Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio
Martes 22 de febrero de 2011
La autora de El rey de los centauros recomienda leer los cuentos de Alice Munro
Por Inés Garland.
Podría recomendar cualquiera de sus libros de cuentos, pero arbitrariamente elijo Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio. Alice Munro no escribe cuentos, escribe universos. Siempre me parece haber conocido alguna vez a sus personajes, haberles adivinado una vida mientras compartíamos accidentalmente un viaje en colectivo, mesas cercanas en un restoran, la guardia de un hospital. Ella va y viene por sus vidas con naturalidad. Se suelta en los detalles que hacen a una personalidad y arma un mundo de cada uno de los personajes a los que les pone el foco. Es un microscopio, más bien, pero un microscopio amoroso, con muchos momentos de humor sutil. “De vez en cuando, la monja sonreía para mostrar que la religión hacía feliz a la gente, se suponía, pero en general miraba al público como si creyera que los demás estaban en el mundo sobre todo para obedecerla”. Una frase suelta y las contradicciones de nuestra naturaleza ambigua, pero cegada por las opiniones y las ideas previas quedan en evidencia. Algunos de sus cuentos desafían ciertas definiciones de lo que es un cuento (sobre todo las definiciones de la tradición cuentística argentina donde los cuentos en general son más directos y se abren menos que los cuentos americanos). Sin embargo, ella no suelta el hilo. Cuando parece que sí, que las cosas se abrieron para cualquier lado, todo se acomoda y ocupa su lugar en un rompecabezas con una unidad de sentido impecable. Munro teje la vida de sus personajes, sus lugares de pertenencia, sus sentimientos, sus hábitos, sus gustos y disgustos, sus penas, sus alegrías. Teje las redes invisibles que nos unen y nos separan, los detalles de la vida que hacen al universo de cada uno. Sus mundos son reconocibles, también nos fastidiaron, también nos conmovieron, también nos asombraron, pero es como si ella los iluminara con su mirada. En muchos cuentos usa con maestría el punto de vista omnisciente, en desuso, tal vez, pero tan interesante cuando la mirada es inteligente y profunda como la de Munro.
Como una deidad compasiva nos mira, nos acepta a pesar de nuestras faltas, nos hace llorar frente al espejo y reírnos de nuestros destinos humanos. Y abre las puertas de la comprensión que viene cuando la mirada no se queda pegada a los hechos ─ narrados con la generosidad y la riqueza de los detalles ─ sino que vuela muy alto.
“No debes preguntar; se nos prohíbe saber qué nos reserva el destino a mí o a ti”, escribe en su diario uno de sus personajes. Y eso es exactamente lo que siento al leer sus cuentos: que estoy frente al misterio de la vida, que soy conmovedoramente humana. Que alguien puede contarlo para mi deleite y mi consuelo.