo que algo me atrae de eso que está escondido en algún lugar de mi cabeza, algo mezclado con el rumor y con el secreto, en una gran ciudad está más claro. 

¿A la tercera parte ya la pensaste?

Hay una lejana idea. Quiero que sea en un pueblo, donde el personaje va a buscar datos sobre su suegro, y todos en el lugar le hablan del hermano del tipo y nadie se acuerda del tipo, y que de algún modo se le complique salir, que haya un incendio o algo que se lo impida. Además el tiempo transcurre de jueves a domingo, por esta idea de la Pascua y la resurrección, y ésta es de lunes a jueves. Son cosas que pongo y que de algún modo se perciben, aunque nadie se dé cuenta. Hay una palabra que pongo que creo que es “locura”, sino me equivoco, que aparece cuatro veces, una en cada parte. 

¿Creés que tu narrativa es poética?

Yo soy más estructurado quizás para pensar las cosas. Para mí la poesía se escribe en verso. Es raro el adjetivo “poético”, si debería ser un lenguaje florido, elevado, construcciones gramaticales extrañas. No sé si pienso eso como una intención. Creo que a veces puede ser un problema, o no. Estaba leyendo un cuento de Felisberto Hernández. Cada oración tiene imágenes tan potentes, tan acabadas, que cuesta leerlo. Te quedás en cada oración diciendo, puta madre. En Felisberto está buenísimo, pero me parece importante en una novela que fluya la narración, no excederse en cosas que se pueden considerar poéticas.

¿Qué escritores te marcaron?

Uh. Bueno, Arthur Schnitzler es uno. Escritor austríaco. Es el que hizo la novela en la que está basada Ojos bien abiertos, de Kubrick. Pavese, también. Qué sé yo, hay un montón. Cuando hacíamos Mil Mamuts era una revista de cuento de autores latinoamericanos vivos. Fue una obligación de leer autores vivos. Me da la impresión de que en los 90 no había la cantidad de escritores de menos de cuarenta y cinco años que hay hoy, que son buenos, que tienen más reconocimiento. Yo creo que ha habido editoriales nuevas y otras apuestas editoriales. Random, Tusquets, que sacan bastante jóvenes. Escritores a los que le dan muy bien: Samanta, Mariana Enríquez, Fede Falco, Mariano Quiroz. Por otro lado, para escribir específicamente esta novela, creo que no puede estar ausente Muerte en Venecia, de Man, por más que ahí el deseo es homosexual. Luna caliente, de Giardinelli. Escrita en medio de la dictadura. 

 

 

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