Mundo perro, mundo porno, mundo abrigo
Viernes 13 de abril de 2012
El prólogo de Gonzalo Aguilar a El via crucis del cuerpo (Ed. Corregidor) habla sobre este libro y sobre toda la obra de Lispector, donde se afirma que "lo abyecto es tan constitutivo de nuestra vida como lo sublime".
Por Gonzalo Aguilar.
Clarice Lispector siempre supo consolar a sus lectores. En La vida íntima de Laura, libro de literatura infantil que publicó en 1974, escribe unas palabras que no sólo están dirigidas a los niños: “Va a existir siempre una gallina como Laura y siempre va a haber un niño como vos. ¿No es buenísimo? Así la gente nunca se siente sola”.[1] Ganada definitivamente por el estilo aforístico que ya se vislumbraba en La pasión según G.H. y que se impone después de Un aprendizaje o El libro de los placeres, hay algo del género de los libros de autoayuda en Clarice. En sus frases aforísticas, ella sabe combinar fuertes dosis de enseñanza, experiencia íntima y percepción de lo cotidiano que bien podrían servir como guía para vivir (o sobrevivir). Sin embargo, a la vez, nada más lejos de Clarice que los libros del tipo Cómo ser feliz o El amor en diez lecciones. Además de la precisión lingüística y la honestidad afectiva, en su escritura no se construye un mundo de fantasías para consolar ni se busca adular lo que supuestamente llevamos dentro. Por el contrario, no hay nada más impiadoso que los puntos de partida de su construcción ficcional incisiva y cortante: no existe un Dios que fundamente nuestros actos o creencias; la belleza, la verdad y el bien son invenciones para mantener un orden opresivo; lo abyecto es tan constitutivo de nuestra vida como lo sublime; las mujeres tienen que afirmarse en un mundo que les es hostil. Un “mundo perro”, como dice en El via crucis del cuerpo. Aunque Clarice amaba a los perros. Los amaba pero no por eso olvidaba su soledad, su vagabundez y, eventualmente, su bestialidad.
Si en un aspecto minúsculo su obra se toca con los libros de autoayuda es porque Clarice puede ser incorporada a esa literatura que Gilles Deleuze definió como una iniciativa de salud.[2] Es tal la intensidad del consuelo que dan sus libros que los lectores entablan una relación fuertemente afectiva y cómplice con la autora que no sólo se expresa en el hecho de llamarla por su nombre. Con Clarice, uno está más solo, y a la vez, más acompañado. El sentimiento tiene ese momento de universalidad: lo que sentimos ya lo sintió otro y otro lo volverá a sentir. Un consuelo áspero, una terapéutica del despojo.
En 1974, Clarice publicó un libro para niños (el ya mencionado La vida íntima de Laura) y dos libros de cuentos: Onde estivestes de noite y El via crucis del cuerpo.[3] Era un momento bastante delicado de su carrera literaria: el año anterior había escrito un libro inclasificable (Agua viva) y ahora se presentaba con unos relatos llenos de interrupciones y digresiones, obsesionados con la vida sexual de sus personajes y escritos en un estilo taquigráfico y sin ornamentos. Mientras Agua viva tenía el aura de lo experimental, los cuentos de El via crucis del cuerpo podían parecer deshilachados y poco elaborados si se los comparaba con Lazos de familia o Felicidad clandestina. En la explicación que da al comienzo del libro, Clarice nos cuenta que un lector le dijo que lo que estaba escribiendo “no era literatura sino basura”. Y en uno de los cuentos, “Día tras día”, otro lector se le acerca para decirle que piense bien antes de publicar “un libro pornográfico”. Al ser publicado, los críticos repitieron lo que el texto decía de sí mismo. Cayeron en la trampa. La importante revista Veja dijo que el libro era “lixo” (“basura”) y un “lanzamiento inútil”, el Jornal de Brasil (el periódico más leído en ese entonces) señaló que “habría sido mejor no publicar el libro a tener que defenderse con ese falso desprecio por ella misma como escritora”.[4] No entendieron que lo que la misma autora llamó “la hora de la basura” era una ampliación de la experiencia de la protagonista de La pasión según G.H. cuando se devora a la cucaracha, primer heraldo del mundo de los desperdicios. En el período que se denominó de la basura[5], que incluye desde Agua viva hasta Un soplo de vida, Clarice no sólo incluye lo abyecto en un nivel temático, sino que lo hace tanto en los procedimientos narrativos (el azar, lo intempestivo, lo accidental, la interrupción como manifestaciones de lo abyecto, de lo que amenaza la forma) como en su figura de escritora (se pone afuera de la institución literaria: “cualquier gato, cualquier perro vale más que la literatura”). La amnesia, que el trabajo de la escritura siempre oculta o borra, irrumpe en los cuentos evidenciando la precariedad de la narradora como en el cuento “Antes del puente Río - Niteroi”: “Y era exagerada. No puedo omitir detalles crueles. ¿Pero dónde estaba, que me perdí? Sólo lo sabré si comienzo todo de nuevo, en otra línea y en otro párrafo para comenzar mejor”.
Muchas de estas cosas ya pueden detectarse en La pasión según G.H. pero todavía bajo la forma de la novela como obra maestra moderna. Es decir, como una construcción artificial de gran acabamiento técnico y en el que las partes están trabajosamente elaboradas de antemano. De hecho, todos sus capítulos se engarzan con la repetición de la última frase de un capítulo y la primera del siguiente como si G.H. nunca se dejara desorganizar del todo. Después de Un aprendizaje o El libro de los placeres, publicado en 1969, el fragmento pierde el lugar que le daba la novela cerrada y comienza a manifestarse en textos inclasificables como Agua viva, cuentos digresivos (algunos de El via crucis del cuerpo) o novelas como La hora de la estrella, armadas a partir de lo heteróclito, lo que no combina, lo bizarro.[6]
También la crítica de la época calificó al libro de “pornográfico”, lo que no puede menos que extrañarnos si lo consideramos desde la actualidad, cuando solo con un click podemos acceder a las imágenes más obscenas que puedan imaginarse. Así y todo, pese a que los cuentos no pueden ser considerados pornográficos en el sentido de género literario (es decir, comparados con el Marqués de Sade o La historia de O), la calificación es certera si se toma la palabra literalmente: porneia (prostitución) más grafos (escritura). Escritura prostituta. La palabra viene del verbo griego pernemi que significa “vender” y justamente la escena que abre el libro es la de la escritora poniéndose a escribir a cambio de dinero. Libro de escritura prostituta de quien tiene que vender su obra para sobrevivir, libro sobre la escritura prostituta en tiempos de capitalismo, libro sobre las mujeres llevadas a prostituirse por la acción violenta de quienes las desean.
En tanto libro pornográfico no es casual que los relatos estén escritos —según dice la propia autora— entre el día de la madre y el de la esclavitud. Como observa Marta Peixoto, “lo opuesto de la escritora como madre, el reverso de la metáfora materna, sería la escritora como prostituta”.[7] Entre estos polos (maternidad, prostitución y esclavitud) se juega el drama de una escritora en el mercado libre del trabajo. De hecho, el primer personaje que se menciona en el libro es un editor (Álvaro Pacheco), es decir, aquel que paga al escritor para convertir sus creaciones en mercancía.
Una anécdota que cuenta Benjamin Moser muestra que este vínculo era vivido dramáticamente por Clarice. Cuando en 1975 acudió a Artenova a cobrar los derechos de autor de cinco libros publicados y Pacheco, su dueño, le entregó el dinero que supuestamente le correspondía (apenas 140 cruzeiros), Clarice se sintió tan indignada que abandonó la editorial intempestivamente y, en la calle, le dio el dinero a un mendigo.[8] La propia institución literaria resulta pornográfica y tal vez el desprecio que Clarice sentía por su condición de escritora, del que hablaba O Jornal do Brasil, no era nada “falso”. En El via crucis del cuerpo se celebra que la esclavitud haya terminado pero no por eso se suprime el poder de sujeción y hasta de humillación que implica el mercado libre de trabajo. A la vez que se reconoce el poder del dinero y de la basura (nuestra condición contemporánea), también se propone que, en esta apertura, puede vislumbrarse la vía a las alegrías que contienen la vida y la escritura. “¡Viva la feria al aire libre!”, grita irónicamente la narradora en “Día tras día”, como si ese lugar, en el que las cosas están a la venta y las mujeres son objeto de deseo y agresión verbal, también pudiera entregar una rara intensidad en tiempos de la mercancía generalizada.
El via crucis del cuerpo se inicia con un llamado del editor para que la autora escriba una historia por encargo. Frente a la nueva encrucijada en la que la colocan (Clarice ya había tenido que escribir crónicas por dinero durante muchos años), ella no resguarda su escritura ficcional en una supuesta pureza, sino que la prostituye: Clarice no sólo comienza el libro con una escena de venta de su escritura sino que se refiere a este tema en varios cuentos, sea en la voz de la narradora o de los personajes. ¿Pero hasta dónde llega la prostitución en el capitalismo si cuando apenas le ofrecen dinero para narrar, en plena conversación con su editor, ella “ya sentía nacer en mí la inspiración”?
¿Qué vino primero: la oferta de dinero o la idea del relato? La situación es paradójica y es descripta por la antítesis “obedecer en rebeldía” y, también en la “Explicación”, por el neologismo “inliberta”. “Yo, la inliberta”. El término remite al lenguaje jurídico de la esclavitud ya que los libertos eran aquellos esclavos manumitidos por los señores. “Inliberta” por lo tanto sería la que, liberada, no se siente lo suficientemente libre. No llega a ser esclava pero todavía tiene que dar explicaciones sobre lo que hace.
Hay que leer entonces El via crucis del cuerpo como una liberación de su condición de escritora esclava, pornógrafa, pero no por la pureza sino por el lixo [basura], pasando por la perversión y humillación que el capitalismo le inflinge a los escritores y a las mujeres. Sobre todo a las escritoras mujeres. Clarice, con más de diez libros publicados y una vida entregada a la creación literaria, tiene que aclarar: “sólo aviso que no escribo por dinero y sí por impulso”. ¿Qué podría ser en Clarice la escritura pornográfica sino la meditación imaginaria sobre su propia condición? No una narración hecha para excitarse con la exhibición de los genitales (tal la pornografía tradicional y la que conocemos actualmente) sino una narración para ver los vínculos entre cuerpo, dinero, femineidad y escritura.
Pornografía en Clarice no es solo relatos sobre el sexo sino sobre el dinero que prostituye y sobre el escritor que abandona la institución literaria y se enfrenta a la vida desnuda con su escritura (porque escribir “es una maldición pero una maldición que salva”). La posdata de la “Explicación” lleva a un nivel alegórico esta condición: “Ya intenté mirar bien de cerca el rostro de una persona: el de una vendedora de entradas en un cine. Quería saber el secreto de su vida. Inútil. La otra persona es un enigma. Y sus ojos son de estatua: ciegos”. Para entrar al mundo de la ficción (el cine) hay que pagarle a la vendedora de entradas (una mujer) que, suerte de personaje de iniciación y pasaje, permanece indescifrable.
Aunque la escritura debe lidiar con su condición mercantil, hay algo que está excluido de esta lógica, que es más bien —como observó Marta Peixoto— lo opuesto: su condición de madre. Por eso cuando la crítica dijo que el libro era una basura, ella respondió: “A mis hijos les gustó y ese es el juicio que más me interesa”.[9] La frase evidentemente carece de pertinencia pero es indicativa de la posición que ocupa la escritora en ese entramado de demandas y sujeciones. La vía a esa maternidad tiene un elemento inquietante, porque no se llega a ella sin algo de pornografía (“lamentaba mucho —se dice de un personaje— haber nacido de la incontinencia de su padre y de su madre”). La maternidad no solo son los hijos, que son los cómplices más fieles que tiene una madre (y las declaraciones de Clarice abundan sobre esta cuestión), sino también la necesidad de un hombre, de un macho más bien, para que la cosa llegue a buen puerto (esto antes de que apareciera la inseminación artificial, claro). La conclusión es muy sencilla: los hombres son necesarios para tener hijos, pero se puede prescindir de ellos para acceder al goce. Así lo hacen desde Miss Algrave (cuyo nombre en inglés, como observa un hijo de Clarice, incluye la palabra “tumba”) hasta Cândida Raposo (nótese que la traducción del nombre sería “cándida zorro”) quienes se las arreglan sin necesidad de recurrir a los hombres. Varios de los relatos del libro, los tres primeros de hecho, son sobre cómo prescindir de los hombres. No hay casi padres en la sociedad del libro (la muerte del padre es el tema oblicuo de “Mientras tanto”) y su poder proviene de su ausencia (de su silencio o falsa pasividad). Los adversarios más evidentes, en cambio, no son las otras mujeres sino los homosexuales. En más de un cuento, ellos detentan una amenazante mezcla de poder fálico y astucias femeninas. Libro antipatriarcal, El via crucis del cuerpo no puede ser menos que antipornográfico en sentidos convencionales o ser pornográfico en sus propios términos: como modo de poner en escena el via crucis del cuerpo (de la mujer y también del hombre) en la sociedad patriarcal capitalista.
De hecho, el tipo de personaje que predomina en muchos de estos cuentos no forma parte de los repertorios porno: se trata de la mujer que entra en la vejez. No hay perversidad ni viciosidad grotesca en estas ancianas sino, simplemente, melancolía por la amenaza de la pérdida de la satisfacción corporal. Por eso no hay que esperar acrobacias ni desenfrenos sino más bien cierto pudor en las descripciones. Clarice separa así el acceso al goce de la pornografía del mismo modo que separa a su escritura del dinero: reconoce los lazos que unen estas dimensiones (es su punto de partida) pero para luego descomponerlos e inventar nuevas conexiones: entre la vejez y el sexo, la narración y lo real, la literatura y el afuera, y muchas otras.
Un apunte irónico sobre la vejez está en el personaje masculino de “El cuerpo” que asiste a la película Último tango en París de Bertolucci con sus dos compañeras: “se excitó terriblemente. No entendió la película, creyó que se trataba de una película de sexo. No descubrió que era la historia de un hombre desesperado”. En la pornografía no hay nunca hombres o mujeres desesperados, casi sin mayores obstáculos todos consiguen lo que quieren: desnudarse no es el resultado del arduo trabajo de la seducción sino el abrupto comienzo de una acción que siempre acaba bien. En El via crucis del cuerpo los personajes también llegan al clímax: “y ahora acabé” es el final de uno de los relatos, mientras en otro se dice que el orgasmo desencadena “mudos fuegos de artificios”. Para lograr esto deben pasar por la soledad, el rechazo o el desasosiego. En ese via crucis por el que todos pasamos, sucede también que a veces nos encontramos con el cuerpo, lo único que, hasta el final, —según escribió Clarice— no nos abandona.
[1] La vida íntima de Laura, Madrid, Sabina Editorial, 2008.
[2] Gilles Deleuze: “La literatura y la vida” en Crítica y clínica, Barcelona, Anagrama, 1996.
[3] Onde estivestes de noite fue traducido por Cristina Peri Rossi al castellano con el sorprendente título de Silencio (Madrid, Grijalbo-Mondadori, 1988). El via crucis del cuerpo fue traducido en 1975 por Haydée Jofré Barroso (Buenos Aires, Rueda, 1975); hubo una segunda traducción que se incluyó en Cuentos reunidos, Madrid, Alfaguara, 2002.
[4] Benjamin Moser: Clarice, uma biografia, San Pablo, Cosac Naify,2009, p. 507. Ver también “Conheça o polêmico livro que a Vejachamou de ‘lixo’” en www.folha.com.
[5] Con una cierta entonación bíblica que recuerda al Eclesiastés, Clarice escribe en la “Explicación” a El via crucis del cuerpo: “Una persona que leyó mis cuentos dijo que eso no era literatura. Era basura. Concuerdo. Pero todo tiene su hora. Está también la hora de la basura”. Ver al respecto el texto de Italo Moriconi incluido en La hora de la estrella: “La hora de la basura cubre un período relativamente corto de la obra de Clarice Lispector e incluye sus últimos escritos posteriores a Agua viva (1973), hasta el póstumo Un soplo de vida (escrito entre 1974 y 1977)” (Buenos Aires, Corregidor, 2010).
[6] Ver el excelente análisis que hace Vilma Arêas del “pathos tragicómico”, lo circense y el arte popular en La hora de la estrella en su libro Clarice Lispector com a ponta dos dedos, San Pablo, Companhia das Letras, 2005.
[7] Marta Peixoto: Passionate Fictions (Gender, Narrative, and Violence in Clarice Lispector), Minneapolis, University of Minnesota Press, 1994, p. 79.
[8] Benjamin Moser: Clarice, uma biografia, op. cit., p. 525.
[9] Benjamin Moser: Clarice, uma biografia, op. cit., p. 507. En otro momento del libro, sin embargo, dice que no dejará que sus hijos lean estos cuentos.