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Matías Serra Bradford: “Son muy pocos los libros necesarios”

Y su novela nueva, La guillotina

La guillotina es una novela que "permite leer, en clave de ficción delirante, el estado del campo literario argentino", según la presenta Luciano Lamberti al entrevistar a su autor, Matías Serra Bradford. "Un libro es un objeto completamente incontrolable", le responderá en este intercambio imperdible con el también crítico y traductor, autor de otros libros como Manos verdes El secreto entre los rusos.  

Por Luciano Lamberti.

 

Matías Serra Bradford nació en Buenos Aires en 1969. Es escritor, crítico y traductor, autor de las novelas Manos verdes y La biblioteca ideal. Colabora en diversos medios de la Argentina, en Crítica de México y en la revista inglesa PN Review. Fue el editor y traductor de Si mi biblioteca ardiera esta noche de Aldous Huxley, La isla tuerta –antología de poetas británicos de los últimos sesenta años– y La vida y el arte de Michael Hamburger. Tradujo también a John Berger, Iain Sinclair y Patricia Highsmith. También seleccionó y prologó antologías de Peter Handke, Robert Aickman, E. H. Gombrich y M. John Harrison. Actualmente es editor de literatura en el suplemento Ñ de Clarín.

Hablamos en El Galeón de Avenida Santa Fé, en Buenos Aires, a partir de su última novela, La guillotina (Mardulce) que permite leer, en clave de ficción delirante, el estado del campo literario argentino.

 

 

¿Cuándo fue escrita La guillotina?

El libro está terminado desde hace unos cuantos años. Seguí agregando cosas y cambiando otras. Lo empecé en el 2003, cuando entré a Sudamericana. Ahí me di cuenta que tenía que registrar lo que pasaba. Esa es la semilla inicial. A eso se le sumaron notas que tenían que ver con otros campos: lo que me pasaba a mí con los suplementos, como traductor, o trabajando para editoriales como antólogo o como periodista. O lo que me pasaba como profesor cuando daba clases. En ese sentido, el libro, fuera de cierto resto de exageración, alucinación o fantasía, es absolutamente documental. Todo lo que cuento lo percibí, lo viví. Pero eso no quiere decir que necesariamente sea un retrato del mundo literario argentino. Puede retratar el mundo literario francés, o el español o el chileno. Cuando entré a trabajar acá, en Ñ, la visión me cambió tanto que tendría que ser otro libro. No podría haber nunca incorporado cosas de lo que viví en los últimos años al libro porque es otra visión, estaría mezclando formas de ver muy distintas. Si La biblioteca ideal y El secreto entre los rusos fueron intentos de retratar lectores y averiguar qué es la lectura -siento que estamos en la prehistoria del asunto-, La guillotina es el intento, entre otras cosas, de dar cuenta de todas las caras o máscaras de la escritura, y qué es escribir en medio de otros que escriben y publican, y dar vuelta esa vocación del derecho y del revés, con todas su vanidad, su aprendizaje y desaprendizaje, su ansiedad de originalidad, etcétera. En fin, un intento de poner mi propia vocación en jaque, a la intemperie.

¿Cómo es tu trabajo en Ñ?

Es sumamente azaroso lo que pasa en un suplemento literario. Yo escribo en medios desde el año 93. Desde afuera te parece que todo es un régimen paranoico, algo de eso está en el libro. Pero desde adentro es una visión bastante distinta. 

¿Cómo empezó tu relación con los libros? ¿Venís de una familia lectora?

No especialmente. Mis padres leían específicamente cosas técnicas, ya sea de economía en caso de mi padre o libros de texto en el caso de mi madre, que fue siempre profesora de inglés. No tenían lecturas literarias, solo ocasionalmente. Veo bien las escenas iniciales, qué las causó no lo sé ni quiero saberlo. Pero sí que lo inaugural fueron las lecturas de verano en Villa Gesell, en una cama marinera, donde ya la noche se empezaba a poner larga. Yo tenía diez, once años. Siempre me impresiona cuando miro para atrás que no mucho tiempo después apareció la necesidad de escribir. Supongo que habrá sido tan intensa la experiencia de esas primeras lecturas que provocaron demasiado rápido la respuesta en la escritura.

¿En qué momento empezaste a trabajar como editor?

En Sudamericana. Había hecho algunos trabajos desde afuera, pero ahí específicamente entré a trabajar como editor, junto a Luis Chitarroni. A mí siempre me interesó la traducción y me parecía que en ese momento todavía había un campo virgen de autores desconocidos o poco leídos. Ahí contraté libros de Julian Maclaren Ross, de Patrick Hamilton, que salió en España, Henry Green, que es un autor para mí muy importante. Había contratado un libro de Frank Kermode. Y después me pasó algo similar en La Bestia Equilátera, en la que trabajé durante un año; quise seguir eso y armé una selección de ensayos, hice varios prólogos, contraté un libro que eran las cartas de Roberto Bazlen, el libro de Arnaldo Calveyra, también de ensayos.

En una entrevista, Juan Forn me decía que él lo que veía en el campo literario, y tu libro me recordó un poco a eso, es el fin de las peleas. Decía que en su época vos tenías la seguridad de que alguna reseña te iba a destrozar. Y que hoy no parece existir la crítica. ¿Estás de acuerdo con eso?

Yo no creo que fuera tan antagónico lo que pasó en los tempranos noventa. De hecho era bastante convivial, digamos. La presentación de Historia Argentina, de Fresán, la hizo Chitarroni. Era una pelea escolar, digamos, de chicas que se insultan a la salida. Todavía se siguen escribiendo reseñas negativas. No hay que incitar a que sea negativa. Todo depende de cómo se lee el libro. A mí lo que me parece más importante es que sea interesante, la reseña, me gusta que vuelva a al libro interesante, aún con un libro malo. En Ñ publicamos reseñas negativas, porque me parece que es importante mantener la conversación viva. Yo no me resigno a dar todo por perdido. No me gusta esa idea, la de la bandera blanca. Me parece que en todo caso no había tantos críticos en esos tempranos noventa. Tanto Alan Pauls, Chitarroni o Sergio Chefjec escribieron lo mejor de lo suyo mucho después. Los que se llamaban en ese momento "Los Planetarios" no eran especialmente buenos críticos -Juan Forn se hizo crítico mucho después. Creo que él es un buen ejemplo del escritor que al volverse lector de nuevo encuentra su mejor versión como escritor. Leyendo a otros y escribiendo sobre otros. No es el único caso, en esa generación y en otras. Buena parte de lo mejor que han escrito Chejfec, Chitarroni, Pauls, Feilling y el propio Aira son sus notas y ensayos. Y puedo decirte que también funciona al revés: los mejores escritores que conozco son lectores que casi no escriben.Porque además fíjate que siempre lo que surge en la superficie es narradores versus estilistas o lo que sea, y es más vieja que el sol, no la descubrieron ellos, y además nunca salieron de ellos, de ese sistema binario, lo que es bastante empobrecedor. Y ahí vuelvo a la novela: no importan los nombres ni los lugares, lo importante es retratar ciertas tipologías y ciertos mecanismos. El libro no funciona como ¿Dónde está Wally?, quién es quién. Está todo embarrado, todo mezclado.

El libro retrata en cierta medida el empobrecimiento del campo literario, ¿tiene que ver con el surgimiento de las redes y de la literatura del yo?

Hay como varios peligros simultáneos. Uno de los peligros es leer al libro literalmente, creer que efectivamente hay un empobrecimiento. Quizás no lo haya. Yo no creo que en los últimos diez años haya habido libros tan malos. Quizás es todo lo contrario. El promedio en relación a otras literaturas, en relación a la española está claro que la literatura argentina es mucho más potente. Incluso en relación a la literatura francesa contemporánea. Lo mejor es no leer el libro literalmente, pensando que es el retrato de esta época, sino un efecto de lo contrario: se escriben tantos buenos libros, y algunos de esos tantos escriben tan bien que contribuyen a la implosión de esos libros. Un país no puede tener tanta gente que escriba bien. Y a internet no lo tengo en la currícula, no es una materia que figure en mi boletín. En mi cabeza cuando estaba haciendo el libro no figuraba. Yo estuve quince años trabajando el libro. Y no soy plenamente consciente de lo que hice. Hay una especie de vaivén entre la exigencia técnica que te plantea el libro y una especie de blanco o de laguna que uno cree que busca deliberadamente pero es el margen sin el cual no podés trabajar. Sin una mínima ceguera es muy difícil avanzar. Por eso me llama mucho la atención cuando escucho a escritores que hablan con tanta claridad de su propio trabajo. Me impresiona mucho. Me alarma.

¿Y la función de la crítica en el campo literario cuál es? ¿Forma lectores?

Formar es una palabra fuerte. Yo prefiero pensar que hay algunas funciones que sigue cumpliendo la crítica, bastante misteriosas por cierto. El efecto de una crítica puede venir con cierto retardo. Vos podés leer algo cuyo efecto se percibe años después. En ese caso la función de la reseña fue sembrar una semilla. Que es suficientemente noble. Después, lo que esa semilla produce en otro ya no lo maneja nadie. A mí me parece que la función de la crítica es volver a los libros más interesantes, más misteriosos, arrancárselos a los escritores. ¿Viste cuando vos ves que un vecino maltrata a su perro y te da muchas ganas de ir a rescatar al perro? Yo tengo la impresión de que los escritores que hablan demasiado bien de su libro están maltratándolos. Y te dan ganas de ir a rescatarlos. No digo que estén hablando equivocadamente. Un libro es un objeto completamente incontrolable. Vos no sabés que va a suceder con un libro. El efecto, lo que va a sentir, lo que va a pensar o imaginar cuando esté paseando por ese bosque uno arma, es completamente azaroso. Vos no sabés qué pasa entre dos párrafos. Mis libros anteriores eran libros de fragmentos. Y yo aposté a esa convicción de que el misterio se incrementaba con cada salto de un párrafo al siguiente. Acá necesité trabajar de otra manera. Pero de todas maneras te vas dando cuenta de que incluso esos hiatos llenos de misterio se producen entre una oración y la siguiente. Ahí le das un margen al lector, que es el papel del invitado. Si no es como si vos invitás a gente a tu casa y te comés todos los platos. Ya intentar explicar un libro me parece burdo.

Otro tema del libro es la disociación entre escritura y lectura. La idea de que si todo el mundo escribe no hay lectores.

Yo creo que siempre va a haber una masa crítica que no va a desaparecer, ni hoy ni nunca. Por eso es absurdo hablar de la desaparición del libro. Siempre va a haber diez mil personas en cualquier país que no van a poder dejar de leer. Lo que cada vez es más notable es encontrarte con gente que lee y no escribe. Esa figura tan pura. Usemos esa palabra un poco resbaladiza. Lo que pasa es que una vez que traspasás el umbral estás frito. Una vez que empezaste a escribir con cierto hambre es muy difícil volver atrás. Y ya esa relación se pudre y da lugar a otra cosa. Y a veces te da un poco de asco que sea así. Quizás quisieras hacerte una cura de sueño, salir limpio de ahí. Lo lográs gracias a los buenos libros, que te cautivan de una manera, se produce un encantamiento que elimina el ruido de la escritura o de la escritura posible: estás leyendo y ya, y basta.

¿Con qué te pasó últimamente?

Henry Green es una persona a la que vuelto buscando eso. Una especie de manantial. Kafka también. Lo que pasa es que Kafka está demasiado pegado a la escritura. Pero es un caso magnífico en el sentido de que él está pegado a la escritura de una manera misteriosa. No se produce ruido, no se produce interferencia. De ahí el maridaje entre lectura y escritura que se produce de una manera te diría milagrosa. Pero hay muchos escritores que logran sacarte. Sobre todo lo que uno más busca es que te saquen de vos mismos. Alberto Savinio, por ejemplo.

Cuando hablabas del embudo en Ñ, ¿con qué criterio pasa?

Es el azar.

¿No hay un criterio estético, político?

Es el azar. Lo que te mandan más el interés espontáneo de los que van a seleccionar los libros. Ellos dicen “quiero reseñar este, o lo otro”. Hay libros que se te escapan porque nadie tenía tiempo o nadie tenía ganas o no se sentían afines a ese libro. En el azar entra también la existencia de ciertas editoriales, no solamente las grandes, sino también las más pequeñas. Pero después las otras cosas son inevitables. Cuando uno ve una doble página de Vargas Llosa, no es una decisión, es como una ola que te cae encima. Después están las cuestiones internas. En ese sentido uno tiene que aceptar las reglas del juego y dejar que las cosas sucedan, en un sentido oriental.

¿Creés que la literatura es un arte en extinción?

(Silencio de treinta segundos).

No, para nada. Nunca puede serlo, porque ya está hecha. Ya está escrita. Lo que estamos viviendo ahora es una especie de era posnuclear. Lo importante ya se escribió. Siempre va a haber algún lector que mantenga ese fuego vivo. Para mantenerla viva no tenemos que escribir: tenemos que leer.

¿Esa es la solución para salir de Amnesia?

Esta cuestión de lo posnuclear lo pensé varias veces y en ese sentido quizás por eso apareció esta idea de un país que desaparece. Porque te da la impresión de que en teoría tendría que suceder algo así. Tendría que haber una especie de fin y recomienzo. El estado actual tiene como algo apocalíptico. Suave, si querés. Siempre tuve la impresión de que en algún momento algo podía suceder. De que lo que pasaba con la escritura, la expansión era tan grande que podía llegar a producir un apocalipsis. Lo vi en mi fantasía, lo proyecté. Quizás ese fin y recomiendo de lugar a una mayor exigencia con respecto a la necesidad de escribir. En muchos casos se ha vuelto como un juego, un mero juego que puede dar buenos resultados, pero son muy pocos los libros necesarios. Es una cuestión estadística: hay más gente viviendo en el mundo, hay más gente escribiendo, hay más libros innecesarios. Y es un terreno pantanoso, porque cuando hablás de esto estás insinuando: incluyanmé afuera. Pero no es el caso. Escribir es fantástico y está muy bien, el  problema es cuando pasa a la edición. Quizás la batalla no esté entre la escritura y la lectura sino entre la escritura y la edición. Hay mucho que se publica sin una pregunta previa, simplemente siguiendo el impulso de la ansiedad, como si fuera el alta de una terapia.

Chefjec decía que la literatura argentina está tan separada del mercado que se tiene que dedicar a la academia.

Bueno, la academia también funciona como un refugio. Uno de los fondos posibles de La guillotina, es dónde buscamos refugio.

¿El mercado le queda lejos a la literatura que no es de nicho?

"Mercado" no es una palabra para la literatura. No lo digo de modo pretencioso. Libertella lo resumió bien cuando dijo: "Si existe un lector existe el mercado". Es una palabra muy abstracta, muy poco clara. La gente que va a la feria de editores y compra diez libros de un escritor argentino contemporáneo está criando una pequeña tribu que hace que ese escritor exista. Es un fantasma el mercado. Y la academia es un fantasma de otra clase.

 

 

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