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Hebe Uhart: escribir como una manera de estar en el mundo

Alumnos y amigos recuerdan a la narradora argentina 

El próximo domingo en la Casa de la lectura se realizará un homenaje en nombre de la autora de Guiando la hiedra, fallecida en Buenos Aires el último Día de la Niña. Convocamos a algunos de los participantes de ese encuentro para que respondan a la pregunta "¿qué te enseñó Hebe?", y las respuestas conformaron un mosaico afectuoso que regresa la voz de una de las maestras más marcantes de la literatura argentina contemporánea.

Por Valeria Tentoni.

 

Escritores, alumnos y amigos de la escritora argentina Hebe Uhart, fallecida en el último Día de la Niña en Buenos Aires, se reunirán en la Casa de la Lectura (Lavalleja 924) para homenajearla el próximo domingo 2 de diciembre a las 17 horas.

Entre sus participantes estarán Elvio Gandolfo, Lela Rodríguez, Damián Ríos, Inés Acevedo y Pía Bouzas, quien la recordó respondiendo una pregunta que le hicimos a varios de ellos: ¿qué te enseñó Hebe? "Es difícil calibrar (a Hebe le gustaba este verbo) si lo que aprendí con ella ocurrió en su taller, en el balcón de su casa, en los llamados telefónicos cortados abruptamente o en las charlas de verano en el Havanna de Almagro. Me es difícil discernir también qué, cuánto. Pero tengo que elegir y elijo. Entonces, y sin dudas, la escritura como una forma de estar en el mundo (no de ser): una mirada atenta, el ejercicio del apego y desapego, el asombro ante el lenguaje como ante la materia misma. Y además, la libertad radical para darle al relato la forma que necesite ¿Es un cuento? ¿No es un cuento? Nada de eso es una pregunta pertinente. ¿Quedó bien? Esa, sí. Y podría seguir, pero no, porque sería muy largo y parecería manual escolar. Lo que tengo claro, muy claro, es que con Hebe aprendí el valor intraducible del tiempo", apuntó la autora de Extranjeras.

La experiencia de la actriz María Merlino no fue en sus talleres, sino versionando sus cuentos en el teatro. Después de intentar por distintos carriles logró contactarla, preguntarle si la autorizaba a hacerlo. "Con los cuentos podés hacer lo que quieras, lo que no quiere decir que me vaya a gustar lo que hagas", le respondió. Meses después estaba sentada entre el público, salía contenta, le recomendaba el espectáculo a sus alumnos. "A partir de eso comenzamos una amistad. Ella me llamaba por teléfono, siempre me sorprendía su llamado porque era inesperado. Hace poco me llamó, para el último año nuevo, y me dijo que quería escribir algo para que yo hiciera otra obra. Fui a la casa y me fue nombrando varios temas: a mí me había gustado uno de una empleada doméstica que tenía conexión con los extraterrestres. Quedó ahí, no lo pudimos hacer". A la pregunta acerca de sus enseñanzas, recuerda un viaje en remís que compartieron en Azul, en un festival: "Ella era muy divertida. No paraba de hablar y de contar cosas, y todo el tiempo le daba charla al chofer, le hacía preguntas; ahí te dabas cuenta de cómo indagaba, con la sospecha de que en cualquier momento eso podía ser un cuento. Me quedo con su alegría, con su espíritu tan activo y con su curiosidad intacta. Todo el tiempo estaba pensando en hacer algo nuevo".

"Más allá de enseñar con sus palabras, enseñaba con su manera de estar en el mundo, su modo de ser escritora", dice el escritor Federico Falco, que también recuerda un viaje: "Una vez, en Córdoba, nos perdimos en las sierras, yendo a un asado en la casa de Tere Andruetto. Yo manejaba preocupado, íbamos retrasados, a Hebe la estaban esperando, mi única responsabilidad era llevarla y llegar a tiempo. Hebe, en cambio, iba entretenidísima, mirando por la ventanilla y preguntando cosas de lo más curiosas e imprevistas. Feliz con la digresión y el desvío. A ese estar abierto a lo que surja, a ese disfrutar con lo que se presente, me refiero. Y también a su curiosidad por todo, la impunidad a la hora de preguntar y averiguar cualquier detalle que le despertara interés. Y el darle valor a las respuestas que conseguía: ese maravillarse ante pequeñas cosas, y compartirlas con humildad y un poco de risa, como dando por sentado que todos ya nos habíamos maravillados antes con ese brillo de sabiduría que ella había descubierto en lo más mínimo y no que, justamente gracias a ella, lo estábamos viendo por primera vez. Creo que pocas veces leí alto tan poderoso y tan terriblemente bello  como el texto que escribió en terapia intensiva. Ahí está todo: el escribir como compañía para uno mismo, el escribir como regalo, el escribir desde la curiosidad, la humildad, la compasión hacía los otros y hacía sí misma, y el escribir maravillándose ante lo que toca ver, lo que toca presenciar, lo que toca vivir. Ese texto es la máxima prueba de la sabiduría de Hebe: escribir como una manera de estar en el mundo y de, pase lo que pase, hasta último momento, sacarle provecho", dice. Y agrega algunos subrayados del libro de Liliana Villanueva, Las clases de Hebe Uhart: "Está lleno de grandes enseñanzas, de esas que uno tendría que tatuarse en el dorso de las manos para verlas todo el tiempo mientras aporrea el teclado: 'Lo que uno escribe es como una donación, un regalo para los demás'; 'escribir tiene que ver con acompañarse a sí mismo'; 'se va escribiendo de a poco, así como uno va viviendo de a poco lo que a uno le pasa'; 'debemos intentar escribir lo mejor que podamos, sin arrepentirnos ni lamentarnos, ni exaltarnos, ni deprimirnos'". 

"Hebe me contó que, ya de grande, tuvo un novio medio rasca que no la dejaba tomarse taxis; él la acompañaba a la parada del colectivo y ella le decía andá, andá, y cuando lo veía doblar la esquina paraba un auto. Hebe me contó que el loro gris de la India es de los animales más inteligentes; un grupo de científicos entrenó a uno de ellos para reconocer los colores y nombrarlos. Un día, el loro se vio al espejo y preguntó “¿y yo de qué color soy?”. Hebe me contó que en una ciudad de Ecuador los descendientes de cierta etnia aborigen son todos ricos. En la facultad, ella le preguntó a una chica, de traje regional, qué pensaba hacer de grande. La chica, muy espontánea, respondió que dueña de un banco. De Hebe me quedo con sus historias, algunas las leí y otras me las contó, no hay diferencia porque ella hablaba como escribía y viceversa. En esas historias, en la forma de contarlas, está toda su sabiduría, su perspectiva particular, su aparente ligereza y su profundidad, su enorme sentido del humor. Era una equilibrista agraciada, un pie en la inocencia y otro en la lucidez. Después de contar algo tremendo con total liviandad, remataba siempre con un gesto muy suyo: la cabeza hacia atrás, una mano al pecho, la carcajada breve y espontánea. Así pienso recordarla", agrega otro de los participantes del homenaje, Tomás Downey, autor de Acá el tiempo es otra cosa y El lugar donde mueren los pájaros.

Franco Vaccarini fue otro de sus alumnos. Nacido en Lincoln, es autor de libros como La noche del meteorito El jardín del ahorcado: “Siempre pienso que lo menos importante que me enseñó Hebe Uhart es lo que tenía que ver con la literatura; y sin embargo no paso un día sin pensar en Hebe mientras escribo. Es que ella era alguien que escribía mucho acerca de su vida, de sus viajes, de lo que le pasaba y de lo que le había pasado. Sus cuentos no eran artificios de género, eran su vida, su mirada trasvasada a la literatura. Lo que traté de aprender de Hebe es a ser cauto con mis propios entusiasmos, a vivir de un modo soberano, a ser respetuoso de mis elecciones, a no cargarme de ataduras que no fueran las imprescindibles.Tomé lo justo de ella, porque intuía que parte de la enseñanza no explícita –le hubiera sonado grandilocuente- era encontrarme a mí mismo, ese aliado interno que convalida esta locura hermosa de ser escritor. Vuelvo al principio; lo más importante que me enseñó Hebe es algo que yo necesitaba validar al cien por ciento: tomar en serio mi vocación y vivir de acuerdo a eso. Lo demás, es solo literatura”. 

Desde Estocolmo, donde actualmente reside, la autora de Los sorrentinos (cuya presentación estuvo a cargo nada más y nada menos que de Uhart y fue una de sus últimas participaciones públicas), Virginia Higa sumó sus palabras a la distancia: "Hebe me enseñó a tenerme paciencia, a acompañarme en la escritura. También a no rechazar ningún sentimiento y a explorar con honestidad y curiosidad las contradicciones (propias y ajenas). Con ella aprendí a no idealizar la literatura ni a los escritores, y al mismo tiempo a no perder el entusiasmo por escribir. Su enseñanza más grande para mí es que lo que sirve para la literatura sirve para la vida. Es una enseñanza hermosa que se va a quedar conmigo para siempre".  

El encuentro de este domingo será con entrada libre y gratuita. 

 

 

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