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Apuntes de estación

Lecturas de verano

Llega el calor y el tiempo se estira en esta nueva columna de Martín Kohan, de Sara Gallardo a Tanguito.

Por Martín Kohan. Foto: Césare Pavese en la playa.

 

 

 

 

Se nota en Enero, de Sara Gallardo. Y también, aunque de otra forma, en los relatos de las colinas de Cesare Pavese. Los días de verano son más largos y, quizás por eso mismo, parece serlo también cada una de las horas que los integran. El mundo se aquieta o se ralenta. Y el tiempo de ese mundo (las horas de las tardes, sobre todo las de la siesta, a las que por algo se da en llamar horas muertas; pero también las de las noches sofocantes, esas que no dan respiro y se estiran) se aquieta o se ralenta de igual modo. Al verano y sus tres meses (los mismos tres meses de cualquier otra estación) se los puede asociar entonces con la larga duración, con aquello que permanece y se extiende. Pero se lo puede asociar también, sin embargo, con un sentido exactamente opuesto del tiempo y su carácter: con lo efímero, con la fugacidad. Como si se hablara de una golondrina que sí hace verano. Una versión del verano que admite esa condición, la de lo momentáneo.

Carlos Gardel había cantado ya los “Amores de estudiante”: “Flores de un día son”. Años después, con esa misma impronta, la de lo pasajero, le cantó Leonardo Favio a los amores de verano: “Fuiste mía un verano / solamente un verano”. Lo hacía, claro, mediante el típico contraste entre la implacable volatilidad de lo ocurrido (ahí donde “fuiste” significa “ya fue”, ahí donde “ya fue” significa “ya no es”) con la persistencia imborrable del recuerdo (“Yo no olvido”, sigue la letra. Resuena en esta otra: “Ella ya me olvidó / yo la recuerdo ahora”). El verano es por lo tanto el tiempo del tener, a la vez que el tiempo de lo ya perdido (a la pérdida le cantó Spinetta: “qué calor hará sin vos / en verano”).

Hay un pasaje de “Tonada del viejo amor” (la música es de Eduardo Falú, la letra es de Jaime Dávalos) que resulta en este sentido un hallazgo: “Yo sé que no vuelve más / el verano en que me amabas”. Porque agrega la variable cíclica al par duración / fugacidad: el verano dura o es fugaz, pero en cualquier caso, vuelve. Vuelve el verano, sí; pero el amor de verano (ese amor de ese verano), no. El punto es que el verbo (y en el verbo, el tiempo del amor) no está en pretérito perfecto, sino en pretérito imperfecto: no dice “amaste”, así como Favio decía “fuiste”, sino “amabas”, con lo que a ese amor perdido, a ese amor pasado, a ese amor que se fue y no vuelve, se le imprime duración. Duración y fugacidad, a la vez. Algo propio del verano: qué pronto pasa, sí; pero cuánto dura mientras pasa.

En eso son bien distintos los amores de las otras estaciones; por lo pronto ese “Amor de primavera” de Tanguito (ese que no se va, que “anda dando vueltas”) que también cantó Spinetta. Y ni hablar del otoño, del invierno. Ni hablar de esos otros tiempos.

 

 

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