María Negroni: "Una puede mirar algunas cuestiones sólo retrospectivamente"
Por Ivana Romero
Viernes 29 de junio de 2018
María Negroni, con sus dos libros recientes lanzados al unísono (Objeto Satie y Archivo Dickinson) cierra una nueva trilogía, que se completa con el anterior Elegía Joseph Cornell: "Son artistas a quienes admiro y con quienes me identifico. Que el misterio de su obra haya llegado hasta hoy da cuenta de lo apasionados, talentosos y obstinados que fueron, contra todo y contra todos".
Por Ivana Romero.
Aunque María Negroni escribió los dos libros con un par de años de diferencia, se publicaron casi en el mismo momento. Pero no sólo eso comparten Archivo Dickinson (La Bestia Equilátera) y Objeto Satie (Caja Negra). Junto con Elegía Joseph Cornell (editado en 2013), construyen un tríptico que a través de pequeñas prosas poéticas descosen el borde cerrado del misterio para indagar en esas costuras. No, el resultado no serán autobiografías apócrifas: se trata más bien de objetos poliédricos que indagan el vínculo entre artista y arte como oficio, pasión, entrega. “Me gusta soñar otros mundos, escribir –con los labios– la abstracción del deseo”, se lee en Archivo Dickinson. “Uno nunca ve lo suficiente hasta que se queda solo”, observa Erik Satie en una posible carta a su amante. ¿Qué es lo que otorga a estas palabras su espesura? La evidencia de que tanto Emily Dickinson como Satie se entregaron al amor por la creación, a la búsqueda de esa quintaescencia que profundiza más y más el territorio de lo posible. Así, junto al artista plástico Cornell, se las arreglaron para trascender esa zona periférica a la que fueron confinados mientras vivieron, dejando un legado perdurable que nos sigue susurrando su visión del mundo.
La autora (que ha publicado numerosos libros, que recibió becas y distinciones como la Guggenheim o el Konex de platino en poesía, que dirige la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF) imaginó estos textos a partir de los rastros y las palabras dejados por los personajes que la fascinaron. En el caso de Dickinson, todo empezó con un lexicón (es decir, un diccionario ordenado alfabéticamente) que reúne palabras usadas por la poeta estadounidense, nacida en 1830 y fallecida en1886, como parte de los archivos que hizo públicos la Universidad de Harvard a través de su página web. En el caso de Satie, Negroni trabajó a partir del enigma de esos cuatro mil papelitos dispersos con ideas y apuntes que se encontraron en la habitación del músico cuando falleció, en 1925.
A Dickinson también la habías indagado desde la traducción.
Muy poquito. Traduje unos poemas para Cartas al mundo, que publicó Libros del Zorro Rojo. Pero en realidad, casi ni intenté traducirla. El idioma inglés tiene dos ramas: una que viene del sajón, con palabras monosilábicas como “dark”, y otra que tiene un componente latín donde aparecen vocablos como “obscure”. En todo caso, las dos palabras son sinónimo de “oscuridad”. Cuento esto para graficar lo siguiente: hay un verso de Emily que dice “tell all the truth but tell it slant”. Una traducción rápida sería “di la verdad pero dila sesgadamente” o “al sesgo”. Cualquiera de las formas que intentes requieren muchas sílabas. Entonces es como que si mataras la respiración original del verso, su música. Está la traducción al castellano que hizo Silvina Ocampo, claro, y que tanto alabó Borges pero no es una traducción que a mí me guste particularmente.
¿Cómo se resuelve esto teniendo en cuenta que también has traducido a muchas otras poetas norteamericanas?
En poetas como Elizabeth Bishop, Anne Sexton o Sylvia Plath, hay más anécdota. Haciendo generalizaciones, podemos decir que en ellas, como en mucha poesía norteamericana, hay una tendencia a la narrativa. Dickinson, por el contrario, es monosilábica, trabaja con el hueso de la lengua y sus versos suenan limpios y cortantes. Como un hachazo, diría. No hay dónde refugiarse frente a lo poco monosilábica que es nuestra lengua castellana. Por eso es muy difícil traducirla. Y por eso me fascinó encontrar ese lexicón, a partir del cual escribí el libro.
La música de Satie también tiene la dificultad sobre lo asequible. Sin embargo, en el epílogo del libro, Pablo Gianera asegura que conseguiste acceder sensiblemente a la interioridad del artista y ponerlo a dialogar con nosotros a pesar de la distancia.
Bueno, Pablo es excelso y muy generoso. Lo cierto es que llegué a Satie a través de la admiración que tenía por él John Cage, sobre quien escribí un ensayo en mi libro Ciudad gótica. Conocía la obra musical de Satie, claro, pero lo que me gusta de él es ese personaje maniático, malhumorado, apasionadísimo por lo suyo. Él vivía en las afueras del París, saliendo de las murallas, y trabajaba en los cabarets de Montmartre, que están en la parte derecha del río, arriba, en la otra punta de la ciudad. ¡Y se iba caminando ida y vuelta! Es tan raro que toca en el cabaret pero a la vez le interesa la música medieval, el arte contemporáneo, el ocultismo. Cuando Picasso tiene 20, él ya tiene cincuenta. O sea, era un hombre grande para la época. Y sin embargo se mezclaba con jóvenes como Picasso o Jean Cocteau para hacer, por ejemplo, el ballet Parade. Y a la vez, a pesar de ser erudito y de haber compuesto obra, retorna de adulto al conservatorio.
Era excéntrico pero también, según sugerís, hermético. En una carta a Biquí, él dice: “Se lo prometo: nadie me verá salvo usted”.
Biquí era la pintora Suzanne Valadon, que era su amante y a quien le dedicó obra aunque sospecho que ella debe haber tenido una paciencia increíble para soportarlo. A veces él decía cosas de las que luego se arrepentía, como una discusión con Jean Cocteau que recreo en el libro. Y si resulta fascinante para la literatura, es porque nunca se quedaba quieto ni se ubicaba ahí donde uno pretendería. Por eso la única posibilidad era concebir un libro a la manera de un objeto, que no se instale con comodidad ni en la zona de la música, ni del relato, ni de la plástica sino armar eso que los renacentistas llamaban “coloquio entre las artes”. Ahora vuelvo a París a trabajar en una beca. Y quiero ver esos cuatro mil papelitos dispersos con ideas y apuntes que se encontraron en su habitación cuando murió. Imaginé lo que decían pero nunca llegué a verlos.
En el caso de Dickinson, también indagás algunos rastros de su vida privada, como la correspondencia que mantuvo con Susan Huntington Hilbert o con esa persona a quien denomina “maestro”.
Susan, a quien ella llamaba “Sue”, era la esposa de su hermano. Se intuye que hubo una relación amorosa aunque no se sabe si fue correspondida; lo que sí podría asegurar es que se trató de una suerte de infatuación. El hermano de Emily era un abogado interesado en la vida cultural, que hacía reuniones con escritores e intelectuales en su casa. Emily participaba de esos encuentros y así es como Sue se transforma en una interlocutora para ella. En cuanto al “dear master”, a quien le dedica muchas cartas, es un enigma para vos y para la humanidad. No se sabe a quién refiere.
¿El enigma es zona fértil para la poesía?
Sí. Y para la vida. Dickinson y Satie son parecidos, también en cuanto a ese enigma que rodea sus vidas, esa zona oscura donde escapan incluso de lo que otros puedan haber dicho sobre ellos. Esto lo comparten con Joseph Cornell, un artista de comienzos del siglo XX que no se movió de Nueva York y sin embargo hizo una obra bellísima y singular como sus míticas cajas, a las que llenaba con reliquias del pasado. Por eso te decía antes que, creo, los tres libros construyen un tríptico.
¿Cómo sería eso?
Como suele suceder con la escritura, una puede mirar algunas cuestiones sólo retrospectivamente. Así que no se me ocurrió la idea ni cuando escribía de Cornell, ni de Dickinson ni de Satie pero sí ahora. El panel central, diríamos, es el libro de Emily, mujer y poeta. A sus costados, Cornell y Satie. Lo que intenté hacer a través de estas tres figuras, que no sé si llamarlas tutelares, es indagar sus vidas porque son artistas a quienes admiro y con quienes me identifico. Que el misterio de su obra haya llegado hasta hoy da cuenta de lo apasionados, talentosos y obstinados que fueron, contra todo y contra todos.