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Imprescindibles

Los imprescindibles de Ariel Dilon

Una lista infinita

Nacido en 1964, el escritor, periodista, editor y traductor, por ejemplo, de Joe Brainard, Stephen Dixon, Marcel Schwob, Mark Twain, Alfred Jarry, J.M.G. Le Clézio, Patricia Highsmith, Phillip Sollers, Jacques Lacan, Pierre Bourdieu, Jacques Derrida, Alexandre Dumas, Michel Foucault, Alexander Theroux, Marc Augé y un largo etcétera, nos deja su lista. 

Por Ariel Dilon.
 
 
Imprescindibles... ¿Dónde había oído yo esa tramposa palabra? Claro: era en aquella famosa frase de Brecht, tan traída y llevada por cierta vieja nueva trova.
 
Pero en lugar de "lucha", pongamos "amor" (pongamos amor, en general). Así, los imprescindibles serían esos libros que uno se siente dispuesto a amar toda la vida. Ciertamente habría que definir, entonces, a qué llamamos "toda la vida". ¿Cómo, cuándo y cuánta podría ser toda, la vida?
 
Me pregunto entonces cuáles serían los diez libros cuya lectura me es siempre necesaria, invariablemente amada... Pero uno carece de perspectiva para decir siempre. Más bien hay una sucesión de yoes para los que sucesivos libros han sido, son o serán, sucesivamente, indispensables como el aire que respiro, igual que alguien de quien uno dijera: no puedo vivir sin X... ¿Y mañana sin Y, o sin Z? Lo que me era "imprescindible" ayer, ¿lo es parejamente hoy? ¿Volverá a serlo mañana?
 
Qué ingrato entonces dejar afuera, ahora –mera instantánea en el devenir de mis yoes–, todo el placer, el amor o el espacio de cada libro que alguna vez fue para mí tan grande como el universo: 
 
–¿Con qué autoridad decide usted, señor, por todos los lectores que hemos sido y que seremos yo! –me gritan "los que fui", como diría el inamoviblemente presente Henri Michaux.
 
Me digo que acaso no se trate de esos libros a lo que vuelvo y vuelvo siempre (que no son tantos), sino de todos esos que todavía, de alguna manera, sigo habitando, por los que sigo habitado... aun sin releerlos, aun sin saber. Pero en ese caso su número, que ya era problemático, se multiplica al infinito. ¿Cómo podría quedarme apenas con diez?
 
La pluma, me digo, es de la estirpe del cálamo: la escritura es incisión, y toda elección, un corte. De allí la violencia de la pregunta por diez imprescindibles: una llamada a convertirme en juez y en verdugo de mis propias prendas de amor. Protesto: una biblioteca debe ser hospitalidad, asamblea, vergel. ¿A qué legiones he de expulsar del jardín de los jardines para quedarme solo con dos puñados de "imprescindibles"? ¿A qué profusión de criaturas de la Tierra he de ahogar bajo un diluvio de olvido para reivindicar este arca de escogidos fugaces?
Pero los protocolos del deseo de nombrar, tan fuerte como el amor por los libros, ya han sido activados. No hay vuelta atrás en la lotería de los títulos y van cayendo las bolillas, aun bajo protesta. Con un temblor en los labios, nombro, enumero mi injusticia imperdonable. Mis diez "salvados" del naufragio ya suben a los botes. Es el reverso de una matanza sin número:
 
 
1) Melville: Moby Dick. (¡Pero si tantas veces más he leído Bartleby!)
 
2) Henri Michaux (¿cómo elegir, siquiera, dentro del conjunto de su obra? Pero en fin, ahí va el hachazo y me quedo, para siempre (por ahora) con Frente a los cerrojos seguido de Puntos de referencia.
 
3) Volver a Kafka, eso sí es un siempre: todos sus relatos y sus diarios que no leí completos y que exploro un poco hoy y otro poco mañana y donde cada vez me encuentro a mí mismo por primera vez. (¿Pero entonces, el pobre Walser? ¿No habrá un rinconcito, en el arca, donde acomodar El paseo o El ayudante?)
 
4) Felisberto Hernández: su narrativa completa (que nunca he tenido ni leído, completa. Si alguien me quiere regalar el tomo editado por El cuento de plata, yo no me voy a resistir).
 
5) Armonía Sommers: La mujer desnuda, como mínimo.
 
6) Pedro Páramo, de Juan Rulfo, obviamente.
 
7) De Ungaretti, sobre todo, La alegría.
 
8) Clarice Lispector: para seguir explorándola, siempre, en busca de más emociones como las de Felicidad clandestina.
 
9) Shakespeare, todo: that's for sure!
 
10) "Ya va a venir el día, ponte el alma", escribió Vallejo. Y yo me digo que algún día va a llegar el día de hacerle espacio y caja de resonancia a la relectura de todos sus poemas.
 
 
Está hecho y es terrible, ahora, revolverse en la zanja de lo taxativamente zanjado, en el infierno de la propia ingratitud, entre los espectros queridos de tantos amigos de un día u otro, de un mes o tres, de un año y de cuarenta también: Cortázar, Onetti, Saer, Highsmith, Boris Vian y el Vonnegut de Madre Noche, de Matadero Cinco, Modiano, Carrère, Dixon, el Aira de Los fantasmas, Marcel Schwob y el otro infinito Marcel! ¡Ay, cómo no puse a Nabokov, todo Nabokov y en especial Mashenka y Risa en la oscuridad Habla, memoria! ¡Y el Retrato del artista adolescente, oh God, y el ...del artista cachorro casi más aún! ¡Y más Chejovs de los que puedo recordar con título y todo! ¡Y Las almas muertas! ¡Y Dickens y Mark Twain! ¡Y Rimbaud y Radiguet! ¡Y la baronesa Blixen! ¡Y oh, cómo pude dejar afuera a Marguerite Duras, toda ella y cada página suya! ¡Y Thomas el impostor y Opio, de Cocteau! ¡Y Roorda, por supuesto: Mi suicidio! ¡Y Lampesusa y el gran Carlo Emlio Gadda con su Aprendizaje del dolor! ¡Y El carapálida! ¡Y Arlt: Los siete locos y El juguete! ¡Y el Viaje de Céline! ¡Y Pizarnik! ¡Y Calderón y Alberti y Hernández Miguel y Machado y Lorca! ¡Y la enorme Sara Gallardo con su País del humo! Y El duelo de Conrad, ¡y todo Stevenson! ¡Y el delicioso Barón rampante!  ¡Y El extranjero que alguna vez lo cambió todo! ¡Y Otras voces, otros ámbitos! ¡Y Zama! ¡Y Los Sorias! ¡Y Tlön Uqbar Orbis Tertius! ¡Y La invención de Morel! ¡Y Apollinaire! ¡Y algún que otro Bowles! ¡Y La habitación de los niños de Des Fôrets! ¡Y L'extasse matériel de Le Clézio! ¡Y todo Girondo! ¡Y Ferdydurke! ¡Y Espejos negros de Schmidt! ¡Y mucho Saki! ¡Y El noviembre del decano, de Bellow, sobre todo! ¡Y en el extremo más primaveral, Zazie dans le métro! ¡Y son siempre más y más y más! Y aquí me quedo aquí me quemo, ardiendo en este infierno en el que cada nombre abrasa como un ascua e incontables son los nombres que no cesan de aparecer: ¡es la hoguera de los ingratos, el tártaro de los olvidadizos donde me achicharro para siempre por esta fugaz debilidad, por este instinto tonto de andar contestando todas las preguntas que me hacen! ¡Oh Quijote, oh humanidad!
 
 

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