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El futuro del libro

Cruce Buenos Aires

Con visitas internacionales, ayer se produjo el primer encuentro de ideas en la Biblioteca Nacional, calentando motores para el Filba que comienza hoy. Cinco especialistas de distintas áreas y siete casos locales alrededor de la pregunta por el libro, los lectores, los editores, las bibliotecas y la lectura en el paradigma digital. 

Por Valeria Tentoni.

“Hablar es incurrir en tautologías” se lee en la pequeña letra de Borges, apretada en tinta negra en los renglones de un cuaderno que está expuesto en el primer piso de la Biblioteca Nacional, justo antes de llegar al auditorio que lo homenajea con su nombre. Hasta ahí llegaron los invitados al Cruce Buenos Aires, el primer encuentro de ideas alrededor de la lectura que se propulsa desde el Filba y el Gobierno de la Ciudad.

Diseñada para cruzar las experiencias de cinco expertos de distintas áreas y partes del mundo con una serie de proyectos locales, comenzó temprano en la mañana y cerró por la tarde. “Hay que innovar si queremos que se lea más. Estamos en un momento de grandes cambios y pensar sobre eso es importante”, explicó Gabriela Adamo, Directora del festival que comienza hoy, pensando en un segmento amplio de interesados, un “entorno lector”. Por eso, convocaron también personas por fuera del campo de la industria editorial; ciencia, bibliotecologia y academia colaboraron para abrir el panorama durante un día coordinado por Adriana Amado. En el público había jóvenes editores como los de Clase Turista o Editorial Sigilo (Ex Paprika), y también figuras de larga trayectoria, como Gloria Rodrigué, Leonora Djament y Daniel Divinsky. 

El tema central fue el del futuro del libro, la pregunta por cómo lo atraviesan las nuevas tecnologías. Y, por tanto, como atraviesan a los lectores (a los que se refirieron varias veces durante el encuentro como a “usuarios”, lo que ya da una pista de los cambios producidos al momento) y a los hacedores de libros. “Estas transformaciones quizás sean las más aceleradas en siglos”, advirtió Amado antes de darle el micrófono a Andrea Hanke, directora de Books + Publishing Australia, para que expusiera el cuadro de situación del mercado editorial en su país.

“Por lo general, las predicciones en la industria del libro resultan erradas. Se pronosticó que las librerías iban a desaparecer, por ejemplo, lo que no ocurrió. Cuando hablamos del futuro del libro tendemos a creer que ocurrirá una cosa o la otra, y por lo general terminan ocurriendo las dos”, explicó la editora, periodista y librera, quien imagina una convivencia de ventas on line y librerías, de editores grandes y chicos. “Uno de los desafíos más grandes es el de la competencia por el tiempo recreativo de las personas”, apuntó, tras preguntarse por la salud de la cultura del libro, cuya apariencia de buen estado si se miran los festivales y debates no siempre se confirma con las ventas efectivas de ejemplares. Entre las tendencias que ya se pueden advertir y cuyos impactos aún no han sido del todo medidos cuenta la autopublicación, el crowfunding, el custom publishing y el tránsito de los libros en las redes sociales, donde algunas editoriales ponen, por ejemplo, a consideración de sus seguidores las opciones de portadas antes de elegirla para imprimir.

Su preocupación por la competencia por el tiempo libre de las personas no estuvo sola; también la manifestó el español Claudio López Lamadrid, Director Editorial de Penguin Random House: “Tenemos muchísimas distracciones frente a los libros”.

“El cambio de paradigma es una realidad inamovible. El trabajo de los editores no solo se amplía y amplifica sino que también tiene que cambiar. De cualquier modo los cambios, la adaptación, son la esencia de nuestro trabajo” indicó el editor, y puso como ejemplo la experiencia de rediseño de los lomos de sus colecciones de libros, para hacerlos más visibles y atractivos en librerías. Pero ¿cómo llevar ese cuidado a los libros digitales? “La red es un enorme marasmo en el que hay abrirse camino. Estoy plenamente convencido de que el digital ha venido para quedarse. Y de que la digitalización de los libros puede llegar a representar la supervivencia de muchos fondos literarios”, dijo. Pero, y avanzando sobre esa pregunta, no dejó de decir esto otro: “Este cambio también conlleva una derrota. Una derrota del oficio. Digitalizar un libro significa destruirlo. Leer un epub se parece más a leer un manuscrito de Word que a leer un libro”, aludiendo a la imperante imperfección material de los libros digitales que, según entiende, de cualquier modo “al lector común le trae sin cuidado el acabado (…) El consumidor final se adapta con facilidad, lo que de verdad le interesa es la comodidad y la inmediatez”. Esa velocidad produce, a su vez, otro tipos de hábitos de lectura, su fragmentación, algo sobre lo que se volvió en varias de las ponencias y en los debates.

¿Cuál es hoy la función del editor?, se preguntó Lamadrid: “Creo que el editor ha perdido en buena medida el control. Tiene que competir con una tecnología mucho más sexy que la del libro tradicional (…) y con una oferta de ocio enorme y diversificada”. Dejó en claro que el editor, ese “gestor de talentos”, debe adaptarse porque el mercado “nunca volverá a ser el de antes”.

El mundo de antes, un mundo que parece condensado en las imágenes impresionantes que proyectó Matthew Battles del grandísimo repositorio de la biblioteca de Harvard, una suerte de enorme “heladera” para los libros que tienen poco uso allí. ¿El pensamiento no ocupa espacio? No parece ante esas vistas aéreas. “Al cambiar el libro, las bibliotecas también cambiarán”, dijo. ¿Pero cómo?

Battles, que es Director del MetaLAB de Harvard en Estados Unidos, parecía inspirado por las bibliotecas hexagonales del Borges que lo acompañaba en esa oración manuscrita en exposición. También usó a Stanislaw Lem para pensar el futuro del libro, de la lectura y de la escritura: las máquinas, como imaginaba el polaco, sí que están escribiendo historias. Y las historias son las de nuestras vidas, las que capturan con nuestros datos en nuestras crecientes interacciones: “La red nos lee a nosotros al igual que nosotros leemos los libros”, dijo. “Nos leen en las redes sociales, en los emails. Intentan crear una historia comercial para nuestras vidas”, lo secundó Hanke.

“Una biblioteca es una ventana al asombro”, salió de la boca del chileno Gonzalo Oyarzún, Subdirector del Sistema de Bibliotecas Públicas de Chile y profesor de bibliotecología. ¿Pero qué es una biblioteca hoy? Esa fue la pregunta central de su ponencia. Sobre todo, insistió en que son espacios de encuentro y experimentación, laboratorios creativos y de entretención donde no solamente circulan libros, esas tecnologías que tienen más de 500 años en la Tierra, sino también personas: “Es un espacio para los sentidos, permanentemente bullente, y en especial son espacios para encontrarse con otros, son lugares de encuentro de la comunidad”. Alertó, asismismo, sobre lo efectivamente dramático que puede llegar a resultar todo si los gobiernos observan a la lectura como a un bien suntuario –poniendo como ejemplo el caso de Inglatera, en la última crisis, cuando se cerraron 86 bibliotecas en ese país. “Las bibliotecas públicas son una oportunidad para el desarrollo”, aseguró, respaldado por ejemplos conmocionantes de impactos en la vida diaria de personas de Colombia, Guatemala y Ghana. Y dejó un dato notable: en el mundo hay trece veces más bibliotecas que hospitales.

“La biblioteca está para satisfacer la necesidad de información”, sostuvo antes de mostrar el joven proyecto de Biblioteca Pública Digital, cuyos usuarios son todos los habitantes de Chile, y que, según entiende, no compite con las bibliotecas analógicas ni tiene por qué correrlas de lugar. 

Para cerrar las exposiciones, Marcos Trevisán, físico e investigador del Conicet se refirió al lenguage, abordado desde la biología. “El lenguaje es el dispositivo de todos los dispositivos”: mostrando los procedimientos del cuerpo para producir el sonido, el habla, lograron ecuaciones capaces de reproducir la modulación de un ser humano. Un órgano vocal virtual en una computadora que podría usarse para personas con imposibilidades físicas. Estiman que en un mediano plazo podrían reproducir, con esos mecanismos, las palabras que el cerebro lee. “¿Las dificultades de la lectura están relacionadas con las restricciones físicas del habla?” se preguntan, entre muchas otras cosas, en su laboratorio. “Hay que mirar más el pasado para pensar en el futuro”, propuso Trevisán.

Más tarde, con el algoritmo como estribillo temático, todos los exponentes debatieron sobre las preguntas comunes. La tarde se cerró con la exposición de siete casos reales como el de 24symbols, “el Netflix de los libros digitales”, la Fundación Vía Libre y la Fundación Mempo Giardinelli con Natalia Porta López como representante. Según se dejó en claro en el arranque, la intención es que estas jornadas de encuentro y debate se repitan, y que Buenos Aires logre convertirse en un foro de pensamiento alrededor de la lectura, del libro, de los lectores, de la edición y de las tecnologías disponibles. 

 

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