Por Martín Kohan.

He vivido en muchos lugares a lo largo de mi vida. Sé que hay gente de más arraigo, más de apego a la fijeza, más de un sitio para siempre, más de quedarse y quedarse. Lo mío no, lo mío ha sido esto otro: afincarme y después despedirme, lo mío ha sido cambiar y cambiar y habitar sitios diversos. Viví en lugares donde abundaba el cielo y en lugares donde escaseaba, recortado, encajonado, a jirones. Viví en lugares donde imperaba el silencio, a veces hasta con ecos de angustia, y en lugares donde imperaba el bullicio, bullicio de aturdimiento. En alguno mi paisaje habitual era un parque generoso y sereno; en otro lo que quedaba a la vista era una estación de servicio, en otro una terraza vecina, en otro un taller mecánico, en otro un río. Viví a veces a ras del suelo (a nivel de la ciudad, podría decirse, así como se dice a nivel del mar) y a veces un poco más alto (a nivel de las copas de los árboles) o bien bastante más alto (con acceso al horizonte incluso, en visión de lontananza).

He vivido en Núñez, en Belgrano, en Saavedra, en Caballito, en Palermo, en Almagro, en Villa Urquiza, en Villa Crespo. ¡Anduve por tantas partes! La avenida de referencia por un tiempo fue Libertador, después Cabildo, después Del Tejar, después Rivadavia, después Triunvirato, después Córdoba. Bajo tierra frecuenté la línea D, después la línea A, después la línea B. Hice base en el Café Savoy, en La Pedrera, en Montecarlo, en Alberdi, en La Orquídea, en ABC, hice base hasta en un Martínez. ¡Tantos parajes, tantas geografías, tantos mundos! Lo mío ha sido andar y andar. Moverme de un lado al otro. Dirigir siempre mis pasos ahí donde el corazón me llevara.