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Leer para escribir: cinco libros hechos de libros

Compuestos a partir de diversas lecturas, libros como los de Matías Celedón, Julieta Marchant, Osvaldo Baigorria o Eduardo Berti dejan en claro que también hay autoría en el cuidado de una biblioteca. 


Por Valeria Tentoni


El primer engaño está en el título de este artículo, porque en el fondo todos los libros vienen de otros libros. Si prefiriésemos una metáfora alimenticia: todos los libros comen de otros libros. Podríamos preguntarnos, como los fieles ante el ombligo de Adán en la expulsión del paraíso de Miguel Ángel, si hubo un primerísimo libro antes de los demás libros. Y entonces, otra vez, preguntarnos cuál habrá sido el primero de toda primicia, el germen absoluto de toda libreidad. Pero lo único que sabemos es que hay una cadena, aunque tampoco nos ayude tanto esa imagen; pocas cosas hay menos lineales que el desparramo que provoca una lectura cualquiera.  

Es esperable encontrar detrás de quien escriba libros a un lector o una lectora, y podemos imaginar sus bibliotecas como al laberinto radicular que se extiende bajo la tierra de un árbol. A continuación, visitamos cinco libros que exponen esas raíces, con sus respectivos métodos y exploraciones, y que dejan en claro que hay también autoría en la confección, la frecuentación o el cuidado de una biblioteca. 



 

Poemas somos que otros escribieron 

La poeta chilena Julieta Marchant viene aterrizando en Argentina desde el año pasado con En el lugar de la mano el ímpetu de un río (Hemisferio Derecho) y ahora entrega Poemas somos que otros escribieron (Concreto Editorial). Se trata de un ejercicio de encastres de versos de libros y plaquettes ajenos que trabajó como editora, ya sea en Cuadro de Tiza o Bisturí 10, los dos sellos que codirige desde Santiago y llegan a Buenos Aires en ferias como la última FED. 

Lo notable en este caso es que la biblioteca de la que Marchant toma materiales es esa misma que ayuda a construir, y no sólo en sus propios catálogos sino también como editora externa en el sello Alquimia: así, hay versos que vienen de libros de Mary Ruefle, Sylvia Molloy, Susan Howe, Alejandra Pizarnik, María Negroni o Mario Montalbetti, entre muchos otros. “Después de más de una década trabajando como editora, las palabras que estaba buscando sin saber que las estaba buscando estaban ahí: en los libros que corregí, en los que edité, en los que me perdí comparando traducciones”, explica Marchant sobre el método utilizado en un libro que va “a contramano de su propio yo, que siempre es un nosotros”, según dice Ezequiel Zaidenwerg en la contratapa. 



 

Según 

“Una autobibliografía”, subtitula Osvaldo Baigorria este nuevo libro. Después de Llévatela, amigo, por el bien de los tres y de las memorias de viaje reunidas en Postales de la contracultura, el escritor, periodista y docente nacido en Buenos Aires en 1948 regresa a Caja Negra "para jugar con los límites de la autoficción”, como dicen sus editores. 

Abre Según un texto breve en tercera persona en el que conocemos a Lectorx, el dueño de la biblioteca que desplegarán las más de cien páginas restantes, páginas y páginas de citas enhebradas por una exquisita voracidad lectora. Al llegar a la edad de jubilación, en plena mudanza y en los primeros tiempos de la viudez, Lectorx se decide a escribir al fin sin el fantasma de llegar a fin de mes. Pero, para eso, primero tendrá que ordenar su biblioteca. Es en el ejercicio de subir y bajar libros de los estantes que se encuentra con orejas en las esquinas superiores de las hojas, subrayados y marcas que guían la memoria de placeres lectores que se decide a coleccionar en un texto que será, después, libro. Un libro entre otros libros.  

Derek Jarman, Rilke, Pessoa, Piglia, Joyce, Fogwill, Epicuro, Freud, Bignozzi y Flaubert se encuentran, así, alistados por orden alfabético bajo una consigna estricta: elegir una sola frase de cada quien. Los autores citados -más de quince carillas de nombres- son listados al final del tomo bajo el título de “protagonistas”: en ese gesto hay una sutil clave de lectura.



 

Autor material 

El escritor, periodista y guionista Matías Celedón acaba de publicar, en Banda Propia, un libro difícil de dimensionar. Para escribirlo, el chileno trabajó con una biblioteca compuesta de audiolibros grabados ni más ni menos que en prisión y por un torturador con condena perpetua. Es decir, con lecturas no precisamente suyas sino de otro, y lecturas que a su vez ese otro hizo para alguien más: oyentes no videntes, que no necesariamente conocen al autor material de los audios. 

Fue en 1996 que el ex agente de la Central Nacional de Informaciones chilena, Carlos Herrera Jiménez, grabó su primer audiolibro. Su voz se guarda en casetes que hizo llegar a una biblioteca para ciegos, y hasta esa biblioteca llegó Celedón para componer este libro y en pleno estallido, zafando de los toques de queda. Más que una novela, se trata de un artefacto complejo que reproduce y combina secuencias de los audiolibros del torturador; lecturas de obras maestras de la literatura universal como La divina comedia de Dante Alighieri o Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. En el apartado “Frases grabadas”, Celedón transcribe subrayados en una espiral de lectura que se completa con un archivo de audio que se puede oír escaneando un código. 

Como por arte de magia, con un simple clic es posible escuchar las densas grabaciones desde la celda de Herrera Jiménez. “En su voz, las frases de determinadas historias, los diálogos e inflexiones de ciertas escenas cobran un sentido distinto”, anota Celedón. 




  

Método fácil y rápido para ser lector 

Eduardo Berti llega desde el catálogo de Fondo de Cultura Económica con un libro lúdico y propositivo que no sólo involucra su propia biblioteca, sino también la de quienes lo lean. “Lea la obra completa de un narrador muerto, pero al revés. Empiece por su último libro y termine por el primero”, encontramos entre los 142 ejercicios de lectura –en ocasiones, también de escritura- que pueblan este volumen.  

Método fácil y rápido para ser lector recuerda, por momentos, a instrucciones como las del Pomelo de Yoko Ono, que invitaba a completar experiencias disparatadas, fuera de guion. Por ejemplo: “Lea un libro. Pídale a otra persona que le hable mientras lee. Si la otra persona pronuncia una palabra en el instante mismo en el que usted la estaba leyendo en su libro, intercambien los roles: será usted quien hablará ahora y será la otra persona quien lea”. 

Berti es el único miembro latinoamericano de Oulipo, el grupo de experimentación literaria creado en 1960 que contó con miembros como Raymond Queneau, Harry Mathews o Georges Perec. Este libro honra esa membresía a la vez que entroniza a la lectura como acto creativo en sí mismo. Leer también es escribir, parece decirnos. 





 

Los días citados 

En Los días citados, Guillermo Piro y Yael Rosenfeld compilan una “vuelta al año en 365 libros”, que también son 365 autores de 365 frases que contienen la mención de una fecha, una por cada día. Entre los autores y autoras están Margaret Atwood, Juan Rulfo, Úrsula K. Le Guin, Roberto Bolaño, Isaac Asimov, Oscar Wilde, Emily Brontë o Truman Capote, y a cada uno de ellos hubo que ir a buscarlo a algún libro en alguna biblioteca. Este trabajo titánico llevó mucho tiempo y pidió muchas manos: de hecho, el origen de Los días citados está en la era de los blogs, en la primera década del milenio.  

Según cuentan Piro y Rosenfeld, todo comenzó por una conversación entre bloggers que inició el escritor, periodista y traductor, autor de libros como Guillermo Hotel o Celeste y blanca: “Hay que hacer una agenda en la que cada día tenga una cita de un libro que mencione a ese día”, propuso. No fueron pocas las colaboraciones que recibieron de familiares, amigos y visitantes de sus blogs. Organizadas en un excel por Yael, todas de autores distintos, todas de días distintos.  

Publicado por Factotum Ediciones con tapa dura, el ejemplar comienza con Claudia Piñeiro un primero de enero y termina con Juan Carlos Onetti un 31 de diciembre. Para componerlo, como investigadores “en una película de Hollywood”, juntaron tanto material que les sobró bastante. Hasta que cubrieron el último día, difícil como una figurita difícil, llegaron a acumular catorce citas para una misma fecha repetida. 

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