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"No me gusta sentir que estoy escribiendo otra vez el mismo libro”

Ph | Dorothee Billard

Eduardo Berti

Luciano Lamberti conversó con el autor de libros como Inventario de inventos (inventados) y Un padre extranjero, fundador de Editorial La Compañía y miembro de OULIPO, que contó entre sus filas a Ítalo Calvino y Georges Perec: "Cuando me invitaron la primera pregunta que hice fue qué tengo que hacer. Qué esperan de mí. Me dijeron: esperamos que nos sorprendas. Casi nada, ¿no?"

Por Luciano Lamberti.

 

Al momento de esta conversación, Eduardo Berti está en Rumania, donde busca información sobre su padre. Desde ahí charla conmigo (por skype, naturalmente) a las tres de la tarde, hora argentina, y algo así como las diez y media allá. Berti me dice que su padre era un gigante, un “padrazo”, pero no hablaba mucho, sobre todo de su pasado y de su nacimiento en esas tierras. Ahí está, entonces, tratando de recabar algunos datos. Un amigo le acaba de conseguir el legajo que su padre presentó para hacerse argentino, en los años 40. Gracias a eso, Berti sabe el nombre de la calle y la numeración de la casa donde su padre vivió. El problema es que los nombres han cambiado, incluso las numeraciones han cambiado. Le pregunto si de ahí va a salir un libro y me dice que no sabe, pero que es muy tentador. Que encontró, en un archivo, el boletín de calificaciones de su padre. Que su padre no quería saber nada con el pasado, que escapó de allí cuando era muy chico.

De Eduardo Berti sí sabemos un par de cosas. Sabemos que nació en Buenos Aires, en 1964. Que trabajó como periodista en muchos medios, sobre todo en el Página 12. Que publicó un libro de entrevistas con Spinetta (Spinetta, crónicas e iluminaciones). Que publicó después varias novelas y libros de cuentos, entre los que se destacan La mujer de Wakefield y Todos los Funes. Que desde 1998 vive en París. Que allí, en París, fue invitado a formar parte del prestigioso grupo de experimentación literaria OULIPO, que contó entre sus miembros nada menos que a Ítalo Calvino y Georges Perec. Que acaba de sacar una antología de inventos en la literatura, Inventario de inventos (inventados), y una crónica de un viaje a china con su mujer y su hijo (Una máquina de escribir caracteres chinos). 

 

¿Cómo fueron tus comienzos como escritor?

Mi viejo había querido escribir cuando era joven. Había empezado a escribir, no sé en qué idioma, porque nunca me lo mostró, si en rumano o ya en castellano, una especie de novela histórica basada en la vida de El Greco. No sé por qué. Eso fue siempre como un mito familiar. En realidad, donde yo encontré la pasión y la biblioteca que me abrió todo fue en la casa de mis tías. Las dos eran solteras, solteronas incluso, diría. Vivían juntas. En una época vivían con mi abuela y cuando murió se quedaron solas. Cada una tenía su biblioteca separada. Y había libros que estaban repetidos, era absurdo. Y ahí yo descubrí todo. Yo era el hijo que no tuvieron. Mis viejos cuando querían salir, ir al cine o no sé, tomarse un rato de descanso de mí, me mandaban a lo de las tías, y ellas me permitían todo lo que mis padres, obviamente. Me prestaban la máquina de escribir, no me decían nada si yo le daba duro a las teclas, me dejaban investigar los libros. Ahí descubrí todo. Tuve entre mis manos el primer Chejov, el primer Kafka, el primer Maupassant, Denevi. Años sesenta, setenta, mis tías tenían una biblioteca muy Jaime Rest. Leían Borges, Cortázar, Silvina Ocampo, Quiroga, Juan José Hernández. Y después nada, agarraba la máquina de escribir de mis tías y copiaba los textos, y de pronto agregaba una palabra. Empecé jugando. Y lo primero que escribí fue una especie de historieta que se llamaba Mirc el Marciano. La escribí en tercer grado. Se la pasaba a mis compañeros de la escuela. Y es muy revelador, porque en las primeras páginas hay un montón de dibujos y a medida que vas avanzando hay cada vez más texto y menos dibujo, y al final es puro texto.

¿Y estudiaste Letras?

No. Fui de oyente, a finales de los ochenta y principios de los noventa. Me pasaron el dato: ¿vos sabés que están Piglia, Sarlo, Viñas dando clases? Me acuerdo que fui a un seminario de Piglia sobre Cortázar. Iba religiosamente, pero a escuchar. Después hice talleres literarios. El primero fue con el tano Dal Masetto. Hace mil años. Tenía dieciocho. Yo tenía una pasión muy grande por el rock argentino. Por supuesto tenía a Miguel Grinberg que ahora acaba de cumplir ochenta y está hípercelebrado, como una especie de gurú. Y un día vi un aviso en El Porteño que el tano daba talleres y no lo dudé.

¿Cómo fue el ingreso al OULIPO? ¿Hubo alguna ceremonia de iniciación?

Por suerte hay muy poco ritual en ese sentido. Tiene unas leyes absurdas heredadas de la patafísica, por ejemplo que si vos pedís ser miembro de OULIPO nunca lo vas a ser. Hay gente que lo ha pedido, y se cagó la posibilidad para siempre. Sobre todo si hay mucha gente. Porque por ahí alguien lo pide una sola vez en presencia de un solo oulipeano, y el oulipeano ese hace oídos sordos. Otra regla es que sos oulipeano para toda la vida y si querés dejar de serlo hay una única forma que es suicidarte delante de escribano público diciendo que te suicidás por eso, cosa que nadie hizo por ahora. No hay rituales muy serios, lo cual es bastante coherente con la irreverencia que plantean.

¿Y qué condiciones tiene que tener lo que escribís para pertenecer?

A ver: yo fui el primer sorprendido cuando me convocaron. Yo los conocía a alguno de ellos, había charlado mucho. Me acuerdo cuando OULIPO fue a Buenos Aires al MALBA. Fue un poco como un sueño. Yo hice como la gestión para llevarlos con el consulado francés. Y ahí también hubo como una relación más cercana. Y después un día me invitaron a una reunión como invitado de honor. El grupo se reúne una vez por mes generalmente en París para laburar, para beber y para charlar. De esas doce reuniones por año hay unas seis, siete, u ocho, donde hay un invitado. Que no necesariamente es alguien que vaya a formar parte del grupo. Yo por ejemplo lo propuse a Vila Matas. Yo estuve así una vez pero de ahí a que me imaginara que iba a ser parte. Cuando me invitaron la primera pregunta que hice fue qué tengo que hacer. Qué esperan de mí. Me dijeron: esperamos que nos sorprendas. Casi nada, ¿no? Y yo también me preguntaba si había un rito o algo así. Entonces para la primera reunión me llevé un texto que era como una reescritura de “Funes”, de Borges, usando la fórmula de Perec. Era como rendir un homenaje, como hacer un puente entre el palo del que vengo y el palo de ellos.

¿En qué año te fuiste a París?

Me fui en el noventa y ocho, después del Mundial. Había varias razones. Yo tenía familiares ahí, por parte de mi padre. Con mi mujer, que nos acabábamos de conocer en ese momento, también quería ir, ella es profesora de francés. Digamos que el delirio de Cavallo y Menem del uno a uno volvía un poco más posible todo eso. Nos fuimos con la idea de pasar un año y medio, dos años, no más, y llevamos como ocho o nueve. Ahí nació mi hijo, ahí fundamos la editorial La compañía.

¿Y de qué vivís?

Vivo de dos cosas, que son la traducción y talleres de escritura. Es algo raro lo que ocurre con los talleres porque yo los empecé allá, en francés. Fui como inventando y armando un pequeño método, para decirlo de alguna manera. Cuando hace unos años estuve en Buenos Aires dando unos talleres en Casa de Letras, me pasaba que me salían algunas cosas en francés. Me sentía como los jugadores de fútbol que jugaban en Italia y que cuando venían a jugar con la selección les respondían a los periodistas en italiano. Y después voy sumando cosas sueltas, alguna beca, alguna residencia, cosas de periodismo de vez en cuando.

¿Inventario es un libro borgeano, de notas de lectura?

Puede ser que tenga algo borgeano. También tiene algo de la Guía de lugares imaginarios que escribieron Manguel y Guadalupi. Sin duda es fruto de lecturas ese libro, y se fue dando en parte por esos talleres de escritura, en los que trataba de dar esa información de literatura de América Latina. Cuando busco ejemplos siempre traté de dar cosas de esa zona. Un día trabajé en un grupo con un cuento de Juan José Arreola. Es un texto que publicita una máquina para aprovechar la energía de los niños. Se los di y salieron cosas muy divertidas de ahí. Lo fui dando varias veces y es un poco la piedra basal del libro. Yo también me puse a jugar y a prestar atención cada vez que aparecía un objeto o una máquina. Y un día me di cuenta de que tenía como una lista y empecé a pensar un posible libro. No quería hacer una antología clásica. Me gustaba más la idea de inventar a partir de esos inventos. Y el momento clave es cuando me puse a charlar con los chicos de Monobloke. Con una de ellas tenemos una amiga en común. Yo voy seguido a Berlín, tengo muchos amigos que viven ahí, y un día charlando con ellos les conté esta idea y nos dimos máquina. Me di cuenta de que ellos eran los socios perfectos. Porque además son lectores. Fabrican muebles. Crean todo el tiempo cosas. De hecho la tipografía de los títulos lo inventaron ellos. La idea era hacer un libro con artistas, algo que nunca había hecho. La complicidad y el arrojo de Impedimenta también ayudaron. Cuando ellos mandaron el pdf pensé que iban a decir: esto es muy lindo pero es carísimo. Lo único que dijeron fue: esto nos gusta, vamos a hacerlo. Me parece genial también la decisión de los chicos de de presentar más bien bocetos. No te dicen tal máquina o tal invento es así. Para no coartar la imaginación, también, para abrir puertas, abrir posibles, ellos quisieron que los dibujos trabajaran en ese sentido.

¿Cómo ves la literatura francesa en la actualidad?

Ahora no hay líneas dominantes como había antes, con el Nouveau Roman y demás. Lo que creo es que hay una vuelta al impulso narrativo, después de esa generación que trabajaba mucho más cuestiones formales. Hay un regreso en ese sentido, pero tomando lo mejor de todo lo anterior. Hay escritores que sirven un poco de nexo, como Leclezio o Modiano, por ejemplo, o Echenoz, tal vez el que más me gusta de los tres. O la última época de Duras, por ejemplo. Después hay una línea, un grupo de escritores que me interesa, que giran todos en torno a una revista que creo que no existe más que se llamaba Inculte. Por ahí pasaron Matías Enard, por ejemplo. Después hay escritores sueltos, me gusta Emmanuel Carrere, no todo. Pero es difícil encontrar una línea dominante. Creo que hablaba con Santiago Rocangliolo, de esto, que en España te pregunta de qué va el libro y en Francia cómo está escrito. Yo creo que hay un cambio muy grande en estos últimos años, incluso están apareciendo editoriales nuevas. Un poco lo que vi en España hace unos años cuando aparecieron Impedimenta y Libros del Asteroide, cuando Anagrama y Seix Barral ya estaban instituidas.

Hay una tendencia en muchos de tus libros a trabajar con elementos de no ficción, en el libro sobre tu padre (Un padre extranjero) y en el de las notas del viaje a China (Una máquina de escribir caracteres chinos) también. ¿Es algo que te planteás como otra clase de experimento?

Cuando empecé a escribir y a publicar, hace como veinte años, yo era conocido como periodista. Había trabajado en Página 12 y había publicado el libro de charlas con Spinetta, que había funcionado bien por Spinetta. Y yo no sé si tuvo que ver con eso, pero creo que al principio, cuando empecé a escribir ficción, había algo de reacción contra el periodismo. Cuando escribía las notas lo hacía a máquina o en las primeras computadoras. Lo que no fuera periodismo lo escribía a mano. Había como una necesidad mía de hacer algo que diferenciara esos dos caminos. Al principio aposté por una ficción muy fuerte, y en los últimos años se cayó un tabú. En el caso del libro del padre incluso uso una primera persona muy pegada a mí. Siempre había trabajado con tercera o con primera persona pero alejada, como en El país imaginado donde una mujer china cuenta la historia. Y ahora algo cambió y me encanta, porque si hay algo que no me gusta es sentir que estoy escribiendo otra vez el mismo libro, lo que me ha hecho abandonar muchos libros por la mitad. Ya sea en el contenido o en la forma, cuando siento que ya lo hice en general no me tienta y lo termino abandonando. Es verdad que en estos casos que vos das, siempre aparece lo real pero mezclado también con la ficción. Hay cosas que inventé en esos libros.

 

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