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No hay manera de escapar

Boris Vian y Oulipo

La novedad de Caja Negra editora se puede leer al menos de dos maneras: como una novela policial con todos los ingredientes del género o como un particular trabajo colaborativo entre Boris Vian y Oulipo, el grupo de literatura potencial francés nacido en 1960, un año después de la muerte del autor. Leé un fragmento.

Por Boris Vian. Traducción de Eduardo Berti.

 

 

Ellen Brewster… Ellen Brewster… Ellen Brewster…

Me desperté de un salto, el tren volvía a ponerse en marcha con una brusca sacudida. La frenada había sido suave, sin duda, y no había perturbado mi mal sueño. Mientras las últimas luces de la estación se disipaban en la triste niebla de otoño, yo masticaba con la boca vacía. Tenía un gusto pastoso en la lengua y la sensación me hizo recordar a cuando, dos meses antes, me había despertado en una sala de operaciones en Corea. La verdad es que no me hacía falta ese sabor para pensar en la operación. Miré entonces mi mano izquierda. Un objeto hermoso, revestido de cuero amarillo. En el interior de mi mano, unos resortes y unas palancas de acero me permitían hacer casi cualquier cosa. Casi. ¿Qué efecto tendría algo así en el hombro de una chica? El cirujano no se había preocupado por esto.

–Tendrá usted una mano poderosa –me dijo–. Trate de no apretar mucho las de sus amigos.3 Podría lastimarlos.

¿Han visto alguna vez los cartuchos de los cañones antitanque? Tienen una carcasa de metal que yo podría rasgar con mi mano izquierda, fácilmente, como papel de cigarrillo. Una mano excelente, la mía. Bien fabricada. Muy sólida. La miré con afecto. Me estaba acostumbrando a ella. Me parecía casi humana. Mientras no la apoyase en el hombro de una chica. Una chica… ¿Qué chica? ¿Quién era la chica cuyo nombre había surcado mi mente mientras las ruedas del tren percutían contra los rieles? Su nombre resonaba como la heroína de una canción popular. Ellen… Ellen Brewster… 

Por Dios, ¿por qué pensaba en ella?

Sonreí, a pesar de todo. No era un recuerdo desagradable. Era el recuerdo de cincuenta kilos de dinamita rubia, bien moldeada en los lugares más adecuados, tallada en forma de sirena hasta la cintura. Por debajo era mejor que una sirena; las escamas, personalmente, no me enloquecen. Pero las piernas de Ellen…

Me abalancé sobre el ejemplar del Saturday Evening Post que acababa de dejar a un lado y busqué la primera publicidad de un refrigerador. Necesitaba algo así para pensar con más calma en el resto… Pensé en sus ojos de oro, 5 en sus dientes (tenía el doble de dientes que cualquiera, probablemente porque eran muy pequeños) y eso me llevó a recordar los helechos rojos, la maleza que olía a hongos, el sol que empezaba a salir y la cabaña construida por un cazador muy precavido: había, dentro de esa cabaña, una cama de helechos secos.

Ellen Brewster… la primera chica que… bueno… en fin, la primera… Éramos vecinos. 

¿Qué edad tenía yo? Hice cuentas con los dedos. Quince años. Lo mismo que ella. Por entonces yo era un poco frágil. No muy fornido.

El tren aulló mientras cruzaba un puente de hierro y me sobresalté cuando el eco entre los vagones de metal amplificó el estruendo de las ruedas sobre los rieles. Eché un vistazo a mi reloj. Diez minutos, todavía. Black River 7 quedaba al otro lado del río del mismo nombre y acabábamos de llegar a Stone Bank, en la orilla oeste. Había hecho bien en despertarme. Lo raro era que me hubiese despertado pensando en Ellen.

Nos conocimos la noche del cumpleaños de Lucile Maynard. Ahora lo recordaba mejor. Me había puesto mi primer esmoquin; el de mi padre. Gracias a su holgada situación, mi padre tenía los medios necesarios para pagarme uno nuevo… pero esto mismo explicaba, quizás, cómo había llegado él a su holgada situación: no gastaba el dinero de modo imprudente. Por otra parte, los grandes gastos de mi madre restablecían el equilibrio. Aquel esmoquin me apretaba. Todavía me veo a mí mismo. Con ese maldito nudo que se torcía todo el tiempo, con ese mechón enrulado que era mi desesperación y que rompía obstinadamente su caparazón de fijador… Me veo en el salón de Lucile, con la nitidez irreal de los sueños… Habían enrollado la alfombra y la habitación adquiría dimensiones inquietantes; habían quitado casi todos los muebles, solo quedaba el gran tocadiscos automático, el sillón, unas sillas dispares a lo largo de la pared, unas luces, muchas luces; todas las chicas con las que habíamos paseado y nos habíamos bañado parecían, con esos vestidos de tímidos escotes, más desnudas que con un traje de baño… 

–Frank, me gustaría que bailaras conmigo. 

Ellen me miraba. Estaba hermosa con toda esa muselina amarilla, del mismo color de sus ojos. Aquella noche, a las cinco de la mañana, nos fugamos en el coche de sus padres. Terminamos en la cabaña, sobre los helechos. Ella lloraba y reía al mismo tiempo. Sentí vergüenza, estuve orgulloso y algo protector, y quise irme a dormir porque al día siguiente teníamos que enfrentar al equipo de Johnny Long y yo jugaba de medio apertura.8 Pero Ellen estaba tan hermosa que la besaba y me dolía verla llorar.

Sonreí mientras el tren aceleraba. Aún sentía ternura cuando pensaba en Ellen. Y me ponía feliz recordarla. Más feliz que el más feliz de los soldados, con o sin Purple Heart, [Condecoración que reciben los soldados heridos. [N. del T.] porque por primera vez había dejado de pensar en los cinco chinos que había freído con el lanzallamas. Ellos hacían, noche a noche, que despertara entre sudores; su imagen me perseguía desde que, dos meses atrás, me habían recogido bajo los escombros informes del refugio donde habíamos esperado por treinta horas la orden de retirada.9

Pero este tren corría ahora por suelo americano… y, mientras llegaba a Black River, yo pensaba en Ellen Brewster, la tierna Ellen, la compañera de mi primer placer de hombre… ¿Qué sería hoy de ella? ¿Reconocería a Frank Bolton en este tipo precozmente envejecido, en este hombre de treinta y cinco años que parecía una década mayor con el cabello gris y tantas arrugas alrededor de los ojos? Conocí a muchas mujeres después, mujeres igual de hermosas o atractivas… y mucho más expertas.

Los frenos empezaron a chirriar, resueltos a detener esas novecientas toneladas de acero y carne lanzadas a 120 kilómetros por hora. Sonreí porque era buen signo. Volvía a empezar de cero. Era una suerte haber pensado en Ellen. La memoria a veces nos juega bromas… Me alegraba que su imagen me recibiera antes que nadie, en mi regreso al hogar. Buen presagio.

Lentamente, la caravana se inmovilizó. La estación parecía algo hostil con esa fría iluminación de mercurio.10 En cuanto descendí, se armó un alboroto. Entregué mi billete. Un vendedor de periódicos anunciaba noticias sensacionalistas. Mi cerebro zumbaba.

 

–Permiso, déjeme pasar. 

El hombre me miró asombrado y, al ver mi uniforme y mi condecoración, tuvo un gesto comprensivo. 

–¿Cansado del viaje? 

No respondí. Estaba helado de tristeza y horror. El vendedor de periódicos gritaba sin parar: 

–Ellen Brewster, esposa divorciada de un rico banquero de Black River, asesinada… Edición especial… Ellen Brewster, esposa divorciada de un rico banquero de Black River… asesinada… 

Mi memoria, sí. ¿Mi memoria… o un vendedor de periódicos en Stone Bank, adonde llegué dormido?

 

 

 

NOTAS AL CAPÍTULO 1 

1. Íncipit doblemente remarcable: es un monovocalismo con “e” y un alejandrino “trímetro”. El verso alejandrino trímetro permite que se lo fraccione rítmicamente en tres medidas. Se lo llama “romántico” porque fue con los románticos, con Victor Hugo en particular, que tuvo gran difusión. Un ejemplo en la obra de Hugo: “He dislocado/ a ese gran necio/ del alejandrino” (Las contemplaciones). Ellen Brewster es el nombre de la heroína de una novela de Mary Eleanor Wilkins Freeman (1852-1930) llamada The Portion of Labor (1901).

2. Expresión usada con frecuencia para hablar de la mano de Dios. Ver: “Acordaos del día en que salisteis de Egipto, país donde habéis sido esclavos y de donde el Señor os ha sacado con mano poderosa”. Éxodo, 13:3. 

3. De sus amigos zurdos, sin dudas, puesto que Vian, distraído, olvidó que se trata de la mano izquierda. 

4. The Saturday Evening Post es un semanario estadounidense cuya historia se remonta a inicios del siglo XIX. 

5. Guiño a Balzac, La muchacha de los ojos de oro. 

6. Helechos “rojos” y no “amarillos”, como escribió en un primer momento Boris Vian. Esta es una de las muchas enmiendas que hay en el manuscrito. 

7. Black River es un nombre de río y un nombre de ciudad muy corriente en los Estados Unidos. Por ejemplo: Black River en el condado de Harnett en Carolina del Norte, Black River en el condado de Pennington en Minnesota, Black River en el condado de Lorain en Ohio. En Missouri, sin ir más lejos, hay tres Black River más. Es posible imaginar que Vian haya imaginado a su Black River en el sur de los Estados Unidos, donde se desarrolla la acción de todas las novelas de Vernon Sullivan. 

8. Error de Vian. “Medio apertura” es un término propio del rugby. En este caso, sin dudas, quiere referirse a un semiatacante del football americano: un halfback. Mantendremos este término. 

9. Episodio de principios de la guerra (verano de 1950) en el que los estadounidenses sufrieron una violenta ofensiva que los hizo retroceder hasta el perímetro de Pusan, además de perder Seúl y casi toda la península. 

10. Debido a su bajo costo, las lámparas con vapor de mercurio (hql) son usadas como fuente luminosa para alumbrar, sobre todo, calles y fábricas.

 

 

 

 

 

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