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Las cartas que escribía Flaubert

Tres sobres: para Baudelaire, Turguénev y Sand

En la intimidad epistolar, Flaubert dudaba de su genio, pedía consejos de escritura y contaba cosas como que se agarraba la cabeza por horas hasta encontrar una palabra. Acá, tres de esas cartas: una a Baudelaire, una a Turguénev y otra a su maestra, George Sand, gentileza de Mardulce en un libro imperdible compilado y traducido por Damián Tabarovsky.

En la intimidad epistolar, Flaubert dudaba de su genio, pedía consejos de escritura, contaba cosas como que se agarraba la cabeza por horas hasta encontrar una palabra, o se lamentaba de la suerte de sus libros: "El éxito me ha abandonado desde Salambó. Lo que todavía me duele, es el fracaso de La educación sentimental. Me sorprende que el libro no haya sido comprendido", como escribió en una carta a su amigo ruso.

De ese libro excepcional con traducciones de Damian Tabarovsky que acaba de editar Mardulce, van tres cartas imperdibles.

 

 

 

A Charles Baudelaire

Croisset, lunes 18 de junio de 1860

Usted es muy amable, mi querido Baudelaire, por haberme enviado un libro como este.1 Todo me gusta, la intención, el estilo y hasta el papel. Lo he leído con mucha atención. Pero de entrada, tengo que agradecerle por haberme hecho conocer un encantador hombre, como el señor Quincey. ¡Cómo me gusta!
He aquí (para terminar rápido con los peros) mi única objeción. Me parece que en un tema, tratado tan altamente, en un trabajo que es el comienzo de una ciencia, en una obra de observación natural y de inducción, usted (en muchas oportunidades) ha insistido demasiado en el Espíritu del mal. Parece como un vestigio de catolicismo, aquí y allí. Hubiera preferido que no condenara el hashish, el opio, el exceso. ¿Sabe lo que ocurrirá más adelante?
Pero tome en cuenta que es solo una opinión personal, no me haga caso. No le reconozco a la crítica el derecho a cambiar el pensamiento de otros. Es que la condena que hay en su libro es, tal vez, lo que constituye su originalidad, la marca de su talento. No se parece a nada, eso es todo.
Ahora que le he manifestado todo mi resentimiento, no sabría decirle hasta qué punto su libro me parece excelente, de un extremo al otro. Admiré profundamente, en el “Poema del Hashish” las páginas 27-33, 51-55, 76 y las que le siguen. Usted ha encontrado la forma de ser clásico, siendo a la vez el romántico trascendental que tanto amamos.
En cuanto a la parte llamada Un comedor de opio, no sé cuánto le debe a Quincey. Pero en cualquier caso, es una maravilla. No encuentro otra forma de llamarlo.
Las drogas siempre me causaron un gran deseo. Incluso tengo excelente hashish preparado por el farmacéutico Gastinel. Pero me dan miedo. Por eso me lo censuro.
¿Ha leído Soudan, de d’Escayrac de Lauture? Es toda una teogonía y una cosmogonía inventada por un fumador de opio. Tengo un recuerdo bastante encontrado, me gusta mucho más De Quincey. ¡Pobre hombre! Le debo también un reconocimiento por la pequeña nota relativa a las críticas morales. Ha tocado mi orgullo más sensible.
Espero con impaciencia las nuevas Flores del mal (no tengo lugar aquí para mis comentarios). Ya que el poeta tiene perfectamente derecho a creer lo que le plazca. ¿Pero el erudito?
¿Lo que digo es tal vez una estupidez? Me parece sin embargo que yo me he hecho entender. Seguiremos charlando. ¡Qué bien que trabaja!
Adiós, le estrecho la mano hasta sacudirle los hombros.

 

 

A George Sand

Croisset, sábado a la noche, 29 de septiembre de 1866

El envío de dos retratos me ha hecho creer que usted estaba en París, mi querida Maestra, entonces le he escrito una carta que debe estar esperándola en la rue des Feuillantines.
No encontré mi artículo sobre los Dolmen. Pero tengo el manuscrito entero de mi viaje a Bretaña, entre mis “obras inéditas”. ¡Ya vamos a parlotear cuando venga! ¡Tome fuerzas!
No experimento, como usted, el sentimiento de una vida que comienza, la estupefacción frente a la existencia que hace eclosión. Al contrario, ¡creo que siempre he existido! Tengo recuerdos que se remontan a la época de los Faraones. Me veo muy nítidamente en las diferentes épocas de la historia, ejerciendo diferentes oficios, con suerte diversa. Mi persona actual es el resultado de mis personas desaparecidas. He sido marinero en el Nilo, Leno2 en la Roma de las grandes batallas, orador en Subura,3 donde me comían las pulgas. He muerto durante las Cruzadas por haber comido demasiadas uvas en las playas de Siria. Fui pirata y monje, saltimbanqui y cochero. ¿Tal vez también Emperador de Oriente?
Muchas cosas se explicarían si pudiésemos conocer nuestra verdadera genealogía. Al ser acotados los elementos que conforman un hombre, ¿deben repetirse las mismas combinaciones? La Herencia es un principio justo, pero mal aplicado.
Pasa eso con esa palabra, como con tantas otras. Cada uno la toma como quiere y no se entiende nada. Las ciencias psicológicas prosperarán o perecerán, es decir, en las tinieblas o en la locura, cuando tengan una nomenclatura exacta, y puedan emplear la misma locución para expresar las ideas más diversas. Cuando se borran las distinciones ¡Adiós la moral!
¿No le parece, en el fondo, que desde el 894 se exagera la rareza? En vez de continuar por la gran ruta, que era larga y bella como una vía triunfal, nos desviamos por pequeños caminos, en los que patinamos en los pantanos. ¿En vez de admirar a Proudhon, mejor no sería Turgot?
¿Pero qué sería de lo CHIC, esa religión moderna?
Opinión chic (o chica): estar a favor del catolicismo (sin creer una palabra), a favor de la esclavitud, por la casa de Austria, llevar luto por la reina Amélie, ocuparse de los comicios agrícolas, hablar sobre deportes, mostrarse distante, ser un idiota hasta el punto de lamentar los tratados de 1815. Eso es todo lo que hay de nuevo.
Ah, usted piensa que paso mi vida intentando escribir frases armoniosas, evitando la cacofonía; que yo no tengo, también, mis opiniones sobre las cosas de ese mundo. ¡Lamentablemente las tengo!
Basta de charlatanería, hasta yo mismo me he aburrido.
La obra de Bouilhet se estrenará a principios de noviembre. Nos veremos dentro de un mes.
Un saludo grande, mi maestra, todo suyo.

 

 

 

 

A Iván Turguénev

Jueves 2 de julio de 1874, Rigi Kaltbad, Suiza

Yo también tengo calor, y tengo esa superioridad o inferioridad frente a usted, que me molesta de modo gigantesco. He venido aquí para hacer acto de obediencia, porque me dijeron que el aire puro de montaña desinflamaría y calmaría mis nervios. Ojalá. Pero hasta ahora solo siento un inmenso aburrimiento, debido a la naturaleza y al ocio, y además no soy un hombre de la naturaleza: sus maravillas me conmueven menos que las del arte. Me abruma sin darme a cambio ningún gran pensamiento. Tengo ganas de decirle, interiormente: “Es hermoso, hace un rato salí de ti, dentro de unos minutos volveré; déjame tranquilo, quiero otra cosa”.
Los Alpes, además, son de una escala desproporcionada comparada con el ser humano. Son demasiado grandes para ser útiles. Es la tercera vez que me causan un efecto deplorable. Espero que sea la última. Y además, mis compañeros, mi querido viejo, hombres extranjeros que habitan en el hotel. Todos alemanes o ingleses, provistos bastones y largavistas. Ayer, tuve la tentación de abrazar a tres vacas que encontré en el herbaje, por humanidad y deseo de expandirme.
Usted me habla de San Antonio, y me dice que el público mayoritario no está listo para él. Ya lo sabía de entrada, pero pensaba que yo era más comprendido entre la elite. Si no fuera por Drumont y el pequeño Pelletan, no habría recibido artículos elogiosos. Y no creo que salga ninguno en Alemania. ¡No importa! Lo hecho, hecho está; y además, me alcanza con que a usted le haya gustado el libro. El éxito me ha abandonado desde Salambó. Lo que todavía me duele, es el fracaso de La educación sentimental. Me sorprende que el libro no haya sido comprendido.
El domingo vi al bueno de Zola, que me dio noticias suyas. Salvo usted y yo, nadie le comentó La conquista de Plassans, no recibió un solo artículo, ni a favor ni en contra. Es un tiempo duro para las Musas. Por otra parte, París me pareció más idiota y chato que nunca. Tan distanciados que estamos ambos de la política, no podemos dejar de quejarnos, aunque sea por asco físico.
¡Ah, mi viejo Turguénev! Cómo me gustaría que ya sea otoño, para recibirlo en Croisset, durante una buena quincena. Usted traerá su trabajo en curso, y yo le mostraré las primeras páginas de Bouvard y Pécuchet, que espero ya estén escritas para entonces.
Escríbame seguido y bien largo, sus cartas serán para mí como una gota de agua en el desierto.
Hacia el 25 espero abandonar Suiza; me quedaré algunos días en París.
Adiós mi gran amigo, lo abrazo con toda mi fuerza.

 

1 Charles Baudelaire, Los paraísos artificiales
2 Personaje frecuente en las comedias latinas, especie de entrometido, de chismoso.
3 Barrio popular, de “mala fama” en la Roma antigua.
4 La Revolución Francesa de 1789.

 

 

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