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María Moreno: "Sentía que hablaba sola"

Por Malena Rey

"Me gustó, al republicar ciertos textos y ciertos nombres, poner a circular ideas que pueden ser fecundas sobre todo porque este no parece ser un momento lector y para equilibrar ese elemento propio de los momentos fundantes y que es el de imaginarse que una empieza todo de cero": alrededor de Panfleto. Erótica y feminismo, que recoge y ordena las colaboraciones periodísticas de María Moreno en los ochenta y noventa.

Por Malena Rey.

 

Mucho antes de que el feminismo en Argentina estuviera en el centro de la arena pública, con sus apropiaciones más diversas, María Moreno ya reflexionaba hábilmente sobre sus resonancias teóricas y prácticas. En los artículos y columnas escritos durante casi cuarenta años y reunidos ahora con el título Panfleto. Erótica y feminismo (Random) se leen entre líneas muchas más cosas que las que dicen los textos. Es que hablar sobre sexo, literatura erótica, pornografía, sadomasoquismo o política de los cuerpos durante las décadas de los ochenta y noventa en publicaciones como La Caja, Babel, Página/12 y Fin de siglo suponía una osadía y un ejercicio de procesamiento de influencias que solo alguien con la cabeza y la pluma de Moreno podía decodificar.

Leídos en retrospectiva, llama la atención la fuerza y vigencia de muchos de ellos y sobre todo las estrategias que pone en juego Moreno para hacer dialogar los aportes teóricos del feminismo de izquierda con el psicoanálisis del Río de la Plata y la crítica literaria (leyendo a contrapelo a Virginia Woolf, Djuna Barnes, Katherine Mansfield, Simone de Beauvoir o Colette, entre muchos otros nombres), con una prosa tan proteica como corrosiva, que nunca abandona del todo el humor. Las que no leímos estos textos en su tiempo y estamos disfrutándolos ahora podemos sorprendernos gratamente: es como si en ellos estuvieran ya diseminadas esas marcas que nos hablan a nosotras, sus lectoras futuras.

 

Al leer estos textos de corrido, ordenados en secciones, llama la atención la actualidad de algunos de ellos, sobre todo los fechados en la década del ochenta. ¿Cuáles fueron sus contextos de publicación? Te referís muy brevemente a los medios en que fueron publicados (Página/12, La Caja, Babel Fin de siglo) y me interesa saber más en profundidad quiénes te los encargaban, o si vos los ofrecías, qué idas y vueltas tenías con los editores en su momento y qué repercusiones tuvieron estos escritos.

No hubo nunca mucho ida y vuelta con los editores, sobre todo en los medios que decís, en gran parte porque ellos me delegaban totalmente “la página feminista”, esa garantía de progresismo. También solían desconocer de qué estaba hablando. Mis lecturas de textos feministas teóricos solían no formar parte de las importaciones de mis editores, tampoco de los intelectuales de los noventa y 2000, sin embargo siempre tan importadores de saberes. Como digo en la introducción, sentía que hablaba sola. Algunos machirulos de la cultura los leían a título de voyeurs; les gustaban, decían. Yo entraba perfectamente en uno de los lugares para las mujeres en la cultura: la loca no fácilmente identificable con los feminismos de masas, la bien avenida a la fratria masculina de los bares donde expropiaba, tuneaba, me burlaba; una especie de hermana de mal talante. Además, no te olvides que soy periodista y la mayoría de esos disidentes que puteaban a los medios, también deseaban aparecer en ellos. De todas maneras, cuando joven y no tan joven, mis barroquismos solían poner los pelos de punta a mis editores. Miguel Briante solía decirme “poné una coma para bajar a tomar agua”. Pero no fallo en la concordancia y estoy en desacuerdo con que la crónica tenga que cultivar el realismo ramplón que suele utilizar, la prosa chabón de frases cortitas.

Vos misma decís que escribís saqueando y modificando tus propios archivos. Pero estos textos también forjaron tu oficio como periodista y recién ahora los publicás como serie de lectura en clave a través de la erótica y el feminismo. ¿En qué medida sentís que alimentaste esos ejes a lo largo de tu trayectoria periodística? ¿Cómo fueron modificándose o mutando esos intereses, vistos en retrospectiva, sobre todo pensando que ahora estás más asociada a la crónica?

Gran parte de estos textos los publiqué en una selección que se llamaba El fin del sexo y otras mentiras, que salió en 2002. Voy a ser sincera: que yo sea identificada como cronista es una manera de identificarme en el mercado y la calificación fue una gauchada de Ricardo Piglia que, con esa marca, me hizo legible para muchos. No soy exactamente periodista: no voy al territorio, no cubro acontecimientos, nunca estoy ahí. Creo que sí recojo la tradición de la crónica como laboratorio de escritura, pero estoy más cerca del microensayo, la crítica cultural y la autobiografía. Como docente sí tengo una especie de teoría de la crónica muy heterogénea, por otra parte. Puedo mezclar a Lemebel con Mansilla, a Alarcón con Vilallonga.

En cuanto a las teóricas, narradoras y artistas que mencionás a lo largo de los artículos, da la impresión de que apuntás a generar relaciones entre discursos y prácticas que nos hablan de un feminismo de la diferencia en vez de un feminismo de la igualdad. ¿Qué podés decir de tus lecturas feministas de esa época?

Sí, creo que mi marca es más del feminismo francés de corte psicoanalítico que el del anglosajón, pero también lo uso de manera crítica. Me gustó, al republicar ciertos textos y ciertos nombres, poner a circular ideas que pueden ser fecundas sobre todo porque este no parece ser un momento lector y para equilibrar ese elemento propio de los momentos fundantes y que es el de imaginarse que una empieza todo de cero. Hay insistencias históricas, peleas tales como feminismo pro y anti porno, el debate sobre la prostitución, sobre el aborto. Ahora podría tener otro nombre, pero se relevan ciertas polémicas. Te sorprendería leer el libro Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna de Susan Faludi sobre el que estoy trabajando, que cuenta cómo durante la contrarrevolución antifeminista de las eras Busch y Reagan cierto sector de evangelismo alicaído llenó sus templos con el aprovechamiento del supuesto llegar demasiado lejos de las mujeres en la esfera pública, denunciándolo y llamando a la vuelta al hogar. Fue un evangelismo político a lo Brasil con el surgimiento de una nueva derecha con líderes femeninas, una de la más mediática de ellas, Beverly La Haye, fundadora de Mujeres preocupadas por Norteamérica, recibió a Faludi en su despacho totalmente decorado por muebles y adornos ¡rosa Bolsonaro! Hay en ese momento toda una batería ideológica para proponer el retorno al hogar y se desarrolla una guerra contra la “mujer moderna” con la idea de que la salida a lo público –como un fracaso debido a la renuncia de la femineidad y la maternidad– fue un desastre cuando en realidad lo que pasaba era que continuaba la desigualdad en el mercado laboral y se seguían asumiendo las tareas domésticas. Aparecen encuestas que te dicen que si tenés un hijo a los 40 años tenés un 30% de posibilidades de no tenerlo, que la mujer sola muere antes de la mujer casada, que el cáncer de mama se presenta más en las mujeres que trabajan y así. Hasta existen cambios en guiones de cine. Atracción fatal, por ejemplo. En principio, en el guion, el eje estaba puesto en hacer tomar conciencia de la responsabilidad de un tipo que tiene un affaire extramatrimonial y no se quiere hacer cargo. Es más, en el guion original iba a haber una alianza entre las dos mujeres para sancionar al esposo díscolo y en cambio termina con el ama de casa, la mujer que no trabaja, la mujer que cuida a sus hijos, ejecutando a la terrorífica mujer sola, que es un personaje con un poder de maldad sobrenatural. Faludi cuenta que por esos años, en el cine los tipos gritaban “¡Mátala!”, o sea, la película se transformó en una performance de una ejecución pública al feminismo.

En varios de estos artículos el psicoanálisis también está muy presente. Y pienso en la reciente muerte de Germán García y su particular forma de leer a Lacan desde el Río de la Plata. ¿Qué interés te suscitaba el psicoanálisis a comienzos de los ochenta y qué te produce ahora? ¿Cómo lo recordás a Germán?

Lo recuerdo como lo que yo llamo un doble agente. Porque todo misógino –y los que hoy se jactan de serlos son pichis ignorantes–, sobre todo si es de vertiente paranoica, sostiene en su imaginario la idea de un poder de las mujeres que debe ser limitado y, para hacerlo, lee de todo sobre ellas y de ellas, para seducirlas, ganarles de mano, ponerles un límite. Digo “doble agente” porque alguien brillante como Germán, y muy belicoso si estaba entre la runfla masculina, se comportaba de una manera diferente en privado y entonces, entre nosotros, no sólo a veces encontraba antes que yo los libros feministas radicales sino que era él mismo más radical en su feminismo. Como maestro me transmitió que ningún saber era sagrado, que todo era apropiable, des-figurable, sobre todo la impostura intelectual. Y a leer fuera de todo límite y valor. Solía decir “soy autodidacta, es decir que fui yo quien eligió a sus maestros”. Y que para hablar es mejor la posición del clown que la del profesor: el clown es el que sabe que toda prestancia es ilusoria. 

Hablando de maestros, en gran medida sos una maestra para muchas periodistas. Y con el feminismo ahora tan instalado en la agenda mediática, tan abrazado por muchas jovencitas, y por momentos tan distorsionado, me interesa saber cómo ves el periodismo actual con perspectiva de género.

Jamás me animaría a ponerme en la posición de maestra, no por modestia; carezco de inflexiones pedagógicas y prefiero aventurarme en lo que no sé en vez de imaginar que transmito un bloque de lo ya aprendido, aunque me gusta esa definición de que el maestro transmite lo que le falta, un tema para el “discípulo”, no para el maestro. Al aporte tienen que describirlo ellas, no yo. Si yo improvisara sobre mi aporte, estaría reclamando una deuda como el Veraz. La palabra género fue operativa en un momento y ahora en lugar de usarla tan laxa y periodísticamente, habría que ponerla más en cuestión y no como una coartada para el rating o el sonsonete de tapa aun en los medios más reaccionarios.  

 

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