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Esteban Castromán: "La literatura tiene que estar más del lado visceral que intelectual"

Por Luciano Lamberti

"La literatura también es eso: meterte en un lugar que no sabés muy bien hacia dónde va, que un poco te pierdas y que por momentos te sientas en un lugar conocido. Que sea un viaje entretenido y a su vez también inquietante. Me gusta esa zona", dice el autor de Las rocas y las bestias (Marciana), también editor en Clase Turista.

Por Luciano Lamberti. Fotografía de Manuela Martínez.

 

Esteban Castromán nació en Buenos aires, en 1975. Es escritor y uno de los creadores de la editorial Clase Turista. Publicó las novelas La perfección de lo imperfecto, La cuarta dimensión del signo y El alud (mención especial en el Premio Indio Rico 2010), así como el libro de cuentos 380 voltios. Hablamos en el bar de Eterna Cadencia a partir de la publicación de Las rocas y las bestias (Editorial Marciana), una novela iniciática con el paisaje de la sierras de Córdoba como fondo que se va transformando paulatinamente en un viaje lisérgico.

 

¿Cuáles fueron tus comienzos como escritor?

Mi viejo leía un montón. Mi vieja también, pero menos. No era una familia lectora. Mi viejo era vendedor de zapatos, como mi abuelo. Nadie de mi familia estudió en la universidad, salvo nuestra generación, con mi hermana y mi primo. Venimos de ese palo, digamos. Clase media, media baja. Mi viejo me contaba historias. Íbamos a la peluquería a cortarnos el pelo y me contaba la historia de un perro que vivía en otro planeta. Ahí empezó un poco el amor por las historias y por las, digamos, realidades paralelas. Después cuando era un poco más grande nos pasábamos veranos enteros en la casa de mis abuelos, ahí en Villa Luro, y me cagaba de embole. Mis abuelos veían Grandes Valores del Tango, y yo me embolaba mucho. Ahí lo que hacía era agarrar unas hojas, doblarlas y empezar a escribir historietas. Básicamente eran fanfiction de Mazinger, Meteoro, esas cosas, y siempre derivados al terror, medio clase B. Ahí arrancó. Y de más grande empezás a descubrir Elige tu propia aventura o la Colección Robin Hood, y ahí empieza el interés por esa zona. También escribía letras de rap, cuando era pendejo. Teníamos un seudo grupo de rap con mi primo cuando tenía trece años. Y escribía letras en inglés y en español. De hecho estuve en un programa con Jazymel cantando rap en la tele. Me gustaba ese formato para contar historias.

¿Cómo nació la colección de libros–objeto en Clase turista?

No teníamos guita y arrancamos haciendo libros artesanales. Hicimos un curso de encuadernación, compramos una impresora láser. Los diseñábamos, los cosíamos. A la hora de armar la tapa se transformó en pequeños artefactos narrativos, eso es lo que flasheamos mientras lo hacíamos. El libro de poesía iraquí contemporánea en un sobre bomba, que tenía en abismo la idea que se tenía de los iraquíes, hace ya más de diez años, o el libro de supervivencia del fin del mundo con pasto sintético.

¿Cómo sos para escribir?

Escribo de noche, cuando todos se van a dormir. La mesa de la cocina se transforma en un estudio. El lapso de escritura es más bien nocturno.

¿Y a esta novela cómo la escribiste?

La escribí en Córdoba, y fue algo completamente distinto a como acostumbro escribir. Yo todos los años voy a Los Cocos, a una casa familiar. Me levantaba a las ocho, antes de que se levante la familia, y me ponía ahí, tomando un mate, viendo la sierra, y también es algo distinto a lo que venía haciendo porque fue la primera vez que armé un mapa de personajes, con la sicología de los personajes, una cosa medio clásica. Acá fue empezar a pensar como si fuera un entramado de personajes. Es algo que nunca había hecho. Y después al otro año escribí "Casa Tanque", que es como ese relato fantasma que aparece al final. Hay una casa enfrente de la nuestra en Los Cocos, que está abandonada, y que siempre me intrigó por las historias medio fantasmagóricas que pueden ocurrir ahí. Una vez fui solo a la casa de Los Cocos, que siempre había ido con familia, y cuando llegaba la noche me acuerdo de que me encerraba en la casa, cerraba las cortinas, todo porque como es una casa que queda medio en un lugar oscuro me agarraba el horror en tres niveles: el de las alimañas que vienen a comerme, el de los maleantes, el de algo que esté adentro de la casa. Y ahí en esas noches medio de humor paranoico observaba la casa que estaba enfrente. Con todos esos elementos armé "Casa Tanque", y en el momento de editarlos, que son dos libros completamente distintos, encontré una conexión, porque estaban escritos en el mismo lugar, con la misma perspectiva, aunque fuera historias completamente distintas.

El guión de cine se termina comiendo la historia del chico, ¿no?

Completamente. Como que la contamina por demás, y cuando termina el paréntesis del guión, la historia del pibe es más tranqui, una historia de iniciación.

Si es una novela de iniciación, ¿qué aprende este chico?

Hay un punto que es como de la fragilidad masculina de los trece años, en que no sos un niño y tampoco sos un adulto y tenés todos los miedos de lo que se viene. Y sobre todo tiene que ver con esa monstruosidad del mundo adulto en las relaciones de laburo, de familia, las miserias que un pibe de trece años ve mejor que nadie. Después están todos los miedos de transformarse en un sujeto social y acercarte a alguien que te guste, en este caso es un heterosexual y ahí aparece toda esa cuestión de cómo funciona esa relación con la sexualidad, el placer, las drogas, las fiestas, y que es un portal de otra dimensión medio de ciencia ficción. Una inmensidad medio nueva y medio fantástica.

Mientras leía me preguntaba acerca del espacio. Esto que tienen los porteños de mirar a Córdoba como un lugar casi esencialmente ligado al mundo ovni y a lo bizarro.

Bueno, yo voy a Córdoba desde chico. Siempre fui. Y me parece fascinante el mito y como estetizaron el mito los mismos comerciantes de ahí, un extraterrestre en la vereda de un lugar que vende postales, saquesé fotos con el gnomo. Y cómo también después ese ícono es capturado por diferentes especies. Lo agarran los de las fiestas electrónicas y lo ponen en un flyer de una fiesta en mitad del Uritorco. Te lo agarra el comerciante, te lo agarra el imaginario más hippie y va a lo trascendental y a las piedras energéticas. Hay algo ahí muy poderoso. Y me gustaba mucho todo ese imaginario de San Marcos Sierra que está el profesor Kroop. Me parece fascinante, de hecho fui, hablé con él y me encantó que mezclaba los géneros. Decía: ahí en el horizonte se ven ovnis. Y había un pozo y decía que te conectaba con Dios o con Jesús. Y te explicaba que para meterte ahí tenías que estar dos semanas comiendo frutas y verduras. Muy gracioso. Tiene muchos imaginarios. La utopía rural que se construye desde Buenos Aires hacia Córdoba es la de encontrar ahí la calma o esa conexión con otras dimensiones.

¿A esta novela la podés pensar dentro de alguna tradición argentina?

Me gusta mucho Marcelo Cohen. Sobre todo El fin de lo mismo. Son como historias como pequeñas piezas de distopía pero no llega a ser ciencia ficción deliberada, pornográfica, es más erótica, donde hay un extrañamiento sobrevolando. No sé si pondría la novela en esa tradición, pero sí en una capa de extrañeza que está sumada a otras capas. Pienso la novela más como una idea musical que literaria, como hecha de capas de sonido que vienen a distorsionar y a enrarecer un poco la cosa, pero que a la vez tienen un fin narrativo, que es llevarte a lugares que no esperabas. Tomar desvíos. Conexiones medio mentales que hacés cuando leés algo y que son como un deja vú. La literatura también es eso: meterte en un lugar que no sabés muy bien hacia dónde va, que un poco te pierdas y que por momentos te sientas en un lugar conocido. Que sea un viaje entretenido y a su vez también inquietante. Me gusta esa zona.

A vos te interesa lo popular, el mundo del comic. La novela tiene esos planos medio mezclados. Cuando los personajes están drogándose hay una especie de agujero de Alicia, ¿no?

Totalmente. Ahí creo que está el punto de iniciación pura. Es de día, van a pescar, están bajo el efecto de una droga x que no se dice, pero hay como una cuestión de iluminación y una cosa medio ensoñada, que tiene que ver con el estilo vaporwave, que es un estilo de música. Toman la música de los 80 y los 90 y la ralentizan, y la estética sería como ¿viste los poster esos de los 80 que tenían palmeras rosas, dos soles medio pixelados, neón? Una estética muy de internet. Me llamaban la atención esos paisajes artificiales. En ese momento de epifanía drogada que tienen los pibes al lado del lago me gustaba un poco esa estética de paisaje artificial. El estilo de lo flúo. Es esa sensación de estar en un poster y no en el mundo. Algo muy artificial.

¿Cómo surgió el guión de la peli?

Es una historia que habíamos escrito con Ivan Moiseff un día hace muchos años. Queríamos hacer una especie de experimento, de novela. Empezamos a escribir este guión literario, una historia de dos hostels que compiten entre sí, y donde se mezclan también lo popular, la música electrónica, con los ovnis y con las mafias. Una especie de ensalada, medio pynchoniana. Bueno, Pynchon me encanta, es una zona que me parece genial. No tiene un marco que lo regule, aparece lo híperpopular con lo híperintelectual, puede estar todo mezclado, me parece genial como procedimiento.

¿Qué te gustaría que hiciera tu novela a un lector hipotético?

Me parece que está bueno que el lector se pierda en un bosque, que reconozca una pista, que agarre un camino, que tome un desvío y que finalmente salga adonde tenga que ir. Que sea un viaje no lineal. Que te produzca cosas. Que te deje algo resonando. No como esos libros que terminás de leer y que después no te acordás de nada. A la última parte, Casa Tanque, la trabajé como la canción oculta de algunos discos de los noventa, tipo Nine Inch Nails, que cuando termina el disco aparece una canción por ahí más experimental que reversiona el concepto del disco desde una lógica más trash. Hasta puede funcionar como una especie de agujero negro en la fragilidad del personaje en la primera parte. Es como si fuera una especie de acercamiento microscópico a esa paranoia, y el resultado es la relación errática con la casa de enfrente, que no se sabe si es una casa abandonada o una especie de monstruo que se va de mambo.

Hay un humor casi generacional en la novela, de gente que vio los mismos programas de televisión. Pienso en el extraterrestre tocando la guitarra al comienzo de la parte del guión.

Es como un guiño de haber visto determinadas series o cosas muy bizarras. Mezclas imposibles, pero que de alguna manera aparecen. A mí lo que menos me interesa es la cosa seria y solemne de la literatura. La cosa intelectual y formal de pensar la literatura, o la ficción, que tiene que ser para mí algo más alocado, una especie de petardo. La literatura tiene que estar más del lado visceral que intelectual.

¿Cómo editor pensás también en esos términos?

No, ahí es distinto. Depende también de la colección donde entre el libro. Por ejemplo cuando hicimos la colección Saqueos en Greyskoll, que era de novelas pulp, o de género, para escritores que no solían escribir género, como Vanoli escribiendo Las mellizas del bardo. La idea para esa colección era que cada autor escriba a partir de los géneros, que esté atravesado por el western, la ciencia ficción, etcétera. Ahora sacamos una novela de Bob Chow que es Bob Chow.

Es un género en sí mismo.

Sí, es lo que él hace. Y también un libro de Ávalos Blacha, que es muy genial. La novela que sacó sobre Carlos Paz, y la historia que sacamos nosotros que es una historia de trabajo esclavo y horror clásico. Es muy generacional, me parece, esa mezcla de elementos.

 

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