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No Ficción

Levántate y anda

David Bowie murió ayer víctima de un cáncer que lo comió en 18 meses. Pero como su último alter ego, Lázaro, el artista (se) promete una segunda vida.

Por Edgardo Scott.

Ayer murió David Bowie. Murió de cáncer a los 69 años, después de “luchar contra la enfermedad” –apunta “The Guardian”– durante dieciocho meses. Yo nunca descarté la posibilidad de que Bowie fuera un alienígena y que, desde luego –si no para qué nos serviría un intercambio intergaláctico– él sí tuviera la fórmula de la inmortalidad. Hasta lo puse como chiste en un pasaje de una novelita mía (después lo retiré, era apenas un desvío, uno de esos énfasis o reflejos que con suerte la corrección suprime). Este 8 de enero, para su cumpleaños, salió a la venta "Black star", su último disco. Un auto-réquiem o auto-elegía. O un breve y maravilloso réquiem o elegía, a secas. Una despedida nocturna. En el disco anterior, de 2013, "The next day", había un sobrio cuadrado negro con ese título –¿tachando, imponiéndose?– sobre la foto de portada original de "Heroes". "Heroes" es del 77. Bowie y el tiempo. Bowie hacia adelante. Hay un orden secreto: la mejor canción de "The next day" era “The stars (are out tonight)”. También “The guardian” se ocupa de resaltar que "Black star" es el único de sus veinticinco discos que no lo tiene a él en la imagen de cubierta. En la tapa hay sólo una estrella típica de cinco puntas, una estrella clashera podría decirse, una estrella guevarista (en esta parte del mundo), una estrella al fin, pero una estrella negra sobre un fondo blanco. Las láminas interiores también son todas negras. Hay fotografías, sin embargo. Fotografías que apenas se dejan ver. Ahí está David Bowie, de pie, primero con la caracterización de Lázaro, su último alter ego, una venda cubre sus ojos (sí, sus ojos, también el ojo izquierdo, el ojo mágico, no de otro color, sino con la pupila dilatada, secuela de los cuatro meses de hospital y las intervenciones, cuando en 1962 con 15 años se peleó con su amigo, el artista George Underwood por una chica y George le acertó en el ojo no sólo con su puño sino con su anillo; pero no hubo rencores: George diseñó algunas tapas de los primeros discos de Bowie). Ahora sobre la venda de Lázaro hay dos botones cosidos, como los ojos de la muñeca falsa, la muñeca siniestra de Coraline. En esas láminas, las letras de las canciones se imprimen, se graban en negro sobre negro. Más que leer, descifrar. “I can't give everything away”, repite, reza la última canción, ilustrada con la única fotografía más clara, más nítida ¿más conmovedora?: Bowie de perfil, bajo un cielo de Poussin, un cielo de azufre. No, ningún don es un regalo. “Saying no but meaning yes / That's the message that I sent”. Decir un no que signifique sí. Mensaje y epitafio. Todo "Black star" es muy triste, oscuro y también –una vez más– experimental. Un solo movimiento, una larga canción, donde las melodías se hacen y deshacen, donde el ritmo y los arreglos se interrumpen y reaparecen. Del ruido surge la música y de la música el ruido. Pero “Lazarus” es la canción, el estribillo, el constant concept (ahora habría que persignarse antes de hablar de hit o corte de difusión). “This way or no way / you know I'll be free”. De un modo u otro, todos los sabíamos: él sería libre. Pero “Ain't that just like me?” Nos convida, nos provoca, nos deja su última invitación al paraíso. Un paraíso pagano y musical, que hasta incluye una última cita: ese verso también es una canción de los Hollies. Una canción que Bowie seguro cantó y bailó frente al espejo cuando se peleaba por una chica en el 62 y decidía perder (ganar) con un amigo el dilatado ojo de la gracia. Al fin y al cabo, Cristo era amigo de Lázaro. Primero lloró su muerte. Después lo devolvió a la vida. En El exceso, dos chicos –dos amigos– discuten si es mejor o no la versión de Nirvana que la original de Bowie, de “The man who sold the world”. Es una pregunta falsa. Apenas dos tiempos –dos formas– de la misma época: Bowie lo cantaba en el 70, Cobain, a modo de despedida o lamento, en el 93. ¿Cómo ser un artista cuando el mundo está en venta? ¿O cuando el mundo ya se vendió? La vida de los hombres infames. Un duque blanco, un doble agente. Me acuerdo de ese bebé y esa chica preciosa, y ese deseo maligno y vital en "Laberinto". Pero no vale la pena llorar. Muerte y resurrección. “Look up here, I'm in heaven” empieza, anuncia Lázaro. De un modo u otro todos lo sabíamos: a él le tocaría el Paraíso; él siempre sería libre, aun entre nosotros, en el desierto. Como el Principito, una noche volvería a las estrellas.

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