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Mucha agua bajo el puente

Por Alejandra López

"La memoria personal y la historia pueden llegar a superponerse, y hasta a entreverarse, cuando alguien está viviendo un acontecimiento trascendente". Una nueva columna de Martín Kohan.



Por Martín Kohan.



No hay una diferencia en el gesto, sino en el grado, entre una etiqueta y otra. La del agua Villavicencio reza: “1904”. La del agua Morgade declara: “Desde 1972”. La diferencia es cuantitativa, son esos casi setenta años de distancia, un lapso considerable por cierto, el tiempo de toda una vida. Pero el gesto es semejante en las dos, en un caso y en el otro expresa una misma idea: la de la historia. Cuando el agua Villavicencio empezó (ya existía, pero como agua a secas; cuando empezó a ser Villavicencio), terminaba su segunda presidencia el general Julio Argentino Roca, y el general Mitre todavía vivía (faltaban dos años para su muerte); cuando el agua Morgade empezó (ya existía, pero etc., etc.) gobernaba el país el general Alejandro Agustín Lanusse, y el general Perón todavía vivía (faltaban dos años para su muerte). No es lo mismo un tiempo que el otro, claro está; como no lo son el del Mío Cid y el de Napoleón Bonaparte, el de las invasiones inglesas y el de la conquista del desierto. Pero se trata siempre de un tiempo histórico. Un tiempo pasado lo suficientemente alejado como para que, desde el presente, lo sintamos y lo pensemos ni más no menos que así: como tiempo histórico, como historia.

Con el agua Villavicencio (la que suelo tomar) todo está bien, no pasa nada. Pero con el agua Morgade (la sirven en algunos lugares a los que voy a comer), algo me inquieta, algo me interpela. En ese año 1972, en ese tiempo tan distante que ya es historia, yo tenía cinco años, había aprendido a leer, iba al jardín de infantes, andaba en una bicicleta roja por las veredas de la cuadra de mi casa. Y me acuerdo, de todo eso me acuerdo. Me acuerdo bien.

La memoria personal y la historia (de sus diferencias sustanciales se ha ocupado por caso Beatriz Sarlo en su libro Tiempo pasado) pueden llegar a superponerse, y hasta a entreverarse, cuando alguien está viviendo un acontecimiento trascendente. En el presente de esa vivencia, se alcanza a comprender que esos hechos, los que están ocurriendo, habrán de quedar en la historia, serán historia en el futuro. Pero si aquí se superponen y hasta se entreveran la memoria personal y la historia, es por otras razones bien distintas. Nada hay de trascendente en un chico que aprende a leer o anda en bicicleta, tampoco en la fundación de una empresa embotelladora de agua. La razón es simplemente el puro paso del tiempo: la manera inexorable en que se van acumulando los años.



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