La mirada cínica
Por Martín Kohan
Miércoles 06 de julio de 2022
A treinta años de su publicación original, Walden reedita La venganza de Killing de Rafael Bini, ganadora del Premio Fundación Antorchas y una de las primeras novelas argentinas del género cyberpunk. A continuación, una reseña de Martín Kohan.
Por Martín Kohan.
Para referirse a la represión estatal desatada en los años setenta, para una figura lúgubre y criminal como la del almirante Massera, sólo ha cabido, en general, la posibilidad de emplear un tono dramático, desgarrado, razonablemente trágico, biliar.
La venganza de Killing es el intento, interesante como tal y logrado en buena medida, de abordar esas zonas crispadas de la historia argentina más o menos reciente desplazándose desde ese dramatismo que fue comprensiblemente inevitable a una formulación crítica basada, en cambio, en un sostenido humor cínico. El cinismo como estrategia define a esta primera novela de Rafael Bini: una apuesta a que las posiciones críticas operen a través de una sonrisa irónica.
El epígrafe mismo de La venganza de Killing, al que se agregan otras menciones a Philip K. Dick o también, por ejemplo, la aparición de ciertos “argentinian psychos” —aunque el gentilicio correcto es argentine—, marca claramente la filiación estética de la novela. Bini utiliza el registro de la ciencia ficción para plantear una Argentina futura en la cual el almirante Massera se ha hecho del poder en 1995, después de una alianza con “un neoperonismo pasteurizado y ultrasnob”. En esa Argentina de videojuegos y ultraviolencia, hay una banda de rock llamada “Héroes del E.R.P.”, cuyo último álbum —Años de lucha al pedo es su título— se presenta en el Teatro Gran Bussi. Y hay también un monumental shopping center, el Shopping Center Almirante Massera, que funciona “en el mismo terreno en el que antes funcionaba la Escuela”.
Ese mundo futuro es el mundo del simulacro: hay un Killing y hay un doble de Killing (como hay un doble también de Kimo, el escritor que inventa al personaje de Killing, y un doble de Menem, de Palito Ortega, etcétera). La diferencia entre el original y el simulacro se vuelve imposible de determinar, la diferencia entre un original y su doble desaparece. Esos dobles, por otra parte, proliferan: hay dobles verdaderos y dobles falsos, pero nadie sabe cuáles son unos y otros.
En ese mundo de simulacros, hay alguien que lee las novelas de Killing y se cree Killing; esta quijotesca confusión de realidad y ficción adquiere otras características en ese universo donde el original y sus dobles resultan indistinguibles: el psicópata que se cree Killing llega a convertirse, de alguna manera, en Killing. Es como la realidad virtual de los video games, en la que los personajes tienen más de una vida que perder: se trata de una realidad virtual, sí, pero las fronteras con la “realidad real” a menudo se difuminan.
Kimo, el escritor que inventa a Killing, piensa en la posibilidad de una “novela-zapping”. La definición bien le cabe a La venganza de Killing: vertiginosa fragmentación en la que se cita por igual a Marechal y a Vic Morrow en Combate; los sesenta, los setenta y los ochenta son lanzados a una imagen del futuro argentino que Rafael Bini trabaja con toda eficacia.
La novela tiene los suficientes aciertos como para que se pueda plantear, a partir de ella, si la mirada cínica es una pura banalización de un pasado trágico, o si se trata, en cambio, de una nueva posibilidad de formular un discurso crítico: resolvemos la figura del almirante Massera de otro modo, porque empezamos a poder reírnos de él.
*Reseña publicada originalmente en Página 12 el 12 de diciembre de 1993.