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No Ficción

La vida en los bosques

Una crónica de Hebe Uhart

Adriana Hidalgo Editora acaba de publicar el tomo de Crónicas completas de la autora argentina, y aquí compartimos una de ellas alrededor de Thoreau, las caminatas y su relación con los animales. "Me hubiera gustado leer lo que algún vecino del pueblo o del bosque escribiera sobre él".

Por Hebe Uhart. Foto de Agustina Fernández.

 

 

Estuve leyendo un libro de Thoreau, Walden, la vida en los bosques. Él nace en 1817 y muere a los cuarenta y cinco años. Fue poeta, filósofo, con una filosofía cercana al anarquismo (estuvo preso por negarse a pagar los impuestos por razones teóricas, pensaba que el Estado pesaba demasiado en la vida de las gentes). Construyó una cabaña con sus propias manos en un terreno que Emerson, su admirado, le cedió y también le pagó la multa por desobediencia civil. Es un libro desconcertante: por momentos me parece que Thoreau estaba un poco chiflado, y leyendo otras cosas me parece que tiene razón. Luchaba contra la expoliación de la naturaleza en nombre del progreso al que consideraba que de tal sólo tenía el nombre, consideraba innecesario tanto consumo, la herencia de bienes como una desmesura, y dudaba de que la vejez conceda sabiduría.

Leía a Homero, a Ovidio y a filósofos hindúes, se bañaba en la laguna y se levantaba temprano siguiendo el pensamiento veda que dice que la inteligencia se despierta por la mañana y “la más elevada de las artes es influir sobre la calidad del día”. Podía pasar de los diarios porque no traen noticias importantes, todas las noticias son chismes. Cuando el piso de su choza estaba sucio, sacaba todos los muebles afuera y los contemplaba: “Parece que mis muebles se felicitan por encontrarse afuera y hasta lamentan volver a su encierro”. Estaba muy contento en su casa del bosque, donde vivió dos años: “Desde esta ventana veo (...) cómo rondan los halcones, un halcón pesca sobre el lago cristalino y atrapa a un pescado. (...) un visón captura un pescado”. Pasaba un tren cerca y él lo llamaba caballo de hierro. En muchos tramos del libro define su pensamiento y se autodefine: “Fui inspector, no de carreteras, de los senderos del bosque, he intentado saber qué había dentro del viento, fabriqué cestas, pero evité el modo de que las compraran”. Eso era porque pensaba que el comercio dañaba todo lo que toca, lo mismo le pasó con las papas y habas que sembró, no se sabe si intentó venderlas y no le resultó, pero dice: “El comercio maldice todo lo que toca”. Dice también que es mejor conservar la ropa mucho tiempo porque se adapta al cuerpo y se consustancia con el carácter del que la usa y le parecen dignos los remiendos. De sus vecinos dice: “Les sería más fácil ir con una pierna rota que con un pantalón roto (...) conocemos unos pocos hombres y una cantidad enorme de sacos y calzones”. Además está en contra de la sociedad civilizada porque dice que las aves tienen su casa, los indios la tuvieron pero en la sociedad de su tiempo sólo un cincuenta por ciento tiene casa propia y las personas muy pobres viven peor que un indio.

Estudió albañilería para hacerse la casa con sus propias manos y estaba tan contento cuando la fabricaba que leía los pedazos de papel que andaban por el suelo y decía: “Me entretenían como si hubiera sido la Ilíada”. Un proverbio hindú dice: “Una casa sin aves es como una carne sin sazón”, “Yo me había vuelto vecino de los pájaros, no porque hubiera apresado a alguno, sino porque me había enjaulado cerca de ellos”. Eso sí, le veía un inconveniente: “El inconveniente que experimenté a veces en una casa tan chica ha sido el obstáculo de poderme alejar a una distancia conveniente cuando alguien expresa sus grandes pensamientos con palabras rimbombantes”. Cuando puso una chimenea le hizo una poesía: “Ve tú, incienso de este hogar / Y pídele perdón a los dioses por esta llama viva”.

Comía en el bosque, tocaba la flauta y patinaba en el lago, con unos patines que él se había inventado. Miraba a los halcones: “Son hojas que el viento alza para que anden flotando por los cielos”, “Son como los alones sin plumas del mar”. A la lechuza le dice “Hermana alada”. Tenía cerca ardillas, una liebre escondida todo el invierno debajo de su cabaña, y escuchaba croar a las ranas: “Croan y se contestan como bichos panzones y satisfechos”. Sabía el turno de aparición de todas las aves y dice: “En vez de ir a visitar a los eruditos, hacía visitas a ciertos árboles del lugar”.

Comunicados desconcertantes

Thoreau dice que si el hombre se construyera su propia casa, le vendrían pensamientos poéticos, como el pájaro que canta cuando construye su nido. Otro pensamiento raro es que no son los hombres los cuidadores de los rebaños, son los rebaños los que cuidan al hombre, y ocupan mucho más espacio que el hombre (él no tenía ningún rebaño, por eso del comercio y porque había que comerse a los animales tal como venían). Dice: “En ciertas ocasiones me gustaba la vida en toda su rudeza, vivirla como hacen los animales (...) De regreso a casa observé el paso leve de una marmota y deseé atraparla para comérmela así en crudo, y no estaba hambriento (...) estaba hambriento de naturaleza salvaje y ese animal la encarnaba (...) me hallaba en el bosque como un sabueso hambriento buscando un venado para comer”. Y después dice algo que le escuché a dos ornitólogos actuales: que tal vez sea el cazador el mejor amigo de los animales que caza. Añade que habría que educar a los jóvenes haciéndolos cazadores, porque tendrían mucho más conocimiento sobre su presa que los poetas y los filósofos, que los ven de lejos. Él en general no comía carne y opinaba que en el futuro no se comería, “así como los salvajes han dejado de comerse entre ellos”. Aunque añade: “Nunca tuve demasiados escrúpulos, si tenía necesidad, podía comerme a gusto una rata frita”. Pero se siente culpable cuando extraña el té o el café, como si fueran vicios, dice que lo mejor es tomar agua, recomienda ser casto y para eso lo mejor es trabajar sin descanso, aunque sea limpiando establos. Nunca se casó ni se le conoció novia.

 

 

Relación con los animales

Se había hecho amigo de un ratón que se acercaba a comer migas, corría sobre sus botas y su ropa, le daba de comer queso en la mano. Descubre cómo muchos animales se esconden y se quedan inmóviles, como cuando la gallina de los bosques se siente amenazada y maneja a su cría a la distancia, con cloqueos, la cría que está mimetizada con el pasto. Dice: “Uno necesita quedarse quieto en un rincón del bosque para que sus habitantes vengan a exhibirse por turno”.

Observa combates de hormigas y dice que lo único que falta es que canten los himnos nacionales respectivos para dar valor a los bandos, y cuando vio una especie de gato alado con cola espesa pensó que era una ardilla voladora. Y dice: “Ese debió ser el animal adecuado para mí si hubiese elegido alguno” y “¿Por qué no ha de ser con alas el gato del poeta, al igual que el caballo?”.

En cuanto a las avispas, no las echa de su casa, considera un halago que la hayan considerado un refugio. Unos topos hicieron nido en su bodega y le comían algunas papas, se hacían una cama con papel de estraza porque “hasta a los animales más salvajes les agrada la comodidad”. En la primavera veía salir a los animales de su madriguera. Tenía vecinos en el bosque, iba al pueblo con cierta frecuencia y aparecía en una sala de conferencias con una bolsa de maíz o de centeno al hombro. A veces en el pueblo buscaba atajos para pasar desapercibido. Me hubiera gustado leer lo que algún vecino del pueblo o del bosque escribiera sobre él.

 

 

 

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