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Escenas calientes en la literatura

Cinco escritores eligen 

Una revista literaria otorga cada año el premio a la peor escena de sexo en un libro. Escribirlas es difícil, pero ¿cuán fácil es encontrar y leer las buenas? Cinco escritores eligen las secuencias fogosas más indelebles de sus bibliotecas.

Cada año, desde 1993, la revista inglesa Literary Review entrega el Bad Sex in Fiction Award a un autor o autora que haya “producido una escena excepcionalmente mala de sexo en una novela que hubiese sido buena sin ella”. El año pasado, por ejemplo, el triste ganador fue Erri De Luca, por uno de los tramos de El día antes de la felicidad. En Argentina, hasta donde tenemos noticia, no hay nada parecido a ese premio.

Escribir una escena de sexo es difícil, aun cuando Henry Miller (campeón indiscutido en el área) dejó dicho que “el sexo es una de las nueve razones para la reencarnación”. Y también que las otras ocho no son importantes. Por muy capital que resulte para la vida, son incontables las fintas en la literatura, fintas a las que algunas plumas se ven forzadas para evitar el escarnio de un premio como el que recibió el italiano. Otros se atreven, con o sin la gracia que tal empresa requiere, como en la última novela de Alessandro Baricco, que comparte con De Luca bandera. "Evidentemente hay algo que te atrae en escribir sobre sexo", le pregunta alguien al narrador en La Esposa Joven. "Que es difícil", responde.

"En la literatura argentina casi no se coje o si se coje, se coje con la luz apagada. Sobre todo en la más reciente, que es lo que más me espeluzna, los polvos son como de whiskería a media luz. Con 'piernas bien torneadas', 'bustos prominentes'. ¿Están garchando estos pibes? Si no sabés contar una historia de cojer, más vale que hagas elipsis, cierres la puerta y te imagines lo que quieras. Pero si vas a garchar: ¡garchá, hermano! Fijate en Rayuela, el único momento que se dice 'pija' es cuando la clocharde «le lame dulcemente la pija a Oliveira»: tiene una entonación, tiene un poder esa chupada de pija que no lo encontrás en otros momentos de la literatura". Eso le respondía Guillermo Saccomanno a Patricio Zunini en entrevista, alrededor de Amor invertido (Seix Barral), junto a Fernanda García Lao. De acuerdo: es difícil escribirlas, pero ¿es fácil leerlas, es simple encontrarlas?

¿Qué escenas marcaron las imaginaciones de quienes escriben hoy? ¿Qué lecturas fogosas se estacaron en su mente, para irse nunca jamás? “Entra y es cierto que ya estoy húmeda. Se me ocurre que habiendo tantas cosas y tantas químicas y tiempos posibles, es una bendición que a él se le pare y a mí se me moje”, escribe Romina Paula en Acá todavía, novela suya que, al igual que las anteriores, es una pileta de agua hirviente. Cuando se le pregunta a ella cuáles fueron las escenas de literatura a tono que recuerda en especial, menciona el libro Dame pelota, de Dalia Rosetti.

Iosi Havilio, autor de libros como Opendoor, Paraísos y Pequeña flor, revuelve su biblioteca para traernos un extracto de Historia del ojo, de Georges Bataille, en la traducción de Margo Glantz:

"Mientras tanto, el cielo se había puesto totalmente oscuro y, con la noche, caían gruesas gotas de lluvia que provocaban la calma después del agotamiento de una jornada tórrida y sin aire. El mar empezaba un ruido enorme dominado por el fragor del trueno, y los relámpagos dejaban ver bruscamente, como si fuera pleno día, los dos culos masturbados de las muchachas que se habían quedado mudas. Un frenesí brutal animaba nuestros cuerpos. Dos bocas juveniles se disputaban mi culo, mis testículos y mi verga; pero yo no dejé de apartar piernas de mujer, húmedas de saliva o de semen, como si hubiese querido huir del abrazo de un monstruo, aunque ese monstruo no fuera más que la extraordinaria violencia de mis movimientos. La lluvia caliente caía por fin en torrentes y nos bañaba todo el cuerpo enteramente expuesto a su furia. Grandes truenos nos quebrantaban y aumentaban cada vez más nuestra cólera, arrancándonos gritos de rabia, redoblada cada vez que el relámpago dejaba ver nuestras partes sexuales. Simona había caído en un charco de lodo y se embarraba el cuerpo con furor: se masturbaba con la tierra y gozaba violentamente, golpeada por el aguacero, con mi cabeza abrazada entre sus piernas sucias de tierra, su rostro enterrado en el charco donde agitaba con brutalidad el culo de Marcela, que la tenía abrazada por detrás, tirando de su muslo para abrírselo con fuerza."

“Es muy difícil escribir escenas de sexo. Pero ahora mismo estoy leyendo un libro de Cristina Rivera Garza sobre Rulfo, y ella me ha recordado que Rulfo sí sabía escribir esas escenas”, dice Edmundo Paz Soldan, autor de libros como El delirio de Turing y Amores imperfectos. “Para muestra: en Pedro Páramo, en el encuentro entre Dolores Preciado e Inocencio Osorio, este ‘se soltaba sobándola a una, primero en las yemas de los dedos, luego restregando las manos; después los brazos, y acababa metiéndose en las piernas de una, en frío, así, aquello al cabo de un rato producía calentura’", recuerda.

El argentino Julián López, quien escribió Una muchacha muy bella, comparte un vívido recuerdo: “Cuando tenía doce años estaba de paso con mi familia por Mar del Plata y mi viejo entró a una librería y, en secreto, le pidió un libro al librero, que se fue y volvió con tal libro envuelto. Estaba prohibido, eran años de la dictadura. El libro era Miedo de volar, de Erica Jong. Lo leí a escondidas y recuerdo muy bien una escena en la que el personaje viaja en tren y la narradora detiene su mirada en el crucifijo que colgaba del cuello y se bamboleaba en el escote y rebotaba entre una teta y la otra. No me olvido de esa concentración de signos”.

Claudia Aboaf, autora de El rey del agua, aporta de su biblioteca de sexo explícito dos autores: Juan Sklar y Elfriede Jelinek. Del primero, bucea Los catorce cuadernos, publicado por Beatriz Vitervo editora:

“Bebota se metió debajo de la ducha de espaldas y su pelo rubio se oscureció. El agua caía en catarata por la espalda y descendía hasta el culo. Su redondo y hermoso culo, al presentarse completo, al ser expuesto junto a la raya que era la frontera de los dos cachetes, se volvía majestuoso. Un culo apetitoso con sus pequeñas imperfecciones que lo hacían más real. Un culo con un ano oculto que imaginé apenas más oscuro que la piel que lo rodeaba. Un ano pequeño, tenso, por el que al principio no entra más que un meñique, aún ayudado por un lubricante, saliva o con el flujo que desborda de la concha. Un ano que hay que besar y lamer y apenas invadir con dos falanges del dedo más chico antes de penetrar con el dedo más grande. Un ano precioso, cuidado, que necesita amor para dilatarse. Un ano en el que si dejás el dedo quieto, podés sentir cómo late el corazón”.

Luego, tomados de Deseo, de la novelista austriaca, Aboaf comparte las escenas de Gerti y el Director, el terrible marido del libro, y más tarde con su amante: 

“Primero sus pechos caen hacia delante, después oscilan ante la mujer mientras ella pule y restaura. Él pellizca sus pezones entre el pulgar, el índice y el corazón, y los retuerce como si quisiera enroscar una bombilla de un microcosmos. Golpea con su iracundo y pesado mondongo, que por delante aparece, una clara ventana al cielo, en la abertura de sus pantalones, y por detrás contra los muslos de ella. Cuando ella se inclina, tiene que abrir las piernas. Ahora él puede coger con una mano toda su higuera, y hacer de sus dedos furiosos paseantes. Por lo demás, cuando ella mantiene cerradas las piernas él puede situarse encima de ella y orinarle en la boca. Qué, ¿qué no puede?”

“El alegre marido de Gerti, que siempre bambolea tan despreocupadamente el pincel de su pene, como si sus gotas cayeran de un tronco mayor, no está aquí ahora para extender la mano hacia su mujer o arrancar al niño su instrumento. La mujer ríe a carcajadas al pensarlo. Con fuertes golpes de émbolo, el joven, que resulta agradable visto ante una pared de madera, porque no está tieso como una tabla, intenta abrir el interior de esta mujer. En este momento está alegremente interesado, y conoce el cambio que incluso las mujeres sencillas son capaces de experimentar bajo el ardiente, recién hecho y agradable aromático paquete sexual del hombre. El sexo es indiscutiblemente nuestro centro, pero no vivimos en él”.

 

¿Qué no se le perdona a una escena de sexo? ¿Qué no puede faltar? ¿Y con qué se hacen esas secuencias humeantes? Da la impresión de que con algo más que palabras.

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