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Ficcion

Joyce, Beckett y Salas Subirat

James Joyce

Miguel Vitagliano

La prehistoria de la versión del Ulises de Salas Subirat en estos subrayados magníficos del autor de Cuarteto para autos viejos y Tratado sobre las manos. Joyce, Beckett, Borges, y todo lo que hay entre una escritura extranjera y un lector.

 

Por Miguel Vitagliano.

La primera traducción del Ulises al castellano se publicó en 1945 y fue realizada por Salas Subirat (1900-1975), un escritor argentino cercano al grupo Boedo, que finalizó la escuela primaria siendo adulto y estudió por su cuenta la lengua inglesa. Lucas Pertersen (1979) publicó hace pocas semanas su biografía, El traductor del Ulises, una investigación tan fascinante que nos hace rabiar por no haberla siquiera intentado.

“¿Cómo llega Salas Subirat, ese empleado de una compañía de seguros, ex despachante de aduana, ex fabricante de juguete, a dedicar horas y horas de su vida fuera de la oficina, fuera de la familia, a extraviarse en el laberinto joyceano? ¿Por qué, si toda su vida había mostrado cierto recelo hacia la experimentación formal, hacia el arte por el arte, se enredó en semejante problema? La cuestión, primero, no es por qué lo traduce. La primera pregunta es por qué lo lee”.

Petersen hace cuentas, compara y deduce que “el encuentro entre Salas Subirat y Ulises” debió ser entre 1938 y 1939, considerando que la traducción le demandó catorce años y que la última versión es de 1952.

Las fechas salpican la historia como un charco en día de lluvia: 39, 45, 52, 75… El tono argentino se funde en el mapamundi. ¿Cómo no creer que es lo mismo que está puesto en juego entre Ulises y Salas Subirat?

“Salas contaba con un enciclopedismo desordenado, un comprensible desconocimiento de la cultura irlandesa profunda y un inglés en ciertos aspectos deficientes (¿cómo captar de manera precisa la musicalidad de la prosa de Joyce si, como afirma Dickmann (h), casi no hablaba el idioma?) A esas carencias propias se sumaba, como varias veces se destacó, la ausencia casi absoluta de material de referencia”.

En James Joyce (1959), Richard Ellmann cuenta que, a principios de los 30, Samuel Beckett colaboró con el autor del Ulises en el tipeo de Finneganns Wake. Una vez, mientras estaba escribiendo al dictado, Joyce contestó “Adelante” a alguien que golpeaba la puerta del cuarto y Beckett tipeó la palabra. Ellmann: “Cuando después leyeron el escrito, Joyce preguntó: ´Qué es esto de Adelante?´ ´Bueno, es lo que usted dijo´. Joyce se quedó pensando un momento y dijo: ´Entonces dejémoslo reposar un poco más´. Beckett parecía entre fascinado y desconcertado por ese método de trabajo singular”.

Borges, que bromeaba haber sido el primer lector hispano del Ulises, fue invitado al comienzo de los 40 a integrar un equipo para traducir la novela. Todos eran especialistas en literatura y en lengua inglesa, capaces de discutir durante horas por la precisión de una palabra. Se reunían una vez a la semana, sin saber que Santiago Rueda ya había adquirido los derechos y que Salas Subirat estaba traduciendo solo la novela, en una rutina que comenzaba a diario al regresar de la oficina. Y también durante los viajes en tren de ida y vuelta: había desarmado la edición inglesa y se llevaba los cuadernillos separados para manipularlos mejor.

Parecía un personaje de Beckett.

Meses atrás, la editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA publicó en edición bilingüe el primer cuento de Beckett, “Asunción”, que estaba inédito en castellano. El cuento había aparecido en la revista transition en 1929. En el prólogo, Lucas Margarit destaca que en “Asunción” aparece prefigurado el futuro Beckett con esos personajes que “se ven incapaces de escapar a las palabras”. Individuos que parecen hurgar una existencia debajo de la nada de otra.

La traducción de Salas Subirat le resultaba “pésima” a Borges. Muchos compartían esa opinión. Confeccionaron listados con los errores de comprensión de giros idiomáticos y malentendidos culturales. La enorme cantidad revelaba la falta de propiedad; es decir: el traductor no sabía porque no tiene o, mejor, el traductor no sabe porque no pertenece a la clase de los que siempre han tenido. En ese principio se asienta Petersen cuando sostiene que el Ulises de Salas Subirat está en las antípodas de una traducción borgeana: los “poseedores tradicionales del idioma” tratan de imponerse como los dueños más legítimos del tono que define el carácter de la literatura nacional. Más dueños de las entonaciones y las inflexiones de la lengua que, por ejemplo, los inmigrantes de fines del XIX y los hijos de esos inmigrantes.

Dice Petersen: “Por eso el Ulises de Salas Subirat es su completa antítesis”, porque traduce en una lengua que no está fija, que se mueve y se abre a lo nuevo. Y agrega: “En Salas Subirat, el tono nunca llega a estabilizarse, no encuentra un equilibrio, ni siquiera un compromiso. Es una lengua sin patriciado. Es pura ebullición, pura crispación, pura oscilación entre la duda y la prepotencia”.

En el comienzo de “Asunción”, Becket escribió: “Podía haber gritado y podía no haberlo hecho”. Y ahí estamos, gritando el silencio.

 

 

Los subrayados fueron tomados de los libros: Lucas Petersen: El traductor del Ulises, Buenos Aires, Sudamericana, 2016. / Samuel Beckett: Asunción, edición bilingüe, prólogo Lucas Margarit, traducción José F.Fernández, Buenos Aires, EUFyL, 2015

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